«…no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!» – Fidel Castro, 16 de abril, 1961 «Y perdónanos nuestras faltas, como perdonamos a los que nos faltan.» – English book of Common Prayer, 1662 Después de 53 años, nos preguntamos, ¿cumplió sus objetivos […]
«…no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!» – Fidel Castro, 16 de abril, 1961
«Y perdónanos nuestras faltas, como perdonamos a los que nos faltan.» – English book of Common Prayer, 1662
Después de 53 años, nos preguntamos, ¿cumplió sus objetivos la revolución cubana? Del mismo modo, ¿qué sucedió en los Estados Unidos que han intentado sin descanso bloquear el sendero revolucionario de Cuba?
Tras la victoria revolucionaria de 1959, la élite de Washington comprendió que en Fidel Castro podrían encontrar una seria resistencia a la noción aceptada e impuesta de que Washington gobernaba este hemisferio.
En 1954, Washington castigó al presidente Jacobo Árbenz por nacionalizar propiedades de la United Fruit en Guatemala (un golpe de estado apoyado por los EUA), para una vez más representar cómo los EUA trataban la desobediencia.
A pesar de la larga historia de represalias norteamericanas a líderes latinoamericanos insubordinados, Castro y sus compañeros permanecieron centrados en aquellos objetivos surgidos en la rebelión del siglo XIX contra los españoles: independencia, soberanía y justicia social.
Al enfrentar la oposición intransigente de Washington, los líderes cubanos aceptaron las consecuencias de una suerte de seguro político acordado en Moscú para su revolución. No tenían otros protectores.
Sabían que los líderes latinoamericanos que no cumplieran con la línea norteamericana enfrentaban el asesinato o el golpe militar.
A diferencia del tipo de influencia norteamericana, los soviéticos no se apropiarían del territorio cubano. Los EUA llegaron a poseer en Cuba las mejores tierras, los mayores ingenios azucareros, las minas, compañías de teléfonos y utilidades, bancos, políticos, casinos y mucho más. Los soviéticos nunca poseyeron ni un acre de terreno. Esperaban, sin embargo, el compromiso ideológico.
Del 59 hasta mediados de los 70, los cubanos se hicieron más saludables e instruidos. Sus servicios sociales se expandieron junto con un gobierno básicamente honesto. Cuba se convirtió en un estado nacional integrado con un propósito. Pero los dirigentes de la política norteamericana comprendieron que una amenaza externa obligaría a los revolucionarios a organizar su defensa.
Captaron el sentido de la Federalista No.8 de Alexander Hamilton: «La seguridad con respecto al peligro externo es la directiva más poderosa de la conducta nacional. Incluso el amor ardiente por la libertad cederá, tras algún tiempo, a sus dictados».
En Cuba, Batista no había permitido la libertad de expresión ni de acción política; así que no tuvo lugar ningún cambio dramático. A diferencia de Batista, los revolucionarios tenían algo más que el poder personal que defender. Y comprendieron las posibles consecuencias.
Las fuerzas armadas norteamericanas mataron casi 4 millones de vietnamitas (en su mayoría civiles) y perdieron 58 000 de sus soldados, mientras la revolución cubana se desarrollaba. Pocas personas pueden explicar hoy en día -o pudieron hacerlo entonces- el propósito de esa guerra.
Al tiempo que actuaba en Vietnam, Camboya y Laos, la CIA también apoyó una cadena de golpes militares contra gobiernos democráticamente electos en Brasil (1964), Chile (1973) e interfirió en procesos políticos de otros estados clientes al invadir la República Dominicana y conspirar en Argentina y Uruguay.
Los doctores y maestros cubanos salieron del país para ayudar a otras naciones, los artistas -de la pintura, escultura, cine, poesía y literatura, música y danza- se ganaron renombre mundial. La CIA asesinó en África al líder independentista congoleño Patricio Lumumba y apoyó a despiadados dictadores. Las tropas cubanas contribuyeron a mantener la independencia de Angola a pesar de serias amenazas por parte de Sudáfrica y tropas apoyadas por la CIA que invadieron el país por el sur y el este.
En 1994, en su toma de posesión como presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela reconoció ante Fidel Castro: «Ustedes hicieron esto posible». Se refería al papel de las tropas cubanas en 1987-88 al ayudar al ejército angolano a causar graves pérdidas a las fuerzas sudafricanas que invadieron por el sur del país, obligando al régimen del apartheid a cambiar su estrategia de militar en política.
Durante los 80, Washington apoyó a regímenes criminales en todo el planeta, como los de El Salvador, Honduras y Guatemala, la misma política de siempre justificada por la retórica de Guerra Fría.
Tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991, el júbilo en los círculos de exiliados en Miami y en sectores oficiales de Washington llegó al tope: ¿colapsaría la revolución cubana en un año, o menos?
Ahora, 21 años más tarde y aún viva, la revolución cubana comienza a cambiar su economía y administración. La prensa norteamericana describe de modo rutinario a Cuba como un país pobre, miserable. Pero en el 2012, en las calles sin violencia de la isla no hay, como en los EUA, grandes números de personas sin techo ni niños hambrientos (uno de dos niños norteamericanos sufrieron de hambre el año pasado).
En los «libres y democráticos» México y Centroamérica, miles de asesinatos relacionados con las bandas y la drogan ocurren anualmente. Cuba no tiene cárteles de la droga ni sus niños deben temer una bala perdida. Mientras que las guerras norteamericanas causaron la muerte a miles de iraquíes y afganos así como a miles de soldados norteamericanos, los médicos cubanos han ayudado a recobrar la visión a miles de personas del tercer mundo.
Los EUA mantienen más presos políticos en Cuba -en Guantánamo- que la propia isla, y ahora tienen leyes que permiten al presidente asesinar, perdón, ejecutar a ciudadanos estadounidenses que él considere «terroristas» (sin procedimiento jurídico). Los ciudadanos estadounidenses son encarcelados de forma indefinida sin recurso a protección constitucional. Pero Washington acusa alegremente a Cuba de violaciones de los derechos humanos.
Cuba ciertamente enfrenta una economía fracturada, una burocracia enorme y otros problemas serios, como la ausencia de prensa libre. Sus líderes han emprendido un proceso de reformas, y un amplio diálogo ha emergido en la población.
En Washington prevalece la ceguera. Los aspirantes presidenciales de ambos partidos ignoran los trillones desperdiciados en guerras destructivas, la diseminación de la pobreza y el descenso en el estándar de vida.
La política respecto a Cuba permanece inflexible. Los defensores de la línea dura requieren cada vez más tiempo para que sus políticas funcionen. ¡Han pasado solo 53 años desde que la élite de Washington decidiera forzar un cambio de régimen!
Nadie pregunta: ¿Y ahora qué fue lo que nos hizo Cuba?