A todo esto y mucho más suena el discurso nada diplomático del Presidente Trump en la Asamblea General de la ONU, donde nunca se había escuchado una perorata semejante; ni siquiera el zapatazo de Jruchov sonó tan estridente. Despotricó contra todo lo que no cuadra con su línea política y, en particular, amenazó con «destruir […]
A todo esto y mucho más suena el discurso nada diplomático del Presidente Trump en la Asamblea General de la ONU, donde nunca se había escuchado una perorata semejante; ni siquiera el zapatazo de Jruchov sonó tan estridente. Despotricó contra todo lo que no cuadra con su línea política y, en particular, amenazó con «destruir totalmente» a Corea del Norte, amén de otras intimidaciones belicistas contra Irán, Venezuela y Cuba; Trump ha militarizado la diplomacia con el fin de salvaguardar la hegemonía de EEUU.
Lo de Corea del Norte, aunque peligroso, es evitable porque ambas partes tienen mucho que perder y nada que ganar; además, Corea del Sur y el Japón, aliados imprescindibles de EEUU en una hipotética contienda, nunca consentirían una conflagración que los pudiera borrar del mapa. La guerra contra Irán es impensable, porque significa la destrucción de Israel. Invadir Venezuela no es lo mismo que invadir a Grenada; además, corren el riesgo de que toda América Latina se levante. Cuba ha resistido un largo medio siglo y puede resistir mucho más. Por lo tanto, y ojalás así sea, más allá de sanciones, que nada resuelven, va a pasar.
Trump es el político menos solapado no sólo estadounidense, si es que se le puede llamar político, y el más predecible, aunque se diga lo contrario, porque sólo hace lo que antes dijo que iba a hacer. Su retórica guerrerista se aleja del discurso típico al que nos tenían acostumbrado los presidentes anteriores de su país, cínica o hipócrita según las circunstancias, y representa su cosmovisión del dominio mundial, a lo que nunca ha renunciado ni va a renunciar. Sin embargo, debe ser analizado de acuerdo al momento histórico que vive la sociedad de EEUU, al borde de la disolución.
En la política de dicho país priman siempre los aspectos nacionales, incluso cuando tratan temas internacionales. Por eso, cada palabra que allá se pronuncia está dirigida al mundo interno, aun si discuten asuntos externos. Aunque Trump comprendiera que el problema norcoreano debería ser resuelto por la vía diplomática, porque la solución militar conduce inevitablemente a la catástrofe global, debe hablar en los términos que habla si no sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, lo van a acusar de ser agente del Kremlin.
Sus palabras son la contraparte del ‘establishment’, que siempre representó a EEUU en todos los cargos políticos y niveles posibles del congreso, del departamento de Estado, del sistema judicial, de la seguridad interna y externa, de la defensa, de los medios masivos de información, y que ahora pretende recuperar el espacio perdido.
Es que la fragmentación de la sociedad estadounidense, a más de antagónica, se ha tornado peligrosa tal como lo indican algunos datos estadísticos: Por los demócratas vota apenas un 29% de la población blanca, mientras que por los republicanos lo hacen más del 70% de blancos; al responder a la pregunta de cuáles valores son los más importantes para la sociedad de EEUU, el 70% de los demócratas considera la pluriculturalidad, en cambio el 70% de los republicanos piensa que la religión; a la pregunta de qué sector de la población es la principal víctima de la discriminación, el 70% de los demócratas considera que las mujeres, los afroamericanos y los homosexuales, en cambio el 70% de los republicanos sostiene que la población blanca es el sector más discriminado; mientras que la inmensa mayoría de los demócratas cree que la Sra. Clinton perdió la elección presidencial debido a la intervención rusa, los republicanos menosprecian este factor.
Por eso se torna imposible un compromiso social entre elementos tan dispares, que constituyen el núcleo de esa sociedad, y por lo contrario la intolerancia va asentado sus garras en lo profundo del corazón de EEUU. Lo demuestra el asesinato legal de cientos de ciudadanos afroamericanos, por cometer delitos nimios o porque así lo ordenan los órganos de seguridad de ese país; también lo confirma las cárceles atestadas por esta minoría racial o la destrucción de monumentos históricos, como los del general Robert Lee, gran estratega del Sur que por sus méritos militares merece ser recordado por todos los estadounidenses. Es que se puede ser contrario a las ideas del nazismo y, al mismo tiempo, admirar las estrategia militar del alto mando alemán. Para no ir tan lejos, Churchil, que no poseía un pelo de comunista, tenía en alta estima la genialidad de Stalin. En la actualidad son destruidos incluso los monumentos a Cristobal Colón, por el delito de haber descubierto América y ser el primer culpable del posterior genocidio. Tal vez tenga razón el poeta Mayakovsky cuando escribe que América debe ser cubierta, limpiada y después descubierta de nuevo. ¿ Cómo aceptar que saquen de cartelera la película «Lo que el viento se llevó», porque dizque muestra una visión tergiversada de la sociedad esclavista, si tanto la novela como el film describen con bastante precisión y belleza las relaciones sociales de la sociedad sureña antes, durante y después de la Guerra de la Secesión?
En resumen, en EEUU se ha perdido lo que los ingenuos llaman sueño americano, una sociedad abierta para todas las corrientes del pensamiento humano, donde el propio esfuerzo es la base para la superación individual; por último, la exclusividad, de la que sin razón se jactan tanto, se reduce ahora al uso exclusivo de la fuerza.
De no aplicarse correctivos, EEUU se encamina peligrosamente a una nueva guerra civil. Se supone que para preverla, evitarla o controlarla, un amplio sector de sus fuerzas armadas ha tomado imperceptiblemente el poder y respalda al gobierno de Trump. Es evidente que la actual administración de la Casa Blanca y la vida política de Trump tienen una orientación militarista y que sus palabras son el reflejo de lo que ha sucedido internamente, un golpe de Estado blando encabezado por el Pentágono, que ha tomado el sartén por el mango con la finalidad de enfrentar el caos interno, el resurgimiento de Rusia y el poderío económico, industrial, comercial y militar de China. No es la primera vez que el rey está desnudo.
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