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Izquierda subalterna o izquierda anticapitalista

IU al borde del estallido

Fuentes: Rebelión

A dos meses vista de las próximas elecciones legislativas, la prolongada crisis de Izquierda Unida se precipita hacia un desenlace que, previsiblemente, comportará traumáticas rupturas. Más allá de los choques personales, de los enfrentamientos entre facciones rivales a que se reduce la percepción que de esta crisis tiene buena parte de la opinión pública, dos […]

A dos meses vista de las próximas elecciones legislativas, la prolongada crisis de Izquierda Unida se precipita hacia un desenlace que, previsiblemente, comportará traumáticas rupturas. Más allá de los choques personales, de los enfrentamientos entre facciones rivales a que se reduce la percepción que de esta crisis tiene buena parte de la opinión pública, dos izquierdas – inconciliables en muchos aspectos – se están gestando.

Raro es un día sin noticias del conflicto que desgarra a Izquierda Unida. Desde la proclamación de Gaspar Llamazares como cabeza de lista para las próximas elecciones legislativas – tras unas «primarias» por correo que, si algo primaron, fue el voto de la afiliación pasiva sobre la voz del activismo militante -, las cacicadas de la mayoría dirigente se han sucedido ininterrumpidamente: exclusión de la Permanente federal de conocidos cuadros del PCE – representando distintas sensibilidades opuestas al actual coordinador -, tentativa de imponer candidatos afines al mismo por encima de la voluntad expresa de la militancia – como en el caso de Valencia… Se está llegando a una situación límite que parece ya imposible reconducir.

Los episodios de esta crisis, incluso los más inmediatos, son de aventurada predicción. Pero, más allá de sus actores y de sus aparentes motivaciones, importa captar cuál es el fondo del enfrentamiento. Y es que, como no podía ser de otro modo, las tensiones que atraviesan IU reflejan – de un modo confuso o deformado, a través de aproximaciones no siempre muy exactas – las contradicciones generales de la lucha de clases. Son esas contradicciones las que proporcionan una base material y social a dos proyectos políticos, distintos y contradictorios, actualmente en gestación en lo que ha sido durante dos décadas la izquierda del PSOE.

Los efectos de la globalización, de las políticas neoliberales y la integración europea, conjugándose con las problemáticas heredadas de la «transición»española, se han hecho sentir profundamente sobre el conjunto del movimiento obrero y, muy particularmente, sobre el espacio social y político que ha encarnado IU. La clase obrera que conocimos en las postrimerías del franquismo ya no existe. Ha sido substituida por un nuevo proletariado: mestizo, rejuvenecido, feminizado… pero también tremendamente precarizado y fragmentado. Y con unas organizaciones sindicales y políticas mayoritarias en franco retroceso y cada vez más adaptadas al sistema. (Baste con recordar, en este inicio de año claramente inflacionista, los sucesivos pactos de moderación salarial firmados por las burocracias de UGT y Comisiones Obreras). La socialdemocracia ha seguido un intenso proceso de integración a las instituciones y dispositivos neoliberales. Y la presión sobre su izquierda se ha revelado tanto más fuerte cuanto que sus referentes y bases tradicionales iban desmenuzándose. No podía tardar, pues, en surgir el dilema que hoy se plantea.

Desde este punto vista, la legislatura que acaba ha sido crucial. Tras unas primeras y obligadas concesiones al movimiento ciudadano que le había llevado al poder – en lo referente a la guerra de Irak o en materia de derechos civiles -, el ejecutivo de Zapatero ha seguido una línea continuista respecto al PP en lo presupuestario, en materia fiscal, en cuanto a legislación social… o ha cedido ante la movilización de la derecha más rancia en materia educativa, en el terreno de las reformas estatutarias o en el frustrado proceso de paz en Euskadi. Pero, por su parte, Izquierda Unida se ha revelado incapaz de perfilar una alternativa, ni siquiera de actuar como una oposición por la izquierda a las políticas social-liberales del gobierno. Todo lo contrario: el grupo parlamentario IU-ICV se ha tragado los presupuestos de Solbes – incluido el último, justamente tildado de «antisocial», pero votado «responsablemente» en segunda lectura con la aprobación del canon digital de propina -, la Ley de Defensa Nacional, la LOE, la expedición al Líbano… y prácticamente todo lo que le ha echado el gobierno. Sin olvidar su política antiterrorista que, con el sumario 18/98 o algunos «hábiles interrogatorios» de la Guardia Civil, alcanza estos días cotas de auténtica ignominia.

A estas alturas no puede hablarse ya de una orientación errónea, sino de una opción estratégica. La mayoría federal que ha ido aglutinándose en torno a Llamazares no considera la posibilidad de construir una izquierda de carácter anticapitalista, independiente; sólo vislumbra una opción complementaria del social-liberalismo. La pretensión de refundar Izquierda Unida como «izquierda verde», siguiendo el patrón catalán de ICV, tiene muy poco que ver con una súbita toma de conciencia de la catástrofe medioambiental hacia donde nos precipita el capitalismo – ¡ojala se tratara de eso! – y mucho con la transformación de IU en un partido institucional, de cuadros profesionales, cuya función sería la de actuar como «conciencia crítica» del PSOE, tratando de arrimar electoralmente a su vera todo un abanico de segmentos sociales que difícilmente llegarían a reconocerse en el reformismo español. Por supuesto, ni por asomo hay en ese proyecto la pretensión de disputarle su hegemonía sobre el mundo del trabajo, ni de aproximarse hacia la izquierda sindical o las resistencias sociales. No. Los amigos de Llamazares se encuentran preferentemente en el aparato de Fidalgo, donde no pocos coquetean con el PSOE… y unos cuantos lo hacen ya descaradamente con el PP. Finalmente, el nuevo «federalismo» de que se habla se refiere a libertad para establecer pactos de geometría política variable en las distintas comunidades autónomas, según lo que fuera necesario para alcanzar presencia institucional aquí o allá: consolidar, por ejemplo, un pacto con el PSOE en Asturias en torno a una política privatizadora y represiva del movimiento obrero contestatario; certificar en Vitoria una alianza gubernamental con el PNV que asegura prebendas y recursos para mantener a un buen número de liberados; favorecer la participación en un tripartito como el de Catalunya, o incluso el entendimiento ocasional con fuerzas de derechas, equiparables políticamente a CiU – como sería el caso del Bloc Nacionalista en Valencia… En resumen: la negación de un proyecto republicano, clasista, de ruptura y transformación, y su substitución por una política posibilista y carente por completo de principios.

Ritmos desiguales

La gestación de esa izquierda subalterna está ya muy avanzada. Cuenta, desde luego, con las simpatías del gobierno y algunos poderosos medios de comunicación. La perspectiva que abre ejerce una fuerte atracción sobre no pocos sectores de IU, por mucho que algunos vacilen aún a la hora de dar un paso irreversible. Atrae a numerosos cuadros que no conciben ya vivir de otra cosa que de la política y la representación – y que cuando hablan de «afiliación» piensan en votos y cotizaciones, nunca en el protagonismo de un movimiento político y social. Atrae a una dirección como la del Partit dels comunistas de Catalunya, a quien aterra la idea de perder el miserable cobijo institucional que le proporciona la coalición con Saura; arrastra algunos grupos a la deriva como el POR, sin otra relevancia que la de aportar el cinismo fresco de los conversos y cubrir el flanco izquierdo de toda esa operación…

Si por ahí las cosas están cada vez más claras, por el otro lado, el de la configuración de una izquierda de combate, las dificultades e incertidumbres son mucho mayores. Y es que esa izquierda entregada que representan Llamazares y su corte no ha caído del cielo: se ha gestado en las filas de IU… y de ese mismo PCE del cual querrían desembarazarse de una vez por todas, confirmando así la ruptura con cualquier vestigio «rojo». La deriva de Llamazares tiene lejanas raíces en la transición. Pero otras más cercanas en el pragmatismo municipalista, en la profesionalización de los dirigentes y su elevación por encima de las bases, en los comportamientos autoritarios hacia las disidencias y críticas de izquierdas, en las políticas conciliadoras y las coaliciones diversas con el PSOE – algunos de quienes abominan, con toda la razón del mundo, del papel de IU en un gobierno municipal especulador como el de Gijón, no tienen nada que objetar a la participación en el de Sevilla, ni al voto de su retrógrada ordenanza cívica…

Esa realidad ha determinado que la oposición a una deriva liquidadora del proyecto original de IU haya sido tantas veces inconsistente, vacilante y proclive a la componenda, y que siga careciendo de claridad y determinación política. Hoy por hoy, el frente que se opone a Llamazares se asemeja más a un movimiento por la pulcritud estatutaria y la democracia interna que a una real alternativa política. Y esa democracia, aún siendo la primera exigencia, resulta ya insuficiente. Sólo tiene sentido en aras a la claridad de un debate que no se puede postergar ni diluir. Algunos dirigentes del PCE, abocados hoy a un enfrentamiento con el coordinador, albergan aún la esperanza de un pacto honorable «in extremis» que les permita salvar los muebles. Hay mucho miedo a saltar sin red. «¿Y si la batalla nos llevase a una ruptura y acabásemos siendo una fuerza extraparlamentaria?» ¿Cuántos cuadros tienen el valor necesario para sacar un balance, útil para el futuro, de nuestra agotada izquierda y de su propio partido?

Lo cierto es que la victoria de Llamazares en las primarias ha sido reveladora. Pocas energías quedan en IU para tratar siquiera de revertir la situación. De hecho, una parte muy significativa, quizás determinante, de los y las activistas sociales, de los cuadros animadores de la izquierda sindical, de la militancia anticapitalista, hace tiempo que está fuera de IU o ha ido distanciándose de ella. El triunfo de la «democracia postal» sólo se explica por la existencia virtual de muchas asambleas, por la desvinculación de los movimientos, por la sangría militante, por la generalización del desánimo… Las tendencias conservadoras, enraizadas en las inconsecuencias y los errores de ayer, se han tornado imparables en un contexto de retroceso general del viejo movimiento obrero y de hegemonía neoliberal. Por eso resulta tan ilusoria la idea de «volver a los orígenes de IU». Esa es en realidad la única opción del todo inviable: ya no es posible recomponer la Izquierda Unida de Julio Anguita, ni nada por el estilo. Tampoco es una opción realista – o sólo de un modo episódico y como preludio de una nueva crisis – un repliegue «identitario» en torno al PCE, aunque fuese en torno a un liderazgo rejuvenecido. El impulso revolucionario original del partido es apenas una referencia histórica para las nuevas generaciones, sus dirigentes carecen de la autoridad necesaria sobre ellas y bajo esas siglas han convivido – y de hecho aún coexisten – las mismas tendencias que hoy se confrontan en IU. Hace mucho tiempo ya que el problema de la izquierda ha rebasado el marco del PCE y sus familias, incluidas las más fieles a la clase trabajadora.

Del mismo modo que no hay marcha atrás, tampoco existen atajos. La verdadera alternativa se sitúa entre el proyecto llamazarista y el inicio de una durísima lucha – una lucha que requerirá años e ingentes esfuerzos – por la reconstrucción de una izquierda anticapitalista consecuente; una izquierda que gire hacia los movimientos sociales, que se oponga decididamente al social-liberalismo y no sucumba a los cánticos de sirena de la participación en sus gobiernos; una izquierda que deje de ser la «izquierda de la monarquía» y enarbole la bandera de una democracia radical, capaz de dar por fin salida a los anhelos de autodeterminación de Euskal Herria, Catalunya o Galiza; una izquierda que entienda que el internacionalismo de verdad empieza por la lucha contra los intereses imperialistas de «nuestras» propias multinacionales… Esa izquierda no es una ensoñación: los mimbres para construirla están ahí, aunque dispersos y fragmentarios. Esa izquierda late ya en las múltiples resistencias sindicales, sociales, democráticas, antirracistas, feministas, de defensa del territorio que surgen aquí y allá… Dentro y – cada vez más – fuera de IU. Los tiempos de crisis y lucha de clases que se avecinan pondrán en movimiento nuevas fuerzas, brindarán nuevas oportunidades, a la vez que plantearán de modo insoslayable la necesidad de ese nuevo polo alternativo.

La batalla que hoy se libra en las filas de IU – acaso la última – puede revestir la mayor importancia para la gestación de tal referente. Lo será tanto más cuanta mayor claridad haya acerca de las propuestas políticas y las alianzas que cada cual defiende, cuanto menor sea el espacio que concedamos a la retórica engañosa y mayor nuestra concreción. El balance de un proyecto transformador que llega al final de su tormentosa singladura sólo puede ser otro proyecto más firme y audaz. IU ha vertebrado durante años los anhelos de una parte decisiva de la izquierda más consciente y combativa de este país. De nosotras y nosotros depende que ningún esfuerzo haya sido vano.

* Lluís Rabell es miembro del Consell Nacional de EUiA y de la Coordinadora Confederal de Espacio Alternativo.