El 95% de las mujeres ha sufrido mutilación genital en el país africano, pese a que la ley lo prohíbe
Entre el zumbido de las carreteras asfaltadas, las que están cubiertas de barro y las que tienen todo tipo de baches, Conakry se abre como la capital y ciudad más grande de Guinea, ubicada en el oeste de la costa norteafricana y bañada por el océano Atlántico. Es la ciudad natal de Kadiatou Konaté, referente juvenil en el país, reconocida por su activismo feminista.
“Todo empezó cuando, un día, una compañera de clase del instituto me llamó y me dijo que la querían casar forzosamente. Este fue el detonante y el inicio de la lucha: intentamos parar el matrimonio por todas las vías, y al final, gracias al apoyo de los servicios sociales y la mediatización del caso, conseguimos frenarlo”, recuerda Kadiatou. “También empezó como un desafío hacia mi padre, que decía que las generaciones más jóvenes no hacíamos nada”. Desde aquella declaración de intenciones, su perseverancia en la lucha a favor de los derechos de las mujeres y las niñas y en contra de las violencias de género la han consolidado como líder política: arraigada en su país, en su ciudad y, sobre todo, en su comunidad.
A partir de este caso, Kadiatou se convirtió en un faro de referencia y ayuda para muchas chicas que se encontraban (y se encuentran) en la misma situación. “Para mí es una pasión y un deber que voy desarrollando y aprendo cada día. Es un: contigo y para ti”, explica sentada en uno de los sillones del comedor de su casa, embarazada de pocas semanas de su primer hijo. Vive con su marido en un piso alejado del centro de la capital, rodeado, como la mayor parte del país, de edificios a medio construir.
Konaté tiene 22 años y se ha graduado hace poco en Comunicación Audiovisual. Actualmente, es la presidenta de la asociación Club de Jóvenes Líderes de Guinea, una organización nacida en 2016 que crece cada día. La asociación acoge a más de 500 personas voluntarias que trabajan en todo el país, repartidas entre las ocho regiones administrativas en las cuales se divide Guinea, para sensibilizar en torno a los feminismos y la protección de los derechos humanos. “Todas las voluntarias son embajadoras de la lucha contra el matrimonio forzado, la mutilación genital femenina y la violencia sexual. Son prácticas que teóricamente están castigadas por la ley, pero que todavía están muy arraigadas en la cultura y en las comunidades”.
Según un estudio de la Fundación Wassu-UAB, en 2021 el 47% de las mujeres en Guinea se casaron antes de los 18 años
Una de las violencias más extendidas que se ejercen sobre los cuerpos de las mujeres guineanas (y sobre todo de las jóvenes) es la mutilación genital femenina (MGF). El 95% de las mujeres del país la han sufrido, lo que sitúa a Guinea como el segundo país del mundo donde se ejerce más esta violencia, después de Somalia. El matrimonio forzado e infantil también es una práctica cotidiana. Según un estudio de la Fundación Wassu-UAB, en 2021 el 47% de las mujeres en Guinea se casaron antes de los 18 años. Una de las conclusiones que apunta el estudio es que, mientras haya una comunidad que legitime y ejerza la MGF, es muy probable que también fuerce a sus hijos e hijas al matrimonio infantil. Además, también señala que “en las sociedades donde las desigualdades de género limitan el acceso de las mujeres a la independencia económica, el matrimonio forzado acostumbra a ser una buena opción de supervivencia para asegurar cierta seguridad financiera”.
A pesar de que el Código Penal del país castiga la violencia machista, la falta de esfuerzos políticos en materia de atención, de construcción de centros de acogida y de apoyo a las víctimas hace que las violencias se perpetúen. “El abuso sexual es una realidad en todos los niveles, también en las esferas políticas más altas. La gente no habla de ello y se acaba normalizando”, denuncia Kadiatou.
Fuera de las ciudades, esta realidad se potencia todavía más. El 62% de la población guineana vive en zonas rurales donde el nivel de alfabetización es muy bajo, especialmente entre las mujeres. Según los datos recogidos por la organización Sara, una ONG local que trabaja con las comunidades para hacer frente a la feminización de la pobreza, el 80% de las mujeres rurales guineanas no están alfabetizadas.
Boubacar Sylla, presidente de otra ONG local, Club de los Amigos del Mundo, explica que “la carencia de recursos básicos y de servicios como la sanidad y la educación provoca que la vulnerabilidad a la cual están expuestas las mujeres y niñas sea más grande”. Durante un encuentro en su sede en Conakry, compartida con Acción Sin Fronteras (que trabajan para la prevención y acompañamiento del VIH y el empoderamiento feminista) y OSAC (que trabajan contra el paludismo), apuntan que “las mujeres casi no tienen acceso a espacios de poder”. Explican que, además de la mutilación genital femenina y los matrimonios forzados, en los espacios privados los índices de violencias de género, tanto psicológica, física como feminicidios, se disparan. “Todas estas violencias se quedan de puertas para dentro, pesan más la presión y el estigma social. Tampoco hay ningún tipo de atención psicológica. Tenemos constancia de casos de mujeres que se han suicidado porque no podían soportar más violencias”.
Todas estas organizaciones trabajan acompañadas de las comunidades para hacer frente a estas violencias. Lo hacen mediante el impulso y la creación de redes en clave feminista y el empoderameinto comunitario, la denuncia y desestigmatización de estas realidades y a través de proyectos y formaciones de base.
Un ejemplo es la iniciativa ‘Escuela de Maridos’ que impulsa el Club de los Amigos del Mundo, que se lleva a cabo en la jefatura de la región de Kindia y se reúnen en el pueblo de Friguiagbé. La Escuela de Maridos la forman diez hombres de entre 45 y 50 años, escogidos entre los 75 que se presentaron cuando hicieron el llamamiento, y que ejercen como líderes comunitarios. Después de recibir meses de formación por parte de profesionales especializados en violencias de género, los diez hombres son los encargados de concienciar a sus comunidades de los daños de la mutilación genital, del matrimonio forzado y de prevenir e informar sobre cualquier violencia física y psicológica sobre las mujeres, y de sus derechos. Mamadou Sylla, coordinador del proyecto, explica que desde que se impartió la formación se han visto cambios, y que los hombres que participan de los liderazgos comunitarios son coherentes con sus llamamientos, y confirma que esa herramienta es efectiva. Según Zakaria Souman, uno de los participantes de la Escuela, “la violencia contra las mujeres es una cosa generacional y cultural. En casa lo hemos visto siempre: nuestros abuelos y bisabuelos pegaban a sus esposas. Nuestros padres, e incluso nosotros mismos de jóvenes. A pesar de que ahora hay leyes, no se respetan, y hace falta que trabajemos nosotros desde las comunidades para cambiarlo”.
En la organización Sara, también con sede en la jefatura de Kindia, coordinan en torno a 250 grupos de trabajo exclusivamente de mujeres para hacer frente a la pobreza, y de paso, prevenir violencias machistas. Su coordinadora cuenta que tienen grupos de trabajo en el campo, en la pesca o haciendo jabón. “No tenemos ningún tipo de financiación de nada ni de nadie, pero entre nosotras nos coordinamos para conseguir los materiales que necesitamos para trabajar”. Paralelamente, cada dos semanas se reúnen en lo que conocen como sere: encuentros de las mujeres de cada pueblo, sin presencia de ningún hombre, para poder compartir sus cotidianidades.
Una de las tareas que también asume Kadiatou Konaté es hacer llegar a las esferas públicas estas iniciativas, y así promover espacios seguros y desestigmatizar el hecho de recibir violencias machistas. Forma parte del comité ad hoc para la creación del Consejo Nacional de Juventud junto con el primer ministro y el representante de las Naciones Unidas en el país, y también ha participado en diferentes encuentros y conferencias en todo el mundo sobre el empoderamiento de las mujeres y las niñas.
La joven refleja el salto generacional y el cambio de conciencia colectiva entre las chicas de su edad y generaciones anteriores, y es crítica con la mirada externa europea: “Creo que Europa tiene una imagen sesgada de la realidad que viven los diferentes países africanos y las mujeres de sus comunidades. Es un continente súper diverso. La mirada está muy tergiversada”, concluye.
Sara Aminiyan Llopis y Anna Enrech Calbet son cofundadoras de Yemayá Revista.