Recomiendo:
0

Jugando con fuego: Estados Unidos, Irak, Irán

Fuentes: La Jornada

Cuando se es un país poderoso, es difícil no jugar con fuego. Pero el régimen de Bush ha sido particularmente temerario. Tomemos por ejemplo el triángulo Irán, Irak, Estados Unidos. La historia es bien conocida. La primera famosa intervención de la CIA en alguna parte del mundo ocurrió en Irán, allá en 1953. Irán tenía […]

Cuando se es un país poderoso, es difícil no jugar con fuego. Pero el régimen de Bush ha sido particularmente temerario. Tomemos por ejemplo el triángulo Irán, Irak, Estados Unidos. La historia es bien conocida. La primera famosa intervención de la CIA en alguna parte del mundo ocurrió en Irán, allá en 1953. Irán tenía un primer ministro llamado Mohamed Mossadegh, político, laico y de clase media, que tuvo la audacia de nacionalizar el petróleo iraní. El shah se fue al exilio. Gran Bretaña y Estados Unidos estaban bastante descontentos con ello y respaldaron, de hecho inspiraron, un golpe militar para arrestar a Mossadegh y reinstaurar al shah en su trono. A partir de entonces, el Irán del shah se volvió un cercano aliado de Estados Unidos. El régimen del shah Reza Pahlevi era autoritario y muy represivo, pero eso no molestaba a Washington porque era un pilar de las fuerzas favorables a Estados Unidos en Medio Oriente.

Finalmente, en 1979 el régimen del shah fue derrocado por un levantamiento popular y de nuevo el shah se fue al exilio. Esta vez las fuerzas dominantes no fueron los nacionalistas laicos, sino militantes islamitas dirigidos por el ayatollah Ruhollah Khomeini. Se proclamó una república islamita. En el lapso de un año, los militantes iraníes tomaron la embajada estadunidense y mantuvieron prisioneros a quienes hallaron dentro por 444 días. Sobra decir que Estados Unidos se molestó bastante una vez más. Irán proclamó a Estados Unidos «el Gran Satán», y a su vez este ultimo país consideró a Irán enemigo total. El intento del presidente Carter por liberar por la fuerza a los prisioneros de la embajada resultó un fiasco. Y el presidente Reagan los sacó sólo porque hizo un acuerdo secreto mediante el cual regresó activos iraníes congelados a cambio de su liberación.

Estados Unidos decidió que la mejor manera de lidiar con los iraníes era animar al presidente de Irak, un tal Saddam Hussein, a invadir Irán, lo que hizo en 1980. Por supuesto, Irán es, en gran medida, un país musulmán chiíta. E Irak tiene gran cantidad de musulmanes chiítas que no obstante se veían impedidos de participar del poder por los políticos árabes sunnitas desde la creación de Irak como Estado soberano moderno. En 1983, Reagan mandó a un tal Donald Rumsfeld como enviado especial a reunirse con Saddam Hussein, para animarlo en sus esfuerzos de guerra, para ofrecerle formas de asistencia directas e indirectas (incluidos algunos elementos de guerra biológica), para retirar a Irak de la lista estadunidense de estados que apoyaban a grupos terroristas y en general para mimar a Saddam. La guerra entre Irán e Irak duró ocho años, fue extremadamente costosa para ambos bandos en bajas y en dinero, y finalmente terminó por desgaste, con las tropas de vuelta al punto de partida. Fue una tregua militar pero, por supuesto, la enemistad política persistió.

Como sabemos, Saddam Hussein se vio en dificultades para pagar las deudas que había contraído con el fin de emprender esta guerra, en especial las enormes deudas de Irak con Kuwait y Arabia Saudita. Decidió cancelarlas y satisfacer los añejos reclamos nacionalistas en una sola arremetida, invadiendo Kuwait en 1990. Ahora, por fin, Estados Unidos se puso en contra de Saddam Hussein y encabezó una coalición autorizada por Naciones Unidas para sacar a Irak de Kuwait, entre otras cosas, con el respaldo tácito de Irán. La guerra llegó a su fin con varias clases de traiciones.

Saddam había enviado mucha de su fuerza aérea a Irán para protegerla de los bombardeos estadunidenses. Después de la guerra, Irán se negó a regresar los aviones. En Irak los chiítas se rebelaron contra Saddam Hussein, durante la guerra del Golfo, pero Estados Unidos rehusó ayudarlos después de la tregua con Saddam. Eventualmente, Estados Unidos puso, en efecto, una zona sin navegación aérea sobre las aéreas chiítas -muy tarde, sin embargo- para evitar que Saddam cobrara venganza de los rebeldes chiítas.

Todos quedaron algo insatisfechos con la tregua de facto instaurada entre 1991 y 2001. Los neoconservadores en Estados Unidos sintieron que su país estaba humillado por el hecho de que Saddam permaneciera en el poder. Hussein no estaba contento por el boicot económico encabezado por Estados Unidos y por las limitaciones a la soberanía iraquí, decretadas por Naciones Unidas, concernientes a la venta de crudo. Los chiítas iraquíes (y los kurdos) estaban insatisfechos, porque Saddam seguía en el poder y Estados Unidos los había abandonado. E Irán estaba descontento porque Saddam seguía en el poder, porque los chiítas iraquíes seguían sufriendo y porque Estados Unidos era aún una potencia demasiado grande en la región.

Cuando ocurrieron los ataques del 11 de septiembre, los neoconservadores vieron la oportunidad de hacer que Bush se enfocara en una guerra contra Irak. Como sabemos, la invasión ocurriría, finalmente, en 2003, y resultó en el derrocamiento de Saddam. En ese entonces, George W. Bush denunció al «eje del mal» -trío formado por Irak, Irán y Corea del Norte. Estados Unidos había decidido ponerse al mismo tiempo en contra de ambos regímenes, el iraquí y el iraní, pero tomar primero Irak militarmente. Es bastante claro que en 2003 el régimen de Bush consideraba que emprenderla contra Irán sólo era cuestión de tiempo.

Lo que Bush parecía esperar en 2003 era que Estados Unidos podría instalar, bastante rápido, un régimen amigable en Irak, para luego proceder a forzar un duelo contra Irán. Lo que no esperaban era que existiera un movimiento de resistencia bastante poderoso, uno que ahora parecen no ser capaces de contener seriamente. Lo que no esperaban era que los chiítas ejercieran una eficaz presión política para efectuar elecciones pronto, que daría a los chiítas una mayoría en el gobierno. Lo que no esperaban era que los militares estadunidenses estuvieran tan extenuados, que no hay manera de que Estados Unidos considere seriamente emprender ningún tipo de acción militar para cambiar de régimen en Irán.

Y lo que menos esperaban es que Irán estuviera en posición de ser el gran ganador diplomático en la invasión estadunidense. Consideren lo ocurrido el 15 de mayo de 2005. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, realizó una visita no anunciada a Bagdad, durante la que invirtió su corta estancia en medio regañar, medio rogar al nuevo gobierno iraquí, y todo esto es público. Dijo que los iraquíes debía tratar de ser más «incluyentes», palabra clave para dar más espacio a los árabes sunitas en el gobierno. Les advirtió que no debían debaathificar «severamente», es decir, que debían incluir en el poder al menos a algunos de aquellos que simpatizaban con Saddam Hussein. Se supone que Rice piensa que ello minaría la resistencia ante la ocupación estadunidense y haría posible reducir el compromiso de las tropas estadunidenses en Irak (¿sería mejor usarlas contra Irán?). Esta es una curiosa vuelta, que hace que una secretaria de Estado estadunidense ruegue en favor de por lo menos algunos de los ex baathistas. Y hasta donde se puede ver, ante oídos medio sordos. Los análisis del actual gobierno iraquí, o más bien sus prioridades, parecen ser muy diferentes.

Dos días después el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Kamal Khazzeri, arribó en visita de cuatro días, una que resultó mucho más exitosa. Lo recibió en el aeropuerto el ministro de Relaciones Exteriores de Irak, Hoshyar Zebari, él mismo sunita y kurdo, que habló en fluido farsi. Después de tres días, Irán e Irak firmaron un acuerdo para poner fin a las hostilidades entre ambos países, y el nuevo gobierno iraquí concordó con Irán en que la guerra Irak-Irán la había iniciado Saddam Hussein. Ambas naciones renovaron sus críticas hacia Israel. Si Bush piensa que el nuevo gobierno iraquí va a unirse a Estados Unidos en cruzada contra Irán, ese otro miembro del «eje del mal» debe estar mal de la cabeza.

Las relaciones entre Irak e Irán se han normalizado y van en route de hacerse más amigables. No es esto lo que los neoconservadores avizoraban cuando lanzaron una escalada en favor de una «democratización» del Medio Oriente encabezada por Estados Unidos. Cuando las fuerzas estadunidenses abandonen Irak (tal vez más pronto que tarde), Irán seguirá ahí, y (gracias a Estados Unidos) estará más fuerte que nunca.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein