El viejo adagio, «en la calle y sin llavín», aunque lamentable, se adapta perfectamente a los cientos de miles de personas damnificadas del huracán Katrina, pues las últimas noticias aseguran que ahora esas familias podrán perder las casas rodantes y los alojamientos provisorios que les habían sido asignados. Mientras la nueva administración de la Casa […]
El viejo adagio, «en la calle y sin llavín», aunque lamentable, se adapta perfectamente a los cientos de miles de personas damnificadas del huracán Katrina, pues las últimas noticias aseguran que ahora esas familias podrán perder las casas rodantes y los alojamientos provisorios que les habían sido asignados.
Mientras la nueva administración de la Casa Blanca y el Congreso aprueban multimillonarias sumas de dólares para tratar de salvar a los bancos y compañías en bancarrota debido a la enorme crisis financiera que sufre la economía norteamericana, los afectados por el Katrina permanecen en el limbo sin ninguna esperanza de resolver sus perentorias necesidades.
Hace casi cuatro años, el 29 de agosto de 2005, ese huracán rompió los diques que resguardaban a las ciudades de Nueva Orleáns y otros poblados de Luisiana y Mississipi. La catástrofe provocó la muerte de 1 500 personas, además de cientos de desaparecidos cuyos cuerpos fueron tragados por las corrientes marinas.
Las devastadoras imágenes de ciudades arrasadas, personas clamando ayuda desde las azoteas de sus destruidas casas y cientos de cadáveres flotando por sus inundadas calles, mostraban al mundo las insuficiencias para proteger la vida de los ciudadanos en el país económicamente más poderoso del mundo.
La rica historia cultural y política de Nueva Orleáns y de su famoso jazz resultaron prácticamente arrasadas mientras el presidente George W. Bush felicitaba a las autoridades por el «buen manejo de la situación en tiempos de emergencia».
Ingenieros, científicos, así como dos reportajes, uno del Nacional Geographic y otro del diario Nueva Orleáns Times Picayune habían advertido muchos meses antes que los sistemas de diques y canales eran insuficientes, la erosión de las barreras naturales que resguardaban a la ciudad resultaban vulnerables y que debía evitarse por todos los medios una posible catástrofe.
Los políticos de Washington estaban enterados de toda esa realidad pero hicieron caso omiso y hasta recortaron los fondos de las compañías que debían responder a los posibles desastres y enviaron los recursos hacia Iraq y Afganistán con el propósito de mantener las ocupaciones y las guerras en esos territorios.
El golpe económico, social y psíquico provocado a miles de familias por el Katrina y por la desidia de la administración norteamericana de George Bush han sido demoledores.
Hace dos años, la situación fue definida brillantemente por el escritor afroestadounidense, Walter Mosley cuando denunció: «no sólo nos falló el gobierno en responder al llamado de sus ciudadanos más vulnerables durante ese periodo fatal; aún fracasa cada día en reconstruir, redimir y rescatar a aquellos que son ignorados por su pobreza, su raza, su paso a la tercera edad».
Varios periódicos como el The Nation han señalado que los sucesos del Katrina durante y después de la tragedia, son solo un Iceberg de la sociedad norteamericana donde el sistema escolar esta deteriorado; el de salud deja sin atención a millones de personas, incluso niños; crece la privatización de los servicios sociales, mientras la propiedad o alquiler de la vivienda se convierte en un lujo; las cárceles permanecen repletas y la drogadicción se extiende por todos los estratos de la sociedad.
En Nueva Orleáns, la cuna del famoso Jazz, la situación va de mal en peor para la inmensa mayoría de su población pobre y de bajos ingresos.
El transporte urbano se redujo a una quinta parte, funciona solo la mitad de las escuelas, muy pocos hospitales brindan servicio y encontrar vivienda se hace sumamente difícil para las personas de bajos recursos.
Ahora miles de habitantes ubicados en casas rodantes y alojamientos provisorios serán lanzados a las calles según el diario The New York Times.
El rotativo señaló en una nota que la Agencia Federal de Emergencia (FEMA por sus siglas en inglés) envió cartas a 9 000 familias para informarles que las casas rodantes serán retiradas en breve, por ser un programa transitorio, a pesar de que los trabajos de restauración de las viviendas dañadas no se han completado.
El director de Asuntos Externos de la agencia, Brent Colburn dijo que habían intentado ayudar a esos núcleos a encontrar casas permanentes, declaraciones que fueron rechazadas por todas las personas entrevistadas por el diario.
Varias de ellas explicaron que no habían recibido ningún apoyo de la FEMA y que la única vez que vieron a sus agentes fue hace un mes cuando les dijeron que debían desalojar las casas rodantes o las habitaciones en los hoteles que les fueron asignadas en un principio.
Son cosas del sistema social de Estados Unidos que primero prefirió asignar millonarias sumas a sus guerras en Iraq y Afganistán y ahora desvía abundantes recursos para tratar de salvar a bancos y compañías en quiebra, en detrimento de millones de habitantes pobres y de bajos ingresos.