Observaba las imágenes del paso del huracán Katrina por Nueva Orleans, Mississippi y Alabama, en Estados Unidos, y no pude evitar las comparaciones. Recordé -quién que haya visto esas imágenes por TV no lo ha hecho-, cuando hace unos meses nuestro país estuvo amenazado por un Iván categoría 5, y cómo la máxima dirección del […]
Observaba las imágenes del paso del huracán Katrina por Nueva Orleans, Mississippi y Alabama, en Estados Unidos, y no pude evitar las comparaciones.
Recordé -quién que haya visto esas imágenes por TV no lo ha hecho-, cuando hace unos meses nuestro país estuvo amenazado por un Iván categoría 5, y cómo la máxima dirección del país no escatimó tiempo y recursos en la prevención del terrorífico huracán.
Foto: APLos medios de comunicación cedieron sus espacios a los especialistas del Instituto de Meteorología y a los mandos de la Defensa Civil para la orientación oportuna y sistemática. No hubo un cubano que no supiera qué hacer, en qué momento y lugar sería evacuado para salvar vidas y bienes.
El Estado revolucionario, las organizaciones políticas y de masas y el pueblo todo se fundieron en uno solo para enfrentar con el menor riesgo posible el inevitable evento. La solidaridad, esa que caracteriza nuestro sistema se situó en primera línea.
Recordaba eso y me preguntaba cómo era posible que en el país más rico y poderoso del planeta, el Katrina con su perversión de grado 5 se haya podido cebar con tanta saña contra Louisiana, Mississippi y Alabama, y sus pobladores solo hayan recibido la orientación de ¡huir! dada por las autoridades.
Huir en el caso del Katrina. Matar en el caso de Iraq o Afganistán. Huir y matar, antivalores de una sociedad decadente que ni siquiera hoy, a cuatro días de haber pasado por su territorio el devastador meteoro, el Gobierno es capaz de articular una respuesta coherente para enfrentar la catástrofe, las eventuales epidemias, la falta de alimentos, agua y techo para las decenas de miles de damnificados.
Son, precisamente esos antivalores los que hacen vulnerable a la nación más rica y poderosa de la Tierra.
Un despacho de prensa cuenta que un camionero en Louisiana, herido de cáncer de pulmón no resistió la embestida y murió antes de que su mujer lograra llegar con un emergente balón de oxígeno. Ella lo tendió en un improvisado ataúd y salió con él por las calles anegadas de agua en busca de alguien que la socorriera para entregar el cuerpo en un hospital público. Tres horas luchó contra la marea inerte hasta que ofreciendo 20 dólares consiguió subirse con su carga de muerte a la cama de un camión.
No olvidemos que la zona más perjudicada está habitada en muchos casos por personas pobres de esas que por cientos de miles malviven en el sur estadounidense.
¿Dónde están los carros anfibios, los vehículos de salvamento?, ¿Dónde está el Presidente que sólo vio la inmensa zona de desastre desde la ventanilla de su avión?
La desinformación o falta de información previa y durante el paso de la tormenta, hizo públicas escenas donde los propios habitantes no sabían para donde ir, en qué lugar protegerse, dónde estarían sus familiares, etc, etc.
¿O es que el poder mediático en Estados Unidos solo sirve a los intereses de la guerra, la agresión y las presentaciones casi diarias del presidente Bush diciendo que la democracia en Iraq avanza?
Cuatro días después del cruce del Katrina la realidad es demoledora. La maquinaria capitalista no se conduele y ahí están las aseguradoras buscando resquicios para no enfrentar los daños. Anuncian que pagarán solo a aquellos afectados por las inundaciones pero no por los vientos, mientras se cuentan por decenas de miles los que han quedado sin techo. Sin contar con que los beneficiarios serán únicamente aquellos que tuvieron posibilidades de pagar una póliza de seguro. Los otros, los más, podrían, eventualmente, convertirse en homeless, en parias en su propia tierra, sin esperanza de que el Estado asuma la reconstrucción de sus viviendas o les asigne albergues en donde guarecerse.
Esto, sin contar con que ya se han levantado voces de protesta por la incapacidad demostrada hasta ahora por las autoridades que aún no han podido hacer una evaluación de las pérdidas materiales y de vidas humanas.
Y como para paliar tal deficiencia, ayer se conoció que el Presidente W. Bush realizará (tardíamente) este viernes un recorrido en helicóptero por parte de la zona más afectada y que Bush padre y el ex mandatario William Clinton, coordinarán las tareas de «socorro privado» -léase colecta pública-, para recaudar fondos con que ayudar a los más necesitados.
¿Colecta pública? ¿Y los recursos multimillonarios del país? ¿No tiene Estados Unidos planes y reservas de recursos para enfrentar situaciones como esta? ¿No ha solicitado la Administración republicana multimillonarios fondos para la agresión a Iraq y Afganistán?
¿O también la desgracia humana se hace parte del negocio, la compra-venta, el mercado?
En este contexto de caos e incertidumbre en el que cientos de miles de damnificados por la tormenta Katrina viven momentos de desespero, incluso sin saber aún donde están sus familiares o si están vivos o muertos, el proceso de evacuación en Nueva Orleans, se suspendió ayer al ser tiroteados los helicópteros militares mandados a última hora.
En los centenares de kilómetros que conforman la zona del desastre en el sureste del país, no funcionan ni el teléfono, ni los ordenadores, nadie tiene electricidad, y los saqueos en busca de alimentos se convierten igualmente en un peligro.
De manera lamentable, la gran potencia, el superpoder, el país más rico de la Tierra, ha mostrado su vulnerabilidad. Los antivalores en los que se basa el sistema están cobrando su precio.