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La anti-Ilustración para el siglo XXI (Parte IV)

Fuentes: Rebelión

Quemar todas las naves. El absurdo inteligente

Siempre me ha asaltado una idea que, por diversas razones, nunca tuve tiempo de dedicarle una investigación profunda. El occidente capitalista, a partir del siglo XVII, está fundado, en su raíz psicológica más profunda, en una anomalía histórica, la que un siglo más tarde fue resumida, casi sin querer entre las mil páginas de su obra cumbre, por el Moisés de los liberales, Adam Smith. Me refiero a una de sus líneas más famosas de The Wealth of Nations: “No es por la bondad del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su consideración por sus propios intereses”. Aunque razonable en su realidad estrecha, esta lógica se expandió al resto de la existencia humana por alguna razón aún no identificada. De aquí deriva la idea simplificada, el dogma de los liberales: mi egoísmo es bueno para los demás. En el siglo XIX se la mejoró: el egoísmo de cada uno produce prosperidad para las sociedades. En el siglo XX, figuras mediáticas de la cultura como Ann Rand fueron un poco más allá y convirtieron el altruismo en un crimen y el egoísmo en una forma superior de moralidad. La tragedia terminó con Javier Milei en forma de parodia.

Si en los quince mil años de civilización previa algún chamán, poeta, profeta, filósofo, rey o ministro hubiese aparecido con esta idea, habría sido tratado como un poseído por los demonios, habría sido exiliado en Grecia o le habrían ofrecido un puesto de bufón del rey en Europa o del emperador en China. No porque no existieran los egoístas, los avaros, los psicópatas, sino porque todos sabían que esas eran cosas de gente con alguna deficiencia intelectual.

Este choque de dos mundos radicalmente diferentes rechazó, por un lado, el cristianismo original que Europa abandonó y en el siglo IV y combatió en el siglo XVI, y por el otro, combatió el budismo que encontró en sus colonias. El cristianismo original y el budismo entendían el mundo de forma opuesta: el altruismo, la ayuda a los demás que están sufriendo, es la mejor forma de ayudarse a sí mismo. Sospecho que el dogma moderno del individualismo ególatra surgió del choque histórico del mundo anglosajón con las sociedades más desarrolladas de India y China, por entonces el Primer Mundo.

Las potencias de Occidente surgieron de los pueblos con la obsesión de conquistar, dominar y privatizar, esto último otra anormalidad histórica que nació en las islas británicas, destruyendo la más antigua tradición de las tierras comunales, no sólo en Inglaterra sino en el resto del mundo. Esta simplificación radical (donde la propiedad existe sólo cuando es privada y el espíritu de progreso es tal cuando es la avaricia del individuo) terminó por imponerse a fuerza de cañón, primero, y de prédica hegemónica después.

Ahora, a juzgar por sus guerras proxis (Ucrania, Palestina―próxima parada ¿Taiwán?) y su embestida estilo Guerra fría en regiones como América Latina, Noroccidente (el occidente imperial) ha entrado de lleno en la Trampa de Tucídides y su apuesta es a todo o nada. No sólo para mal de un Oriente que sube, sino, sobre todo, para mal de los humanos comunes que vivimos y sobrevivimos en este Occidente patológicamente orgulloso de sus propios crímenes.

Claro, a nadie se le puede ocurrir que quienes sufren de una psicopatología particular y son seleccionados por un sistema hecho para psicópatas (cuyo dogma central es “mi avaricia es buena para el resto de la humanidad” y con mitos decorativos como “la mano invisible del mercado”) se van a bajar del podio ante el anuncio de alguna catástrofe mortal, así sea el avistamiento de un meteorito similar al que extinguió a los dinosaurios o la actual debacle climática que podría terminar con la civilización humana y otras especies nada tienen que ver con este absurdo inteligente.

¿Cuál es su último recurso? Es el abandono de todas las ideologías y de todas las excusas que comienzan a perder utilidad para el poder mismo. Como la democracia y la libertad―que siempre fueron la libertad del poderoso, del esclavista―“the land of the free”. Ni siquiera fue nunca la libertad de mercado.

A finales de julio de 2024, el candidato Donald Trump les aseguró a sus votantes que las próximas elecciones eran de vital importancia y que luego ya no necesitarían volver a votar. Esto, que fue explotado por sus adversarios como una intención de establecer una dictadura, no está lejos de las intenciones declaradas por los nuevos fanáticos. Como lo propusimos meses antes en algunas conferencias y en un brevísimo libro, se cumple la fórmula P = d.t. El sistema neoesclavista ya no tiene nada que sacar de la libertad del mercado ni de la democracia ni de la tolerancia a los diferentes. Todo lo contrario. Sólo que el incremento de la diversidad ya no es algo controlable, interno, nacional, una cuestión de “lucha semántica”, de “guerra cultural” o “política de la identidad” sino algo más serio, desde el punto de vista del poder: es la diferencia de poder económico, militar y mediático (por ejemplo, considerar el quiebre narrativo en el genocidio de Gaza), por lo cual se debe pasar a la prohibición por ley, primero, y a las armas después.

El candidato a la vicepresidencia impuesto a Trump, J. D. Vance, confirma estas observaciones. Vance, autor de un best seller barato en sus ideas, se apoya en un bloguero llamado Curtis Guy Yarvin, conocido por el seudónimo de Mencius Moldbug. Junto con el filósofo Nick Land, fundó el movimiento antiigualitario y antidemocrático conocido como la Ilustración Oscura o movimiento antiliberal (en su sentido social, no económico) y neo-reaccionario (NRx).

Según estos campeones de la libertad y el patriotismo, la democracia estadounidense es un experimento fallido que debería ser reemplazado por una monarquía responsable. Su modelo no podía ser otro que el de las corporaciones, o lo que ellos mismos llaman “tecno-monarquía”.

Esta idea fue reconocida por el profeta del neoliberalismo y Premio Nobel de Economía, Friedrich von Hayek, cuando visitó el Chile de Pinochet en 1981: “prefiero una dictadura liberal a una democracia que no respete el liberalismo”. La democracia no funciona. Ni siquiera la democracia liberal, siempre tan vigilada por los de arriba. Son ineficientes, derrochan tiempo y dinero ―la misma cosa para el dogma Locke-Smith.

Tal como funcionaba en tiempos del esclavismo de grilletes, el poder de decisión debe estar en manos de los grandes propietarios. No digan que no es algo simple de comprender. El poder ejecutivo, el presidente, debe estar libre de las trabas deliberantes de los congresos electos por los pueblos irresponsables. Es más, Yarvin es un admirador del líder comunista chino Deng Xiaoping por su autoritarismo pragmático y orientado al mercado. Es decir, volvemos sobre el Proyecto 2025, pero en lugar de comunista, nacionalista cristiano.

En menos palabras aun: si actualmente Estados Unidos es una democracia política y una dictadura económica, la idea es terminar con la democracia política. Otra vuelta un neo Ancien régime, ya explicado en Moscas en la telaraña.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.