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¿La ayuda para el desarrollo es la respuesta?

Fuentes: Red del Tercer Mundo

El foco sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio reencendió el debate sobre la necesidad de más ayuda para que los países en desarrollo puedan alcanzar esas metas antes de 2015. Sin embargo, esto reinició inevitablemente un debate paralelo acerca de si la solución consiste en más ayuda. Se han planteado varias ideas para recaudar […]

El foco sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio reencendió el debate sobre la necesidad de más ayuda para que los países en desarrollo puedan alcanzar esas metas antes de 2015. Sin embargo, esto reinició inevitablemente un debate paralelo acerca de si la solución consiste en más ayuda.

Se han planteado varias ideas para recaudar más fondos a fin de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Mientras el informe del Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas, «Invertir en el Desarrollo», reclama un gran aumento de la ayuda, el informe de la Comisión para África pide una duplicación de la ayuda a ese continente. El Informe Landau, del gobierno francés, sugiere algunas fuentes innovadoras de financiación, mientras que la propuesta de un fondo internacional del canciller británico Gordon Brown prevé la venta de bonos emitidos por los países industrializados con miras a recabar dinero en los mercados financieros para el desarrollo.

Un error conceptual

Antes de entrar en la discusión sobre si la ayuda para el desarrollo alienta la dependencia y la ineficiencia, debemos ocuparnos de un error conceptual: la creencia de que la ayuda a los países en desarrollo, conocida como asistencia oficial para el desarrollo (AOD), es un simple acto de generosidad hacia los países pobres que necesitan capital para invertir en educación, salud, infraestructura y otras áreas, y que esa ayuda es incondicional. La asistencia para el desarrollo no es imparcial ni benevolente. Ha servido y continúa sirviendo a los intereses económicos, políticos y estratégicos de los países «donantes». Esto fue especialmente notorio durante la guerra fría, y lo es más hoy, en especial de parte de Estados Unidos.

Por ejemplo, la Cuenta del Desafío del Milenio (la principal herramienta de ayuda al exterior del gobierno de George W. Bush) está cargada de condiciones ideológicas, políticas y económicas. Los países elegibles deben apoyar, o al menos no oponerse, a la política exterior de Estados Unidos, además de adoptar reformas de libre mercado, buenas prácticas de gobernanza, etc. También cabe agregar que, hasta ahora, África no recibió un solo dólar de esa Cuenta.

Además, desde el comienzo de la crisis de la deuda a fines de la década de 1970, los gobiernos occidentales e instituciones multilaterales bajo su control comenzaron a imponer condiciones agobiantes a la ayuda a los países pobres.

Un instrumento, no un regalo

Por lo tanto, la ayuda es un instrumento, no un regalo. Para muchos países e instituciones occidentales, tiene un papel esencial en su estrategia general para mantener y aun ampliar su influencia en África. Esto se aplica especialmente a ex potencias coloniales como Francia y Gran Bretaña, que han utilizado la ayuda para mantener su influencia sobre sus antiguas colonias en las áreas económica, financiera, militar y estratégica.

Este tipo de ayuda crea dependencia y éste es su objetivo, dado que tiende a respaldar regímenes «amigos» de países occidentales, sin importar su naturaleza. Esto explica, entre otras cosas, por qué un régimen dictatorial e inepto como el de Mobutu Sese Seko en el antiguo Zaire, actual República Democrática de Congo, se mantuvo a flote pese al saqueo de los recursos nacionales y la corrupción rampante que lo caracterizó. Miles de millones de dólares robados por Mobutu todavía permanecen ocultos en bancos occidentales mientras el pueblo congoleño vive en la pobreza más abyecta.

Dar con una mano…

Otro problema con la ayuda es que beneficia más que nada a los países donantes. Pese al fin formal de la práctica de la «ayuda vinculada», el dinero desembolsado como ayuda se destina principalmente a empresas controladas desde el extranjero, y los flujos de ayuda se utilizan para comprar bienes y servicios de los países donantes. Los precios de estos bienes y servicios suelen ser superiores a los del mercado. Los organismos de créditos para la exportación de países occidentales han tenido un papel fundamental en este aspecto. Un reciente informe de ActionAid señaló que, de cada dólar desembolsado por Francia y Estados Unidos bajo la forma de ayuda para el exterior, 0,89 y 0,86 dólares volvían a esos países, respectivamente.

Más condiciones

Además, desde el comienzo de la crisis, la dependencia de la ayuda se ha agravado debido a las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Desde los años 80, la ayuda de países occidentales se ha condicionado a la aplicación en los países receptores de las políticas dictadas por esas dos instituciones. Aun la ayuda de ex potencias coloniales a sus antiguas colonias está condicionada ahora a la firma de acuerdos con el FMI.

Sin embargo, está claro que estas políticas han hecho más mal que bien. Un reciente informe de la organización Christian Aid indicó que, en los últimos 20 años, la imposición de la liberalización comercial costó a los países africanos 272.000 millones de dólares, una suma que podría haber saldado la deuda del continente. La pérdida equivalió aproximadamente a la cantidad de ayuda extranjera recibida por países africanos en el mismo período, según el informe.

El informe de Christian Aid corroboró conclusiones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en 2001, según las cuales las condiciones políticas impuestas a los países africanos, en especial sobre liberalización comercial y desregulación, también provocaron un deterioro de la relación de intercambio y un aumento de la fuga de capitales del continente, que es la mayor del mundo en términos regionales. La UNCTAD observó que, si la relación de intercambio de África hubiera permanecido en el nivel de 1980, la participación del continente en el comercio mundial sería el doble que la actual; el ingreso per capital sería 50 por ciento mayor, y el crecimiento anual sería 1,4 por ciento superior.

Peor aún, este deterioro, combinado con el aumento de la fuga de capitales y el reembolso de la deuda, llevaron a una transferencia neta de recursos reales de África a los países ricos. Claramente, con una relación de intercambio estable, los países africanos estarían hoy mucho mejor y dependerían menos de la ayuda extranjera.

Comercio injusto y dependencia de la ayuda

Para dar un ejemplo: en 2002, los subsidios de Estados Unidos al algodón provocaron una disminución de 25 por ciento en los precios mundiales de ese producto, lo cual se tradujo en una pérdida de 300 millones de dólares para los exportadores africanos, como Malí, Benín y Burkina Faso. Esa suma es superior a todo el «alivio de la deuda» de 230 millones prometido por el FMI y el Banco Mundial a todos los países pobres elegibles para la iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados. Los subsidios de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), que según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo cuestan más de seis veces lo que gastan en ayuda a los países pobres, han incrementado el déficit alimentario y la dependencia de los países africanos.

Al inundar mercados africanos con alimentos baratos y subsidiados, los países industrializados destruyen la producción de alimentos en los países africanos y aumentan la dependencia de éstos respecto de las importaciones de alimentos, que se pagan con nuevos préstamos o «ayuda» de esos mismos países industrializados.

La crisis de la deuda y la dependencia de la ayuda

El costo del cumplimiento con las condiciones impuestas por los donantes y prestamistas, sumado al de los subsidios a la producción nacional en los países de la OCDE, ayuda a explicar, entre otras cosas, el agravamiento de la crisis de la deuda, que a su vez significa más dependencia de la ayuda externa. En los años 80 y 90, el promedio del servicio de la deuda era igual o aun superior que el monto de la ayuda extranjera a países africanos. Parte de esa ayuda se utilizaba para pagar viejas deudas, incluso multilaterales.

Todo esto reforzó la dependencia de fuentes externas, en especial del Banco Mundial, el FMI y el Banco Africano de Desarrollo. Como indicó un informe de la UNCTAD en 2004, la deuda de África subsahariana subió a niveles astronómicos en los años 80 y 90, los años pico del ajuste estructural. Según ese informe, aunque los países africanos reembolsaron 550.000 millones de dólares a sus acreedores frente a 540.000 millones de dólares en créditos entre 1970 y 2002, África todavía carga con una deuda estimada en 300.000 millones de dólares. Éste es un círculo vicioso que, hasta ahora, no muestra señales de ruptura. – Third World Network Features

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Acerca del autor: Demba Moussa Dembele es director del Foro Africano de Alternativas, con sede en Dakar, Senegal. Contacto: [email protected] o [email protected]

Esta es la primera parte de un artículo publicado por primera vez en Alliance (septiembre de 2005).