Traducción para Rebelión de Loles Oliván
¿El fin de la era de los dictadores en el mundo árabe? Desde luego están temblando en todo Oriente Próximo; los adinerados jeques y emires, los reyes, entre ellos uno muy viejo de Arabia Saudí y uno joven en Jordania, y los presidentes -otro muy viejo de Egipto y uno joven de Siria- porque lo de Túnez no estaba previsto que pasara. Los disturbios por los precios de los alimentos en Argelia tampoco, ni las manifestaciones contra las subidas de precios en Amán. Por no hablar del cómputo de más muertos en Túnez, cuyo propio déspota se refugió en Riad -exactamente la misma ciudad a la que un hombre llamado Idi Amin huyó una vez.
Si puede ocurrir en el Túnez de destino de vacaciones, puede ocurrir en cualquier lugar ¿no? Occidente lo agasajó por su «estabilidad» cuando Zine el-Abidine Ben Ali estaba en el poder. Los franceses, los alemanes y los británicos, atrevámonos a mencionarlo, siempre han elogiado al dictador por ser un «amigo» de la Europa civilizada que trataba con mano dura a todos esos islamistas.
Los tunecinos no olvidarán esa pequeña historia aunque quisieran. Los árabes solían decir que dos tercios de la población total tunecina -7 millones de 10, prácticamente toda la población adulta- trabajaban de un modo u otro para la policía secreta del Sr. Ben Ali. También ellos deben haber estado en las calles, entonces, protestando por el hombre que amábamos hasta la semana pasada. Pero no se emocionen demasiado. Sí, los jóvenes tunecinos han utilizado Internet para congregarse -en Argelia también- y la explosión demográfica de los jóvenes (nacidos en los años ochenta y noventa, sin puestos de trabajo a los que acudir tras la universidad) está en las calles. Pero el gobierno de «unidad» lo va a formar Muhamad Ghannouchi, un sátrapa del Sr. Ben Ali desde hace casi 20 años, un par de manos seguras que tendrán nuestros intereses -en lugar de los intereses de su pueblo- en el corazón.
Pues me temo que esto va a ser la misma historia de siempre. Sí, nos gustaría una democracia en Túnez, pero no demasiada democracia. ¿Recuerdan cómo queríamos que Argelia tuviera democracia en los años noventa? Luego, cuando parecía que los islamistas podrían ganar la segunda ronda de las votaciones respaldamos que su gobierno, apoyado por los militares, suspendiera las elecciones, aplastara a los islamistas e iniciase una guerra civil en la que murieron 150.000 personas.
No, en el mundo árabe queremos ley, orden y estabilidad. Incluso en el Egipto corrupto y corrompido de Hosni Mubarak, eso es lo que queremos. Y lo vamos a tener.
La verdad, está claro, es que el mundo árabe es tan disfuncional, esclerótico, corrupto, humillado y despiadado -recuérdese que el Sr. Ben Ali se refirió a los manifestantes como «terroristas» tan solo la semana pasada- y tan totalmente incapaz de cualquier progreso social o político, que la posibilidad de que emerja una serie de democracias que funcionen del caos de Oriente Próximo se sitúa en torno al cero por ciento.
El trabajo de los potentados árabes será el que siempre ha sido -«manejar» a su pueblo, controlarlo, apretarle las tuercas, amar a Occidente y odiar a Irán. De hecho, ¿qué hacía Hillary Clinton la semana pasada mientras ardía Túnez? Les decía a los corruptos príncipes del Golfo que su trabajo consistía en apoyar las sanciones contra Irán, en hacer frente a la república islámica, en prepararse para otro ataque contra un Estado musulmán tras las dos catástrofes que Estados Unidos y el Reino Unido ya han infligido en la región.
El mundo musulmán -por lo menos, ese pedacito entre la India y el Mediterráneo- no es más que un lamentable desastre. Iraq tiene una especie de gobierno que ahora es un sátrapa de Irán, Hamid Karzai no es más que el alcalde de Kabul, Pakistán está al borde de un desastre sin fin, Egipto acaba de salir de otra elección falsa.
Y Líbano… Bueno, el pobre viejo Líbano ni siquiera tiene gobierno. El Sur de Sudán -si las elecciones son justas- podría ser un pequeño faro pero no apostaría por ello.
Se trata del mismo viejo problema que tenemos en Occidente. Nos llenamos boca con la palabra «democracia» y todos estamos a favor de elecciones justas siempre y cuando los árabes voten por quienes nosotros queramos.
En Argelia hace 20 años no lo hicieron. En «Palestina» no lo hicieron. Y en Líbano, debido al denominado Acuerdo de Doha, no lo hicieron. Así que les sancionamos, les amenazamos y les advertimos sobre Irán, y esperamos que mantengan la boca cerrada cuando Israel roba más tierras palestinas para sus colonias en Cisjordania.
Fue una terrible ironía que el robo de la fruta por parte de la policía a un ex-estudiante -y su suicidio en Túnez- hiciera desencadenar todo esto, sobre todo porque el Sr. Ben Ali hizo un fallido intento de reunir apoyo público visitando al joven moribundo en el hospital.
Durante años, este desgraciado hombre estuvo hablando de una «liberalización lenta» de su país. Sin embargo, todos los dictadores saben que están más en peligro cuando comienzan a liberar a sus encadenados compatriotas de sus cadenas.
Y los árabes se comportaron en consecuencia. Tan pronto como Ben Ali voló al exilio, los periódicos árabes que acariciaban su piel y pulían sus zapatos y que recibieron su dinero durante tantos años se pusieron a vilipendiar al hombre. «Desgobierno», «corrupción», «reino autoritario», «una total falta de derechos humanos», dicen sus periodistas ahora. Rara vez las palabras del poeta libanés Jalil Gibran han sonado tan dolorosamente precisas: «Lástima de la nación que da la bienvenida a su nuevo gobernante con fanfarrias y lo despide con abucheos sólo para dar la bienvenida a otro con nuevas fanfarrias». ¿Muhamad Ghannouchi, tal vez?
Por supuesto, ahora todo el mundo baja sus precios -o promete hacerlo. El aceite para cocinar y el pan son el alimento básico de las masas. Así que los precios bajarán en Túnez, en Argelia y en Egipto. Pero ¿por qué tienen que ser tan elevados, en primer lugar?
Argelia debe ser tan rico como Arabia Saudí -tiene petróleo y gas- pero tiene una de las peores tasas de desempleo de Oriente Próximo, sin seguridad social, sin pensiones, nada para su pueblo porque sus generales han echado sal a las riquezas de su país a distancia, en Suiza.
Y la brutalidad policial. Las cámaras de tortura seguirán funcionando. Mantendremos nuestras buenas relaciones con los dictadores. Seguiremos armando a sus ejércitos y les seguiremos diciendo que busquen la paz con Israel.
Y harán lo que nosotros queramos. Ben Ali ha huido. Ahora se busca un dictador más flexible en Túnez – un «hombre fuerte benevolente», como les gusta a las agencias de noticias llamar a esos hombres horribles.
Y los tiroteos seguirán -como ocurrió ayer en Túnez- hasta que «la estabilidad» se haya restaurado.
No, en general, no creo que la era de los dictadores árabes se haya acabado. Ya lo veremos.
Fuente: http://www.independent.co.uk/