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La cadena humana frente al muro de la vergüenza en el Sahara

Fuentes: Rebelión

La parte de la columna de los 1000 que salió de Madrid el pasado 17 de marzo regresó anteanoche con más de un día de retraso. Aún no hemos tenido mucho tiempo para descansar, pero no quiero enfriarme mucho antes de contar algunas cosas sobre lo que hemos vivido en este viaje de convivencia y […]

La parte de la columna de los 1000 que salió de Madrid el pasado 17 de marzo regresó anteanoche con más de un día de retraso. Aún no hemos tenido mucho tiempo para descansar, pero no quiero enfriarme mucho antes de contar algunas cosas sobre lo que hemos vivido en este viaje de convivencia y solidaridad con el pueblo saharaui.

Intentaré ser breve porque las tareas que me esperaban al regreso no dejan tiempo para más y obviaré las últimas 24 horas en el aeropuerto militar de Tinduf para centrarme en lo que nos interesa: la movilización contra el muro marroquí, la convivencia con el pueblo saharaui y con su lucha.

Algunos datos geopolíticos para situarse Supongo que lo mejor es empezar contextualizando, como mandan los cánones, pero como supongo al lector bien informado de otros antecedentes, me limitaré a ofrecer aquí algunos datos del pasado y presente del conflicto del Sahara, empezando por la portada de un periódico argelino que nos dieron al subir al avión de Air Algérie rumbo a Tinduf vía Argel. Se veía una foto enorme del ministro saharaui de asuntos exteriores que la víspera, 16 de marzo, había dado una rueda de prensa en la capital argelina: ‘Ils veulent la guerre’ (quieren la guerra) era el contundente resumen de sus declaraciones, justo después del fracaso de la última ronda (y ya van 4) de negociaciones bilaterales entre Marruecos y el Polisario que suceden, ahora sin mediadores, a otros fracasos anteriores de los planes auspiciados por la ONU desde el acuerdo de alto el fuego de 1991. Este acuerdo preveía un referéndum de autodeterminación que debía celebrarse en 1992 y que sigue sin vislumbrarse 16 años después, sin que la ONU, que lo auspició, ni ninguna potencia con capacidad de influir parezca poner demasiado empeño en que se haga realidad. El hecho es que leyendo la entrevista nos enteramos de que este gobierno español que acaba de revalidar su mayoría fagocitando parte de lo que quedaba a su izquierda acaba de vender 1.200 blindados y un buen número (no especificado) de lanzaderas de bombas de racimo a Marruecos, es de suponer que para que se dediquen a la caza de gacelas en el desierto. A eso se añaden las recientes maniobras militares marroquíes, navales y terrestres, en los territorios saharauis ocupados. La partida de ajedrez se alarga y ya parece que sólo queda por saber quién será el que cargue con la responsabilidad de la vuelta al enfrentamiento bélico. A Marruecos le va bien con la prolongación sine die de esta situación. El tiempo corre a su favor ya que controla el territorio y mientras no haya guerra ahorra dinero y bajas que podrían acabar convirtiéndose en un problema político para la monarquía feudal que allí gobierna. Además, es de suponer que interpreta que el tiempo también juega a favor del otorgamiento de derechos a los colonos marroquíes que ocupan el Sahara Occidental desde hace más de 30 años y donde ahora son mayoría. Por su parte entre los saharauis, especialmente los más jóvenes, hay cierta impaciencia ante un futuro que se les ha robado y al que no están dispuestos a renunciar sin más. Un caso especialmente desalentador es el de los miles de profesionales formados en Cuba tras entre 12 y 15 años de ausencia de su tierra, sin poder ver a sus familias desde los 12 años de edad y que de regreso a los campamentos de refugiados no sólo se encuentran con la dureza de las condiciones de vida, sino también con que no pueden aplicar, en muchos casos, sus conocimientos al servicio de su pueblo ni de sus familias o su desarrollo personal. No hay puentes que construir para los ingenieros, ni empresas que gestionar para los economistas, ni tantos y tantos oficios para los que se han preparado con tanto sacrificio y en los que los conocimientos van quedando obsoletos al pasar los años sin la necesaria práctica y actualización.

Los campamentos de refugiados

La llegada a los campamentos supone un shock en muchos sentidos: térmico (al menos el día que llegamos hacía mucho calor, pero luego hubo también días fríos), cultural, político, humano. Pero lo que todo el mundo nos había dicho y nosotros mismos comprobamos es que el pueblo saharui parece haber hecho un milagro en el desierto: da lecciones de hospitalidad en el terreno más inhóspito; de organización en un lugar donde el exilio tras la ocupación y una travesía bajo las bombas con fósforo de los aviones marroquíes había dejado sólo caos; de generosidad cuando no hay nada propio que pueda ofrecerse porque los han privado de la posibilidad de crear y producir sobre un suelo libre; de amabilidad y ternura cuando todo, incluido el Sirocco lanzando continuamente arena a los ojos, la nariz, la boca, invitaría a la gresca; de dignidad y rebeldía frente a la invasión de unos y la traición de otros.

Los saharauis

La familia que nos acogió puso nombres y apellidos a un conflicto lejano. Se llaman Malainin Jatri y Leila Said, los padres, Abdalahi, Sid y Menán, los hijos de ambos, Mohamed, el hermano de Leila, formado en Cuba como monitor de educación especial. Me habían hablado de la mirada de los niños saharauis, pero verla de cerca supera cualquier descripción. Y me habían hablado de lo inteligentes y despiertos que son, lo que respetan a sus mayores, la ternura que derrochan y cómo saben comunicarse contigo aunque apenas hablen tu idioma ni tú el suyo. Y del papel activo de las mujeres en la organización social, muy superior a la media del mundo árabo-musulmán. Todo lo que me habían contado era cierto y ahora lo he comprobado de cerca, en ejemplos concretos. Podría extenderme mucho hablando de la hospitalidad de las familias, de cómo siempre buscan un hueco para hacerte un té, de cómo te esperan con la cena aunque la última actividad te devuelva a casa cerca de la medianoche, de cómo en pocos días te hacen sentir como si fueras de su familia, pero no lo voy a hacer porque prometí ser breve.

Las actividades

Los días transcurren a la espera del principal motivo que nos lleva a los campamentos entre visitas a las instalaciones que el Frente POLISARIO ha sabido crear y administrar ejemplarmente frente a las mayores dificultades (escuelas de discapacitados, huertos, hospitales, radio, televisión, museos, entre otras), charlas políticas que nos hablan de dónde estamos y nos recuerdan a qué hemos venido y también momentos para la música de allí y de aquí, para el intercambio de bailes, cantos y abrazos. Llegamos agotados cada noche a casa. Algunos sucumben a los problemas intestinales, a otros nos rondan sin atacarnos del todo, otros vuelven a casa con ganas de más fiesta. Siempre hay alguna jaima o casa de adobe donde alguien canta y alguien baila, en español o en hasanía, con acento cubano, árabe, catalán o andaluz. El viernes nos damos un baño de dunas y sirocco. Casi se echa de menos el mar, pero se acoge con gusto la inmensidad del desierto, las ondas de dunas que se suceden en el horizonte y se deshilachan por las cúspides como algodones de azúcar azotadas por el viento.

La cadena humana frente al muro

 El sábado por fin llega el momento más esperado. Nos dicen que seremos muchos más que los 1000 que Voluntad y Determinación se había marcado como objetivo para su columna. Han llegado aviones de Alicante, Zaragoza, Barcelona, Madrid, Bilbao, gentes de las dos Castillas, y también italianos y argelinos. Salimos en decenas de Toyotas todoterreno y algunos camiones, fruto de donaciones de ONG y gobiernos autonómicos españoles en su mayoría, que el POLISARIO gestiona para la logística de los campamentos. En nuestro vehículo entramos a presión, literalmente, 14 personas (tres delante y 11 atrás). Todos los demás van igual. El viaje es incómodo y se hace largo a través de pistas de tierra, arena y baches, pero emociona mirar hacia atrás y ver la caravana solidaria que se moviliza con la nube de polvo que va quedando atrás y con las banderas saharauis que nos han distribuido asomando por las ventanas. Por fin llegamos junto al muro. Nos han dicho que la zona ya es segura, pero que por si acaso, si vemos algo metálico brillando no se nos ocurra darle patadas. Al bajar la gente se va olvidando, se va relajando, mira cara a cara, aunque a unos 200 m de distancia por no asumir ‘riesgos innecesarios’ como nos dicen los polisarios, ese muro con algunos militares marroquíes bien visibles que pasean sobre él. Tras nosotros, y no entre nosotros y los marroquíes como nos habían dicho, un par de vehículos de la MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el Referendum en el Sahara Occidental). Unimos nuestras manos en la cadena humana. Cada un@ lleva una bandera saharaui con la inscripción Sahara LIbre. Hay un poco de caos al principio pero la cadena acaba formándose, desplazándose hacia la izquierda, avanzando sin miedo (yo confieso que miraba el suelo a cada paso por si las flies ), gritando consignas como ‘Mohamed, capullo, el Sahara no es tuyo. Algunos saharauis avanzan en solitario unos pasos mirando de frente el muro, en silencio. Quién sabe qué recuerdos encierran esos pasos y esas miradas, qué compañeros o familiares se quedaron en algún combate tal vez allí mismo o en otro fragmento de esos 2.700 km de vergüenza de arena, minas y espino.

Las mujeres saharauis del barrio 4 de la Daira Tifariti nos dijeron la última noche que teníamos una carta para los españoles. Esta es parte de la mía: no los olvidemos. Somos su única baza política externa. Nos han enseñado mucho. Ahora toca no olvidarlo, extenderlo, entregar su carta a cuantas personas nos encontremos, propagarla por los movimientos sociales y recordar siempre que se nos presente la ocasión al gobierno español la responsabilidad que le corresponde, ante la historia y ante un pueblo que se siente hermano del pueblo saharaui.

Jesús de Manuel Jerez
 Ecos, traductores e intérpretes por la solidaridad