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La caída de Libia

Fuentes: Monthly Review

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Tal vez ninguna guerra en la memoria reciente ha confundido tan a fondo a la izquierda euro-atlántica como la guerra de la OTAN contra Libia. Presagiando lo que ocurriría si los testaferros de EE.UU. realizaran un ataque contra Siria, tanto la izquierda pro guerra como la izquierda antiguerra comenzaron a llenar revistas electrónicas y periódicos con interminables explicaciones y retorcidas justificaciones de por qué una pequeña invasión, tal vez solo una «zona de exclusión aérea» estaría bien mientras no se convirtiera en una intervención mayor. Abrieron la puerta al imperialismo, en el entendimiento de que habría que vigilar con mucho cuidado para asegurarse de que no se permitiría más de lo necesario para realizar la misión. La ridiculez de esta postura quedó clara cuando la OTAN expandió de inmediato su mandato y bombardeó gran parte de Libia, haciéndola añicos con la ayuda de las milicias sobre el terreno aceptadas como revolucionarias por los que deberían haber sabido más sobre ellas. Y según Maximilian Forte podrían haberlo sabido si se hubieran interesado.

Forte es antropólogo y lo que nos ofrece en Slouching Towards Sirte [Arrastrándose hacia Sirte] es una etnografía de la cultura de EE.UU. y forma en que posibilitó y contribuyó a la destrucción de Libia. También es un estudio meticulosamente documentado en hipocresía: la de la elite de EE.UU., de las clases dominantes del Golfo que últimamente han unido su agenda directamente a la de EE.UU. y de los bombarderos liberales que emergieron en el crisol de las guerras «humanitarias» de los años noventa, sólo para reaparecer como animadores de la destrucción de otro país árabe en 2011. Finalmente, es un estudio de la descomposición de los principios contra la guerra de izquierdistas en EE.UU. y Europa, muchos de los cuales, durante tanto tiempo, sustentaron una obsesión sobre los rebeldes confusos cuya dirigencia al comienzo estiró la mano hacia imperio estadounidense, dispuestas a pagar cualquier precio -incluida la propia Libia- para eliminar a un líder bajo el cual ya no estaban dispuestos a vivir.

Forte comienza describiendo Sirte, el emblema del nuevo Estado que Gadafi -y casi literalmente Gadafi- había construido con el torrente de petrodólares desde 1973 que fluía a las arcas libias después de una serie de aumentos de precios en los que el agresivo nacionalismo de recursos de Gadafi había jugado un papel. Sirte era, en efecto, una segunda capital llena de edificios nuevos y prodigada de beneficios del dinero que fluía en la nueva Libia. Gadafi auspició numerosas convocatorias en esa ciudad, incluyendo cumbres de la Organización para la Unidad Africana, una nueva red panafricana en cuyo desarrollo jugó un papel importante. Sirte también fue el lugar elegido por Gadafi para citar al director ejecutivo de ConocoPhillips en 2008 para criticar la forma en que trataba los contratos petroleros de la compañía en Libia.

Forte convierte la suerte de Sirte en una parábola de la suerte de Libia cuando cayó bajo Gadafi y con él. Por cierto, Sirte fue uno de los sitios especialmente elegidos por las fuerzas rebeldes del Consejo Nacional de Transición para sus ataques: Forte cita un reporte de AP que señala que «Los residentes creen ahora que los combatientes de Misurata destruyeron intencionalmente Sirte, más allá del daño colateral de los combates».

Forte se refiere a esa destrucción. Frante a demasiados informes sobre el ataque a Libia que exageran de lejos el acercamiento parcial entre Libia y EE.UU. en el interludio posterior a la Guerra Global contra el Terror, Forte ve retrospectivamente la actitud históricamente beligerante que EE.UU. había tenido hacia Libia, especialmente bajo Reagan: bombardeándola repetidamente y derribando cazas libios que defendían territorio libio en el Golfo de Sirte, tratando de lograr que miembros de la Organización para la Unidad Africana censuraran a Libia y luego imponiendo una serie de sanciones contra el gobierno libio. Aunque muchas de las sanciones se acabaron lenvantando, la estrecha alianza de EE.UU. con Arabia Saudí, patrocinadora de los muyahidines que intentaron asesinar a Gadafi en 1996 continuó, contribuyendo a una fricción permanente entre el gobierno de Libia y el de EE.UU.

La contribución de Forte en este sentido es complicar el significado de palabras como «rebelión» y «revolución» recitadas demasiado a menudo para invalidar el pensamiento independiente. Su método es considerar la revuelta que ocurría en partes de Libia y luego concentrarse en Sirte, el bastión de Gadafi, para ver si la revuelta también tenía lugar allí. Al contrario, Forte establece que el ataque de la OTAN/CNT (Consejo Nacional de Transición) contra Sirte continuó durante meses antes de que los rebeldes finalmente lograran apoderarse del control de la ciudad. Su ataque consistió de bombardeos indiscriminados utilizando armamento pesado, un hecho que Forte logra establecer utilizando informes en los medios dominantes sobre la guerra civil.

Además, Forte logra aplicar evidencia de que la OTAN cometió numerosos crímenes de guerra durante la «liberación» de Sirte, y la evidencia que utiliza es impecable: las declaraciones del comando de la OTAN y de varias organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, mostrando evidencia de masacres de combatientes pro Gadafi capturados e incluso de civiles. Aún más irrecusable es la cita de Georg Charpentier, el Residente y Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas para Libia, quien pudo hablar en octubre de 2011 de la «liberación de Bani Walid y de Sirte en Octubre» y, en otra nota, de que «Hay que rehabilitar, reconstruir y reactivar la infraestructura pública, viviendas, instalaciones de educación y de salud. También hay que alentar intensos y concentrados esfuerzos de reconciliación»-

Éstas y docenas de citas semejantes demuestran que la OTAN sabía lo que estaba haciendo al intervenir a favor de un bando en una guerra civil, ya que la «reconciliación» solo es necesaria cuando hay dos lados, y al elevar a uno de ellos a angelicales revolucionarios se está creando la base para legitimar la destrucción generalizada del otro.

Otro punto importante del libro es el informe de Forte de los dobles raseros usados no solo por los Estados occidentales y las organizaciones de derechos humanos, sino también, tal vez especialmente, por Al Jazeera y sus informes exagerados, por no decir amañados, de atrocidades y particularmente su forma de incitar al odio racial a los libios negros.

Forte también demuestra claramente que Gadafi tenía lo que ahora se denomina desdeñosamente «base social» – como si el Estado moderno fuera simplemente un sindicato del crimen en lugar de estar estrechamente integrado en la reproducción social. El hecho de que algunas corrientes dominantes de la izquierda socialista euro-atlántica evitaran esos temas condujo a una situación en la que muchos ya no parecen capaces de distinguir entre disturbios, revueltas, y revoluciones.

¿Entonces cómo se ocupó la OTAN de la intervención? ¿Y cómo aprovechó las vulnerabilidades del régimen libio? Sobre estos temas Forte parece dar algunos traspiés. Escribe sobre las mejora obvias en el bienestar social, bajo un contrato social rentista populista, y vincula esas mejoras con el gobierno. Pero en este caso habría sido útil profundizar un poco en la literatura académica, libros cómo los de Ruth First o Dirk Vandewalle. Mientras los estándares de vida mejoraban y la riqueza del petróleo pasaba a manos del pueblo libio -por lo menos en parte- la deliberada «falta de Estado» del gobierno de Gadafi había creado una situación en la que el Estado estaba materialmente incrustado en la sociedad, pero los vínculos entre ambos eran de un carácter social más que cívico. La ausencia de ley y la enajenación prevalecieron bajo Gadafi durante sus últimos años, y los que vivían bajo su gobierno sentían cada vez más que no eran los dueños de su país. Creció un legítimo descontento.

Con el advenimiento de la Primavera Árabe, ese descontento encontró una salida: la revuelta. En este punto Forte se mueve en terreno más seguro. Haciendo caso omiso de narrativas de una «revuelta pacífica», militarizada solo cómo una reacción renuente al salvajismo del Estado, establece que la revuelta se militarizó prácticamente desde el comienzo, con un ataque a un cuartel militar libio. Forte documenta que la derecha del régimen estaba claramente preparada para ejecutar un golpe de Estado contra Gadafi, con la ayuda abierta de Francia, EE.UU. y especialmente Qatar, que envió fuerzas especiales, aviones y cañoneras para asegurar su rápido derrocamiento.

Forte va más lejos que la mayoría de los analistas del golpe de Estado libio, pero al mismo tiempo no lo suficiente. Al Jazeera, la estación de televisión del Emir de Qatar y desde el principio bautizada como «voz de la Primavera Árabe», comenzó a informar de «masacres» cometidas por «mercenarios negros» en Libia, desde el 17 y 18 de febrero de 2011. Sus fuentes solían ser activistas anónimos de Bengasi y otros sitios, un guión que se ha vuelto a utilizar después en Siria, donde los artículos de Al Jazeera están tan literalmente plagados de «dicen los activistas» hasta el punto de que casi todo lo que dice el artículo es lo que dijeron los activistas. Gran parte de ese tipo de argucias han pasado desapercibidas a gran parte de la izquierda, y por ese motivo el informe de Forte está lleno de desdén por su credulidad ante la propaganda de la oposición.

Además Forte cumple una excelente tarea al discutir en conjunto las razones por las cuales Gadafi nunca fue del gusto de EE.UU.: su quisquillosidad respecto a las inversiones estadounidenses, su liderazgo en África, su apoyo al Congreso Nacional Africano y su resuelta hostilidad hacia el AFRICOM y las bases de EE.UU. en suelo africano. Se ha exagerado demasiado la importancia de la aproximación de Gadafi a EE.UU. después de 2004. Lo que se olvida es que EE.UU. mantiene su hostilidad hacia cualquier régimen de capitalismo de Estado que no esté plenamente integrado y sea servil con el sistema global estadounidense respecto al libre flujo de capitales y la política exterior. En ambos aspectos Gadafi no pasó la prueba. La Heritage Foundation, que informa de lo que importa a la gente importante, estableció que Irán, Libia y Siria han sido los países «más reprimidos económicamente» en la región, es decir los menos abiertos a la inversión estadounidense y que apoyan demasiado a menudo a los movimientos de resistencia palestinos, rechazando la normalización con Israel, ayudando al ala izquierda de Fatah y otras conductas recalcitrantes que los imperialistas estadounidenses nunca perdonaron.

Libia ofrece una oportunidad de revisar las teorías dominantes del imperialismo, el papel de los intereses capitalistas occidentales respecto a los Estados capitalistas, incluso los que implementan programas económicos neoliberales o debilitan sus sectores industriales o agrícolas internos. Lo que esas teorías no consideran es la resuelta hostilidad del Estado y de la clase dominante a cualquier liderazgo exterior que aparentemente realice un proyecto nacional.

Una debilidad del libro de Forte es que aunque es izquierdista no es marxista. De modo que se pierde una ocasión de pensar en las formas en las cuales las transformaciones sociales positivas realizadas bajo el gobierno de Gadafi también tuvieron el efecto de contribuir a la caída de Libia, porque al carecer de una revolución dentro de la Revolución Verde hubo un contragolpe de la derecha del régimen contra el golpe de Estado populista con el que Gadafi llegó al poder. La izquierda tiene que comprender los beneficios de los regímenes populistas y los límites que imponen. El objetivo es comprender qué tipos de movimientos de oposición pueden aparecer capaces de defender los beneficios de gobiernos previos -y también con profundas fallas- mientras simultáneamente avanzan con ellos hacia horizontes ulteriores. Pero estos son problemas teóricos y políticos que existían antes de la destrucción de Libia y que seguirán existiendo después. Forte ha hecho una importante contribución al conocimiento de este sórdido evento de la izquierda euro-atlántica, una contribución que debería figurar en la biblioteca de cualquiera que tenga interés y preocupación con respecto a la destrucción de Libia y que trate de comprender de modo más exhaustivo los próximos objetivos del imperio.

Max Ajl estudia sociología del desarrollo en Cornell, es coeditor de Jadaliyya y editor colaborador en Jacobin. Participa activamente en el trabajo de solidaridad con Palestina y está en Twitter @maxajl. Su libro se titula Slouching Towards Sirte (Montreal: Baraka Books, 2012), 341 páginas, 27.95 dólares, en rústica.

Fuente: http://monthlyreview.org/2013/04/01/the-fall-of-libya

rCR