«Yo, desde el asesinato de mi hijo, dejé de escribir poesía -las palabras y la vida que ustedes [los políticos del sistema] y los criminales han degradado ya no me alcanzan para esa sacralidad-, pero constantemente leo a los poetas». Javier Sicilia Miércoles, 12 de septiembre. Día lluvioso. Cerca de la Universidad de Toledo, en […]
«Yo, desde el asesinato de mi hijo, dejé de escribir poesía -las palabras y la vida que ustedes [los políticos del sistema] y los criminales han degradado ya no me alcanzan para esa sacralidad-, pero constantemente leo a los poetas».
Javier Sicilia
Miércoles, 12 de septiembre. Día lluvioso. Cerca de la Universidad de Toledo, en una iglesia católica, Corpus Christi, se congregaron los peregrinos mexicanos y usamericanos que, desde el 12 de agosto, se dirigen de San Diego, California, a Washington, DC. Con una misión importante: crear conciencia pública en oposición a la llamada guerra contra las drogas. Política que, desde el Plan Mérida (2006), Estados Unidos lleva a cabo en México, a quemarropa, bajo la justificación de la seguridad nacional.
La llovizna fue bienvenida por los peregrinos (acalorados desde otras rutas), quienes, tras recorrer un trayecto de la ciudad, pasar por la universidad y almorzar en otra iglesia, culminaron en Corpus Christi, donde una profesora de la Facultad de Derecho los recibió con un discurso más que afín y solidario. Una bienvenida en torno al «Proyecto de Intercambio Dentro /Fuera de la Prisión / Inside/Outside Prision Exchange Project/,» que persigue una nueva propuesta educativa enfocada en los problemas que surgen en la grieta que se forma entre las fronteras sociales de calada honda (de clase-etnicidad-género), de modo que las personas dentro y fuera de las prisiones tengan oportunidades para colaborar en cuestiones relacionadas con el crimen, la justicia y otros tópicos sociales (todos implicados con la criminalización de las drogas).
Crítica a tres voces. Una vez establecida la solidaridad entre el «Proyecto de Intercambio» y la Caravana de la Paz, la propuesta que éstos pusieron sobre la mesa -o mejor, sobre el altar-, se ancló en tres críticas fundacionales: la de la madre, la del campesino indígena y finalmente, la del poeta cristiano.
La crítica de la madre que pierde a un hijo en la violencia de la llamada guerra contra las drogas, perseguía, sin más, un universalismo radicalmente humanitario. Como madre, el testimonio de la mujer mexicana que habló planteaba que el dolor de la madre angustiada por la ausencia del hijo, se convertía en la pesadumbre de toda la familia. Una angustia que ella no le deseaba a nadie. La crítica del campesino indígena, establecida como un reclamo étnico que velaba por la seguridad de la comunidad, trascendió la propuesta exclusivamente etnomexicana, extendiendo la crítica a un universalismo radicalmente político. Como campesino mexicano, la crítica a la política de la llamada guerra contra las drogas planteaba también un universalismo de protección medioambiental. Finalmente, la crítica del poeta fue una fundamentalmente geopolítica: la guerra contra las drogas reintroducía en América Latina el autoritarismo militarista del que se ha valido tantas veces antes Estados Unidos para orquestar su política de poder al sur del Río Bravo.
Por eso, la propuesta del poeta fue directa: la guerra contra las drogas no sólo está matando a muchos mexicanos, lo que de por sí es suficiente para proscribirla, sino que además está matando la democracia popular que se ha venido cuajando con mucho esfuerzo en varios países latinoamericanos. A pelo. Con el mismo tono pausado y minimalista, Sicilia puso sobre el altar la dimensión social del problema: ahora les tocaba a los ciudadanos pelar de una manera no violenta para que los gobiernos protegieran el bienestar de la ciudadanía en vez de privilegiar el neoliberalismo de las corporatocracias.
Aplausos.
Hasta la madre. Frente al altar, la imagen de la Virgen de Guadalupe se veía grabada en un lienzo rectangular, típico de los retablos mexicanos. Desde esa imagen, Guadalupe hablaba por el grupo que la había traído desde México. Al hacerlo, decía lo mismo que los peregrinos: que estaba también hasta la madre de tanta violencia y muerte. Igual que la madre mexicana, el campesino indígena y el poeta cristiano, el momento de tirarse a la calle le había llegado (otra vez) a la Virgen mexicana.
Epílogo. Del encuentro con la Caravana de la Paz en Toledo, Ohio, había que poner sobre el tapete, en este caso el altar, flanqueado como estaba por la Virgen de Guadalupe y los retratos de las víctimas del poder, dos cosas importantes. Primero, la solidaridad de la iglesia progresista (tanto católica como protestante) en Usamérica. Camaradería que tiende a pasar desapercibida, opacada por el estruendo de la iglesia conservadora usamericana, tan cómplice del poder y de los atropellos militaristas. Segundo, había que poner sobre el altar que la propuesta de Sicilia, además de una crítica al orden establecido, planteaba sobre todo un reto a la comunidad.
El mensaje que vino a traernos el poeta mexicano, siempre pausado y minimalista, echaba humo: o nos comprometíamos activamente en la campaña contra la militarización de las drogas, o nos hacíamos cómplices de los gorilas que mataban por poder y dinero.
Sicilia no habló como el padre que había perdido al hijo en la violencia que acosaba a México, sino como el hombre que ante la pérdida del hijo convierte al poeta cristiano en activista contra los abusos del poder (un mensaje con los ateos comprometidos con la justicia aplaudieron).