Crónica de un inmigrante latinoamericano en Estados Unidos
Fidelio se detiene y descansa junto a la carreta de helados, tiene ampolladas las plantas de los pies, sus zapatos apenas tienen suela. Ha recorrido gran parte de la ciudad desde las siete de la mañana, pronto entrará la noche. No ha sido un día bueno, no logró vender ni la tercera parte de la mercadería, así pasa para los días en los que comienza el otoño y el clima cambia de repente. Nunca se imaginó que el norte sería eso, empujar una carreta de helados desde la primavera hasta el otoño y suplicar que le compren el producto, como suplicó en su natal Iguala de la Independencia, Guerrero, México, cuando vendía panes y atoles.
Treinta años recorriendo las calles de la ciudad de Chicago, en días de frío, lluvia y sol. Llegó al país del norte con treinta y dos años cumplidos, va para los sesenta y tres y todavía sigue indocumentado, no conoce de un día de descanso porque empuja su carreta de lunes a domingo. Poco falta para que olvide su nombre, porque lleva treinta años siendo el heladero.
Cuando entra el frío, Fidelio entrega la carreta y se despide de los helados durante seis meses, entonces se dedica a la venta de tamales que coloca en una hielera que se echa al hombro y va tocando puerta tras puerta en los edificios de apartamentos. Cuatro tamales por cinco dólares. No lo detiene ni la tormenta invernal más bárbara, ese día es cuando más vende porque nadie quiere salir a comprar comida.
El sazón lo heredó de su mamá doña Lindona que sigue vendiendo panes y atoles en Iguala de la Independencia, gracias a ella Fidelio lava, plancha, cocina y se busca la vida como puede. Se hubiera quedado en México porque comida no le faltaba, pero siempre fue una vergüenza para su padre y sus tíos, su padre que le pegó y lo desechó desde niño por ser distinto a los demás y no haber sacado lo macho de los machos de la familia.
Aguantó hasta los treinta y dos que fue mucho, se despidió de su madre y se largó al norte, por lo menos en Chicago es uno de tantos y lo de ser macho quedó a muchos kilómetros de distancia. Todas las noches al regresar de las ventas de helados y tamales, Fidelio cena con su compañero Marcos, que también huyó de Panamá por las mismas razones.
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