La crisis que sufre la región de Darfur, en el oeste de Sudán, responde a factores de muy diversa índole, en particular por el interés del Gobierno por enfrentar mutuamente a las diversas tribus del país para evitar que las habituales hambrunas de la región se vuelvan contra el régimen y para controlar mejor el […]
La crisis que sufre la región de Darfur, en el oeste de Sudán, responde a factores de muy diversa índole, en particular por el interés del Gobierno por enfrentar mutuamente a las diversas tribus del país para evitar que las habituales hambrunas de la región se vuelvan contra el régimen y para controlar mejor el territorio sin grandes gastos militares, según estiman algunos expertos, que consideran que se ha dado excesivo énfasis a las supuestas diferencias entre «árabes» y «africanos», que a su juicio no responden a la realidad. Los mismos expertos creen que el conflicto guarda estrecha relación con las disputas entre islamistas y Gobierno por el control del poder.
Según un estudio publicado por la especialista Louisa Ait Hamadouche, del semanario argelino ‘La Tribune’, el nombre de Darfur procede de ‘Fur’, un pueblo de campesinos negros que habita en macizo montañoso del monte Marra, en el centro del país. «Este grupo dominó un reino que permaneció mucho tiempo independiente, antes de incorporarse a Sudán en 1916», afirma la especialista, que se basa en los estudios del Marc Lavergne, especialista en Sudán del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS).
El término «árabe» no define realmente a una raza en Sudán, y más bien remite a rasgos culturales. Las milicias a las que se califica de «árabes» en realidad son poblaciones «arabizadas». Asimismo, las poblaciones a las que se define como «africanas», como los Massalits o los Arawas, también están «arabizadas», aparte de que todas las tribus han adoptado la religión musulmana. Desde un punto de vista meramente cultural, el árabe sólo es la lengua materna de una minoría.
La principal diferencia es socioeconómica. Las tribus llamadas «árabes» son nómadas, camelleras en el norte y vaqueras en el sur. Las «africanas» son pastoriles y más frecuentemente campesinas. Pero estas diferencias no son absolutas. Algunas tribus pastoriles fueron sedentarias en el pasado, y viceversa. Los Arawas y los Massalits, que predominan entre los grupos rebeldes en Darfur, son antiguos nómadas que actualmente están confortablemente instalados en el comercio sudanés. «En Jartum se trata a todos con el mismo desprecio», afirmó otro experto, Jean-Louis Peninou, citado en la revista.
Desde el punto de vista político, la designación como «árabes» de las milicias ‘janjawid’ es incorrecta, según los expertos. Los ‘janjawid’ surgieron hacia 1990 y realmente son unos «mercenarios que no se presentan a sí mismas como árabes», afirma la autora del estudio. Su auténtico origen ha de buscarse entre sectores de la población que han sido abandonados por el mismo Gobierno que los ha armado. El resultado de ello es una guerra «de pobres contra pobres».
Oficialmente el Gobierno niega su apoyo a los ‘janjawid’, pero éstos han aprovechado la sublevación de los grupos rebeldes para levantarse en armas y para presentarse a sí mismas como unas milicias «que han debido armarse para defenderse y proteger las instituciones del Estado, dado que el Gobierno no interviene», según explica el ministro sudanés de Asuntos Exteriores, Mustafá Osmán Ismael, quien reconoce la incapacidad del Estado para proteger a la población.
DIVIDIR Y VENCER
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el presupuesto para defensa de Sudán en 2002 era de 102.400 millones de dinares (400 millones de dólares), lo que supuso un aumento del 13,5 por ciento respecto a 2001. Tras una serie de negociaciones con el Fondo, Sudán aceptó una reducción en 88.700 millones de dinares (346 millones de dólares), equivalente al 25 por ciento del Producto Nacional Bruto (PNB) del país.
Para paliar esta reducción en los efectivos militares, Jartum ha optado por enfrentar a las tribus entre sí con dos objetivos básicos: desviar el descontento, para que éste no derive en sublevaciones contra el Gobierno supuestamente responsable de garantizar la subsistencia, y aligerar el peso de los gastos militares.
Lo cierto es que los sucesivos gobernantes de Sudán, tanto antes como después de la independencia, nunca se han preocupado gran cosa por el desarrollo de Darfur, lo que se refleja en una enorme falta de empleos y en la inexistencia de carreteras. Al igual que todas las provincias periféricas de Sudán, Darfur ha sido totalmente olvidada.
Pese a ello, el plan de dividir y vencer ha dado resultados al Gobierno. Según Marc Lavergne, desde hace una decena de años cada hambruna ha sido seguida de un aumento de la tensión entre nómadas y sedentarios, mientras el norte de Darfur se sigue desertizando, lo que obliga a los nómadas a buscar tierras más al sur. En este contexto, aunque el Gobierno se ha puesto cada vez más de parte de los nómadas, lo que realmente se oculta tras el factor político son intereses claramente económicos, como se demuestra por la práctica de los ‘janjawid’ de quemar cultivos y matar ganados, con el evidente objetivo de hacer huir a los agricultores sedentarios.
EL FACTOR ISLAMISTA
Respecto al factor religioso, los expertos recuerdan cómo ha aumentado la influencia de dirigentes islamistas como el jefe del Congreso Popular, Hassan el Turabi, cuya detención, en febrero de 2001, reveló su ruptura con el presidente Umar Hassan Ahmed al Beshir. Los primeros indicios de esta ruptura se detectaron en diciembre 1999, cuando su expulsión de la presidencia del Parlamento convirtieron a Turabi en el principal opositor del Gobierno.
En su guerra contra el régimen, el Congreso Popular empezó a desvelar documentos secretos (sobre casos de corrupción) y a valerse de otros medios. En este contexto, Darfur se convirtió en un as en la manga. La publicación clandestina de un libro de denuncia de los abusos registrados en esta región y el levantamiento armado, a finales de 2001, del Movimiento por la Justicia y la Igualdad (MJI) ayudaron a atizar un conflicto detrás del cual estaba la mano del Frente Nacional Islámico, del que procedían los combatientes del MJI.
Jartum ha acusado a este grupo de estar manipulado por Tarubi y se ha negado a iniciar negociaciones con ellos. La liberación, en octubre de 2003, de Tarubi fue interpretada como una respuesta a las presiones de los islamistas y al interés del vicepresidente del país, Alí Osman Mohamed Taha, por buscar apoyos en sus negociaciones con la oposición sudista. La situación es particularmente significativa, ya que, al igual que en Darfur, los sudistas se han dejado embelesar por la oposición islamista. Eduardo González