[Escrito unos días antes de las elecciones a la Asamblea Constituyente, este artículo muestra algunas de las características de la situación en la que éstas se han celebrado, particularmente la focalización del debate en la cuestión identitaria, a fin de ocultar los problemas sociales y democráticos que perduran a pesar de la caída de Ben […]
[Escrito unos días antes de las elecciones a la Asamblea Constituyente, este artículo muestra algunas de las características de la situación en la que éstas se han celebrado, particularmente la focalización del debate en la cuestión identitaria, a fin de ocultar los problemas sociales y democráticos que perduran a pesar de la caída de Ben Ali].
Desde hace más de una semana, lo que la prensa informa de la situación en Túnez concierne exclusivamente a las manifestaciones de los salafistas. La difusión en una cadena de televisión privada de la película Persépolis, de la franco-iraní Marjane Satrapi, ha sido, en efecto, el pretexto para manifestaciones violentas de unas decenas, y luego de algunas centenas, de salafistas, que han llegado hasta a amenazar de muerte al presidente de la cadena de televisión en cuestión. Una semana antes de las elecciones a la Asamblea Constituyente, el debate público se ha reducido así a la cuestión identitaria.
Que la representación de dios bajo los rasgos de un viejo barbudo provoque tanta violencia demuestra lo que la sociedad tunecina puede contener de más oscurantista y que la dictadura disimulaba por la fuerza de la represión. Y este episodio ha beneficiado al partido islamista Ennahdha (cercano a los Hermanos Musulmanes), que aparece -comparativamente- como ¡moderado y no violento!
La lucha contra las ideas oscurantistas es una urgencia hoy, en un país en el que los islamistas intentan recuperar para ellos el proceso revolucionario en curso. Al mismo tiempo, la manipulación de la cuestión identitaria, utilizando a la extrema derecha, es un método bien conocido. Se sabe su utilidad para el mantenimiento del orden establecido y para hacer olvidar las cuestiones económicas y sociales.
El paro sigue siendo muy importante en Túnez. Una inflación récord afecta particularmente a los precios alimenticios básicos. Trapicheos de todo tipo han llevado a una penuria de leche en un país que la exporta desde hace veinte años. El país se hunde bajo la deuda odiosa creada por el régimen de Ben Ali, que sigue en pie. Los bienes mal adquiridos de Ben Ali y sus allegados siguen sin ser devueltos a la población. Y en este contexto, el gobierno provisional compromete al país en el «Plan Jazmín», plan de «relanzamiento» por cinco años de 125 millardos de dinares (alrededor de 60 millardos de euros), con una reestructuración en profundidad del empleo. Un plan que hunde aún más al país en la espiral del sobreendeudamiento… ¡El ejemplo griego nos muestra claramente cuales pueden ser sus consecuencias!
Sin hablar de la represión policial que prosigue, con detenciones y agresiones a militantes políticos, los medios continúan estando al servicio de la propaganda oficial y de las instituciones de la dictadura que pueden perdurar con un gobierno que habla ya de seguir después de las elecciones.
Frente a esta situación, las movilizaciones continúan, incluso si siguen dispersas. Huelgas en el sector bancario, entre los artesanos de la medina de Túnez, en las fábricas del textil, en correos, en los ferrocarriles continúan exigiendo la mejora de las condiciones de trabajo y el aumento de los salarios. Con la reinicio de los cursos en la universidad que tiene lugar a comienzos de octubre, los estudiantes han emprendido, en numerosos campus, un movimiento para «degager» (echar) a los directores de los campus, antiguos miembros del RCD en su mayor parte.
La dirección de la UGTT llama por su parte a parar las huelgas hasta el 23 de octubre, manteniendo así las ilusiones sobre los resultados de las elecciones y contribuyendo no dejar en el escenario político más que el debate sobre la identidad.
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR