Traducido del francés para Rebelión por Francisco Fernández Caparrós y Rosa Carazo.
Este lunes nuestro primer ministro debe viajar a Alemania de visita oficial [1]. La cuestión de la inmigración se encuentra en el centro de las entrevistas que debe mantener con Angela Merkel. Hace algunos días el presidente de la República se encontraba en Italia donde declaró ante el Senado: «Al igual que la lucha contra el terrorismo, el fenómeno de la inmigración clandestina solo puede frenarse con una estrategia global común». Lo que vulgarmente podría ser traducido de esta manera: dennos dinero y no volverán a ver un solo moreno desembarcar en sus costas.
La implicación de Túnez en la lucha contra la inmigración de ciudadanos tunecinos o subsaharianos hacia Europa no es una novedad. Sobre esta cuestión, como en tantas otras, la política de las autoridades actuales apenas se distingue de la que llevaba a cabo el antiguo régimen. La colaboración con las políticas racistas de los Estados europeos -pues de eso se trata- se contradice con las enérgicas declaraciones antirracistas de nuestros responsables políticos tras la brutal agresión que hace algunas semanas sufrieron unos estudiantes congoleses. La conmoción suscitada por este acto criminal fue general. Mohamed Ennaceur, el presidente del Parlamento, expresó su compasión hacia los familiares de las víctimas mientras que el jefe del Gobierno se dirigía a los diputados haciendo un llamamiento para adoptar de urgencia una ley que penalice el racismo: «Hace falta una estrategia nacional para cambiar la mentalidad, [y] una ley que criminalice la discriminación». Partidos, asociaciones, medios de comunicación se expresaron de forma similar, preocupados por la persistencia de un racismo tunecino antinegro.
Para la mayoría, sin embargo, la cuestión de la inmigración y del racismo contra los negros serían cuestiones completamente distintas. Por mi parte, pienso que no es verdad. Para comprender esta relación es necesario comenzar por saber de qué estamos hablando cuando nos referimos al racismo antinegro en nuestro país.
Indiscutiblemente, en nuestro país existe una jerarquización simbólica, una jerarquía de las dignidades, diría yo, una pirámide del honor y del respeto que se escalona según el color de la piel y otras características físicas (color de los ojos, del pelo…). Esta realidad se aborda generalmente de la misma forma y con las mismas categorías que el racismo tal y como se produce en y por los Estados occidentales. De esta forma, se usan las mismas generalidades vacías que en los discursos dominantes en Europa y América enmascaran la correlación de fuerzas subyacentes a la cultura racista y que, al mismo tiempo, asimilan toda forma de hostilidad, desprecio, prejuicios o estereotipos a personas según pertenezcan a tal o tales grupos sociales, nacionalidades, creencias o por ser «diferentes».
Así ampliamos esta noción de racismo, inicialmente relacionada con supuestas distinciones racionales, con todas las formas ideológicas que se manifiestan por signos análogos de desprecio o rechazo. De esta manera se hablará de racismo antimujeres, antigordos, antienanos, antiviejos, antifeos, etc. Una categoría de racismo tan vasta es ahistórica y conduce a afirmaciones absurdas y estériles en torno al tema del «odio al otro». De este modo toda la humanidad sería racista desde tiempos inmemoriales -puede que incluso antes-. Resulta imposible plantear la cuestión del racismo en términos políticos y la formulamos como un imperativo moral, una especie de cláusula del sexto mandamiento: «¡No matarás a tu prójimo sólo porque no te guste su aspecto!»
La infravaloración simbólica de los negros en Túnez sin duda tiene que ver con una larga historia en la que la trata y la esclavitud han sido probablemente un momento decisivo. No soy especialista en esta parte de la historia, así que me abstendré de hablar sobre ello. En cambio, desde un punto de vista político, lo que es importante destacar, es que esta historia, tal y como la conocemos todos, no se ha desarrollado de forma lineal sin solución de continuidad. En efecto, la colonización ha constituido una ruptura histórica gigantesca que ha revolucionado las relaciones sociales e ideológicas en nuestro país sometiéndolas a otra lógica histórica, social, cultural y política.
Las relaciones sociales fundamentales sobre las que en otro tiempo descansaba el estatuto inferior de los negros han sido alteradas, desorganizadas y en gran medida destruidas. Pertenecen al pasado. Lo que pervive de esta herencia en el plano cultural e ideológico ha sido introducido, reconfigurado, reactivado, dentro de un nuevo orden social y de relaciones de poder surgidas a partir de la colonización y que se fundan en la racialización del mundo que perdura, aunque de forma distinta, en el marco de los dispositivos poscoloniales de colonialidad (se entiende, supongo, que si hablo de «racialización» es en el sentido de que las razas no existen sobre el plano biológico, sino únicamente como relaciones sociales).
La forma de racismo que sufren en Túnez los negros y los colectivos a quienes de distintas formas se les equipara o los que no tienen la piel lo suficientemente clara, debería entenderse, por consiguiente, no tanto como la expresión aún presente de una historia pasada ni como la expresión de una intolerancia no moderna con respecto a personas «diferentes» , sino más bien en el seno de las relaciones sociales contemporáneas. Esto es, en los ámbitos donde esta jerarquización según el color contribuye a la organización de las correlaciones de fuerzas, como pueden ser la inferioridad de clase o el machismo. Se trata, pues, de comprender el racismo contra los negros como un subproducto local de la dominación imperial y, en esta misma lógica, de reflexionar también acerca de nuestras relaciones de clase o relativas a lo que llamamos pudorosamente la desigualdad regional, en tanto que también es desplegada por los modos de racialización imperial [2].
En Túnez, en realidad, el racismo antinegro no debería preocuparnos tanto como un «problema social», de derechos humanos o de intolerancia, sino como una cuestión más bien global, plenamente política, que no concierne solamente a la «minoría negra» tunecina o sudafricana. Este racismo antinegro habla también de otras jerarquías que atraviesan nuestra sociedad como también lo hace nuestra posición subalterna en un mundo en el que los Estados occidentales siguen siendo hegemónicos. Espero que no me juzguen por difamación pero, a ojos de las capitales occidentales, nuestro buen y pálido presidente es negro.
Notas:
[1] Refiriéndose al pasado día 13 de febrero [N.del T.]
[2] Para los interesados en esta problemática lancé una reflexión sobre este tema en un artículo de 2015 titulado La contre-révolution rampante. Por otro lado, para aquellos que se interesen en la cuestión racial en Estados Unidos, ver mi libro Malcolm X, estratega de la dignidad negra, Editorial Artefakte, 2014. [N. del A.]
Fuente original: http://nawaat.org/portail/2017/02/13/la-question-noire-en-tunisie/