Abuja y alrededores. Foto: Juliana Rotich, a través de Flickr CC (recuperada por Africa Is a Country).
Cuando era estudiante en la Universidad de Bayero, en Kano, Nigeria, a mediados de los años 90, me fascinó la democracia liberal. Este concepto modulado con adjetivos superlativos lo recibimos como estudiantes que éramos, una generación acostumbrada a la hegemonía militar y su opresión. Escribí un trabajo trimestral alabándolo, a la luz de la proclama triunfalista de Francis Fukuyama, en la que sostenía que el comienzo de la democracia liberal significaba «el fin de la historia» [1].
Después de más de veinte años, me avergüenza admitir que fui engañado. No soy el único. Con el respaldo de millones de dólares de fundaciones y gobiernos occidentales pro-democracia, la sociedad civil de Nigeria y los activistas en favor de la democracia adoptaron tímidamente las declaraciones retóricas sobre la democracia liberal. Todos aceptábamos que la democracia liberal era la única forma de democracia y que cualquier modificación o desviación de estos ideales proclamados era un sacrilegio. Veinte años después, el gobierno civil de Nigeria no ha aportado aquellos beneficios tan encomiados de la democracia: ni desarrollo, ni responsabilidad de los gobernantes, ni libertades civiles.
La retórica legitimadora [2] de democratización posterior a la guerra fría era que, aunque la democracia no mejore la vida y las libertades civiles de los nigerianos y otros pueblos africanos, existe un premio de consolación: el mecanismo electoral de expulsar a los gobiernos incumplidores mediante el voto, que, con el tiempo, afianzará una cultura de responsabilidad por parte de los mismos. Esta concesión se ha tambaleado espectacularmente en Nigeria. Como han demostrado las sangrientas y manipuladas elecciones presidenciales, legislativas y de gobernadores desde 1999 —y especialmente los violentos procesos electorales fraudulentos de febrero de 2019-, los votos de los nigerianos cuentan poco. Titulares de cargos ya no elegidos se mantienen en sus puestos, socavando descaradamente la voluntad electoral del pueblo. Los violentos y caóticos comicios para gobernadores en los estados de Kogi y Bayelsa, celebrados en noviembre de 2019, [3] constituyeron otro capítulo de esta sombría historia y demostraron que la crisis de legitimidad electoral de Nigeria se está profundizando en lugar de disminuir.
Desde 1999, el ámbito de los derechos civiles en Nigeria también se ha estrechado bajo el peso de una creciente represión estatal. El reciente arresto, detención y nuevo arresto [4] [5] en la misma sala del juicio, al periodista y activista Omoyele Sowore, desafiando las órdenes y procedimientos judiciales vigentes, significa un reciente retroceso a la cruda y desvergonzada tiranía del régimen militar. Solo gracias a que algunos senadores estadounidenses dirigieron una carta muy dura al gobierno nigeriano sobre este asunto, el señor Sowore fue puesto en libertad en diciembre pasado [6] junto con el ex asesor de seguridad nacional, Sambo Dasuki, quien había pasado más de cuatro años detenido.
La verdad, si bien convincente, es amarga: los sueños y las promesas de democratización se han transformado en un espejismo elaborado y perturbador. ¿Se equivocaron los nigerianos al adoptar de manera acrítica la democracia liberal y, si es así, deberían tener en cuenta el consejo del aclamado novelista de su país, Chinua Achebe [7], y retroceder al momento en que comenzaron a sentir el azote de aquella lluvia a la que se refiere el proverbio y reparar los daños?
La adopción de la democracia liberal en Nigeria no fue un producto orgánico de las luchas políticas locales. Tampoco emanó de debates ideológicos y de deliberación del efervescente espacio público cívico nigeriano. Sino que, la democratización estaba predeterminada por una mezcla tóxica de tres fenómenos transversales: la búsqueda posterior a la Guerra Fría de una nueva lógica de control y dominación neocolonial; la asfixiante ubicuidad global de un fondo prodemocrático para sobornos, desembolsado estratégicamente por agentes occidentales gubernamentales y no gubernamentales; y la certeza ideológica, así como la arrogancia, de la configuración política unipolar ubicada en el Norte Global.
Al igual que con otros proyectos de democratización en África, la democratización de Nigeria nació y sigue supeditada al Consenso de Washington [8], que planteó la liberalización económica y política como una solución universal para los desafíos de desarrollo y gobernabilidad de África. Sus defensores afirmaban que tenía una aplicabilidad general y era el punto final de la evolución política humana, adecuada para todos los tiempos y todos los lugares. El factor ideológico resultó especialmente decisivo como catalizador para la propagación por Nigeria y el resto de África de las reivindicaciones y supuestos democráticos liberales. La democratización de Nigeria coincidía con el fetichismo neoliberal de la liberalización como lenguaje organizativo por excelencia utilizado en el nuevo orden global.
Los líderes políticos y civiles nigerianos no cuestionaron ni examinaron las prescripciones fundacionales de la democracia liberal, como las elecciones entre adversarios de suma cero. Tampoco se plantearon la evidente confrontación de estas prescripciones con los fundamentos de consenso y no entre adversarios de las culturas políticas africanas [9]. En la década de 1990, organizaciones de la autodenominada sociedad civil y a favor de la democracia, tales como Campaña por la Democracia (CD, por sus siglas en inglés) [10], Organización de Libertades Civiles (CLO) [11], Alternativa Democrática (DA) [12] y otras fueron seducidas por la entrada masiva de fondos en pro de la democracia así como por las proclamas retóricas de las entidades occidentales. Esta seducción condujo a lo que analizado retrospectivamente fue una profunda complicidad para la implantación de ideas políticas neoliberales dentro de la organización política de Nigeria. Esta complicidad también ayudó a incorporar a la legislación nacional las jergas operativas de la democracia liberal, asegurando que se convirtieran en el punto de referencia de todas las conversaciones y debates sobre política y gobernabilidad en el país. El discurso específico de la democracia liberal suplantó a un debate más amplio sobre democracia, representación, responsabilidad y derechos civiles. Este referente discursivo sigue vigente, incuestionable e invocado con aprobación.
Las organizaciones de la sociedad civil de Nigeria son las que determinan la agenda política. Establecen los términos y proporcionan el léxico para encuadrar los debates políticos y las transiciones más transcendentales en el país. Los activistas «pro-democracia» de Nigeria, elogiados desde el retorno al sistema de gobierno civil en 1999 como catalizadores heroicos de la democratización y el derrocamiento del gobierno militar, fueron piezas instrumentales en la naturalización, normalización y legitimación de un conjunto de declaraciones ideológicas consideradas como la meta política universal en los círculos de la política neoliberal occidental. Estas afirmaciones eran solo eso: construcciones provincianas e interesadas del momento neoliberal. Y lo que es más significativo, no fueron verificadas y eran inadecuadas para una sociedad nigeriana con instituciones débiles, una pobreza creciente ocasionada en parte por las recetas económicas neoliberales y una unión inestable con tendencias demográficas y ambiciones divergentes.
En este momento crucial de «democratización», la clase política de Nigeria no cuestionó el marco mismo de la «democratización» en el discurso político neoliberal occidental como la antítesis de lo que los pensadores y académicos occidentales caricaturizaron en términos genéricos como despotismo patológico africano, una construcción en cierto modo racista para describir un déficit político africano inexistente o hiperbolizado.
La histórica izquierda radical de Nigeria, con su escepticismo ideológico apagado por la caída del comunismo y con sus energías políticas canalizadas y cooptadas hacia nuevas luchas modernas por la democratización, descuidó cuestionarse si era posible, y cómo hacerlo, alcanzar la democracia sin procesos electorales competitivos del tipo «el ganador se lo lleva todo» o sin elecciones. La lógica simple de que si hay una democracia liberal, también debe haber una democracia no liberal, una que no esté anclada en la evolución política occidental, no fue detectada por los actores políticos de Nigeria. Inundados de dólares y maravillosas presentaciones de PowerPoint procedentes de las fundaciones occidentales en favor de la democracia, los activistas nigerianos de la sociedad civil no prestaron atención a explorar posibles formas en las que ciertos aspectos de la democracia —derechos civiles, estado de derecho, responsabilidad y participación- pudieran adaptarse a las costumbres tradicionales africanas de selección consensuada de dirigentes. Como resultado de este fracaso, las elecciones entre adversarios fueron aceptadas como el único camino hacia un gobierno representativo y responsable.
El ritual de la piedra angular de la democracia liberal, las elecciones de suma cero, dotan a los ganadores con todas las recompensas de la victoria: millones de dólares en ganancias lícitas e ilícitas, visibilidad política local e internacional y poder. El perdedor, por el contrario, no recibe nada. El resultado es una versión de alto riesgo lo que en la jerga norteamericana se llama FOMO [13], o el miedo a quedar excluido. Este miedo a la exclusión de la esfera política provoca, a su vez, la desesperación, lo que consecuentemente y como es previsible produce elecciones desordenadas, violentas y comprometidas.
Además, desde el retorno a un sistema civil de gobierno en 1999, la democracia liberal ha sido una empresa inaceptablemente costosa para Nigeria. En 2019, el país gastó alrededor de 670 millones de dólares [14] en unas elecciones generales que merecieron una amplia condena como farsa. Con una financiación presupuestaria cada vez más sumida en deuda externa e interna [15], y dada la fungibilidad de los fondos estatales, existe la lamentable posibilidad de que Nigeria solicite préstamos para financiar sus instituciones y los procesos democráticos en ciernes. Es un precio muy alto en un país donde la mayoría de las personas subsiste con menos de 2 dólares por día [16]. Si a este desembolso financiero le añadimos la mala reputación de Nigeria donde algunos de sus legisladores están entre los mejor pagados [17] del mundo y por gastar la fortuna nacional para mantener un gran ejército de funcionarios civiles elegidos y nombrados, la insostenibilidad de esta trayectoria «democrática» emerge como un gran alivio.
No es solo el costo fiscal de las elecciones y la administración civil lo que amenaza con paralizar Nigeria. El costo social de esta aventura «democrática» representa la amenaza más severa para el país. Las elecciones plurales, de suma cero, entre adversarios han desgastado el tejido social y han socavado la cohesión de un país desgraciadamente frágil. Como se mencionó anteriormente, las elecciones han estado marcadas y dañadas por asesinatos, desplazamientos, violencia de tierra quemada [18] y manipulaciones intencionadas. Las contiendas electorales son poco más que una guerra política entre facciones de la élite política de Nigeria para acceder a los recursos del país.
El resultado de esta pantomima ha sido una tendencia constante a la apatía de los votantes, representada por la disminución de la participación electoral, que se situó en el 35 por ciento en 2019. Los nigerianos están transmitiendo su desilusión [19] con esta reiteración de democracia. Sin reformas urgentes y profundas, la trayectoria actual puede destruir el país. Ya no es suficiente argumentar que los desafíos actuales son meros contratiempos en el sendero que lleva hacia la madurez democrática o que la creciente tiranía «democrática» es una aberración.
¿Dónde está la salida? Argumentar que la democracia de Nigeria está fatalmente destrozada no significa respaldar la solución contradictoria de Dambisa Moyo de un «dictador decisivo y benevolente» [20], ya que los dictadores por su naturaleza rara vez son benevolentes. Esto tampoco autoriza a abrazar con complacencia el statu quo. La democracia de Nigeria necesita una completa renovación. Ello requiere ideas alternativas que acerquen el país a la cultura política africana de consenso y le alejen de las competiciones electorales disgregadoras de suma cero que profundizan y magnifican las habituales líneas divisorias del país.
El eminente erudito nigeriano Nimi Wariboko [21] ha sugerido el sorteo o la selección al azar de un grupo de candidatos aptos para ocupar un tercio de los cargos políticos. Esa propuesta merece una consideración importante como parte de un menú más amplio de reformas. Los nigerianos también tienen que aceptar el hecho de que es posible alcanzar ideales democráticos sin celebración de elecciones formales o al menos sin elecciones entre adversarios en las que el ganador se lo lleva todo. La selección de líderes en pequeñas unidades de ámbito regional se puede hacer con representación de carácter rotativo a través de congresos informales comunitarios de acuerdo con reglas establecidas. En otras palabras, Nigeria necesita redescubrir, depurar y poner en práctica el concepto de democracia sin elecciones (22), que condensa la esencia africana de liderazgo representativo, inclusivo, consensuado y responsable.
Nigeria debería adoptar un proceso de asignación electoral proporcional mediante el cual los cargos públicos elegidos se distribuyan en función del número de votos recibidos por los candidatos en las elecciones. Según esta propuesta, no habría ganadores y perdedores absolutos. En cambio, habría grandes ganadores y pequeños ganadores. Habría menos procesos electorales, liberando ingresos para la inversión en el bienestar de los nigerianos, porque un solo proceso electoral produciría ganadores de varios niveles. Los candidatos irían a las elecciones sabiendo que, aunque no fueran los que más votos hubieran conseguido, terminarían ocupando otros cargos públicos estipulados en una nueva legislación electoral.
Nigeria necesita establecer en su constitución la rotación de los cargos públicos entre las circunscripciones de acuerdo con normas acordadas por todas las partes interesadas. Esto eliminaría la inseguridad de la inclusión en dichos cargos, disminuiría la desesperación política y la consiguiente ansiedad de los políticos y sus partidarios por ganar concursos electorales a toda costa por temor a que los excluyan del espacio político.
Ni las pretensiones ni la jerga a favor de la democracia pueden ocultar los efectos destructivos del ejercicio de la democracia liberal en Nigeria. El impulso de las élites políticas e intelectuales nigerianas es presentar la democracia liberal como una idea sacrosanta e infalible. Raramente atribuyen el problema de la disfuncionalidad política de Nigeria a la democracia liberal misma. En su lugar, esta disfunción se analiza como un fracaso de los nigerianos y su orientación y carácter supuestamente antidemocráticos.
Esta maniobra intelectual ya no es sostenible y ha agotado claramente su capacidad de engañar y confundir frente a la crisis que ha sufrido la democracia liberal en el Norte Global y ante el daño económico que ha provocado el abrazo acrítico y generalizado de la democratización neoliberal en pueblos no occidentales de múltiples continentes. El aumento global de la desigualdad que se corresponde con una mayor «democratización», el surgimiento de los nacionalismos tribales en las democracias occidentales y la aparición virulenta de tensiones autoritarias en sociedades consideradas bastiones de la democracia desacreditan los argumentos sobre la superioridad intrínseca de la democracia liberal.
El problema reside en la propia democracia liberal y su adopción acrítica en un momento decisivo de estratégicas y despiadadas incursiones occidentales en Nigeria y África. La evasión de la élite nigeriana, expresada a través de la falta de voluntad para identificar el problema en la tipología democrática misma, solo alimenta la arrogancia occidental. Solo acentúa el racismo paternal de exculpar las ideas occidentales de la crisis política y económica nigeriana mientras que se culpabiliza a la incapacidad de los nigerianos de adaptarse a estas ideas o a la obstinación de su espíritu «antidemocrático».
Nigeria necesita construir algo nuevo, autóctono y legítimo en el lugar de la democracia liberal.
Notas de la traducción:
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/El_fin_de_la_Historia_y_el_%C3%BAltimo_hombre
[3] https://punchng.com/sporadic-violence-greets-bayelsa-kogi-gov-elections/
[4] https://edition.cnn.com/2019/12/06/africa/sowore-arrested-after-bail/index.html
[7] https://africasacountry.com/2011/01/achebe-on-nigeria https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/achebe.htm
[8] https://es.wikipedia.org/wiki/Consenso_de_Washington
[9] https://link.springer.com/referenceworkentry/10.1007%2F978-981-10-3899-0_25
[10] https://en.worg/wiki/Campaign_for_Democracy
[11] https://www.fidh.org/organisation/civil-liberties-organisation-clo
[12] https://en.wikipediorg/wiki/Democratic_Alternative_(Nigeria)
[13] Acrónimo de la expression inglesa «Fear of Missing Out»: https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_FOMO
[14] https://www.pulse.ng/news/local/senate-passes-n189bn-inec-budget-for-2019-election/7ghk3fe
[16] https://edition.cnn.com/2018/06/26/africa/nigeria-overtakes-india-extreme-poverty-intl/index.html
[17] https://www.economist.com/graphic-detail/2013/07/15/rewarding-work
[20] https://www.youtube.com/watch?v=tsfz-jknRbw
[21] http://saharareportecom/2017/09/27/election-lottery-new-approach-nigerian-democracy-nimi-wariboko
[22] https://documents.uoedu.au/~bmartin/pubs/95sa.html
[23] Estudio interesante para comprender la situación real de la resistencia de la sociedad civil nigeriana al robo de sus recursos petrolíferos por las multinacionales del sector.
Texto original «Liberal democracy has failed in Nigeria», en Africa Is a Country.
Traducido por Nuria Blanco de Andrés para Umoya.
Fuente: https://umoya.org/2020/03/12/fracaso-democracia-liberal-nigeria/