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Entrevista a Tom Franck

«La derecha se apropió del furor producido por el colapso económico y engañó a EE.UU.»

Fuentes: alternet.org

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En su nuevo libro Pity the Billionaire [Compadécete del multimillonario] Tom Frank analiza irónicamente uno de los acontecimientos políticos más importantes de la presidencia de Obama: cómo sirvió el crac de 2008 para fortalecer a la derecha política. La desregulación de Wall Street propugnada durante 30 años por los dirigentes derechistas, había llevado a una catástrofe económica tan aterradora que el país eligió a un demócrata liberal a la presidencia. Sin embargo, dos años después, la facción más conservadora del Partido Republicano, el Tea Party, había tomado el control efectivo de la Cámara de Representantes, la regulación de Wall Street se había paralizado y los campeones de la desregulación económica de Washington habían emergido más fuertes que nunca.

Frank, autor del éxito de ventas What’s the Matter With Kansas? suministra una concisa y matizada explicación de lo que llama «el engaño de los tiempos difíciles». Habló con Salon desde la casa de su padre en Kansas City, Montana.

Al principio del libro, usted describe el momento en la primavera de 2009, cuando la economía de libre mercado había sido desacreditada tan exhaustivamente que Newsweek publicó un artículo en primera plana en el que proclama: «Ahora todos somos socialistas». ¿Qué pasó? ¿Por qué se perdió esa oportunidad?

Vi esa portada muchas veces [en eventos del Tea Party]. Para esa gente fue la campana de alarma. Pienso que el momento del AIG [cuando el monstruo asegurador rescatado utilizó la ayuda del contribuyente para repartir inmensas bonificaciones a sus ejecutivos] fue de alguna manera el punto álgido de la crisis, cuando [la política] podía decantarse de diferentes maneras. Existía esa asombrosa indignación pública que fue para mí el momento decisivo. Newsweek tuvo otra portada: «Guía hacia al populismo para la persona pensante», y recuerdo ese sentimiento en todo el país, que la gente estaba simplemente furiosa. De alguna manera la derecha capturó ese sentimiento de cólera. Lo capturó por completo. Se podría decir que no tenía derecho a hacerlo, pero lo hizo. Y uno de los motivos por los que pudo hacerlo fue que los liberales no estaban interesados en esa cólera.

Estoy hablando de la cultura liberal de Washington, D.C. No existía un movimiento Ocupa Wall Street [entonces] y solo había gente al margen, como yo, que hablaba del asunto. El líder de los liberales era Barack Obama… los liberales tenían a varias personas en el Congreso. Pero esas personas no estaban familiarizadas en absoluto con la cólera popular. Era algo extraño para ellos. No confiaban en ella y les costaba dirigirse a ella. Me gusta Barack Obama, pero a fin de cuentas es un sujeto muy profesoral. Los liberales perdieron totalmente la oportunidad y la derecha pudo aprovecharla.

En retrospectiva, pienso que la gente como yo era parte del problema. De cierto modo supusimos que con los demócratas en el poder el sistema se corregiría.

Uno de los problemas del liberalismo en este país es que reside en Washington y que sus dirigentes forman una clase muy acomodada. Washington es una de las ciudades más ricas del país, tal vez la más rica. No es un sitio que sienta la crisis, que sienta el declive económico. En general, el mercado inmobiliario se mantuvo bien. La ciudad siguió viviendo el auge. Los contratos siguieron fluyendo. En este caso hablamos de una falla del liberalismo moderno. En una época fue un movimiento de la clase trabajadora. La idea de que los liberales no sintieran el dolor económico era ridícula. Para eso eran liberales. Ya no.

Usted escribe que después de que Obama tomase posesión de su cargo «el populismo de mercado era el único sistema utópico a disposición de los estadounidenses descontentos». No existía un sistema utópico liberal que dijera: «De esta manera saldremos de este lío».

No siquiera había un sistema «rooseveltiano», que no fue utópico, pero muy práctico. Habría sido fantástico si solo se hubiera hablado de Roosevelt. Uno de los puntos de investigación del libro que consideré realmente interesante… fue la historia de los rescates de 1932 y 1933, cuando el gobierno de Hoover realizó numerosos rescates. Ya no lo recordamos. [Esos rescates] fueron masivamente impopulares por el mismo motivo por el que fueron impopulares esta vez: un amiguismo realmente flagrante. No recordamos que una gran parte de la campaña de Franklin Roosevelt [en 1932] fue contra esos rescates. Hubo posiblemente cinco artículos en la prensa en 2008 que mencionaron esa prehistoria de los rescates. Nunca se han tenido en cuenta. 

Fue como si el partido hubiera perdido la «memoria muscular» del New Deal. En el caso de Obama la memoria muscular del Partido Demócrata es la tecnocracia clintoniana de los años noventa.

Así es exactamente. El mensaje era: el camino tecnocrático va a solucionar nuestros problemas. Dejadlo simplemente en manos de los expertos que encontrarán una salida. [Obama y los demócratas] parecían pensar que no tenían que ensuciarse las manos haciendo un llamado populista. Hicieron muchas cosas buenas -el paquete de estímulo de 2008 fue algo bueno- pero no se dieron cuenta de que hay que promocionar algo semejante. Su actitud fue: «Conocemos la respuesta: Estímulo Keynesiano. Así que hagámoslo». No comprendieron que esta nación solo adoptó el estímulo Keynesiano en los años treinta en medio de esa experiencia terriblemente dolorosa, la Depresión, y una enorme campaña [de FDR] para explicar a la nación el motivo por el cual era necesario.

Si no se promociona -si solo se hace el gasto- bueno, la gente siente muchas sospechas ante las ayudas gubernamentales. La deuda del gobierno preocupa a la gente por razones muy obvias. [Obama] no hizo ningún esfuerzo para presentar el argumento. Dijo simplemente «escuchad a los expertos». Tengo una cita de [la consejera económica de Obama] Christy Roemer en la que dice: «Las cosas irían mejor si escucháramos a los expertos». Y ella es uno de los buenos, uno de los mejores del gobierno de Obama. Es su punto de vista.

Usted menciona una interesante discusión sobre cómo imita el movimiento Tea Party lo que fue otrora el estilo de la izquierda. Parece que es el modo dominante: La derecha dice: «Somos los revolucionarios. Nos enfrentamos a los que mandan».

Primero pensé que era una peculiaridad de Glenn Beck, y luego la noté por todas partes. Captaron ese estilo y el lenguaje de los años treinta completo, con la creencia en lo utópico, con esa intensa fe en un sistema económico que resolverá todos tus problemas y que te representa perfectamente, este milagroso sistema económico… Por lo tanto [la derecha] habla constantemente de esa elite infernal que controla el gobierno, las corporaciones, y el mundo académico y de la que nos tenemos que liberar.

Por lo tanto es verdad que la tecnocracia de Obama es la elite infernal. Tal vez no de la manera diabólica que muestra la derecha, sino en el sentido de que son los defensores de los rescates, los defensores del sistema.

No iría demasiado lejos con eso, porque no pienso que sea una manera de comprender nuestro mundo moderno que pueda tener mucho peso. Es verdad que los demócratas se ven totalmente como el partido de la clase profesional, y eso es una elite. No es la elite, pero es una elite. Los demócratas se identifican de un modo muy definitivo con el mundo académico. Es el hogar de las profesiones, es de donde provienen.

A pesar de todo, pienso que la idea conservadora de rebelarse contra la clase gobernante levantando al mercado como un ideal es totalmente retrógrada. Hay una clase gobernante en este país. Pero la noción de que el libre mercado sea un acto de rebelión contra ella parece bastante antojadiza. Puedo decirlo con más fuerza, es absolutamente descabellada.

En un momento usted habla de una «retirada cognitiva del mundo compartido». Parecería que la revolución moderna de la comunicación digital la alentara. «Una retirada cognitiva del mundo compartido», suena como una descripción de Internet.

Es hacia donde vamos. Ahora es posible creer cosas que se puede demostrar que son falsas y que nunca se cuestionan, directa o indirectamente. Uno se puede retirar. Es el fin hacia el cual nos empuja constantemente Internet. Es el marketing moderno.

Por lo tanto es un fenómeno tecnológico, pero es también es un fenómeno ideológico, un producto de los tiempos en los que vivimos. Lo vimos en los años treinta, especialmente en la izquierda. La gente estaba muy comprometida con esa utopía económica [el comunismo]. Creía en él, y su fe en él era tan grande… Es un producto del colapso económico. La gente está desesperada. Piensa que todo su modo de vida se derrumba, y busca… un sistema utópico que lo explique todo.

Es lo genial en Fox News. Es muy divertido verlo, y si se está de acuerdo con ellos es muy agradable, y en un nivel más profundo que la mayor parte del entretenimiento televisivo. El mensaje es «Has trabajado muy duro. Te has ajustado a las reglas y ahora no te respetan. Ni siquiera te dejan decir la palabra ‘Navidad'»

Usted terminó el libro aproximadamente cuando comenzó Ocupa Wall Street. ¿Le sorprendió la emergencia del movimiento?

Me sorprendió. Pensé que el momento de la izquierda había pasado. Fue exactamente tres años después del crac de septiembre de 2008, y parecía que ha´bía llegado la fecha de vencimiento. Estoy muy contento, pero desde muchos puntos de vista parece que es demasiado tarde.

¿Es posible que el movimiento Ocupa revierta los progresos de la derecha?

Así lo espero, pero honestamente no lo sé. A fin de cuentas lo dudo. Mis amigos liberales han tenido dudas sobre la derecha durante décadas. Siempre dicen: «No hay modo de que estos sujetos se puedan recuperar después de este traspié. La gente nunca volverá a ellos después de esto». Pero sigue volviendo.

La derecha parece que está un poco a la defensiva de momento. La narrativa dominante del verano pasado -los gastos del gobierno son el problema- se ha perdido. Ocupa Wall Street ha inyectado un cambio en el discurso. La gente no se muestra defensiva cuando habla de desigualdad.

¡A mí me lo vas a contar! Cuando comencé a escribir sobre desigualdad hace 10 años, no era algo adecuado para una presentación de libros. No estaba dentro de los límites de lo aceptable. Ahora sí lo está. Y es un cambio inmenso.

Lo principal que tiene que cambiar es que demócratas y liberales tienen que ser capaces de hablar de la afrenta, y eso requiere un cambio total de la forma en la que ven el mundo. El problema es que han ido en otra dirección durante 30 años. Desde que comenzó la reacción derechista, los liberales han estado realizando su propio giro hacia el profesionalismo. [Para expresar su indignación] tendrían que revertir su orientación. Quisiera que sucediera, pero no sé cómo va a suceder.

Creo que ha ocurrido una cosa: Los liberales de clase media o de clase media superior de Washington de repente se dan cuenta de que estamos inseguros. El sistema no solo ha fallado para la gente que nos rodea, con la que simpatizamos. También nos ha fallado a nosotros. La inseguridad económica también domina ahora en la clase profesional.

Los profesionales han acusado el impacto. No están aislados de las fuerzas del mercado de la forma que se supone que lo están las profesiones. El sistema ya no funciona de esa manera. Tal vez el cambio provenga de ese sector.

Otra cosa que pienso que ha cambiado las cosas es la debacle del techo de la deuda del verano pasado. Eso asustó a todos, y es obvio que fue obra de los republicanos del Tea Party del Congreso. Fue un gran punto decisivo.

¿La toma de rehenes?

Apuntaron con una pistola a la cabeza de la economía de la nación. Arruinaron la calificación crediticia de los bonos de la nación. Y podría haber ocurrido una catástrofe inimaginable si hubieran cumplido sus amenazas. Ese tipo de cosas no deberían existir en nuestra política. Fue una afrenta tan grande como los rescates. Fue un momento tremento.

Sin embargo, al final del libro, usted imagina a la derecha en el poder y sugiere que podrían hacer exactamente eso, actuar a sabiendas de que arruinarán la economía.

Podrían hacerlo. Ven la crisis financiera como algo que merecemos, que hemos gastado más allá de nuestros medios y ahora tendremos que pagar. En sus mentes necesitamos una recesión para volver al camino correcto. Piensan que nos espera algo como los años treinta, por lo tanto ¿por qué no provocarlo?

Usted concluye diciendo que los problemas de los que se quejan los editorialistas -desigualdad, calentamiento global, y burbujas financieras- perdurarán, pero también lo hará ese populismo utópico de mercado, que usted describe como la persecución «un sueño más vívido que la vida en sí». Ha mostrado cuán arraigados están esos impulsos en la política estadounidense. Tal vez forma parte de la búsqueda de la felicidad estadounidense «la persecución de un sueño más vívido que la vida en sí».

La derecha ha descubierto la magia contra el relativismo. Hace tiempo han imprecado contra el relativismo, pero ahora han descubierto que pueden decir cualquier cosa. Pueden retirarse interminablemente a un mundo de ficción utópica y explicarlo todo. Es como un chico que descubre un nuevo videojuego. Es tremendo.

¿Qué le da esperanzas?

Estuve en Wisconsin cuando había miles de personas rodeando el Capitolio todos los días. Hubo grandes días en los que tuvieron a cien mil personas y hubo días malos en los que hubo «solo» un par de miles, y así siguió día tras día. Realmente lo sentí un momento esperanzador. Fue el predecesor del movimiento Ocupa. Veamos si podremos volver cuando vuelva el calor. Me encantaría que así fuera.

Jefferson Morley es el editor de Salon en Washington y autor del libro que aparecerá próximamente: Snow-Storm in August: Washington City, Francis Scott Key, and the Forgotten

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Fuente: http://www.alternet.org/story/153593/

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