A la espera de que en Estados Unidos entren en vigor nuevas medidas y restricciones con respecto a los emigrantes, comienzan a hacerse evidentes los éxitos de semejantes políticas en el interés de evitar la llegada a ese país de terroristas dispuestos a todo. De hecho, el joven estudiante que hace dos días disparase sobre […]
A la espera de que en Estados Unidos entren en vigor nuevas medidas y restricciones con respecto a los emigrantes, comienzan a hacerse evidentes los éxitos de semejantes políticas en el interés de evitar la llegada a ese país de terroristas dispuestos a todo.
De hecho, el joven estudiante que hace dos días disparase sobre sus compañeros de estudio en la universidad Northern de Illinois, matando a siete alumnos e hiriendo a algunos más antes de suicidarse, no se llamaba Ben, ni Bin, ni Ho-Yan-Chu, ni Mohamed, sino Steve Kazmierczak.
Tampoco era originario de Afganistán, Irán o Iraq, sino de Chicago, Estados Unidos.
No era negro, ni latino, ni árabe, sino blanco, de raza aria e inobjetable sangre y referencias.
No profesaba la religión musulmana, ni la ortodoxa, ni la hinduista, ni satánicos cultos, sino las debidas enseñanzas cristianas en las que lo había educado su familia.
No usaba babuchas, no vestía túnicas, no se ponía turbantes, sino los clásicos «jins» y la típica visera con el emblema de los Bulls.
No comía quipes, ni tipiles, ni dátiles, sino sanwichs y corn-flakes.
Durante la semana previa a este suceso, otros cuatro escolares perdieron la vida en distintas balaceras protagonizadas por estudiantes en centros educativos estadounidenses. En una escuela secundaria de Memphis un estudiante mataba a tiros a un compañero de clase en la cafetería del centro. Tres días antes, en esa misma ciudad aunque en otro centro escolar, un estudiante resultaba herido en una pierna tras ser tiroteado por otro. Casi a las mismas horas, en una universidad de Luisiana, una estudiante mataba a una compañera y se suicidaba. En una escuela de Ohio, también recientemente, un hombre abría fuego en una escuela hiriendo a su esposa, maestra del centro, frente a sus alumnos. Posteriormente se suicidaba.
Gracias a las medidas adoptadas por el gobierno estadounidense para evitar la llegada de terroristas a Estados Unidos, en ninguno de estos trágicos casos citados, casos que apenas son un modesto inventario semanal de la violencia en ese país, los pistoleros procedían de «madrazas» paquistaníes, sino de las escuelas estadounidenses. Y no sintonizaban el canal de Al Yazeerá, sino la CNN.
Ninguno de estos asesinos adquirió sus armas en el mercado negro, sino en la armería de la esquina de su casa o por correspondencia. Ninguno recibió entrenamiento militar en clandestinos campamentos de Sudán o en las remotas cuevas de Tora Bora, sino en clubes y polígonos de tiro de su ciudad. Y no fueron instruidos por los Tigres de Tamil o Sendero Luminoso, sino por sus padres y abuelos.
Tampoco habían sido miembros de Al Qaeda, la Jihad Islámica o el Frente Moro de Liberación… En todo caso, algunos eran o habían sido miembros del ejército de los Estados Unidos, como Timoty McVeigh, aquel condecorado marine de irreprochables apellidos que, concluida la primera invasión a Iraq, voló por los aires el edificio federal de Oklahoma provocando algunos cientos de muertos.
O como Adam Walker, un adolescente estadounidense de anglosajón linaje que en 1998 intentó volar por los aires la escuela en que estudiaba. Descubierto a tiempo y evitada la tragedia, el pequeño Adam fue obsequiado con una de las mejores becas de la Fuerza Aérea de su país para ingresar en su academia, una vez cumpliera los 8 años de probatoria a los que fue condenado por sus iniciativas bombarderas. Al fin y al cabo, como reconocía entonces su abogado, «Adam es un buen chico, más allá de la histeria provocada por el incidente».
Los «malos chicos» llegan del extranjero pero, gracias al gobierno que lo evita, es que ha podido preservarse el fraternal clima de paz y libertad que viven las escuelas, los barrios… (en este punto es que comienza a sonar el himno y es izada la bandera) los hogares de «América».