Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
1. La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos es un punto de inflexión brutal y peligroso, no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero. Este punto de inflexión decisivo representa el fracaso final de los partidos de centro-derecha y de izquierda en los países capitalistas avanzados como consecuencia de la gran recesión (2007-2009), que abrió la vía para el triunfo de un candidato que utiliza el populismo de derecha para reforzar el racismo, la xenofobia y la reacción.
El éxito electoral de Trump bajo una plataforma de criminalización de los inmigrantes musulmanes y los mexicanos en particular -reforzará las fuerzas racistas y anti-inmigrantes de todo el mundo, tales como el Frente Nacional en Francia, cuya jefa Marine Le Pen felicitó a Trump y dijo que Francia conocerá el mismo destino. Este resultado refuerza incluso a organizaciones abiertamente nazis como Amanecer Dorado en Grecia.
El menosprecio de Trump por las mujeres, su historia de depredador sexual y la voluntad de restringir severamente el derecho al aborto, estimulan las corrientes reaccionarias que quieren demoler las conquistas del movimiento de las mujeres en este país y más allá.
Su política de «América primero» puede agudizar las rivalidades imperialistas y socavar las alianzas de Washington, así como las maniobras de Estados Unidos para mantener su dominación global. Por supuesto, este enfoque va a exacerbar el nacionalismo, especialmente en cuestiones relacionadas con los acuerdos de libre comercio. El cerrará la puerta de entrada al número ya limitado de refugiados que el gobierno de los Estados Unidos recibe.
La campaña de Trump ha fortalecido las fuerzas de derecha en los Estados Unidos, incluyendo la extrema derecha, y su elección les dará probablemente más audacia. También podemos esperar que la policía racista que ya mata con impunidad a los negros, considere la victoria de Trump como una luz verde para continuar haciéndolo.
2. La elección no representa un cambio masivo hacia la derecha en la sociedad norteamericana -y no sólo porque Trump obtuvo menos votos que Hillary Clinton (ver artículo de Lance Selfa, Correspondencia de Prensa, 11-11-2016) De hecho, estamos asistiendo a un proceso de polarización política en que la derecha y la izquierda se desarrollan.
La orientación de la política en los Estados Unidos depende, principalmente, del desarrollo y construcción en los movimientos sociales, sindicatos y organizaciones sociales de una corriente activista, combativa, de izquierda. La ISO está comprometida junto con a los asalariados y las asalariadas, oprimidos y oprimidas que van a sufrir los fuertes ataques bajo la presidencia de Trump. Vamos a participar plenamente en la lucha por la defensa de los que van a ser el blanco de la ofensiva de la derecha, así como en un combate más amplio por la justicia.
3. La clase capitalista norteamericana y sus representantes políticos intentarán frenar los excesos de Trump. Pero el Partido Republicano, teniendo en cuenta el éxito electoral de Trump, probablemente, también tratará de normalizar su política, adaptando su programa a sus propios intereses.
La clase capitalista de los Estados Unidos no pudo frenar a Trump, pese a la abrumadora oposición dentro de sus filas. Una clase dirigente que dominó el mundo desde la mitad de siglo XX y que atraviesa hoy por tensiones internas, aunque en el seno de fracciones enemigas se compran a los políticos que tienden a estar interesados en sus propios intereses, sin tener otros objetivos más amplios.
Sin la disciplina de la Guerra Fría o la presión de una clase obrera organizada, los capitalistas estadounidenses han utilizado la era neoliberal para apoderarse de toda la riqueza que podían, sin tener en cuenta las consecuencias políticas. Los republicanos actuando de manera abierta y agresiva por este programa. Los demócratas tratando de mediar las exigencias del capital y las demandas de la base electoral del partido. Trump, quien reconoció que millones de personas encuentran intolerable el statu quo, quebró el consenso político, al menos retóricamente.
Por lo tanto, la Casa Blanca, dominada por personalidades de la clase dominante y los políticos socializados en el ejército norteamericano, estará ahora ocupada por un multimillonario sin escrúpulos. Trump, a pesar de las comparaciones que algunos han hecho con el líder fascista italiano Mussolini, se parece más a Silvio Berlusconi, el magnate de los medios de comunicación italianos que utilizó su fortuna y su fuerza de atracción populista, para imponerse a un establishment político corrupto y conservador.
4. Cualesquiera que sean las pequeñas cosas que una administración Trump pueda proporcionar a los trabajadores, a condición de que este sea el caso, serán mínimas en comparación con los enormes recortes fiscales que Trump ya se ha comprometido a poner en práctica. La Corporate America obtendrá las exoneraciones fiscales que demanda desde largo tiempo para traer de vuelta al país las masas de capitales exiliados. Y el Congreso controlado por los republicanos, será la ocasión para socavar oportunidad para socavar las regulaciones e incluso para atacar la seguridad social y el Medicare (seguro de salud para las personas mayores de 65 años).
La «reforma» fiscal bajo Trump, si ella se realiza, reforzaría la más grande desigualdad económica que los Estados Unidos haya conocido desde hace un siglo. Sectores de la clase obrera blanca que apoyaron a Trump verían sus condiciones agravadas, probablemente de manera dramática. Lo mismo con respecto a la columna vertebral de apoyo a Trump, constituida por una clase media maltratada en el plano económico, así como los propietarios de pequeñas empresas y los pequeños gestores.
Es una fórmula que conducirá a un mayor descontento social y político, en el momento que la derecha busque alcanzar plenamente sus objetivos, lo que ha ocurrido varias veces en el pasado.
5. La elección de Trump, basada en el miedo y el odio, se produce ocho años después de la primera campaña de Barack Obama para ganar la presidencia, marcada por su retórica de esperanza y cambio.
Asumiendo el cargo en medio de la peor crisis económica desde la década de 1930 con una sólida mayoría demócrata en ambas cámaras del Congreso, Obama tuvo la oportunidad de marginalizar a los republicanos por una década el menos. En cambio, la administración Obama se consagró a rescatar a los bancos y reducir el tamaño relativo del gobierno federal, mientras que los trabajadores recibieron una ayuda muy reducida, mientras que el desempleo y la carga de la vivienda treparon.
La legislación de la administración Obama en el sector de la salud -que podría haber dado lugar a un programa popular amplio y muy necesario, basado en el gobierno- sobre todo reforzó el poder de las grandes compañías de seguros y empresas farmacéuticas. Los asalariados y asalariadas pagan primas más altas ahora y reciben calidad más baja luego de la reforma de salud de Obama. En lo político, la oportunidad para que los demócratas fortalecieran su base electoral mediante la implementación de un sistema de salud universal ha sido en vano. En cambio, los republicanos han dispuesto de otro palo para golpear al llamado «gran gobierno» (la gran burocracia del gobierno federal) y a los demócratas.
Esta y otras decepciones abrieron el camino para el regreso de los republicanos en las elecciones de medio término en el año 2010, lo que puso en sus manos el control de muchos gobiernos estaduales y permitió el bloqueo sistemático en el Congreso desde entonces, con ello el Grand Old Party (GOP) obtuvo el fuelle para controlar tanto la Cámara de Representantes como el Senado. Algunos aumentos de impuestos a los ricos y las empresas y una mayor regulación de los bancos no impidieron que la Corporate América pudiera cosechar beneficios récord a pesar de la debilidad de la economía.
6. Las políticas del Partido Demócrata -desde Bill Clinton en la década de 1990 a la de Obama en los últimos ocho años- han minado en la clase obrera su base electoral tradicional después del New Deal y de la Great Socciety (años 1960), reduciendo el tamaño del gobierno federal y eliminando los programas federales para los pobres y precarios. El declive de los sindicatos -acelerado por las políticas pro-negocio de las administraciones de Clinton y Obama- fragilizaron aún más la base tradicional de los demócratas y desorientaron a la clase obrera organizada.
Dirigido por los «neo-demócratas» como Bill Clinton y Al Gore, la estrategia del partido consistió en construir redes electorales a través de las maquinarias políticas en las grandes ciudades y operar un giro superficial hacia la «diversidad» (las llamadas minorías), mientras se promovían políticas favorables a los negocios en un intento de ganar el apoyo de las periferias blancas de clase media tradicionalmente republicanas tradicionales. El crecimiento de Trump en el Partido Republicano, hizo que esta estrategia reapareciera en la campaña de Hillary Clinton en 2016, los dirigentes (demócratas) creyeron que podían suplantar a los republicanos como el primer partido del capitalismo norteamericano.
7. El papel de los demócratas como guardianes de un status quo cada vez más intolerable, creó las condiciones para una rebelión dentro del partido la cual se expresó en la campaña de Bernie Sanders durante la primaria demócrata.
Al apuntar a la «clase milmillonaria,» Sanders -que no ocultó su trayectoria socialista- mostró que millones de trabajadores estaban dispuestos a adoptar un mensaje basado en los derechos y la solidaridad de los trabajadores.
Pero Sanders, después de abandonar su independencia política cultivada durante su vida política a fin de funcionar como un demócrata, finalmente dio el apoyo a Hillary Clinton en la Convención Demócrata el pasado verano. A partir de ese momento, cesó toda crítica al establishement del partido. Él apoyó una campaña destinada al fracaso, que se resume en el lema «América ya es grande» (en oposición a al lema de Trump: «Hacer América grande otra vez»].
8. Con el silencio de Sanders y con Clinton tratando de ganar votos republicanos, Trump no dejó pasar la oportunidad de hablarle a la clase obrera, algo inédito para un candidato a la presidencia de los Estados Unidos.
Después de usar el populismo derechista para derrotar a sus rivales republicanos, Trump centró de nuevo su campaña electoral en las reivindicaciones económicas de los trabajadores blancos y en las tradiciones más reaccionarias de la política de los Estados Unidos: en primer lugar, el racismo contra los afro-americanos y los inmigrantes.
En un país construido sobre la esclavitud, el genocidio de los indios norteamericanos y la conquista imperial, Trump siguió el camino de otros populistas de derecha como George Wallace (gobernador demócrata de Alabama, partidario de la segregación racial hasta los años 1970). También se apoyó en una base que, generalmente, está más cómoda y cercana de Clinton y Sanders, según las encuestas de boca de urna. Pero también sectores de la clase trabajadora blanca -incluso en las zonas claramente ganadas por Obama en 2008 y 2012 – han rechazado la defensa de los demócratas de un status quo intolerable y se han alineado detrás de Trump.
9. La campaña «Trump» ha confortado a la derecha dura. Ella refuerza su confianza en materia de inmigración, de orden público y otros temas.
Una consecuencia probable se manifestará en otra política racista de polarización. La militarización de las fuerzas de seguridad que se ha intensificado bajo el gobierno de Obama, sin duda alguna, se acentuará con el uso de la represión contra las rebeliones negras como en Ferguson y Baltimore, y más recientemente ante la lucha de Standing Rok contra el oleoducto Dakota Acces, que sirven como modelo para quebrar un movimiento.
10. La victoria de Trump en la elección presidencial se logró a pesar de obtener un menor número de votos populares. El Colegio Electoral -un sistema arcaico diseñado en la fundación de los Estados Unidos para favorecer a los estados esclavistas del Sur – dio la ventaja de Trump (279 contra 228). La organización estatal -federal- del Colegio Electoral significó que los grandes centros industriales como Nueva York, Los Ángeles, Chicago y Houston, no jugaran un papel decisivo en la campaña de 2016, ya que estos Estados no son decisivos en la competencia entre los partidos por los «grandes electores».
11. Sin embargo, los principales círculos dirigentes del Partido Demócrata -después de apostar al miedo de manera cínica para deslegitimar a Trump durante meses, por su autoritarismo y el rol de los evangelistas-, ahora le otorgan una legitimidad al presidente electo, con las apelaciones de Hillary Clinton, Obama y otros líderes, en el sentido de «dar una oportunidad a Trump» y unirse detrás de él por el bien del país.
Esto entrañará tensiones con un gran número de militantes demócratas que fueron atraídos por el ala Sanders. Ciertas personalidades liberales del partido pueden ensayar una respuesta dando un poco más de margen de maniobra para el activismo. Pero como en el pasado, los demócratas liberales en última instancia buscarán canalizar este tipo de activismo en los esfuerzos para renovar el Partido Demócrata.
Las primeras protestas contra la elección Trump -en contraste con la actitud conciliadora de los líderes demócratas- ilustran el potencial para construir una mayor resistencia popular que podría, a su vez, ejercer presión sobre los sindicatos y/o organizaciones de izquierda para enfrentar y poner en cuestión de cierta manera a la derecha.
Sin embargo, prioritariamente, se afirma la necesidad urgente de luchar contra los ataques de la extrema derecha bajo la presidencia de Trump, y vincular estos movimientos sociales y luchas que existen en un proyecto común de resistencia en torno a un programa para los trabajadores y los oprimidos expresado en términos positivos. Las múltiples crisis que creará o agudizará la presidencia Trump puede radicalizar a una nueva generación que ya ha sido impulsada por Black Lives Matter (Las vidas negras cuentan) por la lucha contra el oleoducto en Dakota y la solidaridad con la lucha de los Sioux de Standing Rock (Lakota), por la defensa de los derechos de los inmigrantes y otros movimientos sociales (salario mínimo, profesores, etc.), y la izquierda que surgió durante la campaña de Bernie Sanders.
La ISO está plenamente comprometida con la lucha por la democracia y la justicia en contra del programa reaccionario de Donald Trump y todas las fuerzas responsables de su victoria. Como parte de la lucha, vamos a poner énfasis en una orientación política hacia adelante, absolutamente necesaria, para alimentar una esperanza real y un movimiento de emancipación -a diferencia de la política de la desesperación y en el cabeza de turco en que prospera Trump – basados en nuestro compromiso de abrir una vía hacia una sociedad socialista donde los trabajadores y trabajadoras controlen su propia vida y la sociedad.
La necesidad urgente de construir una organización política y militante puede ser sentida con motivo de las primeras protestas contra Trump. Este es el desafío para la izquierda y organizaciones tales como la ISO, y ese es el reto que tenemos y tienen todos los que quieren luchar contra la derecha y hacia otro mundo.