Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
Tres militantes históricos de la lucha contra la esclavitud en Mauritania (1) están en la lista de los candidatos al Premio Nobel. La recién aprobada ley mauritana que criminaliza la esclavitud, reforzando la de 2007, puede que sea, de todo el mundo, la que mejor define la naturaleza de este fenómeno: se trata de cualquier situación en la que una persona está privada de todos o parte de sus derechos fundamentales, cuando pasa del estatuto de sujeto de derecho al de propiedad que se puede usar, disfrutar y disponer, según los términos jurídicos que caracterizan la noción de propiedad (2).
Muchos militantes de los derechos humanos dudan de que se aplique esa ley y piensan que se trata de dar una pátina de humanismo a un régimen que hace el trabajo de los europeos y los estadounidenses en la lucha contra el terrorismo y la emigración. Sin embargo la definición fría y jurídica de la esclavitud, más allá del peso emotivo de la palabra y de la situación concreta en Mauritania, debe hacernos reflexionar. Bien mirado, ¿no están pasando esas situaciones a convertirse en la norma, en la realidad diaria de los trabajadores de todo el mundo?
En los grandes talleres de Asia, en las minas y en las plantaciones africanas y sudamericanas o en los estados de Catar la vida de los trabajadores está en situación de esclavitud. Los pasaportes confiscados, los despidos aleatorios, las garantías económicas sobre las familias, la precariedad, los horarios, los ritmos de trabajo y la denegación de representación sindical muestran a personas de las que se usa, se abusa y se dispone, cuyo trabajo multiplica las riquezas de sus amos.
Los grandes medios y servicios de comunicación de las embajadas o de las agencias de la ONU se posicionan con facilidad ante los graves atentados contra los derechos humanos más escandalosos y mediáticos, como la mutilación genital femenina, los niños soldados o la esclavitud, con el riesgo de simplificarlos, como en el caso del militante antiesclavista mauritano Biram Abeïd (ver abajo), pero se les oye poco sobre los atentados a los derechos humanos de baja intensidad mediática como los derechos económicos y sociales.
Con una diferencia de grado, pero no de naturaleza, en Francia la destrucción paulatina de los derechos laborales bajo el empuje del pensamiento neoliberal participa también de esa visión de una humanidad sin derechos individuales y colectivos, reducida a su estatuto utilitario en una sociedad consumista donde solo cuenta el valor mercantil de los objetos cualesquiera que sean su naturaleza y las condiciones de su producción.
Si se propone el Premio Nobel a un militante antiesclavista también habrá que tener ese debate.
¿De qué se habla cuando se habla de esclavitud en Mauritania?
En agosto la actualidad internacional, dominada por la cuestión de los emigrantes y la crónica de los horrores sirios, también dejó un poco de espacio a otros asuntos dramáticos como la cuestión de la esclavitud en Mauritania (3). El 21 de agosto Amnistía Internacional denunciaba que mientras el Parlamento mauritano aprobaba una ley que convertía la esclavitud en un crimen contra la humanidad la justicia mauritana, a las órdenes del Gobierno y en desprecio de cualquier procedimiento de un proceso justo, confirmaba en apelación la condena a dos años de prisión del militante antiesclavista Biram Abeïd por pertenencia a asociaciones ilegales e incitación a la violencia.
Según las ONG de derechos humanos la nueva ley muestra el doble lenguaje de las autoridades mauritanas. Es un avance notable que hay que celebrar, pero debe aplicarse con precisión, según el Alto Comisariado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (4).
Una realidad contemporánea
Las palabras esclavitud, genocidio, deportación o apartheid nos remiten a los tiempos más sombríos de la historia, cuando se negaba la humanidad de determinados grupos para justificar una política. Antes de describir una realidad social o de calificar jurídicamente prácticas condenables la palabra es política. La lucha contra la esclavitud fue la excusa «civilizatoria» del rey de los belgas Leopoldo I para conseguir un imperio colonial en el corazón de África convirtiéndolo rápidamente en una colonia violenta que vio reducida su población a la mitad en 20 años, cuando el caucho alimentaba la nueva industria europea del automóvil (5). Este pequeño recordatorio histórico es para señalar que a veces es necesario utilizar el discernimiento en nuestros brillantes y morales discursos que denuncian situaciones de graves atentados a los derechos humanos, no para relativizar, sino para entender mejor las situaciones reales. Es el caso de Mauritania con respecto a la supervivencia de una esclavitud plurisecular transahariana que estructuró humanamente esta región del continente africano (6).
Además nuestras posturas con respecto a los derechos humanos se perciben a menudo como arrogancia occidental. El pasado mes de enero un artículo de Nouvel Observateur [7] empezaba con estas palabras: «Mauritania tiene su Espartaco, el militante Biram Dah Abeïd quiere conseguir que se libere a todos los esclavos de su país pagando con su propia libertad». Pero este nuevo Espartaco se había presentado a las elecciones presidenciales unos meses antes.
El primer presidente de Mauritania, Ould Daddah, era perfectamente consciente de la realidad de la esclavitud en su joven Estado y de la necesidad de su erradicación para desarrollarlo e integrarlo en el Concierto de las Naciones, pero al mismo tiempo explicó que no podía abordar de frente esa cuestión en tanto que afectaba a intereses poderosos y prácticas ancladas en la sociedad mauritana.
Resultado, después de 55 años, cinco golpes de Estado y tres leyes antiesclavitud, el asunto sigue en el centro del debate público en Mauritania.
Una construcción histórica
La historia del Sahel, zona de separación entre el Sahara árabe-bereber y el África subsahariana, explica la permanencia de antiguas prácticas sociales de servidumbre, de trabajo forzado, de dominación, de castas y de desigualdades por razón de nacimiento. El desarrollo económico en Mauritania, basado en el clientelismo de Estado (administración, pesca, minería, negocios internacionales, construcción) en provecho de las élites cercanas al poder, agrava las desigualdades sociales. Ese país de 3,5 millones de habitantes en una zona el doble de grande que Francia, se creó en 1960 desde la ribera derecha del río Senegal y una parte del antiguo Sudán francés. Como en todos los países de África sus fronteras son el resultado de consideraciones geoestratégicas y administrativas más que de lógicas de homogeneización de las poblaciones.
Para Francia ese nuevo país bisagra permitía contener las reivindicaciones históricas de Marruecos (8) al sur, mientras la ribera derecha del río permitía sentar las bases del desarrollo económico. Las autoridades del joven Estado senegalés no vieron inconveniente, los peuls permanecerían así minoritarios en su país.
Desde el siglo XIX el valle del río Senegal fue enmarcado por la administración colonial (escuelas, sanidad, trabajo público, impuestos, cultivos) mientras la administración de los oasis y de los confines desérticos al norte del río se subcontrató a las grandes tribus árabes-bereberes con la condición de que fuesen leales a Francia, dejasen de pelearse y abandonaran sus incursiones esclavistas a lo largo del río.
Esas tribus procedían de un largo mestizaje entre las tribus guerreras beduinas que llegaron progresivamente de la península arábiga durante la conquista árabe (del siglo VIII al XII) y las antiguas poblaciones bereberes del norte de África. La mano de obra servil de esas grandes líneas familiares estaba compuesta de esclavos y liberados tomados en las poblaciones negras del río. Esa mano de obra poco a poco se integró y se mimetizó con la sociedad mauritana, que por lo tanto está compuesta por dos comunidades: los beidanes (mauritanos blancos) y los harratinos (esclavos liberados). Comparten la lengua, la hasanía (lengua árabe híbrida con la berebere y las lenguas del río) y reivindican su pertenencia al mundo árabe-musulmán.
Debido a esos mestizajes el color de la piel no es necesariamente la marca de la comunidad. En ese contexto lo que se llama esclavitud corresponde a un abanico de situaciones concretas que van desde el trabajo forzoso al clientelismo pasando por la servidumbre, la captación de patrimonios, el derecho de pernada, las castas y la lealtad política, social y cultural.
Las élites políticas y administrativas beidanes no niegan la existencia de desigualdades inaceptables por razón de nacimiento, pero se niegan a enfrentarse y a asumir una realidad antropológica incrustada en su historia que sólo puede acabar con un compromiso político sostenido a largo plazo. Utilizan el eufemismo «secuelas de la esclavitud». Es ese rechazo de la coherencia y la memoria el que los militantes antiesclavistas les reprochan en primer lugar, ¿por qué niegan la persistencia de la esclavitud mientras aprueban una nueva ley para abolirla?
Las identidades sociales injustas por razón de nacimiento no son exclusivas de los mauritanos. Se encuentran también bajo formas específicas entre los wólof, los peuls o los soninkés de la ribera derecha del río. Las formas antiguas y más brutales de esclavitud persisten en la zona rural pero disminuyeron y desaparecieron gracias a la labor de las asociaciones que desde los años 70 (El Hor, SOS esclavos, AFCF) militaron valientemente, pagando con su libertad, ante los poderes públicos para criminalizar esas prácticas. En aquella época las asociaciones crearon un partido político, el AC (Acción Política) y Messaoud Ould Boulkheir, procedente de la comunidad harratina, se presentó a las elecciones presidenciales de 2007 y después a las de 2009 en las que quedó en segunda posición con el 17 % de los votos.
Más allá de su efecto de visibilidad que convierte la esclavitud en un crimen contra la humanidad, y por lo tanto imprescriptible, la última ley refuerza el papel de las asociaciones, que pueden constituirse en parte civil. La ley precisa la calificación jurídica de la esclavitud, crea jurisdicciones especializadas y permite incriminar a los agentes públicos (policías y magistrados) que no persigan a los autores de actos de esclavitud. Todas las situaciones en las se considere que una persona es una propiedad, un objeto sin derechos, caerán bajo el peso de la ley si finalmente se aplica, lo que en el contexto judicial mauritano resultará más difícil que la aprobación de la ley.
Los nuevos retos de la lucha contra la esclavitud
Los negros francófonos formados en la escuela colonial constituirían los primeros cuadros intermedios de la nueva administración mauritana mientras las intransigentes élites árabes-bereberes beidanes formadas en Francia, después de un momento de fluctuación, se hicieron con todos los resortes políticos y sus sirvientes harratinos permanecieron en situación de dominados. El primer consejo de ministros de Mauritania se hizo en una tienda de campaña.
Dos sucesos vinieron a sacudir las frágiles bases comunitarias del Estado: la gran sequía de los años 70 y la guerra del Sahara occidental (1975-1979). A principios de los años 70, durante varios años consecutivos, el déficit crónico de lluvias en el Sahel diezmó los rebaños y amenazaba a las poblaciones nómadas que huyeron de sus zonas de pasto para agruparse en los centros urbanos del sur y en Nuakchot.
Las sociedades tradicionales de ganaderos y nómadas resultaron profundamente desestructuradas de forma irremediable. Los amos tuvieron que liberar a sus esclavos y sus parentelas porque no podían soportar los costes. Miles de harratinos fueron a poblar Nuakchot o se instalaron en «el triángulo de la pobreza», una zona en el centro del país al norte del río Senegal.
Al percibirlos como un frente pionero dirigido hacía el río surgieron los conflictos territoriales con las poblaciones negras. En la misma época la guerra del Sahara occidental entre el Frente Polisario, Argelia, Marruecos y Mauritania tras la retirada de España de esos territorios que Mauritania reivindicaba frente a Marruecos, llevó al ejército mauritano a reclutar varios miles de soldados entre los harratinos.
Ambos fenómenos fueron dos factores poderosos de emancipación de los harratinos, pero tuvieron dos consecuencias: la multiplicación de los conflictos territoriales sobre el río y el auge del ejército, purgado en los años 90-91 de sus oficiales «negros-mauritanos» [9] con ocasión de las graves tensiones que causaron varios cientos de muertos y millones de refugiados negros del río hacia Senegal que huían de la depuración étnica, lo que acarreó una situación casi de guerra entre Mauritania y Senegal. Los soldados y las milicias harratinos fueron la punta de lanza de esas exacciones criminales. Ambas situaciones bélicas ahora están apaciguadas, pero el foso sigue abierto entre las comunidades mauritanas.
Durante la crisis entre Senegal y Mauritania las cofradías sufíes presentes en ambos lados del río permitieron contener las violencias. Mauritania fue el primer Estado moderno que se declaró república islámica, 18 años antes que irán. En la época esa identidad islámica no correspondía a una voluntad política de islamizar la sociedad, sino que el islam era el denominador común de todos los ciudadanos mauritanos procedentes de las distintas comunidades culturales y lingüísticas del nuevo Estado.
Esta es una forma de explicar la frágil unidad del país en torno a una religión común. Biram Abeïd fue el primero que lanzó el debate sobre la esclavitud en Mauritania en el terreno político-religioso.
Muy pronto, en el momento de la islamización del norte de África, los territorios actuales de Mauritania albergarían los grandes centros de erudición (Chinguetti, Oualata y Boutilimit). Los pensadores más ilustres del islam en Oriente Medio procedían de Mauritania. Hoy el islam tradicional de cofradías, muy poderoso en Mauritania, retrocede. Está en competencia con el islam wahabí procedente de la península arábiga. El dinero del petróleo y el gas de las monarquías del Golfo es el principal factor de su creciente influencia. Una lectura de La sharía permitió abolir en esos países la esclavitud oficial en la década de 1960. La ideología de este islam de regresar a las fuentes de los primeros tiempos de la revelación de Mahoma seduce cada vez más a los urbanos en busca de valores morales y de un discurso estructurador.
En ese contexto, en nombre de los orígenes del islam, el harratino Biram Abeïd lideró la lucha contra la esclavitud en 2012 quemando públicamente antiguos textos de juristas musulmanes que justificaban la esclavitud. Ese acto público impactó a la sociedad mauritana. Biram Abeïd fue encarcelado y liberado seis meses después por defecto de procedimiento. Sin embargo su gesto marcó y contribuyó al relanzamiento público del asunto.
Biram Dah Abeïd en la cumbre anual de Ginebra por los derechos humanos y la democracia, noviembre de 2014
Al mostrar que no dudaría en hacer de la comunidad harratina una fuerza colectiva de protesta del orden social establecido, Biram Abeïd atacó los sistemas clientelistas políticos tradicionales. Dos años después se presentó a las elecciones presidenciales boicoteadas por los partidos de oposición y obtuvo los patrocinios necesarios por parte de cargos del partido en el poder que así podían demostrar que el proceso era abierto. Muchas personas le reprocharon la maniobra porque hacía el juego al poder sirviéndole de aval democrático. En la primera vuelta el presidente saliente obtuvo el 81 % frente al 9 % de Biram Abeïd.
Personalidad controvertida, de verbo fácil, domina perfectamente las nuevas tecnologías de la información y sabe gestionar sus relaciones con las cancillerías occidentales prontas a espolear al caballo de batalla de los derechos humanos en asuntos poco arriesgados y políticamente rentables. Ha convertido sus encarcelamientos en una caja de resonancia de su causa frente a la opinión pública mauritana e internacional y muestra la cara de una nueva militancia antiesclavista en Mauritania cuya eficacia debilita a las autoridades.
El esquema binario de esclavos negros contra esclavistas árabes que estructura varios artículos recientes permite endosar con facilidad el disfraz «civilizador» de los derechos humanos, pero no se corresponde con una realidad muy compleja.
Notas:
(1) SOS esclavos, Aminetou Mint El Moktar de la Asociación de Mujeres Cabezas de Familia (AFCF) y Biram Ould Abeïd Ould Dah de Iniciativa por el Resurgimiento del Movimiento Abolicionista en Mauritania (IRA).
(2) ius utendi (uso), ius fruendi (disfrute) e ius abutendi (disposición).
(3) RF1 y Le Figaro, 15 de agosto; Libération, 20 de agosto; Jeune Afrique, 21 de agosto, y Le Monde, 22 de agosto.
(4) Sitio del HCDH en Ginebra, 21 de agosto de 2015.
(5) Leer, en particular, El fantasma del rey Leopoldo , de Adam Hochschild.
(6) Para saber más del contexto mauritano: Prêcher dans le désert, Ould Ahmed Salem Zekeria, Karthala 2013 y Etat et Société en Mauritanie, cinquante ans après l’indépendance, Ould Cheikh Abdel Wedoud, Karthala 2010.
(7) «Pour les maîtres, violer les esclaves est un droit. Le nouvel Observateur. 4 de enero de 2015.
(8) Marruecos no reconoció a Mauritania hasta 1969.
(9) Término oficial en Mauritania para designar a los no mauritanos.
Fuente: http://www.madaniya.info/2016/03/24/esclavage-en-mauritanie/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.