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Decimoctavo día del pueblo tunecino

La estrategia de la tensión

Fuentes: Rebelión

Fotos de Ainara Makalilo

Los padres que pierden a un niño vuelven de algún modo a no tener niño, pero no puede decirse que hayan «recuperado la normalidad»; la mujer que pierde a su amado vuelve a estar sin su amado, como antes de conocerlo, pero no puede decirse que «recupere la normalidad». La Qasba hoy ofrece la historia dolorosa, inolvidable, contenida en la frase: «como si no hubiera pasado nada». El gesto de borrar deja una huella imborrable; el gesto de limpiar deja una mancha indeleble, una ausencia blanca de fantasma encadenado a la piedra. No hay nada; hay por primera vez «nada».

Hemos vuelto esta mañana a la Qasba, cerrada por sus cuatro costados por alambradas de espino. Los policías sólo dejan entrar a los funcionarios que trabajan en el recinto. Pero hemos podido ver desde fuera, y fotografíar, esa cal nueva que, como un lifting facial, revela una historia oculta, una antigüedad sofocada. Han hecho un buen trabajo, no cabe duda. Ni un rastro de pintada ni la coma de un grafito ni un jironcito de tinta negra. Ni siquiera sobre la piedra del palacio del primer ministro se puede localizar el menor rastro del bullicio palabrero que durante cinco días fundió política y vida en un presente puro sin porvenir.

No es verdad que el poder no tenga un centro. Los tanques y la policía protegen en la Qasba unas paredes. Nosotros las necesitamos al menos para escribir; y ellos las necesitan para imponer la mudez.

El día es frío, sombrío, lluvioso. En el café Univers encontramos a Selim, un viejo conocido miembro de Aministía Internacional. Su organización sigue tratando de establecer el número exacto de muertos producido durante las revueltas y se queja de la indiferencia de las nuevas instituciones, esas mismas que tratan de ocultar la continuidad y fundar su legitimidad en el sacrificio de las víctimas:

– Una semana después de la caída de Ben Alí -dice- nadie había ido a Qasserine. Están frustrados y dolidos. Dicen que son ellos los que han hecho la revolución y nadie va a verlos. Se sienten robados. Les han robado su revolución.

Selim está asombrado de la lucidez política de los habitantes de las regiones, muy resentidos con la UGTT. También, obviamente, con los partidos que colaboran con el gobierno, el PDP de Najib Chabbi y el Tajdid (renovación) de Ahmed Brahim, ya legales bajo el dictador.

– Han elegido muy bien sus ministerios, el de Desarrollo y el de Enseñanza Superior, pues les permiten tener un acceso privilegiado a las zonas populares y a los jóvenes. Han empezado ya su campaña electoral. Es el viejo orden, en el que se siguen confundiendo Estado y partido. Por eso no es raro que en las protestas se repita una y otra vez la consigna: «PDP y Tajdid, habéis vendido la sangre de los mártires».

En ese momento suena su teléfono móvil y nos da la noticia: en Gafsa hay una gran manifestación y el ejército ha disparado al aire. La policía reprime duramente. Le preguntamos por esta vuelta -esta vez sí- a la vieja normalidad de plomo.

– El aparato del partido trata de recuperar el control a través del terror y la represión.

Así parece. A las 12.30 de la mañana se ha formado un grupo nutrido de unas quinientas personas que suben y bajan por la avenida Bourguiba, del ministerio del Interior a la Puerta de Francia, con un cartelón que dice: «No estamos derrotados; seguimos luchando». Han salido de la nada y se disuelven en la nada para cristalizar de nuevo unos minutos más tarde un poco más allá, como la hojarasca que traslada el viento -o la duna de arena-. Nos interesa saber quién les ha convocado y nos revelan su secreto. No ha sido un partido ni tampoco Facebook o el teléfono móvil sino la propia avenida Bourguiba, que se ha convertido, por decirlo en términos informáticos, en el espacio preestablecido para la movilización. Llegan allí en pequeños grupos, impulsados por una desazón individual, y se funden en el bulevar. De esa manera es difícil ejercer presión, pero es muy fácil intimidarlos y disolverlos.

Eso es lo que ocurre hacia las 16. horas, cuando la concentración empieza a ralear por su propia naturaleza. De pronto, con la misma aparente aleatoriedad con que se ha formado, la policía carga duramente contra ella, utilizando bombas lacrimógenas y porras. Diez minutos de brutalidad bastan para «restablecer la normalidad». ¿Por qué ahora y por qué con esa furia?

A media tarde, ya en casa, una conocida de Gafsa que trabaja en un café del Bardo me llama por teléfono y me pasa a una amiga suya de Sfax. Me pide por favor que avise a los medios extranjeros; en la segunda ciudad de Túnez las milicias han atacado escuelas y liceos, expulsando a los alumnos y golpeando a algunos profesores. No hay policía, los elementos del ejército son escasos y han amenazado con volver de noche para proseguir su obra de destrucción. Los sfaxianos están indefensos y asustados. La sombra de las milicias, ahora que los comités de autodefensa han bajado la guardia, vuelve para generar el clima de inestabilidad necesario para una involución. ¿Trabajan para el gobierno o contra él? ¿Son ciertos los rumores que dicen que las milicias han llegado a amenazar al nuevo ministro del Interior en su propio despacho? ¿O buscan intencionadamente alimentar la credibilidad del nuevo gabinete? En todo caso, los rumores forman parte de la misma estrategia de confusión e inseguridad, una fase indisociable -dice Boukadus, al que llamo pidiendo confirmación- de todo proceso revolucionario.

A través de una amiga avisamos a Al-Jazeera de las noticias recibidas de Sfax. La respuesta es sincera:

– Túnez ya no es un asunto internacional sino local.

Hemos pasado, pues, a ser «locales». Miedo local, represión local y luchas también locales. La linea entre localidad, normalidad y legitimidad es, por desgracia, extraordinariamente fina.

Lo bonito en esta noche un poco tensa -casi un regüeldo del pasado- es comprobar que Salem tiene razón y la memoria, junto a los rumores, los mitos y los imperativos utópicos, asciende de pronto en estos días desde raíces antepasadas. Un subidón de harisa reminiscente despeja las narices y las conciencias. Gente muy joven recuerda acontecimientos muy antiguos. Amin me confiesa que se ha pasado la noche anterior en vela leyendo sobre la historia de Túnez, de la que no sabía nada. Y cuando hablamos de los comerciantes de la Medina, atrapados en sus pequeños intereses y defensores a ultranza del orden frente al caos de los paletos de la Qasba -infinitamente más cultos, lúcidos y universales que ellos- resume en una frase lapidaria la situación:

– Quieren un poco de libertad y un poco de seguridad, sin comprender que a causa de su mezquindad pueden perder las dos cosas.

 

    La nueva Qasba

    La pulcra Qasba muerta

Enfrente del Ministerio del Interior

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR