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La investidura de Pedro Sánchez supone una excepción histórica tras más de 40 años de bipartidismo

La excepción y la regla

Fuentes: El Salto

Se explora una «terra incógnita» en un contexto internacional poco propicio

El clima en Madrid está hecho un asco. Un anticiclón ha estancado el aire y los episodios de concentración de contaminación se suceden. Los trallazos de Nox y otras partículas en el aire generan dolores de cabeza, problemas respiratorios, un incómodo y persistente carraspeo y, en los casos más extremo, muertes.

El clima político aún está peor. Una parte significativa del llamado Régimen del 78 vive en un soponcio permanente. Hoy se ha consumado el motivo del desvelo de ese ala derecha del «Estado fuerte» y es que se ha producido una excepción a la regla. Uno de esos acontecimientos que se califican como históricos y que lo son en la medida de su excepcionalidad: nunca antes se había investido a un presidente con un programa de coalición. Nunca habían sido necesarias las abstenciones de partidos independentistas. Nunca se ha hecho más explícito el temor y la rabia de los partidos de la derecha a un Gobierno que se salta los códigos del turnismo instalado desde los años 90.

La regla lo dejaba claro: el territorio de disputa era una baldosa. Sin novedades en lo económico, sin concesiones al afuera del Madrid cortesano que no fueran de índole económico, con un intenso programa de conquista de la hegemonía cultural. Fue así con el primer Partido Popular y su discurso atlantista y fue así con Zapatero y su proyecto cultural de alianza de civilizaciones. Se trataba, como ha señalado el sociólogo Isidro López, de conformar un «ministerio de la izquierda» y un «ministerio de la derecha» de acuerdo en lo esencial: el Estado como eje de la política, entendido el Estado como una maquinaria a disposición de la gobernanza liberal, como un apéndice del supraestado de la Unión Europea.

Pero el clima no se estanca, a los anticiclones siguen las borrascas. Cirros, cúmulos y estratos se acumularon en los años 2010 y 2011, hasta hacer de la regla algo sujeto a cambios, sujeto, en última instancia, a excepciones.

La primera excepción fue un intento de «desprofesionalización» de la política. Ingenua y sujeta a las reglas puestas ahí por profesionales del negocio de la política, salió, en líneas generales, mal. Pero las tormentas se seguían sucediendo. Las reglas estaban en peligro. Y se cambió algo para mantenerlas vigente: nada menos que al Jefe de Estado.

Una jugada hábil que permitió ganar tiempo. Pero nada más. Las reglas estaban siendo cuestionadas en varios puntos simultáneamente: Catalunya, la España vaciada, entre la mitad de la población, entre las generaciones angustiadas ante el viscoso y caliente clima.

En el entretiempo, Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias, mantuvieron un pulso. Mantuvieron también una capacidad de resistencia en el nivel interno (y aguante ante lo que venía de fuera) que hoy les sitúa en el mismo camino y, cosa más prosaica y menos metafórica, en el mismo Consejo de Ministros.

La excepción

Era cuestión de tiempo que llegase la excepción a la regla. La baldosa en la que se podia bailar era demasiado pequeña. El bipartidismo corría el riesgo de desaparecer si se producía el abrazo entre sus líderes entre quienes, en lo esencial, representaban desde 1981 al Estado fuerte salido del Golpe de Estado y la reacción del «sentido común» monárquico y del sistema de partidos.

La excepción se ha hecho, por tanto, imprescindible. Así lo vio al menos Pedro Sánchez después de su último esfuerzo para devolverlo todo al cauce del que ha evitado salir desde 2015. Los resultados de las elecciones de noviembre impusieron la novedad que hoy ha quedado sellada en el Congreso. Nuevos tiempos, terra incógnita, para un PSOE que «ha cruzado el Rubicón» en advertencia de Pablo Casado, obligado a su vez a transitar un camino que no quería recorrer.

El próximo Gobierno nace en un clima contaminado. Demasiados enemigos, como cantaba Eskorbuto. Curiosamente, es también su posibilidad de fijar una nueva regla: en la relación entre los pueblos de España, en la ruptura del consenso liberal que, al fin y al cabo, ha acabado arrastrando al PSOE a su peor crisis desde la refundación del partido que llevó a cabo Felipe González para adherirse a la regla internacional.

No están inventadas las nuevas reglas para un camino que, de nuevo, estará marcado por un contexto internacional poco propicio. La Unión Europea vive una crisis más soterrada pero más profunda que la de la «provincia España». Solo aquellas que atajen la desigualdad, que planeen una redistribución ambiciosa y un aterrizaje en los climas áridos del calentamiento global pueden ayudar a fabricar una nueva regla sobre lo que hoy nace como una excepción.