¿Pudieran ser los muertos que hemos alcanzado ver, las imágenes granuladas de los cadáveres y los niños sin vida, tan sólo unos pocos de muchos más? ¿Va más lejos la obra de este ejército de rufianes, el ejército de los Estados Unidos?Recuerdo con claridad las primeras sospechas de que en Iraq se estuvieran cometiendo los […]
¿Pudieran ser los muertos que hemos alcanzado ver, las imágenes granuladas de los cadáveres y los niños sin vida, tan sólo unos pocos de muchos más? ¿Va más lejos la obra de este ejército de rufianes, el ejército de los Estados Unidos?
Recuerdo con claridad las primeras sospechas de que en Iraq se estuvieran cometiendo los crímenes más abyectos en nuestro nombre. Me encontraba contando cadáveres en una morgue de Bagdad cuando uno de los funcionarios médicos de mayor rango en la ciudad, y un viejo amigo, me confesó sus temores. «Todo el mundo trae los muertos aquí», dijo. «Pero cuando los estadounidenses traen los cadáveres, nos indican que no podemos realizar autopsias bajo ninguna circunstancia. Nos daban a entender que ya ellos la han realizado. A veces recibimos un papel como este con un cuerpo.» Entonces el hombre me entregó un documento militar estadounidense con el perfil del cuerpo de un hombre dibujado a mano y la frase «heridas por trauma».
¿Qué tipo de trauma se experimenta ahora en Iraq? ¿Quién está llevando a cabo la masacre? ¿Quién tira tantos cadáveres a los montones de basura? Luego de Haditha nuestras sospechas adquirirán nuevas formas.
No es bueno decir «algunas manzanas podridas». Todos los ejércitos de ocupación están corrompidos. Ahora bien, ¿todos cometen crímenes de guerra? Los argelinos todavía están descubriendo las fosas comunes que dejaron los paramilitares franceses que aniquilaron aldeas enteras. Conocemos de los violadores asesinos del ejército ruso en Chechenia.
Todos hemos oído hablar del Domingo Sangriento. Los israelíes no hicieron nada mientras la milicia libanesa que actuaba en su nombre asesinó y destripó a 1.700 palestinos. Desde luego, las palabras My Lai afloran nuevamente. Sí, los nazis fueron mucho peor. Y los japoneses. Y los ustachi de Croacia. Pero ahora somos nosotros. Este es nuestro ejército. Estos jóvenes soldados son nuestros representantes en Iraq. Y tienen sangre inocente en sus manos.
Sospecho que parte del problema es que en verdad nunca nos preocupamos por los iraquíes, razón por la cual nos negamos a contar a sus muertos. Cuando los iraquíes la emprendieron contra el ejército de ocupación con sus bombas en las carreteras y autos suicidas, se convirtieron en árabes «amarillos», los llamaron como a esos seres infrahumanos que otrora los estadounidenses identificaron en Vietnam. Y para colmo ha venido un nuevo presidente de Estados Unidos a decirnos que estamos luchando contra el mal y en cualquier momento nos despertaremos descubriendo que hasta los niños tienen cuernos de diablos y los bebés tienen patas con pezuñas.
Recuerde usted que esta gente es musulmana y que todos pueden convertirse en pequeños Mohamed Attas. Arrasar con una habitación llena de civiles solamente es un poco peor que todos esos ataques aéreos promiscuos que nos dicen que matan «terroristas», pero que muy a menudo resultan ser los invitados de una boda o -como en Afganistán-una mezcla de «terroristas» y niños o, como sin duda escucharemos pronto, «niños terroristas».
De cierta forma, la culpa es de nosotros los periodistas. Sin poder salir de Bagdad –o siquiera a las afueras de Bagdad– la vastedad de Iraq ha caído bajo una espesa sombra que lo consume todo. Eventualmente advertimos algunos destellos en la noche -un Haditha o dos en el desierto-, pero seguimos dócilmente catalogando la cantidad de «terroristas» supuestamente eliminados en los remotos rincones de Mesopotamia. Ya no investigamos por miedo al cuchillo del insurgente. Y a los estadounidenses les gusta así.
Creo que estas cosas se convierten en un hábito. Ya se mira con indiferencia a los horrores de Abu Ghraib. Era abuso, no tortura. Y entonces aparece un oficial subalterno en los Estados Unidos acusado de matar a un general del ejército iraquí, al meterlo de cabeza en un saco de dormir y sentarse sobre su pecho. Y otra vez, concita pocos titulares. ¿A quién le importa si cae otro iraquí? ¿Acaso no están tratando de matar a nuestros muchachos que están allá luchando contra el terrorismo?
A quien se le puede pedir cuentas cuando los norteamericanos nos consideramos los más brillantes, los seres más honorables, librando una batalla eterna contra los asesinos del 11 de septiembre o el 7 de julio, porque amamos tanto a nuestro país y a nuestro pueblo –pero no a otros pueblos. Así que nos vestimos de Galahads, sí como cruzados, y decimos a los países que invadimos que vamos a llevarle la democracia.
No puedo evitar preguntarme hoy cuántos de los inocentes masacrados en Haditha aprovechó la oportunidad de votar en las elecciones iraquíes -antes de que sus «libertadores» los asesinaran.
(Robert Fisk es un reportero del The Independent y autor de Pity the Nation. Además, es colaborador de la colección de CounterPunch Las políticas del antisemitismo. El más reciente libro de Fisk se titular The Conquest of Middle East (La conquista del Medio Oriente).