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Entrevista a Txente Rekondo, del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La grave crisis sudanesa

Fuentes: Fusion

 Con Txente Rekondo del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN), estudiamos en profundidad las claves de la crisis sudanesa después de que el TPI emitiera una orden de arresto a su presidente Omar al Bashir por supuestos crímenes de guerra y contra la humanidad, y éste , como respuesta, haya expulsado del país a varias […]

 Con Txente Rekondo del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN), estudiamos en profundidad las claves de la crisis sudanesa después de que el TPI emitiera una orden de arresto a su presidente Omar al Bashir por supuestos crímenes de guerra y contra la humanidad, y éste , como respuesta, haya expulsado del país a varias ONG de ayuda humanitaria.

-El golpe de Estado dirigido por Bashir en 1989, le permitió hacerse con el poder en Sudán. Desde entonces guerras internas, miles de muertos, violaciones, refugiados, pobreza extrema se han sucedido en una de las crisis más sangrientas del planeta.¿En qué marco se produce la reciente decisión del TPI? ¿Por qué ahora?

-Evidentemente nos encontramos ante un acontecimiento «histórico», ya que es la primera vez que un mandatario en funciones recibe una orden de detención internacional, acusado de genocidio. Y nuevamente, como veremos más adelante, la mal llamada «comunidad internacional» nos da una muestra de su habitual doble rasero.
Volviendo a Darfur, conviene hacer algunas precisiones, sobre todo ante la avalancha de noticias y reportajes que rayan el sensacionalismo y que pretenden presentar el conflicto como algo unido directamente a la política de ayuda humanitaria o a una tragedia de corte humanitario.

En muchas ocasiones se nos ha presentado la crisis de Darfur como el enfrentamiento entre «árabes y africanos», pero probablemente esta crisis esté mucho más relacionada con acontecimientos más recientes, e incluso con diferentes disputas históricas que se han venido repitiendo en la región.

Y en este contexto entra nuevamente en escena el papel que los diferentes gobiernos post coloniales han venido desempeñando en Sudán y en otras partes de África. Esos gobiernos han aplicado la fórmula colonial «divide y gobierna», lo que unido a la imposibilidad de cumplir con sus funciones en muchas partes del país, o la sensación de impunidad que se percibe hacia los protagonistas de la violencia, y la pasividad interesada de los poderes occidentales, nos permite elaborar una fotografía más completa de lo que ha acontecido en las últimas décadas.

A partir de aquí podemos asistir a un ciclo que se repite en otros estados post coloniales. Los nuevos gobiernos priman un grupo sobre otros, lo que desata disputas entre el gobierno central y aquellos que se ven apartados de las riendas y los círculos del poder. Los gobernantes responden militarmente, aumentando aún más el rechazo de la periferia. Todo ello pone en crisis la propia estabilidad y la formación del nuevo estado, que intentará mantenerse aún a costa de utilizar métodos todavía más brutales.

-La intervención del TPI ha sido recibida con alegría por una mayoría. Otros auguran a partir de ahora, un escenario todavía peor -tú avisabas de las consecuencias hace tiempo-. Mientras la población civil abandonada a su suerte (expulsión de ONG), vive atemorizada ante la posibilidad de que el país pueda convertirse en un nuevo Iraq o Afganistán. ¿Cuál es la situación real y hacia dónde conduce?

-De un tiempo a esta parte, yo diría que desde hace algunas décadas, en Sudán se ha dado un importante auge del llamado islamismo militante, que ha conducido a algunos actores locales a la búsqueda de un estado teocrático.
Al mismo tiempo, la élite en el poder, y siguiendo el guión enunciado antes, se nutre principalmente con personas de las tribus árabes del centro del país, produciéndose de hecho una arabización del mismo. El dominio económico y político descansará en esos protagonistas. El sistema educativo tendrá una clara orientación árabe e islamista. El sistema judicial (la aplicación de la sharia), los medios de comunicación… todo ello dará una imagen donde la exclusión de la periferia es más que evidente, llegándose a utilizar métodos violentos, estigmatizando regiones enteras, acusándolas de ser «anti árabes».

La complejidad de Sudán nos describe un panorama preocupante. El aumento del peso islamista, el uso de la jihad contra los sublevados en el sur, en las montañas Nuba o el sur de la zona del Nilo Azul (en el caso de Darfur esta aplicación es más difícil de materializar, pues los protagonistas son todos musulmanes), o la posible presencia de tendencia del jihadismo transnacional son puntos a tener en cuenta. En este aspecto no podemos olvidar que organizaciones como Al Qaeda y aquellas fuerzas locales que se engloban en el paraguas ideológico de la misma, llevan tiempo operando en la región, y más recientemente hemos visto su desarrollo en el Magreb o en Somalia.

Ante nosotros se abre todo un abanico de posibles escenarios, algunos ya se han materializado estos días y otros están en la mente de casi todos. Desde la ruptura de Sudán, pasando por el final de los acuerdos de paz entre Jartum y el sur, un aumento de la violencia en Darfur, golpes «palaciegos» y la expulsión de las organizaciones extranjeras de ayuda humanitaria, son acontecimientos que o se han producido o se pueden producir.

-¿Con qué apoyos cuenta al Bashir en este momento?

-Las presiones de algunos actores extranjeros podían hacernos pensar que se está buscando una crisis dentro del gobernante Partido del Congreso Nacional (NCP), entre partidarios del actual presidente y  aquellos que apostarían por un exilio del mismo , tal vez en Arabia Saudita, ya que no podemos olvidar que importantes miembros del NCP y del ejército se han beneficiado del boom del petróleo, y una política de aislamiento internacional y embargo perjudicaría sus intereses. De momento al-Bashir cuenta con el respaldo del ejército, pero la volatilidad de estos apoyos suelen ser motivo de cambios en este tipo de escenarios.

Es evidente que el gobierno de momento ha puesto en marcha una política de movilización popular. El uso del miedo, la radicalización religiosa ante lo que se quiere presentar como «un ataque contra la soberanía nacional», y las amenazas de romper acuerdos de paz existentes, son bazas que todavía puede utilizar el régimen sudanés.

Ante la ausencia de observadores extranjeros, el gobierno todavía puede intentar atacar las posiciones estratégicas de los rebeldes del JEM y SLA, y buscar la división de estas fuerzas como lo ha hecho recientemente.

Uno de los mayores peligros que acechan esta crisis es la ruptura de los acuerdos de paz con el sur. La inestabilidad política, las divisiones del NCP pueden echar por tierra todo lo avanzado hasta ahora, y la vuelta de la guerra o la declaración unilateral de independencia del sur, pondrían al país en una difícil situación.

-Has comentado en varias ocasiones que el problema de Darfur es político y representa un aparte de una crisis más profunda que afecta a Sudán. ¿Cómo tendría que ser abordado este conflicto, según tu punto de vista?

-Es necesario abordar la situación partiendo de una premisa clave, nos encontramos ante un problema político que demanda por tanto soluciones políticas. Es un error intentar esconder esa realidad bajo el manto de la denuncia de las atrocidades cometidas y reducir la situación a un mero problema humanitario.

Abordar la situación y buscar soluciones requiere importantes esfuerzos por parte de todos los actores implicados, que deberían iniciar un proceso de paz que permitiese solventar las verdaderas raíces del mismo. Intentar buscar soluciones parciales o mediáticas, presentando el juicio o la condena del actual presidente sudanés como la solución ideal, no servirá para mucho.

También es necesario aprender de otras experiencias para evitar los errores allí cometidos o para aplicar las fórmulas que han podido dar buenos resultados (Irlanda o Sudáfrica por ejemplo); pero teniendo claro en todo momento que las realidades son diferentes y que no se pueden hacer aplicaciones miméticas.

-El catedrático experto en África, Alex Waal considera que si hay un genocidio en Darfur, también existe en el Congo, Burundi, Uganda, Nigeria y otros países. ¿Qué hace distinto a Darfur?

-El manto de tragedia humanitaria ha sido utilizado por buena parte de aquellos que se mueven en torno al negocio de la ayuda humanitaria, y en este contexto hay que situar la atención internacional hacia la región a partir de la década de los ochenta.

Al hilo de la tragedia humanitaria se ha producido también todo un sensacionalismo informativo, encontrándonos ante un proceso donde prima el espectáculo mediático sobre la interpretación de lo que realmente ocurre. La cobertura superficial, llena de falsos estereotipos, nos ha venido repitiendo y presentando tan sólo una parte de la fotografía. Olvidando en todo momento de presentarnos cuál es la percepción que tiene la población sudanesa o de Darfur sobre las causas de las diferentes crisis y conflictos.

Las críticas extranjeras hacia el gobierno sudanés, las sanciones económicas, el embargo… son medidas que evidentemente tienen su influencia en el complejo puzzle de la zona, pero ese tipo de intervenciones no cambia las necesidades del día a día de la población local, a lo sumo puede ayudar a que en ocasiones empeore, sobre todo si a esas fórmulas no se acompaña una voluntad manifiesta de que los cambios estructurales que podría demandar Sudán, sean aceptados.

Y otro aspecto en torno a la elección de Darfur lo encontramos sin duda alguna en el mencionado doble rasero de la comunidad internacional. Mucha gente se pregunta con razón, por qué tanto empeño en enjuiciar al presidente sudanés, como anteriormente se hizo con Slobodan Milosevic (Serbia) o Charles Taylor (Liberia), mientras que hemos asistido recientemente a la última masacre de Israel contra el pueblo palestino, sin que hasta la fecha ningún dirigente israelí haya sido enjuiciado por los crímenes cometidos en Palestina. O incluso, qué medidas habría que adoptar contra el anterior presidente de EEUU, máximo artífice de los ataques y las ocupaciones de Afganistán e Iraq y que hasta la fecha ha costado la vida a miles de personas en esos países.

Es necesario juzgar e impartir justicia ante las atrocidades que se repiten en diferentes partes del mundo, pero la mayoría de actores occidentales están poco legitimados para dar lecciones de moral o ética sobre el tema, sobre todo si repasamos su pasado impune en este tipo de materias, o un tiempo no tan lejano.

-Por último, ¿crees que existe auténtica voluntad por parte de la comunidad internacional de solucionar esto? ¿A quién beneficiaría que las cosas siguieran como están?

-La comunidad internacional se ha mantenido pasiva durante estos años por diferentes motivos. Así, China necesita estabilidad para poder seguir profundizando en sus negocios en torno al petróleo, el vecino Egipto necesita que la región o el gobierno sudanés controle la situación, de forma que le permita seguir accediendo a las aguas del Nilo, los estados del Golfo quieren que sus inversiones económicas no se vean deterioradas por una nueva crisis, Estados Unidos tiene desde hace tiempo a Sudán en el punto de mira, y está deseoso de provocar un cambio de régimen para convertirse en un actor central en el país.

Otros estados de la zona apoyan a uno u otro bando en función de sus propios intereses, fomentando las divisiones y apostando por uno u otro bando. También dentro de Sudán hay importantes poderes que desean que las cosas no cambien, y las élites políticas pueden aprovechar esta coyuntura para reforzar su poder, y no podemos olvidar que el estado sudanés se ha ido forjando como el monopolio de unos pocos que se han enriquecido a costa de la mayoría de la población.

Un apartado especial merecen también las compañías internacionales -en ocasiones con el apoyo de sus respectivos gobiernos- que se han lanzado a la explotación de los recursos naturales del país, el petróleo y el agua fundamentalmente. Estos actores, para conseguir sus objetivos no han dudado en mirar hacia otro lado en el pasado.
En el caso del petróleo, las demandas de la población del sur para recibir parte de los beneficios del petróleo de sus tierras chocaron con los deseos de Jartum de monopolizar los mismos. La aparición de reservas de petróleo en Darfur también se ha convertido en un motivo de pugna. En estos casos el gobierno sudanés no ha tenido reparos en desplazar pueblos enteros para «asegurar el acceso libre a las compañías extranjeras» a esas reservas, beneficiándose ambas partes de esta explotación: las multinacionales en su línea habitual, y el gobierno de Jartum logrando importantes sumas de dinero para comprar armamento «extranjero».

La crisis sudanesa no es temporal ni casual, y sus implicaciones tienen repercusiones directas sobre la economía, la política o la sociedad. Los diferentes gobiernos militares o civiles de las últimas cuatro décadas no han sabido o no han querido afrontar una solución definitiva a la crisis.