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Somalia, cosecha sangrienta

La guerra contra el terror recoge horrendos frutos en Somalia

Fuentes: Empire Burlesque

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Esta semana, el New York Times hizo una de sus periódicas incursiones por Somalia, dibujando un cuadro infernal (1) de los frutos de la operación de «cambio de régimen» de la tercera de las Guerras contra el Terror de la Administración Bush (2).

Sin duda, el periodista Jeffrey Gentleman encubre el contexto más amplio y las causas inmediatas del deterioro de Somalia cuando refiere la ocupación exterior, la brutal guerra civil y el peor desastre humanitario del mundo. Pasa también de puntillas por la profunda y sangrienta implicación de Estados Unidos; no menciona los sangrientos bombardeos sobre civiles que acompañaron la invasión llevada a cabo por Etiopía (y tampoco menciona el papel de Estados Unidos armando, entrenando y financiando a los ejércitos del régimen tiránico); no alude tampoco a los escuadrones de la muerte enviados «para acabar con todo lo que se moviera» tras los bombardeos; no menciona los aparatos de seguridad estadounidense «atrapando» a los refugiados que huían, incluidos ciudadanos estadounidenses, de los tristemente célebres calabozos etíopes; no refiere que la mayoría de esas atrocidades tenían lugar bajo el mando del recientemente despedido Almirante William Fallon, que dirigió todas y cada una de las tres guerras manifiestas de la Guerra contra el Terror -en Iraq, Afganistán y Somalia- hasta que Bush le despidió el mes pasado, al parecer por no mostrar el entusiasmo suficiente como para intentar un cuarto cambio de régimen, esta vez en Irán.

No obstante, lapsus aparte, la historia que publica el New York Time tiene su importancia. Va más allá de la mayoría de las anteriores historias aparecidas en los medios dominantes a la hora de transmitir, hasta cierta medida, a una audiencia amplia la horrenda realidad que se vive en Somalia. Y, para ser justos, Gettleman menciona, aunque sea brevemente, parte de un contexto ignorado casi siempre en los informes de los medios corporativos: por ejemplo, el hecho de que el «gobierno de transición», instalado por Bush y el dictador etíope Meles Zenawi, está plagado de señores de la guerra, algunos de ellos a nómina de la CIA.

Sin embargo, este conato de verdad profundamente enterrado en la historia acaba sesgado por la inmensa mentira que Gettleman sitúa nada más empezar: la proclama de que el gobierno de transición «fue ampliamente aclamado como la mejor oportunidad en años para acabar con los ciclos sin fin de guerra y sufrimiento en Somalia». Sólo en las cortes imperiales de la clase media-política de EEUU podría contemplarse la imposición de una pandilla de señores de la guerra e instrumentos de la CIA, colocados allí por la brutal invasión de un despreciable enemigo exterior, como una vía para terminar con la guerra y el sufrimiento. De nuevo, otra vez, nos encontramos precisamente con la misma imbecilidad que los cortesanos imperiales -dirigidos por el New York Times– defendían para Iraq.

Por supuesto que Gettleman -que una vez fue un ansioso animador de la homicida trama ilegal de Somalia- no hace esa conexión, pero encuentra una fuente «respetable» para decir sobre Somalia lo que seres más sensibles han estado diciendo desde que empezó la operación de la Guerra Contra el Terror: que Bush y Zenawi han convertido Somalia -que había conocido sus primeras medidas de paz y estabilidad en muchos años bajo la alianza de grupos islámicos expulsados por la invasión- en una réplica del infierno construido por Bush en Iraq. Desde luego, el personaje disidente es un demócrata -el congresista Donald Payne, de Nueva Jersey-, por lo que las críticas pueden etiquetarse sin peligro de «ataque partisano», manteniendo así el «equilibrio» sagrado del periodismo dominante. Pero la observación de Payne, motivada o no por una acción partisana, es sencillamente una descripción de la verdad objetiva: «Estamos bagdadizando Mogadiscio y Somalia. Estamos haciendo que los pueblos se sientan terriblemente maltratados y les estamos empujando hacia posiciones más radicales».

Este es en efecto el quid de la cuestión. Al igual que en Iraq, la invasión, ocupación, represión, corrupción y brutalidad desencadenadas en Somalia han hecho que mucha gente se radicalice y otorgue poderes a las facciones más extremistas de la alianza islámica. Al igual que en Iraq y en Afganistán, la Guerra Contra el Terror está provocando una abundante cosecha de terroristas. De hecho, esta dinámica es tan obvia que cualquier cínico casi creería que ese es el objetivo actual de la Guerra Contra el Terror: generar «ciclos incesantes de guerra y sufrimiento», junto al botín del pillaje de guerra y el aumento del poder estatal que inevitablemente les siguen.

Por supuesto que el sufrimiento del pueblo somalí no ocupa espacio alguno en todas esas maquinaciones del gran juego geopolítico. ¿Por qué iba a ocuparlo? Bush y la clase política estadounidense han matado ya a un millón de iraquíes y expulsado de sus hogares a otros cuatro, mientras el mundo entero se limitaba a observar; con toda seguridad que nadie va a retorcerse las manos sobre los muertos y los don nadie desamparados en una tierra que el mundo abandonó hace tiempo ya.

Extractos del artículo del New York Times «Somalia’s Government Teeters On Collapse» (1):

    En las últimas semanas, los islamistas han derrotado a los señores de la guerra y milicianos integrados en las fuerzas gubernamentales, pero están socavando, mediante tácticas depredadoras como el robo de alimentos, los escasos progresos que los dirigentes transitorios habían logrado. Después de 17 años de guerra civil, parece que el aumento de la violencia en Somalia es fruto no tanto del odio entre clanes, ideologías o religiosidad, sino de algo mucho más simple: la lucha por la supervivencia.

    «No nos pagan desde hace ocho meses», manifestó un soldado del gobierno de nombre Hassan, que dijo no poder revelar su apellido. «Robamos a la gente para poder comer».

    Nur Hassan Hussein, el primer ministro, no niega que las tropas del gobierno están robando a los civiles. «Ese es el mayor problema que tenemos», declaró en una reciente entrevista.

    Según dijo, no tiene dinero para pagarles. Cada mes desaparece más de la mitad de los ingresos del gobierno, que provienen de los impuestos portuarios, que son robados por «nuestra gente», dijo el primer ministro.

    Eso deja al Sr. Nur con alrededor de 18 millones de dólares al año para gobernar un estado fallido de nueve millones de los más necesitados y de los más traumatizados pueblos del mundo… Las organizaciones de ayuda humanitaria declaran que más de la mitad del millón de habitantes de Mogadiscio han escapado.

    La guerra, la sequía, los desplazamientos, los altos precios de los alimentos y el éxodo de trabajadores humanitarios, todos esos elementos que en los primeros años de la década de los 90 se superpusieron hasta originar una gran hambruna, están allí de nuevo. El Programa Mundial Alimentario de las Naciones Unidas publicó el miércoles en una alerta titulada «Somalia Se Hunde Aún Más En El Abismo del Sufrimiento», que el país era el más peligroso del mundo para los trabajadores de la ayuda humanitaria.

    La mayor parte de los somalíes no tienen nada que objetar a esa frase. Dicen que Mogadiscio es ahora más incontrolablemente violenta que nunca, con bombas en las calles, milicias disparándose unas a otras a través de los barrios, doctores muriendo de un tiro en la cabeza y niños de 10 años arrojándose granadas.

    En el ratatata nocturno de las ametralladoras, la gente cree escuchar el toque de difuntos por el gobierno. Muchos de los residentes tienen sentimientos contradictorios. Sostienen que el gobierno ha aupado a los señores de la guerra. Dicen, casi sin excepción, que las cosas iban mejor con los islamistas. Pero tienen miedo de todo lo que está por venir…

    Los funcionarios del gobierno manifiestan que gran parte de la resistencia está integrada por saqueadores profundamente implicados en el statu quo del caos, al igual que por traficantes de armas, estraperlistas e importadores de leche maternizada caducada.

    No obstante, se cree que algunos de los mayores saqueadores están dentro del gobierno. A fin de conseguir el apoyo del clan y -sólo de forma puntual- de los milicianos, los dirigentes transitorios han hecho tratos con señores de la guerra como Mohammed Dheere, que es ahora alcalde de Mogadiscio, y Abdi Qeybdid, que es ahora jefe de policía. Los dos son los mismos hombres a los que la CIA pagó en 2006 para que combatieran a los islamistas, estrategia con la que les salió el tiro por la culata porque la población se volvió en su contra por sus prácticas de aterrorizar a los civiles.

    Hassan, el soldado del gobierno, manifestó que desde que tenía ocho años había pertenecido a una de esas milicias de los señores de la guerra. No sabe leer ni escribir. Tiene delgadas muñecas, rostro delicado, ojos vacíos y una mujer y dos niños a quienes alimentar, que es por lo que dice dedicarse a robar a la gente. «Estamos perdiendo», dijo.

    También declaró que muchos de sus amigos se estaban yendo con los islamistas porque era la única forma de sobrevivir.

Nota de la T.:

(1) Enlace con artículo mencionado por el autor [El Gobierno de Somalia al Borde del Abismo]:

http://www.nytimes.com/2008/03/29/world/africa/29somalia.html?_r=1&scp=7&sq=Somalia&st=nyt&oref=slogin

(2) Para entender mejor el conflicto de Somalia, puede consultarse, entre otros, el artículo de Muhammad Hassan «Ésta no es una guerra entre Etiopía y Somalia» en la traducción publicada en Rebelión el 17 de enero de 2007:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44860

Enlaces con texto original en inglés:

http://www.chris-floyd.com/content/view/1472/135/

http://uruknet.info/?p=m42671&s1=h1