En Estados Unidos la campaña electoral arrecia en intensidad y virulencia. Los contendientes partidos demócrata y republicano acuden a todas las armas para convencer al electorado de sus virtudes y persuadirlos a marcar con una cruz en la boleta que se le induzca por la presión de los medios masivos de comunicación. Los gastos en […]
En Estados Unidos la campaña electoral arrecia en intensidad y virulencia. Los contendientes partidos demócrata y republicano acuden a todas las armas para convencer al electorado de sus virtudes y persuadirlos a marcar con una cruz en la boleta que se le induzca por la presión de los medios masivos de comunicación. Los gastos en publicidad son imponentes y las campañas de recaudación de fondos acuden a todas las formas posibles de depredación. Los millonarios amigos de Bush han aportado sumas monumentales y el demente de la guerra en Irak parece tener ventaja en la marea publicista.
En México, durante la última campaña electoral por la presidencia, los llamados amigos de Fox, que ciertamente no lo eran del pueblo mexicano, contribuyeron presumiblemente con fondos de origen dudoso, algunos provenientes del extranjero a pesar de la prohibición constitucional. Se supone que algunas grandes corporaciones, como la Coca Cola, fueron generosas en su ayuda al candidato con botas. Con esos fondos se armó una espectacular campaña de difusión que fue en parte causante del acceso al poder de la pareja presidencial.
Sin embargo, Chávez ha desafiado el pretendido poder incuestionable de los medios de propaganda. Con una prensa totalmente adversa y una televisión en enconado antagonismo, el pueblo venezolano sigue confiando en él y cada día aumenta su apoyo. Lo que ha ocurrido es que los periódicos que alimentan esa animosidad resentida están perdiendo lectores y las cifras de circulación de los diarios hostiles descienden vertiginosamente. Más han podido, como factor de persuasión, las obras sociales, la educación masiva, la alfabetización, las campañas de salud popular que el odio discrepante.
En Estados Unidos la contienda electoral ha llegado a extremos ridículos. Ahora acaba de comenzar la guerra del tomate. Es sabido que Teresa Heinz, la esposa del candidato Kerry, es la propietaria de la famosa marca mundial de salsa ketchup, una empresa evaluada en mil millones de dólares que fue fundada en 1867. Pero el grupo de dinosaurios dementes que rodea a Bush no quiere permitir que Kerry les aventaje ni siquiera en eso. Los republicanos han declarado la contienda del ketchup lanzando al mercado un producto similar denominado «W», por la inicial intermedia de George W. Bush, alegan, pero también por la inicial del apellido de George Washington, el fundador de la nación.
En la propaganda se afirma que el tomate Heinz solamente pretende sazonar en tanto que la salsa republicana declara tener una misión «patriótica». La Heinz anuncia sus valores nutritivos en su propaganda y el nuevo»W» promueve los valores nacionales y se anuncia hecho de verdaderos «tomates americanos». Si la Heinz se dirige a la digestión, «W» se orienta a la moral. En su propaganda arguyen que parte de las ganancias irán en la educación de los hijos de soldados que han perdido la vida sirviendo a la patria. El»W» tiene águilas imperiales, banderas estadounidenses, un retrato de Ronald Reagan y la palabra «Libertad», en su etiqueta. Pero incluso llegan a decir abiertamente en su propaganda: «si consumes ketchup Heinz estás apoyando a Kerry para presidente» No puede concebirse mayor demagogia patriotera, más descaro jingoísta, xenófobo y chovinista. Los rufianes que han asaltado la Casa Blanca no son remisos a emplear ninguna manipulación, fullería o chanchullo con tal de perpetuarse en el poder.
Esto hace rememorar una de las acciones más ridículas jamás emprendidas por el Congreso de Estados Unidos cuando, al empezar la guerra en Irak y no obtener el apoyo del gobierno francés, ordenaron que el menú, en el restaurante del Capitolio, fuese variado para borrar todas las referencias a Francia. Las llamadas papas a la francesa, que son también conocidas internacionalmente como papas fritas, fueron llamadas «papas de la libertad» y las tostadas francesas recibieron el apelativo de «tostadas de la libertad».
En aquella ocasión me atreví a sugerir otros cambios para afectar a otras naciones que, igualmente, no apoyaban el aplastamiento de la soberanía ajena. Las salchichas con col agria, que constituyen el plato nacional alemán, debían ser sobrenombradas «salchichas de la reunificación alemana». De igual manera habría que proceder contra China y el arroz chop suey sería nombrado en lo sucesivo como»chop suey del mercadismo». El caldillo de congrio de los chilenos sería rebautizado como «caldillo del neoliberalismo». Los frijoles negros a la cubana sería denominados en lo adelante como «frijoles del regreso triunfal de los miamenses». Como Rusia también se oponía a los designios guerreros de Bush habría que denominar el vodka como «vodka de la libre empresa».
La guerra del tomate es otro episodio más de la demencia en que se ha sumido a Estados Unidos bajo el imperio del más desastroso gobierno que se haya padecido en el último siglo.