El 20 de junio el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) condenó “en los términos más enérgicos” los ataques contra civiles en la República Democrática del Congo (RDC). En su comunicado de prensa, el CSNU señaló que estos ataques –tanto por parte de las fuerzas armadas de la RDC como de varios grupos rebeldes apoyados por países vecinos como Ruanda y Uganda “están empeorando la inestable seguridad y estabilidad en la República Democrática del Congo y en la región y exacerbando aún más la actual situación humanitaria”. Cinco días después, el 25 de junio, la fuerza de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en el este de la RDC se retiró, de acuerdo con una resolución del CSNU de diciembre de 2023, donde la entidad se comprometía tanto a proporcionar seguridad para las elecciones generales de la RDC del 20 de diciembre como a comenzar a retirar gradualmente la fuerza de mantenimiento de la paz del país.
Mientras tanto, lxs rebeldes del M23, apoyadxs por Ruanda, continúan su avance hacia las provincias orientales de la República Democrática del Congo (RDC), una región que ha estado en conflicto activo desde el genocidio ruandés de 1994. En el transcurso de tres décadas, rara vez se ha logrado una paz duradera, a pesar de varios acuerdos importantes (los más notables son el Acuerdo de Lusaka, el Acuerdo de Pretoria de 2002, el Acuerdo de Luanda de 2002 y el Acuerdo de Sun City). El número total de víctimas mortales está muy mal registrado, pero se estima que más de seis millones de personas han sido asesinadas. La persistencia de la violencia en el este de la RDC ha generado un sentimiento de desesperanza sobre la posibilidad de poner fin de manera definitiva a la matanza. Este conflicto tiene raíces profundas tanto en la historia colonial de la región de los Grandes Lagos como en la lucha por el control de materias primas clave para la era electrónica.
Para ofrecer una interpretación de este conflicto, el Instituto Tricontinental de Investigación Social ha colaborado con el Centre Culturel Andrée Blouin [Centro Cultural Andrée Blouin], el Centre de Recherche sur le Congo-Kinshasa [Centro de Investigación sobre el Congo – Kinshasa] (CERECK) y Likambo Ya Mabele [Movimiento por la Soberanía de la Tierra] para elaborar un nuevo e impactante dossier: El pueblo congoleño lucha por su propia riqueza. Hace ocho años, reunimos un equipo para estudiar la guerra en curso, con especial énfasis en el imperialismo y el saqueo de recursos que ha devastado esta parte de África durante el último siglo. La colonización del Congo estuvo marcada por el robo de mano de obra, caucho, marfil y minerales en el siglo XIX, bajo el Gobierno del rey belga Leopoldo II. Hoy en día, las empresas multinacionales continúan este legado criminal robando minerales y metales esenciales para la creciente economía digital y «verde». Esta riqueza en recursos es lo que atrae la guerra al país. Como mostramos en el dossier, la RDC es uno de los países más ricos del mundo, con reservas minerales sin explotar valoradas en 24 billones de dólares. Sin embargo, el 74,6% de la población vive con menos de 2,15 dólares al día, y uno de cada seis congoleñxs vive en la extrema pobreza. ¿A qué se debe tanta pobreza en un país tan rico?
A partir de la investigación de archivos y de entrevistas con minerxs, el informe demuestra que el problema principal es que el pueblo congoleño no tiene control de sus riquezas. Ellxs han luchado contra el robo desenfrenado no sólo desde la formación en 1958 del Mouvement National Congolais [Movimiento Nacional Congoleño], que buscaba liberarse de Bélgica y controlar los extensos recursos naturales del Congo, sino incluso antes, a través de la resistencia de la clase trabajadora entre los años 30 y 50 del siglo pasado. Esta lucha no ha sido fácil, ni ha tenido éxito completo: la RDC sigue dominada por la explotación y la opresión a manos de una poderosa oligarquía congoleña y de empresas multinacionales que operan con el permiso de la primera. Además, el país sufre, por un lado, las guerras de agresión de sus vecinos Ruanda y Uganda, apoyados por milicias interpuestas, y, por otro, la injerencia de instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que imponen políticas neoliberales como requisito para recibir préstamos.
Pocos días antes de las elecciones de diciembre de 2023 en la RDC, el FMI entregó al país un desembolso de 202,1 millones de dólares debido a su confianza en que, independientemente de quién ganara las elecciones, se mantendrían “los objetivos del programa, incluida la limitación de las desviaciones macroeconómicas y la continuidad de la implementación del programa de reformas económicas”. En otras palabras, el FMI confiaba en poder seguir con la privatización de la electricidad y la redacción de códigos mineros que han sido excesivamente “generosos” con las empresas multinacionales, sin importar los resultados de las elecciones (la palabra “generosos” es del propio jefe de la misión del FMI para la RDC Norbert Toé). Una miseria del FMI es capaz de acallar la reivindicación de soberanía sobre los considerables recursos de la RDC.
Las soluciones a los problemas que asolan la región africana de los Grandes Lagos están siendo obstaculizadas en varios frentes: las arraigadas estructuras neocoloniales han impedido la construcción de infraestructuras sociales bien financiadas; el extraordinario poder de las empresas mineras, predominantemente de origen australiano, europeo y norteamericano hasta hace poco, ha desbaratado los esfuerzos por lograr la soberanía de los recursos; las potencias imperiales han utilizado su dinero y su poder militar para subordinar a las clases dirigentes locales a los intereses extranjeros; la debilidad de estas clases dirigentes y su incapacidad para forjar un proyecto patriótico fuerte, como los que intentaron Louis Rwagasore de Burundi y Patrice Lumumba de la RDC (ambos asesinados por las potencias imperiales en 1961), ha obstaculizado el progreso regional. Existe un deseo urgente de crear un proyecto de este tipo que reúna a la población en torno a los intereses compartidos de la mayoría, en lugar de caer presa de las divisiones étnicas (solo en la RDC hay 400 grupos étnicos diferentes) y del tribalismo que desgarran a las comunidades y debilitan su capacidad para luchar por su destino.
Este proyecto se desarrolló tras la independencia de la RDC en 1960. En 1966, el Gobierno aprobó una ley que le permitía controlar todas las tierras desocupadas y los minerales que éstas contenían. Posteriormente, en 1973, la Ley General de Propiedad en la RDC permitió a los funcionarios del Gobierno expropiar tierras a su voluntad. Es crucial establecer proyectos que utilicen los recursos materiales para mejorar la vida de todos los pueblos, en lugar de avivar divisiones étnicas, como objetivo central. Sin embargo, la idea de ciudadanía en la región sigue ligada a conceptos de etnicidad que han provocado conflictos étnicos. Fueron estas ideas las que llevaron al genocidio en Ruanda en 1994. La ausencia de un proyecto común ha permitido que los enemigos del pueblo se filtren por las grietas y exploten las debilidades de la población.
Una sopa de letras de frentes políticos y militares —tales como AFDL, FDLR, RCD y MLC-– catapultó a la región hacia guerras por los recursos. Las reservas de coltán, cobre y oro, así como el control de las carreteras fronterizas entre la RDC y Uganda que conectan el este de la RDC con el puerto keniano de Mombasa, enriquecieron enormemente a estos grupos armados y a unos pocos poderosos. La guerra ya no solo se vinculaba con el consenso poscolonial, sino también con la riqueza que podría desviarse para beneficiar a una clase capitalista internacional que reside lejos de los Grandes Lagos de África.
Curiosamente, solo cuando el capital chino comenzó a competir con las empresas establecidas en Australia, Europa y Norteamérica, la cuestión de los derechos laborales en la RDC se convirtió en una gran preocupación para la “comunidad internacional”. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos, que antes pasaban por alto la explotación, comenzaron a mostrar un gran interés en estos temas, acuñando nuevas frases como “coltán de sangre” y “oro de sangre” para referirse a los recursos extraídos por las empresas chinas y rusas que operan en varios países africanos. Sin embargo, como se evidencia en nuestro dossier, así como en la edición n° 3 de Wenhua Zongheng, Las relaciones entre China y África en la era de la Franja y la Ruta, la política y los intereses chinos contrastan fuertemente con la agenda promovida por el FMI para la RDC. China busca “mantener el procesamiento de minerales y metales dentro de la RDC y construir una base industrial para el país”. Además, las empresas chinas producen bienes que frecuentemente se destinan a consumidores del Norte Global, una ironía que la narrativa occidental convenientemente ignora. La comunidad internacional dice preocuparse por las violaciones de los derechos humanos, pero muestra poco interés en las esperanzas y sueños del pueblo africano. En cambio, está guiada por los intereses del Norte Global y por la Nueva Guerra Fría liderada por Estados Unidos.
Jóvenes y talentosxs artistas pasaron semanas en el estudio creando las ilustraciones que aparecen en el dossier y en este boletín, fruto de la colaboración entre nuestro departamento de arte y el colectivo de artistas del Centre Culturel Andrée Blouin de Kinshasa. Lea nuestro Boletín de Arte Tricontinental n° 4, para saber más sobre su proceso creativo y vea el video sobre Artistas por la soberanía congoleña, realizado por André Ndambi, que presenta el trabajo de estxs artistas.
Nuestro dossier termina con las palabras de jóvenes congoleñxs que anhelan tierra, cultura patriótica y pensamiento crítico. Estxs jóvenes nacieron en la guerra, se criaron en la guerra y viven en la guerra. Y, sin embargo, saben que la RDC tiene riquezas suficientes para permitirles imaginar un mundo sin guerra, un mundo de paz y desarrollo social que supere las estrechas divisiones y los interminables derramamientos de sangre.
Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/congo-dossier/