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La guerra no es un cuento

Fuentes: La Jornada

Complejo es el calificativo que más se emplea para referirse al conflicto en la República Democrática del Congo (RDC). «Complejo sólo es lo que no se entiende», me dice Iker, uno de los cooperantes de Veterinarios Sin Fronteras en la conflictiva región del Kivu, y con una buena síntesis, Iker me lo ha explicado. Tenemos […]

Complejo es el calificativo que más se emplea para referirse al conflicto en la República Democrática del Congo (RDC). «Complejo sólo es lo que no se entiende», me dice Iker, uno de los cooperantes de Veterinarios Sin Fronteras en la conflictiva región del Kivu, y con una buena síntesis, Iker me lo ha explicado.

Tenemos varios actores. Las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC), que son el ejército regular del país, aunque han demostrado repetidamente no sólo su incompetencia para defender la integridad territorial del país, sino, sobre todo, su incapacidad para garantizar la seguridad de la población congolesa -a la que atemorizan tanto o incluso más que el resto de grupos armados. El Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), un movimiento político-militar liderado por el general Nkunda, que pretende defender los intereses de la minoría tutsi, presente al este de la RDC y en conflicto con la población hutu desde el genocidio de 1994.

El CNDP lucha, principalmente, contra las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR), el grupo armado más numeroso al este de la RDC. Está formado, sólo en parte, por antiguos miembros de las FARDC y de las milicias Interahamwe -grupos de civiles hutu-, autores del genocidio de 1994 y que huyeron de Ruanda una vez que éste terminó. Desde entonces se encuentran en territorio congolés, atemorizando a la población local e intentando desestabilizar el actual gobierno ruandés. Y para defender la integridad territorial congolesa nacieron las milicias maï-maï, grupos de defensa locales integrados por civiles congoleses armados.

En medio de todos estos grupos armados está la Misión de Observación de las Naciones Unidas en la RDC (MONUC) desde 1999. Durante estos años, en los que difícilmente ha podido cumplir con su finalidad de proteger a la población congolesa y de asegurar la seguridad en las zonas bajo su control, menos aún ha podido animar a los diferentes actores armados a que abandonen las armas. Aunque su presupuesto y su capacidad logística y militar no han dejado de crecer durante estos nueve años, su papel se ha demostrado ineficaz.

Más allá de sus ideologías estos grupos se mueven y luchan por intereses económicos. Cada grupo armado controla diferentes zonas que, no por casualidad, suelen coincidir con potenciales fuentes de riqueza, ya sean recursos minerales -diamantes, oro, coltán-, recursos animales -pesca, ganado, fauna salvaje en los parques naturales-, rutas de contrabando con países limítrofes, producción y distribución de sustancias ilegales como el chanvre -variedad local de cannabis-, etcétera. En un país empobrecido y desarticulado enrolarse en uno de estos grupos es una manera de garantizarse un mañana que se presenta complicado para la mayoría de la población. Durante la dictadura de Mobutu los soldados estaban muy descontentos porque no se les pagaba. Cuentan que, un día, un soldado se quejó en persona a Mobutu por la falta de salario. Éste, ya harto de las críticas, le respondió: «¿De qué os quejáis? Os he dado algo mucho mejor que el dinero, os he dado un arma». Cada día, en el este del Congo los diferentes grupos armados encuentran nuevas interpretaciones para dicha frase.

José García Botia completa el relato de Iker, presentando sus sospechas respecto al papel casi invisible de la comunidad internacional y la MONUC. «Como sabemos, el Congo es uno de los países más ricos del planeta en recursos naturales, sobre todo mineros. Oro, diamantes, cobre, cobalto, uranio, estaño y especialmente rico en minerales raros y estratégicos: el caso más conocido es el del coltán, tan necesario para la fabricación de teléfonos móviles, portátiles o naves espaciales. Hasta la fecha el coltán y otros minerales importantes están saliendo del Congo a través de Ruanda (controlado por clanes del presidente de Ruanda, Paul Kagame).

Para las multinacionales tal como están las cosas, el asunto funciona. Mejor es no tocarlo. Por tanto hay que impedir las pretensiones del gobierno congoleño de cambiar las reglas del juego, alegando que ha llegado la hora de acabar con que el único beneficio que obtiene el pueblo congoleño de sus riquezas sea tener a sus niños y jóvenes trabajando como esclavos en las minas, el asesinato de civiles, la tortura de los mismos, la violación sistemática de las mujeres… por las mismas milicias que están sacando los minerales. Para ello ya han gestionado acuerdos con China que ofrecería mejores condiciones (China construiría aeropuertos, hospitales, escuelas, autovías y si las multinacionales europeas y americanas están pagando al Congo entre un 5 y un 12 por ciento de las riquezas que declaran que sacan del país -a lo que hay que sumar lo que extraen clandestinamente- la administración china ofrece un 30 por ciento) a cambio de las concesiones para explotar las minas del Congo.

Así pues, en este lucrativo juego que es la guerra, cada grupo armado está interesado en mantener su hegemonía en las zonas bajo su control y la comunidad internacional, pensando en sus multinacionales, ha encontrado el desequilibrio que le interesa. Las motivaciones que se esconden detrás del conflicto son, como casi siempre, económicas, lo que hace más difícil una hipotética solución.

Como dice Iker, aunque se pueda contar, la guerra no es un cuento.