Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Siempre condenados a librar la última guerra, volvemos a cometer el mismo pecado en Libia.
Muamar Gadafi desaparece después de su promesa de combatir hasta la muerte. ¿No es exactamente lo mismo que lo que hizo Sadam Hussein? Y, por cierto, cuando Sadam desapareció y las tropas de EE.UU. sufrieron sus primeras pérdidas por la insurgencia iraquí en 2003, nos dijeron -el procónsul estadounidense Bremer, los generales, diplomáticos y los decadentes «expertos» de la televisión- que los milicianos de la resistencia eran «empedernidos», «desesperados» que no se daban cuenta de que la guerra había terminado. Y si Gadafi y su hijo siguen sueltos -y si la violencia no termina- pronto nos volverán a presentar a «desesperados» que simplemente no están dispuestos a comprender que los muchachos de Bengasi son los que mandan y que la guerra ha terminado. Por cierto, 15 minutos después -literalmente- de escribir esas palabras (a las 2 de la tarde de ayer) un periodista de Sky News había reinventado a los «desesperados» como definición para los hombres de Gadafi. ¿Veis lo que quiero decir?
Sobra decir, todo esto es lo mejor en el mejor de todos los mundos posibles, en lo que respecta a Occidente. Nadie está desbandando el ejército libio y nadie está excluyendo oficialmente a los gadafistas de un rol futuro en su país. Nadie va a cometer los mismos errores que cometimos en Iraq. Y no hay soldados en el terreno. No hay zombis occidentales en una Zona Verde amurallada, sellada, que tratan de dirigir la futura Libia. «Es cosa de los libios», se ha convertido en el alegre refrán de cada factótum del Departamento de Estado, del Foreign Office, y del Quai d’Orsay. ¡No tenemos nada que ver!
Pero, claro está, la masiva presencia de diplomáticos occidentales, representantes de los magnates del petróleo, mercenarios occidentales bien pagados y sospechosos soldados británicos y franceses – pretendiendo todos que son «asesores» y no participantes» – es la Zona Verde de Bengasi. Puede que no haya (todavía) muros alrededor de ellos, pero están, en efecto, gobernando Libia a través de los diversos héroes y bribones libios que se han establecido como los amos políticos locales. Podemos hacer caso omiso del asesinato por parte de estos últimos de su propio comandante -por algún motivo, ya nadie menciona el nombre de Abdul Fatah Younes, aunque fue liquidado en Bengasi hace solo un mes- pero solo pueden sobrevivir aferrándose a sus cordones umbilicales occidentales.
Por cierto, esta guerra no es lo mismo que nuestra perversa invasión de Iraq. La captura de Sadam solo provocó a la resistencia para que realizara infinitamente más ataques contra soldados occidentales – porque los que se habían negado a participar en la insurgencia por temor a que los occidentales volvieran a poner a Sadam en el poder ya no tenían semejantes inhibiciones. Pero el arresto de Gadafi junto al de Saif aceleraría indudablemente el fin de la resistencia contra los rebeldes de los partidarios de Gadafi. El verdadero temor de Occidente -ahora mismo, y esto podría cambiar de un día al otro- sería la posibilidad de que el autor del Libro Verde haya llegado sano y salvo a su antiguo terruño de Sirte, donde la lealtad tribal podría resultar más fuerte que el temor a una fuerza libia respaldada por la OTAN.
Sirte, donde Gadafi, en el comienzo mismo de su dictadura, convirtió los yacimientos petroleros en el primer dividendo para quien quisiera echarle mano entre los inversionistas extranjeros después de su revolución de 1969, no es Tikrit. Es la sede de su primera gran conferencia de la Unión Africana, apenas a 30 kilómetros de su propio lugar de nacimiento, una ciudad y una región que se han beneficiado inmensamente durante los 41 años de su régimen. Strabo, el geógrafo griego, describió que los puntos de asentamientos en el desierto al sur de Sirte convirtieron a Libia en una piel de leopardo. A Gadafi le debe haber gustado la metáfora. Casi 2.000 años después, Sirte fue desde muchos puntos de vista la bisagra entre las dos colonias italianas de Tripolitania y Cirenaica.
Y en Sirte los «rebeldes» fueron derrotados por los «lealistas» durante la guerra de seis meses de este año. Pronto, sin duda, tendremos que permutar esas etiquetas, cuando los que apoyan al pro occidental Consejo Nacional de Transición tengan que denominarse lealistas, y los rebeldes pro Gadafi se conviertan en los «terroristas» que pueden atacar a nuestro nuevo gobierno amigo de Occidente. De una u otra manera Sirte, cuyos habitantes están supuestamente negociando con los enemigos de Gadafi, pronto será una de las ciudades más interesantes de Libia.
¿Qué pensará Gadafi ahora? Creemos que debe de estar desesperado. ¿Pero lo estará realmente? Hemos elegido numerosos adjetivos para su persona en el pasado: irascible, demencial, irrazonable, magnético, incansable, obstinado, extraño, propio de estadista (descripción de Jack Straw), críptico, exótico, demente, idiosincrásico y -más recientemente- tiránico, asesino y salvaje. Pero en su tendenciosa, astuta visión del mundo libio, a Gadafi le podría ir mejor sobreviviendo y viviendo, para continuar un conflicto civil/tribal y así destruir a los nuevos amigos libios de Occidente en el pantano de la guerra de guerrilla, y debilitar lentamente la credibilidad del nuevo poder «de transición».
Sin embargo, la naturaleza imprevisible de la guerra libia significa que las palabras pocas veces sobreviven al momento en que se escriben. Tal vez Gadafi se oculta en un túnel subterráneo junto al Hotel Rixos, o está alojado en una de las villas de Robert Mugabe. Lo dudo. Solo mientras nadie trate de librar la guerra frente a ésta.
Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article28943.htm
rCR