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La indiferencia ante la tortura ofende a la dignidad humana

Fuentes: Rebelión

Electrodos en el cuerpo, en los genitales, en las encías. Las carnes arrancadas de tanto dolor, convulsiones que te levantan en el aire y un volver a caer sobre los hierros convertidos en cruz, donde el cuerpo, amarrado, parece enloquecerse por las descargas. La bañera y la bolsa para asfixiar o directamente para matar. Cuerpos […]

Electrodos en el cuerpo, en los genitales, en las encías. Las carnes arrancadas de tanto dolor, convulsiones que te levantan en el aire y un volver a caer sobre los hierros convertidos en cruz, donde el cuerpo, amarrado, parece enloquecerse por las descargas.

La bañera y la bolsa para asfixiar o directamente para matar. Cuerpos colgados de cadenas, golpes con todo tipo de instrumento contundente. Y la humillación de las violaciones, en las que seres monstruosos (que seguramente tienen esposas e hijos, que van a misa y se confiesan, y que como muchos, los lunes hablan de fútbol), te manosean soezmente, te insultan y por último, agreden tu cuerpo de niña o de chabal aterrorizado por tanta maldad.

Esto es el día a día de la España «democrática», donde para colmo, dicen que gobiernan los «socialistas».

No, no es una exageración ni un discurso planeado por los «terroristas», como suele decir el ex juez Garzón y ahora mastica con rabia, su continuador Grande Marlasca. Se trata de TORTURA sin ningún tipo de rodeos. TORTURA, escrito con mayúsculas para que nadie pueda hacerse el desentendido y decir que no alcanza a leerlo. TORTURA para intentar destruir al rebelde, al diferente, al que no se traga esos discursos mentirosos con que Rodríguez Zapatero y el afiebrado Rubalcaba, su partenaire, bombardean a la población como si de una manada de imbéciles se tratara. TORTURA, eso es lo que hay en la España «grande, libre y una» (sobre todo «una) que pasó de las manos manchadas en sangre de Franco a las idem del Borbón, para continuar maltratando a muchos ciudadanos y ciudadanas vascas.

Hablamos de TORTURA, que se inicia en el mismo momento en que uniformados encapuchados vuelan con explosivos la puerta de quien van a detener y entran en la vivienda gritando, golpeando, insultando a todos los que, inmovilizados por el terror, esperan lo peor. TORTURA, mientras el vehículo policial se va acercando a Madrid, y los Guardias Civiles o Policías españoles que trasladan al detenido o detenida, disfrutan con el sufrimiento de quien sabe que aún le quedan cinco días de incomunicación. Se dice fácil, pero hay que estar 120 horas en manos de una jauría de humanos bestializados , dispuestos a despellejar a la víctima. Más TORTURAS, cuando como si fuera una bolsa de papas, la prisionera o el prisionero es arrojado a un sucio calabozo de una más sucia dependencia policial, para que en los cinco minutos que les dejan de «descanso» pueda oír los gritos y llantos de alguno de sus amigos, camaradas, compañeros, hermanos, familiares, que en otro tugurio próximo también es destrozado a palazos, a golpes de picana, intentando arrancar un nombre, un dato, una dirección. Y cuando, horrorizada, ella se quiere tapar los oídos para no seguir escuchando tanto y tanto sufrimiento, otra vez «le toca el turno», buscando que también arroje una pista para seguir deteniendo a otros que se subirán muy pronto en este carrousell de la muerte en vida.

Se llama TORTURA (¿o acaso se les ocurre otro nombre después de leer los testimonios lacerantes de quienes pasan por esa «experiencia»?) la receta institucionalizada por el reino de España para los luchadores y luchadoras vascas que no están dispuestos a bajar la cabeza y ponerse de rodillas. Se llama TORTURA la herramienta que utilizan policías al servicio de encorbatados políticos con cara de nada, que se corrompen, que traicionan a sus votantes, que hipócritamente mienten a sabiendas de que siempre el sistema los perdonará porque son parte del mismo, y que defienden sus privilegios apelando al terrorismo estatal.

Sólo a causa de la TORTURA, un prisionero prefiere auto-lesionarse para que no le sigan martirizando. Es precisamente a causa de las TORTURAS, que con gran «naturalidad», los voceros del gobierno español informan que tal o cual detenido debió ser trasladado de urgencia a un hospital (mientras sigue incomunicado) porque «sufrió un repentino malestar». Ni qué decir de los forenses (la mayoría de ellos tan verdugos como los torturadores) que frente a un joven desquiciado por el dolor, hace caso omiso a sus súplicas para que no le sigan aplicando electricidad en cada rincón de sus cuerpos.

TORTURA extra, si cabe el término frívolo frente a la gravedad de lo relatado, es la que proponen los jueces españoles y franceses, los fiscales, los abogados del Estado, que cuando finalmente el detenido llega ante su presencia, y en un estado físico lamentable, expone que lo han torturado, éstos singulares representantes de la «justicia», se limitan a expresar «esto es lo que te dijeron tus jefes que cuentes, pues no te hagas ilusiones, a vosotros nadie os cree» (sic), y decretan su entrada en prisión por decenas de años.

Es TORTURA, diminutos hombrecitos y mujercitas de la izquierda española (la legal, claro, la parlamentaria, por supuesto) que nunca encuentran tiempo ni razones para condenar lo que ocurre frente a sus propias narices, y siempre les sobra labia para entonar discursos en los que pontifican sobre la «paz», los «derechos humanos», la «justicia social», en algún lejano confín del mapa, cosa que no les vaya a traer algún contratiempo o contradicción a la placidez en que habitualmente viven. Así es, estimados progres al uso, izquierdistas de pacotilla, dispuestos a salir de gira, con sus bolsillos repletos de euros a fin de gastarlos en foros y encuentros internacionales en los que lanzan parrafadas hipócritas y en donde lo más importante son las comilonas y salidas nocturnas, allí precisamente, ustedes berrean que «lo que ocurre en el País Vasco, es culpa de unos cuantos violentos que no se amoldan a vivir con normalidad». Lo dicen sin inmutarse ni pensar que en ese mismo momento, en alguna oscura mazmorra policial, están moliendo a golpes a una chica que tiene la misma edad de alguna de sus hijas o hijos. Jamás se va a escuchar salir de vuestras bocas una palabra que condene las aberraciones represivas, no sea que eso les enemiste con el Poder de turno.

TORTURA legalizada, como en el Estado Terrorista de Israel, esa es la realidad lacerante con la que hay que enfrentarse cuando se habla de la «democracia española».

Que lo sepa el mundo, sus gentes, partidos, organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, intelectuales: en España se TORTURA como en Guantánamo y Abu Graib. O como ayer en la ESMA argentina o actualmente en las cárceles colombianas. Dos son las características más funestas de esta atrocidad: la impunidad con que se mueven los torturadores y el silencio asfixiante con que la sociedad española (no) reacciona ante semejante agresión a la dignidad humana.

Gobernantes, políticos, periodistas, militares, policías, y hasta la Iglesia, todos ellos son culpables o cómplices de estos comportamientos criminales. A aquellos que se desviven convocando al famoso Tribunal Penal Internacional para arremeter contra algunos líderes populares (y jamás piden castigo contra los Netaniahu, Bush, Clinton, Obama y demás), tienen un muy buen material arrancado de los cuarteles de la Guardia Civil española, para que los Zapatero, Rubalcaba o Aznar, se incluyan en sus listas. Sin embargo, se sabe que sus tropelías están blindadas y protegidas, porque son las mismas que recomienda Washington para aplicar en cada uno de los países con problemas de disidencia interna.

¿Qué hacer entonces frente a la TORTURA española contra los independentistas vascos, que justamente están planteando poder expresar sus reivindicaciones por una vía política? Cualquier cosa menos permanecer en silencio. Eso es lo que desean precisamente quienes mueven esta maquinaria del terror. A la solidaridad internacional les (nos) cabe gritar bien alto lo que está sucediendo. Decir con todas las letras que paren de torturar a los detenidos, que no se siga encubriendo la crueldad con período de incomunicación que duran cinco días (como disponen los jueces de la Audiencia Nacional), porque en ese plazo los cuervos carroñeros están dispuestos a destrozar los cuerpos exánimes de quienes caen en sus garras. Es un deber para toda persona sensible, comprometida con los derechos humanos, sea de la nacionalidad que sea, y en especial los cientos de miles de ciudadanos de origen vasco que viven en la diáspora, reaccionar frente a esta lacra de la TORTURA. Por último, aquellos que habitan en territorio español, a escasos kilómetros de Euskal Herria, quienes hasta ahora han preferido cerrar ojos y oídos frente a los gritos desesperados de los prisioneros y prisioneras, tienen la obligación de romper con sus propios miedos, individualismos o indiferencias y también sumar su repudio a estos comportamientos aberrantes que amenazan con destruir al género humano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.