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La inmigración y la clase dominante en EEUU

Fuentes: Sin Permiso

El domingo pasado marcharon medio millón de personas en defensa de la inmigración en Dallas, Texas. Al día siguiente, lo hicieron unos cientos de miles más en más de 60 ciudades. Pocas semanas atrás, había marchado medio millón en Los Ángeles……Algo muy importante está ocurriendo en USA. Las protestas fueron provocadas por una legislación que […]

El domingo pasado marcharon medio millón de personas en defensa de la inmigración en Dallas, Texas. Al día siguiente, lo hicieron unos cientos de miles más en más de 60 ciudades. Pocas semanas atrás, había marchado medio millón en Los Ángeles……Algo muy importante está ocurriendo en USA.

Las protestas fueron provocadas por una legislación que se debatía en el Congreso, concebida para controlar la inmigración ilegal en los EEUU -que se estima de 500.000 personas al año-. La derecha republicana representada en la Cámara Legislativa, luego de haber enfrentado una difícil elección en noviembre, trata de usar el voto anti-inmigración para aumentar su caudal electoral. Pujan por lograr una ley que reforzaría los controles fronterizos e impondría fuertes multas a quienes emplearan a inmigrantes ilegales.

En cambio, los demócratas y los republicanos moderados en el Senado proponen una amnistía que permitiría a los «ilegales» -aproximadamente 12 millones- obtener los derechos de residencia y ciudadanía, tras pagar una multa y soportar una larga espera. En este momento, el congreso está paralizado.

En un sentido, el debate es irrelevante, a la vista de los poderosos lazos que unen a los vecinos estadouniudenses con los latinoamericanos en una economía política común. Me percaté de eso cuando asistí a una conferencia sobre globalización e imperio en la Ciudad de México, hace algunos meses.

El tema que preocupaba más a los participantes mexicanos era la migración.

Uno de ellos describió por qué, desde la firma del Tratado de libre Comercio con los Estados Unidos, se ha producido un enorme éxodo desde el México rural: los campesinos se han visto obligados a competir con el agrobusinness norteamericano.

Pueblos enteros que han visto destruidos sus medios de subsistencia, migran hacia el norte en busca de trabajo. No sorprende que los controles fronterizos norteamericanos se comban bajo el peso de la presión. El capitalismo norteamericano tiene una gran demanda de trabajo inmigrante.

En el Financial Times de la semana pasada, hay un texto muy interesante sobre Dalton, Georgia. La población de esta ciudad sureña pasó de 22.000 habitantes en 1999 a tener 28.000 en el 2000. En el mismo período de tiempo, ha cambiado la composición racial: de ser un 83 por ciento los blancos, a representar un 40 por ciento los hispanos.

Los inmigrantes llegaron para trabajar en las fábricas de alfombras de Dalton, que abastecen a un tercio del mercado global de alfombras. No es un dato aislado. Un trabajo presentado en la Conferencia de la Ciudad de México mostró el impacto de los trabajadores rurales mexicanos en el Valle Cruci, en la Carolina del Norte rural.

Dada la dependencia de la economía estadounidense respecto del trabajo inmigrante, no es sorprendente que sectores significativos de los grandes negocios quieran suavizar las leyes migratorias.

Pero sería demasiado simplista presentar la división dentro de la clase dominante de EEUU como una contraposición entre el interés del capital por derogar las leyes de inmigración y los fanáticos irracionales que desean leyes más duras -si bien hay muchos de éstos últimos.

El domingo pasado, el New York Times citaba a un veterano ejecutivo de la empresa de alfombras Dalton, que coincidía en que «no considerar prácticos los requisitos impuestos por la ley del Senado, particularmente los que exigirían a los inmigrantes de larga estancia pagar multas y aprender inglés.»

«Muchos empleadores también se oponen a la clásula que penalizaría a quienes contrataran a trabajadores ilegales, sabiéndolo o no. Algunos expresan su preocupación ante la posibilidad de que se concediera la ciudadanía a los inmigrantes que hubieran residido al menos cinco años en los EEUU, porque sería un modo de alentarlos a renunciar o a ser menos productivos.»

«Los ilegales son probablemente mejores trabajadores que los legales», dijo Mike Gonya, un agricultor propietario de 2.800 acres de cultivo de trigo y vegetales cerca de Fremont, Ohio. «Los legales conocen el sistema. Conocen los recursos legales. Los ilegales se dejan la piel.»

En otras palabras, los intereses del capital están mejor servidos mediante controles lo suficientemente débiles para permitir el ingreso de inmigrantes, pero lo suficientemente fuertes para que los inmigrantes ilegales sigan siendo vulnerables y, por eso mismo, fácilmente explotables. Divide y reinarás es el santo y seña del capitalismo.

Con esta perspectiva, el debate actual en Washington resulta peligroso, porque empuja hacia la acción política a los rotundos 40 millones de que se compone la población hispánica en EEUU. Luego de haber provocado el desastre en Irak, parecería que la derecha Republicana está ahora empeñada en ir a despertar al gigante dormido en su cueva.

Alex Callinicos es autor del Manifiesto anticapitalista, Barcelona, Crítica, 2003.

Traducción para www.sinpermiso.info : María Julia Bertomeu