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La intervención y sus efectos contraproducentes: ¿A quién piensa Obama que engaña respecto de Libia?

Fuentes: Counterpunch

La respuesta es: a los liberales de izquierda. Lo cual no es ninguna sorpresa; los liberales de izquierda andan tan confusos ahora en lo atinente a las «intervenciones humanitarias» como lo estaban en tiempos de Clinton (Bill). Simplemente, no lo pillan, y los que menos lo pillan son los más dispuestos a disculpar a Obama, […]

La respuesta es: a los liberales de izquierda. Lo cual no es ninguna sorpresa; los liberales de izquierda andan tan confusos ahora en lo atinente a las «intervenciones humanitarias» como lo estaban en tiempos de Clinton (Bill). Simplemente, no lo pillan, y los que menos lo pillan son los más dispuestos a disculpar a Obama, sean cuales fueren los resultados.

Juan Cole normalmente lo pilla. No esta vez. La semana pasada publicó en su blog Informed Comment algo así como una guía para defensores de Obama perplejos. [Para ver la versión castellana de la carta de Juan Cole, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125740]

A pesar del enfoque de Cole, hay que decir que la mayor parte de lo que pasa por izquierda liberal tanto en Estados Unidos como en Europa se alinea con el Partido de la Guerra. Es una de esas raras ocasiones en que los Demócratas son incluso peores que los Republicanos, aunque sin lugar a dudas el escepticismo voceado por algunos líderes republicanos tiene más que ver con el deseo de debilitar a Obama que con consideraciones de principios o aun pragmáticas.

El artículo de Cole resulta instructivo por su perspicaz forma de explicar la postura proguerra. Después de demonizar convenientemente a Gadafi y ensalzar a los «rebeldes» -una tarea difícil, puesto que de momento son una fuerza incipiente de la que ni él ni nadie conoce gran cosa- para luego distinguir entre esta última guerra y recientes aventuras neo-conservadoras desafortunadas, Cole continúa enumerando (y refutando) las razones que según él algunos izquierdistas estadounidenses aducen para oponerse a la intervención.

Según él, las razones de la izquierda para oponerse a la guerra en Libia se reducen a un absoluto pacifismo (que prohíbe categóricamente el uso de la fuerza), o a un absoluto anti-imperialismo (que prohíbe categóricamente cualquier intervención en asuntos exteriores), o, por último, a lo que él llama un «pragmatismo anti-militar» (que sostiene que la fuerza militar es en principio incapaz de resolver los problemas sociales).

En la discusión de Cole solo hay alguna leve referencia a la hipocresía de Obama (recordemos su silencio durante el asalto israelí a Gaza y su débil condena de la sangrienta represión en Arabia Saudita), y no se menciona el hecho de que Obama se implicó en esta última guerra libia por decisión propia, sin la aprobación del Congreso: un precedente peligroso y una falta incriminable (al menos si nos retrotraemos a los tiempos del Watergate, cuando Richard Nixon fue incriminado por invadir Camboya sin autorización del Congreso). Cole también pasa por alto la contradicción de que haya dinero para una nueva guerra, pero no para subvenir a necesidades urgentes en casa; necesidades todavía más urgentes teniendo en cuenta el apoyo «bipartidista» a la innecesaria, e incluso contraproducente, polígtica de austeridad y reducción del déficit.

Cole se limita a resumir, como es natural, esas razones. Sólo que no son las razones aducidas por quienes se oponen a la intervención humanitaria. El argumento no es que el uso de la fuerza o las violaciones de la soberanía de un Estado sean siempre malos o contraproducentes, sino que en el mundo actual las razones humanitarias encubren maquinaciones imperiales. En principio no debería ser así, pero en la práctica lo es, y este caso no es una excepción.

Los intervencionistas prefieren objetivos fácilmente demonizables; Gadafi es un buen ejemplo. Sin embargo casi nunca, por no decir nunca, ocurre que el lado demonizado sea tan horrible como se pinta o, en el caso que nos ocupa, peor que «los buenos». Normalmente esto se ve transcurrido algún tiempo, pero la claridad puede tardar en emerger cuando la máquina propagandística trabaja bien. Así, todavía hay mucha gente «de izquierdas» que demoniza a los serbios y ensalza a musulmanes bosnios y kosovares. En el caso de Libia, la sabiduría convencional puede ser como mínimo igual de difícil de desterrar, a pesar del hecho de que los EEUU y la OTAN están interviniendo en algo que se está convirtiendo sencillamente en una guerra civil.

El carácter y la legitimidad del régimen de Gadafi y los aspectos buenos y malos del combate que tiene lugar en Libia son importantes para nuestra visión y evaluación, y la manera en que se presentan influye mucho en la movilización de la opinión pública a favor de la guerra. Pero estas cuestiones son irrelevantes respecto a la cuestión de si apoyar o no esta intervención humanitaria. Lo que es decisivo aquí es el hecho de que en el mundo real las intervenciones humanitarias lideradas por los Estados Unidos hacen más mal que bien. Esa es la razón por la que habría de condenarse, incluso si ocurriera, cosa harto improbable, que en el caso de Libia la opinión establecida resultase correcta.

Que los EEUU intervengan unilateralmente o a través de la OTAN, o que tengan o no la aprobación de NNUU, también es irrelevante, excepto en la medida en que los factores cosméticos afectan a las percepciones públicas. Los EEUU cortan el bacalao en la OTAN y, por desgracia, incluso Rusia y China parecen ahora sentirse cómodas con el hecho de que la OTAN sea la agencia ejecutiva del Consejo de Seguridad. Sin duda alguna, la mayoría de los miembros de Naciones Unidas piensan de otra forma, pero ¿a quien le preocupa eso en Washington, Londres o Paris?

Pero ser el mandamás no es exactamente lo mismo que controlar totalmente la situación; a veces se empieza la casa por el tejado. En este caso, fue la prematura beligerancia de Sarkozy, su necesidad de ajustar cuentas con el pasado hostil a la guerra de Irak de la derecha francesa, lo que forzó a EEUU y Gran Bretaña a vencer su reluctancia y lanzarse a la tarea de derrocar a Muammar Gadafi. Alemania y Turquía, los otros principales poderes militares de la OTAN, tienen puntos de vista más sanos, pero por el momento parece que han sido arrastrados. Seguro que el desacuerdo crecerá dentro de la OTAN, a medida que la intervención humanitaria comience a chirriar, cansados los aliados de Norteamérica de ser utilizados como subalternos. Por lo tanto, los EEUU se encontrarán con toda probabilidad embarrancados en otro cenagal. Si ocurre esto, el premio Nobel podrá agradecérselo únicamente a sí mismo -y a su belicosa Secretaria de Estado-.

En las semanas y los meses venideros le resultará más cada vez más difícil a Obama argüir que la matanza que habrá contribuido a desatar se ha hecho para salvar vidas de civiles. Que esta guerra se libraba para proceder a un cambio de régimen quedó claro desde el momento mismo en que los franceses reconocieron oficialmente al bando anti-Gadafi. Este punto es tan obvio, que hasta John McCain lo pilla. Los liberales de izquierda son los únicos que no lo pillan, aunque finalmente quizás también ellos vean la luz cuando los «días, no semanas» se conviertan en «meses, no años».

El lado «luminoso» de esta última guerra es que está tan mal concebida, que lo que podría terminar provocando es precisamente la desmembración de la OTAN. Incluso podría hacer más difícil el lanzamiento de futuras intervenciones humanitarias (imperialistas). Mas los rayos de esperanza, si los hay, se avizoran muy lejanos. Por ahora lo que único que se ve son asesinatos y violencia, una nos despreciable probabilidad de que el tiro salga por la culata, cosa, ésta, que hasta los defensores de Obama lamentarán.

Andrew Levine es Senior Scholar en el Institute for Policy Studies. Es autor de The Americna Ideology (Routledge) y Political Key Words (Blackwell), así como de muchos otros libros de filosofía política. Fue profesor en la University of Wisconsin-Madison.

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga Tarré