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La IV Flota

Fuentes: Argenpress

La decisión del gobierno de Estados Unidos de reactivar la IV Flota destinada al control militar del Caribe y del centro y sur del continente ha recibido el rechazo general de los gobiernos locales, a excepción de las autoridades colombianas. Es apenas natural, por ejemplo, que Venezuela asuma esta decisión como una clara amenaza a […]

La decisión del gobierno de Estados Unidos de reactivar la IV Flota destinada al control militar del Caribe y del centro y sur del continente ha recibido el rechazo general de los gobiernos locales, a excepción de las autoridades colombianas.

Es apenas natural, por ejemplo, que Venezuela asuma esta decisión como una clara amenaza a su soberanía, al igual que Nicaragua (más le vale no olvidar a William Walker) o Ecuador, cuyas autoridades han decidido retirar a los gringos el uso de la base de Manta. Es igualmente comprensible que el resto de los mandatarios manifiesten su preocupación ante las razones que se alegan desde Washington para justificar la medida. Para cualquiera resulta muy inquietante que la presencias de la IV Flota se presente como instrumento de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico cuando por su estructura y funciones resulta poco o nada apropiada para tales fines.

¿Acaso un despliegue militar de tales dimensiones, propio para la guerra convencional sirve para combatir al terrorismo o al tráfico de drogas? ¿Acaso las guerras en Irak y Afganistán no demuestran que desde el punto de vista militar se requieren por el contrario equipos sofisticados de información, infiltración e inteligencia para los cuales los portaviones, submarinos y demás dispositivos constituyen más bien un estorbo y un gasto inútil y oneroso? (aunque sea el gran negocio del complejo militar-industrial). El conocido refrán advierte que «no se puede cazar moscas a cañonazos» y como los estrategas gringos no son estúpidos ¿cuál es entonces el objetivo que se busca?. La incertidumbre aumenta cuando desde el Pentágono se sugiere que, ya puestos en la tarea de inundar esos mares con un despliegue militar tan impresionante, Washington debería considerar la necesidad de agregar un portaviones atómico.

Aunque Bolivia no tiene acceso al mar (por ahora) es comprensible su oposición no solo como gesto de solidaridad con sus vecinos sino porque sabe que, en la guerra moderna, tales flotas tienen precisamente la función de atacar puntos lejanos desde los portaaviones, con lo cual su insularidad actual no la pone a salvo de posibles agresiones.

Pero la reacción más significativa corresponde a Lula quien ha declarado sin floritura diplomática alguna que la IV Flota tiene un objetivo estratégico claro: controlar el petróleo recientemente descubierto en las costas de su país y que, dadas sus enormes dimensiones, convertirá pronto a Brasil en una de las grandes potencias energéticas del planeta, un detalle que a Estados Unidos no puede pasarle desapercibido. Si en el pasado existió la llamada «diplomacia de las cañoneras» hoy, en esta época de nuevos colonialismos, nada más indicado que revivir esa vieja práctica imperialista esta vez con la diplomacia de la IV Flota, y preferiblemente con armas atómicas para que nadie abrigue dudas acerca del propósito de «asegurar los intereses nacionales» de los Estados Unidos a cualquier precio. Para no ser menos, lo mismo declara el gobierno francés al dar a la mar una nueva línea de submarinos atómicos: aún con la fuerza nuclear Francia «asegurará sus intereses».

Algunos quieren ver en esta medida solo una operación de amago, de recordar a estos países quién manda en la región, pero sin que ello tenga mayores repercusiones; otros prefieren aceptar las explicaciones de Washington ignorando o considerando hasta exageradas las duras declaraciones del muy moderado Lula Da Silva, impulsor del recientemente creado Consejo de Seguridad Regional. ¿Constituye este Consejo de Seguridad -solo latinoamericano- una respuesta, por ahora diplomática, a la política imperialista de los Estados Unidos cuya manifestación más reciente ha sido la agresión conjunta con Uribe Vélez a Ecuador? (o ¿alguien duda de la participación directa de los gringos en la agresión?). Por lo visto resulta poco acertado considerar que los Estados Unidos «ha abandonado la zona dando preferencia a otras áreas» pues los hechos demuestran que los gringos continúan allí, mantienen su poder hegemónico y no han perdido de manera definitiva ninguna batalla en el continente (a Excepción de Cuba, se entiende). La IV Flota no es más que un factor añadido (y no de poca importancia) que viene a completar su estrategia de dominación en la región.

Cosa muy diferente es que tal dominio se vea ahora amenazado en mayor medida que antes por viejas y emergentes potencias mundiales y que los Estados Unidos tengan que admitir desafíos a su dominio en lo que otrora fue su «patio trasero», además de soportar ciertas manifestaciones de independencia de algunos gobiernos del área. Resulta toda una paradoja que la alegada e incierta «amenaza comunista» de ayer, utilizada de forma sistemática para cometer los peores crímenes (dictaduras, invasiones, asesinatos selectivos, etc.) resurja no ya promoviendo la revolución bolchevique en tierras americanas sino mediante la dura competencia económica que representan Rusia y China, las dos potencias del antiguo campo socialista, ahora disputando exitosamente la influencia de Occidente en la región.

A excepción de Uribe Vélez para todo mundo la IV Flota está lejos de ser un instrumento de paz y seguridad. Por el contrario, solo despierta viejos fantasmas de marines invadiendo países y apoyando dictaduras. En este contexto la Flota no deja de sembrar inquietudes a los gobiernos, especialmente en aquellos que para Washington constituyen un desafío a sus intereses. Si ayer, en la atmósfera de la Guerra Fría «la lucha contra el comunismo» se utilizó para todo tipo de groseras intervenciones, hoy, la acusación será entonces de connivencia con estos «nuevos desafíos» (en opinión de los Estados Unidos). No es una mera coincidencia que el argumento utilizado contra ciertos gobiernos de Latinoamérica para justificar intervenciones directas o solapadas sea precisamente que son propiciadores del «terrorismo y el narcotráfico».

Washington empezó por Venezuela «descubriendo» células de Al Qeda, supuestamente protegidas por Chávez. Cuando esta mentira de agotó se acusó al país de «tener vínculos con el terrorismo» por sus relaciones con Irán y sus contactos con las FARC (Francia y otros gobiernos europeos hacen ambas cosas; tienen relaciones con Teherán y contactos con la insurgencia colombiana, como no podía ser menos). Ahora, arrecian las denuncias de supuestas facilidades del gobierno de Caracas con el tráfico de narcóticos. No importa que lo desmientan los informes de Naciones Unidas ni que la acusación carezca completamente de pruebas que la respalden. También se «descubrió» una supuesta red de terroristas islámicos en la frontera entre paraguay, Argentina y Brasil, escondidos entre la numerosa colonia árabe del lugar. ¿Existe alguna relación de este «descubrimiento» con la existencia en el área de uno de los mayores acuíferos del planeta?.

No ha sido diferente el caso de Colombia. Washington convierte a su gobernante en un demócrata impoluto y a las guerrillas en simples terroristas y narcotraficantes. No importa que -sin que ocurra cambio alguno- los insurgentes armados hayan sido hasta ayer mismo negociadores aceptables tanto para Bogotá como para Washington (reuniones no tan secretas en Costa Rica); antes eran insurgentes con status político, a la mañana siguiente (según ha convenido en el nuevo escenario) son demonios a destruir. Por añadidura las FARC no solo resultan terroristas y narcotraficantes, son además comunistas irredentos, tres delitos por los cuales merecen en su contra el mayor operativo militar jamás desplegado por el Pentágono en la región (el Plan Colombia) y hasta toda una IV Flota, que protegerá una democracia, la colombiana, que para no ser menos que la chilena (ese otro dechado de tradiciones liberales y republicanas) ya superó con creces a Pinochet en número de ejecutados fuera de combate, desparecidos, exilados, desplazados internos y presos (para no mencionar otras violaciones de derechos humanos).

La flota no es entonces ni un acontecimiento baladí ni algo completamente nuevo o diferente a la práctica habitual de Estados Unidos en esta región. Eso si, como gesto, no deja de poner de relieve el propósito nunca olvidado de dominación gringa, su «destino manifiesto» de hegemonía sobre el continente americano. Es la reiteración de la amenaza, la prepotencia y la intervención; es llevar la atmósfera de la guerra a una región en paz (a excepción de Colombia).

Con una nueva administración en la Casa Blanca, sea ésta demócrata o republicana, nada cambiará sustancialmente. Tampoco cambiará la actitud de los pueblos del sur y del Caribe, en contadas ocasiones interpretados de forma adecuada por algún gobernante digno.

 

*USS George Washington (CVN 73), portaaviones de la clase Nimitz.