El levantamiento de Libia contra la dictadura de Khadafy ha puesto en evidencia las profundas divisiones que atraviesan a la izquierda. No me refiero a la clásica división entre las tendencias que se identifican con las políticas «reformistas keynesianas» (de administración consensuada de los negocios del capital) y las tendencias radicales (inspiradas, por lo general, […]
El levantamiento de Libia contra la dictadura de Khadafy ha puesto en evidencia las profundas divisiones que atraviesan a la izquierda. No me refiero a la clásica división entre las tendencias que se identifican con las políticas «reformistas keynesianas» (de administración consensuada de los negocios del capital) y las tendencias radicales (inspiradas, por lo general, en alguna versión del marxismo), sino a una divisoria cuyo eje pasa por la «solidaridad anti-imperialista con Khadafy, frente al ataque de la OTAN», o por «la solidaridad con la lucha democrática de los sublevados contra Khadafy». ¿Es el eje del conflicto el problema «nacional»? ¿O es el eje del conflicto el eje «democrático» (capitalista, pero democrático)? La izquierda -tanto la más radicalizada, como la moderada- se divide según responda a estos interrogantes. Los que piensan que el problema es «nacional» desean el triunfo de Khadafy, y que se aplaste a los sublevados. Quienes sostienen que se trata de la lucha contra una dictadura, desean la derrota de las tropas de Khadafy. En consecuencia, militantes que se reivindican de izquierda y marxista, si vivieran en Libia, estarían enfrentándose a tiros. Pero aunque no se llegue a este extremo, la división es igualmente grave. Tomemos el caso de la actitud ante la masacre de la población por parte de Khadafy. La izquierda que sostiene que el conflicto es «nacional» (o en buena parte «nacional»), dice que se trata de exageraciones de los grandes medios controlados por el imperialismo; y repudia las condenas -por ejemplo de las Naciones Unidas- al régimen de Khadafy, con el argumento de que es parte de la agresión imperialista. La izquierda que analiza el conflicto en términos de una lucha anti-dictatorial, sostiene exactamente lo opuesto, y trata de que se difundan las denuncias contra el régimen. Por supuesto, hay algunos que intentan mantenerse «en el medio». «En parte es un conflicto por la democracia, y algo de razón tienen los sublevados, pero en parte es un conflicto nacional, y algo de razón tiene Khadafy». Desde este enfoque, se admite que Khadafy es «sanguinario», pero también se está en contra de que la ONU lo condene por violaciones a los derechos humanos. Los sublevados luchan contra una dictadura, pero son manipulados por el imperialismo. Estos intelectuales que están «en el justo medio» no afirman explícitamente que están a favor de que triunfe Khadafy, pero dan a entender que el triunfo de los rebeldes equivaldría al triunfo de la OTAN y el imperialismo (secesión de Libia, gobierno títere, etc.). Por las razones que presento más abajo, considero que esta posición es funcional a la postura «nacional».
Dado que ya he tratado la cuestión en la nota anterior, aquí solo amplío argumentos a favor de la posición que sostiene que en Libia se está desarrollando una lucha por la democracia (capitalista), con la que me identifico, y presento algunas de las contradicciones en que incurre la postura «nacional». Empiezo con un tema que está conectado a las diferencias en la izquierda, el referido a los medios de comunicación y la información con que se nutren los análisis.
Medios de comunicación «nacionales» y los otros…
Los partidarios de la línea «nacional» nos dicen que no debemos confiar en las informaciones que provienen de las grandes cadenas internacionales (manejadas por el gran capital), y que la verdadera información está en los medios orientados por gobiernos progresistas y nacionales, los únicos que no pueden ser comprados por «los grandes grupos pro imperio». Por lo tanto, y siguiendo este criterio, analistas que están ubicados en el campo de lo popular y nacional desecharon casi por completo la información que daban las grandes cadenas sobre Libia, y explicaron que todo es un invento generado por una campaña mediática, para hacer aparecer a Khadafy como un sanguinario, y preparar la invasión imperialista. Y para contrarrestar la campaña mediática imperialista, agregan, qué mejor que basarse en Telesur, la cadena latinoamericana de TV con sede en Caracas. Recordemos que Telesur está auspiciada por los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Argentina, Uruguay, Cuba, Ecuador, Nicaragua, y desde su nacimiento se presentó como una alternativa frente a las grandes cadenas dominadas por los imperialistas. ¿Cómo pasó Telesur la prueba de Libia?
Pues bien, Telesur efectivamente dio informaciones casi opuestas a las que provenían del resto de los medios. Tal vez el punto más alto de estas diferencias ocurrió el 23 de febrero pasado. En tanto por muchos canales se informaba de ataques de las tropas gubernamentales a los manifestantes, Telesur describía la situación como de «total normalidad en Trípoli, así como en el resto del país». «Hay calma y grandes manifestaciones de apoyo al mandatario», agregaba. He leído notas de autores «nacionales» que sustentaron sus análisis en esta información, con el argumento de que era la única que reflejaba lo que estaba realmente estaba ocurriendo.
Frente a tales diferencias en la información acerca de los hechos (esto es, de la realidad que existe por fuera de nuestras mentes), es necesario reflexionar y comparar datos y fuentes. Y a poco de pensar en el asunto, aparece una pregunta que es casi ineludible. Si la tesis «construcción mediática de las cadenas imperialistas y la OTAN» es correcta, hay que preguntarse cómo es posible que en la práctica toda la prensa mundial se haya disciplinado, en horas o días, a la consigna -de Washington o Bruselas- «construyamos una realidad virtual en Libia». No se trata solo de lograr que todos los medios de las grandes potencias, con sus decenas de corresponsales en Libia, se pongan de acuerdo para sostener un gigantesco invento mediático -«el pueblo se levantó contra una dictadura, y Khadafy está reprimiendo de manera sangrienta»-, sino también a todos los otros medios que están presentes en la zona. Entre ellos, los provenientes de países dependientes, pero fuertes, como Rusia, Brasil o India, más decenas de corresponsales de otros medios. ¿Todos los corresponsales fueron subordinados y disciplinados al objetivo de la campaña mediática? Suena increíble. Pero además, está la cuestión de Al Jazeera, la cadena del mundo árabe. Recordemos que Telesur ha firmado acuerdos de intercambio de información con Al Jazeera, razón por la cual en su momento fue atacada por la derecha norteamericana. Pues bien, Al Jazeera estuvo en la primera línea de denuncias de las atrocidades que está cometiendo Khadafy contra su pueblo. ¿También sus noticias están dictadas por el imperio?
Por otra parte, ¿no hay manera de chequear la información con otras fuentes? Lo que está sucediendo en Libia no es una negociación secreta entre bastidores de algún ministerio, o de algunas grandes compañías. Es un conflicto en el que participan cientos de miles de personas, y que concita la atención del mundo. Por eso, también organizaciones de izquierda, de diversas partes del mundo, tienen sus fuentes propias. Con matices, con énfasis diversos (y por supuesto, muchas veces con interpretaciones opuestas), esas fuentes confirman que hubo una represión salvaje.
En todo esto dejo anotado dos cuestiones. Primero, hay que preguntarse seriamente cuál es la honestidad intelectual de algunos intelectuales de izquierda, que presumen de «críticos». ¿De qué espíritu crítico me hablan? En segundo lugar, mirar para otro lado en esta cuestión equivale a encogerse de hombros ante lo que está haciendo la dictadura. Aunque esta actitud se disfrace con la excusa de «nos oponemos a los medios de comunicación imperialistas».
Periodista de Telesur
Posiblemente lo anterior dejará impávido al partidario de la tesis «invención mediática de la OTAN». Así, por estos días el presidente Hugo Chávez sigue diciendo que todo es una farsa inventada por el imperialismo, que está preparando la invasión. Y los intelectuales «marxistas nacionales» (por lo menos los argentinos que conozco de esta veta), siguen guardando un prudente silencio sobre el asunto. No se atreven siquiera a rozar la posibilidad de responder públicamente la sencilla pregunta de ¿quién miente acerca de la represión al pueblo libio? Sin embargo, los hechos son testarudos (como decía Lenin), y recientemente, desde las propias filas de Telesur surgió un testimonio que echa por tierra los esfuerzos del medio «nacional» por tapar la realidad. El 1º de marzo, la periodista Mary Pili Hernández realizó una entrevista al corresponsal de Telesur, Reed Lindsay, sobre la situación en el Oriente de Libia, para la emisora Unión Radio. En esta entrevista Lindsay dijo que se encontraba a una hora de Benghazi, la ciudad tomada por la oposición a Khadafy hace una semana, y que allí podía apreciar la diferencia de otros lugares controlados por el Gobierno, donde los periodistas no tienen libertad para desplazarse y trabajar de forma independiente, así como recoger las denuncias por la mortandad a raíz de la represión oficialista.
«El problema para los periodistas está en Trípoli. En esa zona del país solo pueden entrar supervisados y con control del Gobierno. Libia es un país donde los periodistas antes ni venían sino cuando al Gobierno le convenía y era para publicar a favor de ellos». Agregó: «Por eso en esta zona liberada (Benghazi) nunca me había sentido tan bien recibido… los pobladores no estaban acostumbrado a ver periodistas libres. Es muy distinto en la zona donde gobierna Khadafy».
Sobre las denuncias de violaciones a los derechos humanos contra el régimen, explicó que había visto algo asombroso, porque «la gente habla de crímenes de lesa humanidad. Hay realmente mucha evidencia abrumadora de que Khadafy ordenó a sus fuerzas de seguridad atacar y disparar a los manifestantes sin armas y disparar a matar».
«Una de las personas que estaban afectadas por los ataques de Khadafy, así como antiguos presos políticos, me preguntaron por qué el presidente Hugo Chávez apoyaba al régimen, así como otros presidentes de América Latina que están a favor de los procesos sociales, la justicia social y los cambios revolucionarios lo hacían, sabiendo que están respaldando a un dictador que dispara a su propio pueblo», relató. «Es una pregunta que nos hacen en las calles».
«Esto no es una guerra o un enfrentamiento entre el gobierno y una fuerza rebelde. Este conflicto comenzó con manifestaciones pacíficas y fue de un lado un pueblo tranquilo protestando, y del otro lado fuerzas armadas, con armamento pesado disparando a matar… eso es lo que todo el mundo nos cuenta aquí, por ello hablan de crímenes de lesa humanidad», agregó.
Preguntado por la opinión de la gente sobre una posible invasión extranjera, liderada sobre todo por Estados Unidos, Lindsay dijo que «aquí la gente no está a favor de la política de Estados Unidos, la rechazan, no están a favor de la intervención militar de esta nación y advierten que van a morir luchando sea contra Gadafi o contra las fuerzas de Estados Unidos».
Pregunto: ¿también este periodista está manipulado por el imperialismo? La realidad es que Telesur mintió durante días y días. La realidad también es que esta mentira fue avalada por decenas de intelectuales «críticos», y organizaciones políticas afines. La realidad es que no se puede tapar el sol con las manos, ni la revolución en Libia con Telesur. El levantamiento respira por decenas de miles de poros, de gente que está arriesgando sus vidas porque demanda libertades (burguesas, por cierto, pero libertades) frente a un régimen dictatorial. Esa presión objetiva se hizo sentir incluso en el corresponsal enviado por Telesur (los corresponsales no viven en cajas de cristal, ni todos son burócratas funcionales a sus mandantes).No pueden ahogar un clamor que surge desde abajo, por más aparato burocrático con que lo quieran tapar.
La indefendible tesis «nacional»
Lo de Telesur no es un «error» circunstancial. Responde a una lógica. Es que los chavistas, marxistas-nacionales y similares, están obligados a seguir afirmando que no existe un levantamiento popular contra Khadafy, que éste no ha reprimido al pueblo, y que todo es un ardid del imperialismo. Necesitan armar esta historia, porque no tienen manera de encajar lo que está sucediendo en Libia con la idea de que el conflicto es «por la liberación nacional». Y los que adoptan una postura «neutral» (esto es mitad problema nacional, mitad problema democrático) también se ven impulsados a evitar el análisis de por qué se ha mentido a este nivel. Hay que tapar, o disimular, el hecho de que el origen del conflicto es una sublevación contra una dictadura, para exaltar «lo nacional». Sin embargo, la explicación «nacional» no tiene consistencia lógica, ni se compadece con un mínimo análisis de los hechos.
Es que para hablar de un problema nacional, habría que demostrar que de alguna manera Libia está bajo el peligro de pasar de su actual estatus de país dependiente en lo económico, y políticamente independiente, al de colonia (o semi-colonia en el caso de que se impusiera un gobierno títere, digitado por las potencias). Pero por ningún lado existe evidencia de algo semejante. Ya expliqué en la nota anterior que no hay ningún elemento objetivo para sostener que el gobierno de Benghazi sea un «títere» puesto por el imperialismo (Washington, la OTAN, etc.). Incluso desde el punto de vista formal el Consejo Nacional de la llamada coalición revolucionaria, que se auto-proclama «representante único del pueblo libio», está integrado por 30 personas entre las cuales se encuentra gente que perteneció, hasta ayer, a las más altas jerarquías del régimen de Khadafy. Desde el punto de vista de las relaciones con el capital extranjero, no hay razón para esperar cambios cualitativos. Como todos los gobiernos de los países dependientes, intentará establecer los términos de la inserción de la economía de Libia en el mercado mundial, según su fuerza relativa. No hay razón para pensar que los capitales de las grandes potencias estén en tren de invadir Libia para establecer una colonia. Incluso desde el punto de vista de la relación que mantenían con Khadafy, el asunto no tiene lógica. Desde hace por lo menos seis años que el gobierno de Libia venía manteniendo relaciones «aceptables» con el mundo capitalista. Khadafy invirtió miles de millones en Italia y Gran Bretaña, y cerró jugosos acuerdos comerciales con otros países industrializados. Solo en Italia Khadafy es accionista de Fiat, ENI, el club Juventus y el banco Unicredit. También se llevaba muy bien con Alemania, al que le vende petróleo, y con el cual hace negocios en transporte, construcción y turismo. El fondo de inversión de Libia utiliza como intermediarios a bancos europeos y estadounidenses. Incluso Khadafy fue invitado al G-20; y todavía el 4 de enero de este año, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU publicó un informe sobre Libia, en el que se afirmaba que, según «varias delegaciones», había un «compromiso del país con la defensa de los derechos humanos». Reconozcamos al menos que es una forma un poco extraña de preparar a la opinión pública mundial para una operación de intervención en Libia.
Con todo esto no estoy diciendo que Khadafy sea un «títere» del capital financiero internacional, sino subrayo que no hay ninguna base material para pensar que EEUU y Europa hayan decidido desatar en Libia, de buenas a primeras (y en medio de las convulsiones que sacuden a todo el mundo árabe), una ofensiva para transformar a este país en una colonia. Gobiernos de países que son insopechados de tener simpatías con Washington, como el de Irán, pusieron el acento en la represión, y no hablaron de que estuviera en juego la independencia de Libia. Y el mismo Khadafy echa la culpa de sus problemas a la intervención de Al Qaeda en el país, no de la OTAN. Solo la interpretación «chavista» (con el consentimiento de muchos intelectuales marxistas), sostiene que el eje del conflicto es nacional; o por lo menos, que este aspecto del asunto está al mismo nivel que el «democrático».
Génesis del conflicto
Reed Lindsay, el corresponsal de Telesur que se decidió a decir lo que estaba registrando, respondió con claridad una de las cuestiones claves que debe plantearse cualquier persona que desee entender lo que sucede en Libia. ¿Cuál fue el origen del conflicto? ¿Una intervención imperialista? (abierta o encubierta, a través de algún golpe de Estado). ¿O las manifestaciones del pueblo pidiendo libertad? Para sustentar la tesis chavista, o nacional, hay que demostrar que el origen del problema viene de afuera, de la mano de la OTAN, la CIA, etc. Pero no encuentro que puedan hacerlo. No se puede demostrar que las manifestaciones hayan sido organizadas por el imperialismo. Todos los datos disponibles confirman lo que sostuvo Lindsay. Hubo, por supuesto, estímulos «de afuera», ya que ningún país vive en una burbuja. El levantamiento popular en Libia no se puede desconectar de lo que sucedió en Túnez y Egipto. Tampoco de los efectos de la crisis económica mundial. Pero estos factores incidieron en una situación social interna, que no se explica por «maniobras del imperialismo y sus agentes». El conflicto estalla porque los manifestantes piden libertades.
¿Hubo cambio cualitativo?
Establecida la génesis del conflicto, hay que preguntarse a continuación si se produjo algún cambio cualitativo, en la situación de Libia, y su relación con el extranjero, que nos lleve a considerar que el eje del conflicto pasó de la «lucha por libertades democráticas», a «la lucha por la independencia nacional». ¿Qué hecho en concreto puede exhibir el pensamiento nacional-chavista para sostener que se produjo ese cambio cualitativo? La única respuesta que encuentro, hasta ahora, es la advertencia de que «sobrevuela el peligro de la intervención imperialista». ¿Por qué? Pues porque los dirigentes de los sublevados son agentes del imperio; porque las masas están «manipuladas»; y fundamentalmente porque el Consejo Nacional de transición llama a la intervención de las potencias.
De estos tres argumentos, el que parece tener más peso, es el último. Pues bien, empecemos por precisar que hasta el momento el Consejo Nacional de transición ha manifestado que está en contra de la entrada de tropas extranjeras (en última instancia, sería la única forma de realizar una ocupación colonial), pero sí pidió la intervención de las Naciones Unidas para que frene los ataques aéreos de Khadafy. Hasta el momento ni las Naciones Unidas, ni la OTAN, hicieron algo al respecto. Por otro lado, el Consejo Nacional rechazó una misión británica, con argumentos de país soberano. De todas maneras, lo fundamental a preguntarse es si una ayuda militar de las potencias a los sublevados implicaría un cambio cualitativo del carácter del conflicto. ¿Dejaría de ser una lucha por la democracia burguesa, contra una dictadura?
Mi respuesta es que no, que esa sola circunstancia no cambiaría la naturaleza del conflicto. A lo largo de la historia se han dado múltiples casos de movimientos, partidos o gobiernos que han recibido ayuda (material o política) de las potencias, sin que ello las transformara en marionetas del extranjero. En cualquier conflicto, pero más en una guerra, los bandos enfrentados buscan ayuda de donde pueden. Cuando estaba luchando contra la dictadura de Batista en Sierra Maestra, Fidel Castro tenía el visto bueno de Estados Unidos. En las últimas semanas de combates contra la dictadura de Somoza, el Frente Sandinista recibió armas que Estados Unidos dejó pasar sin inconvenientes, porque le había bajado el pulgar a la dictadura. Pero podemos dar otros ejemplos más cercanos. Bajo la dictadura de Videla, mucha gente de izquierda recurría a la OEA y otros organismos internacionales para presionar por la libertad o la aparición de compañeros. Cuando Pinochet fue detenido por el gobierno británico, la izquierda no pidió la libertad del ex dictador, aunque bien podía ser considerado un caso de «injerencia de una potencia en un país dependiente». Más atrás en el tiempo, la URSS recibió armas de Occidente, para pelear contra Hitler; no por ello puede decirse que Stalin se hubiera transformado en un agente de EEUU o Gran Bretaña. Antes todavía, el gobierno bolchevique, bajo conducción de Lenin, aceptó ayuda militar de Francia e Inglaterra para defenderse de los alemanes. Si esto fue así, ¿por qué se le niega a un gobierno burgués, como el de Benghazi, recibir armas u otra ayuda militar de las potencias extranjeras? Además, ¿acaso va a transformarse en «agente» del imperialismo por el solo hecho de recibir ayuda militar?
La cuestión es concreta. En Libia hay dos bandos en guerra. Uno de ellos encarna un régimen dictatorial (bonapartista represivo, podríamos decir) y el otro un régimen burgués democrático (por más limitadas que sean esas libertades). Uno de los bandos tiene más y mejores armas, y poder aéreo, y el otro apela a lo que tiene a mano para resistir. Negar al gobierno de Benghazi el derecho a pedir colaboración, equivale a dar carta blanca a la represión de Khadafy. En estas cuestiones es imposible jugar a las escondidas. Lo pongo de esta manera: supongamos que gobiernos europeos deciden enviar un cargamento con armas y municiones, o con alimentos, a los sublevados. ¿Qué tienen que hacer los socialistas? Según el pensamiento nacional-chavista -y los intelectuales marxistas nacionales que lo acompañan- deberían impedirlo por todos los medios. ¿A quién favorecería esa demanda? Claramente, a Khadafy. Puede verse que el argumento «nacional» lleva agua a un solo molino. Aunque se lo encubra con «saludos a la bandera» a la lucha «anti-dictatorial».
«Manipulados» que son mártires
Uno de los aspectos más paradójicos del nacionalismo-popular y del marxismo-nacionalista (o chavista), es que en el conflicto de Libia no pueden registrar el que miles de personas están arriesgando, o entregando, sus vidas, por convicción. Para estos pensadores, la única manera de explicar que esta gente se esté lanzando contra la dictadura en condiciones de inferioridad (entrenamiento militar, poder de fuego), es postulando que, en última instancia, están siendo «manipulados» por los agentes del imperialismo. Se trata de la eterna explicación de todo régimen que se ve acorralado por levantamientos populares. Si en Benghazi y otras ciudades en manos de los rebeldes, han subido al poder agentes de las petroleras y la OTAN, los que defienden estas posiciones, y dan la vida por ello, solo pueden ser «manipulados», piensa el ala nacional marxista, y afines. Hay aquí un enorme desprecio por las masas de Libia, por su sacrificio y heroísmo. Es el resultado necesario de haber errado a la hora de identificar el eje del conflicto. Por otra parte, tampoco pueden explicar por qué Khadafy ha debido recurrir a mercenarios africanos.
Naturalmente, la razón de por qué tantas miles de personas entregan sus vidas en esta pelea es que están están peleando por sus libertades. Ya he explicado que se trata de libertades burguesas (no habrá libertad real para los explotados y oprimidos), pero que no deberían minusvalorarse. No es lo mismo que haya libertad de expresión, o que no la haya; no es lo mismo ser detenido por una dictadura, que tener derecho a un juicio; no es lo mismo gozar de libertad de asociación política, que no tenerla. Los que están defendiendo las ciudades rebeldes valoran esas libertades, y por eso pelean. Es lo que le está diciendo la gente al corresponsal de Telesur y a tantos otros corresponsales y testigos. Hay que tener anteojeras chavistas demasiado grandes para no poder ver esta realidad.
Derechos humanos y la ONU
Una de las cuestiones que más me han impactado por estos días fue la condena de intelectuales marxistas y chavistas de la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Libia. El pensamiento nacional, en casi todas sus variantes, ha considerado que esta resolución constituye un ataque del imperialismo a Libia. Sinceramente, no puedo entender en qué medida esa resolución puede significar alguna forma de sometimiento neo-colonial de este país. Y no me parece casual que se condene la resolución, hablando del «derechos a la auto-determinación» del pueblo de Libia- sin explicar en qué consiste, ni quiénes la votaron.
La resolución 1970 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas deplora la «gran y sistemática violación de los derechos humanos» en Libia. Exige que cese la violencia, y decide referir la situación a la Corte Criminal Internacional. También impone un embargo de armas, y una prohibición de viaje y congelamiento de activos a la familia Khadafy y a altos funcionarios. Fue firmada, entre otros, por Colombia, Brasil, Nigeria, Bosnia, Gabon, China, Líbano, Sudáfrica e India, además de EEUU y otras potencias. Y fue apoyada por el representante de Libia en el organismo, quien rompió con el régimen y agradeció el apoyo moral que significaba para los que estaban sufriendo los ataques de Khadafy en su país.
Cualquiera que haya luchado contra dictaduras, y por libertades democráticas, conoce la importancia de generar espacios en el plano internacional que, de algún modo, obstaculicen la acción de esos regímenes. Ya expliqué que en la lucha contra las dictaduras de Videla, Pinochet, etc., muchas veces desde la izquierda se pidieron condenas. Por supuesto, las dictaduras rechazaban indignadas esas condenas.
La resolución de la ONU sobre Libia se ubica en este plano de lo democrático. Congelar los activos del régimen, o imponer un embargo de armas, genera alguna presión sobre Khadafy, y en este sentido significa un respaldo para los insurrectos. Por eso los que están peleando contra Khadafy no la vieron como un ataque a la soberanía de su país, y estuvieron lejos de condenarla (en todo caso, pueden estar en desacuerdo porque no es más dura). Desde el punto de vista ideológico, ayuda a que se conozca a nivel mundial el ataque. Naturalmente entonces, los intelectuales «marxista-nacionales» y los chavistas están muy disgustados. No solo no dicen palabra sobre las informaciones de Telesur; no solo hacen lo posible por desviar el foco del conflicto, sino también hacen lo posible para que no se conozca la magnitud de la represión. La gente que está peleando contra Khadafy, los manifestantes que son tiroteados por las bandas del régimen, necesitan las denuncias internacionales. Los intelectuales «marxistas-nacionales» (conozco muchos en Argentina) y otros partidarios de ala nacional, hacen todo lo posible para que se ahoguen las denuncias.
En conclusión, las diferencias que atraviesan a la izquierda en relación a Libia no son tácticas, sino ideológicas, ya que se vinculan con posiciones globales. Es una nueva muestra del grado a que ha llegado la crisis en este campo, y en particular en lo que, en sentido amplio, podemos llamar el pensamiento marxista.
http://rolandoastarita.