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La ley del silencio

Fuentes: República.com

No hablamos de los estibadores del puerto de Nueva York, ni del fabuloso director Elia Kazan o del mismísimo Marlon Blando y la mafia que controlaba el duro trabajo en los muelles neoyorquinos durante la gran depresión de los EEUU en la película de ‘La ley del silencio’. No es de ese silencio en blanco […]

No hablamos de los estibadores del puerto de Nueva York, ni del fabuloso director Elia Kazan o del mismísimo Marlon Blando y la mafia que controlaba el duro trabajo en los muelles neoyorquinos durante la gran depresión de los EEUU en la película de ‘La ley del silencio’. No es de ese silencio en blanco y negro y magistral al que nos referimos ahora, hablamos del silencio español que se cuela bajo las puertas de las redacciones como si fuera incienso de adormidera, o el canto de una Sirena varada que entona la nana de poder, como aviso a los navegantes de la eterna travesía rumbo a la soñada Itaca de la información española.

Se ha corrido la voz, chisss -como dice Peñafiel-, cuidado con ese libro maldito y pecaminoso de la religiosa innombrable P.U. que según el poder huele a novela de ciencia ficción, más escandalosa y pecadora que el Código Da Vinci que tanto furor causó entre su congregación. Si cayeron tres directores de periódicos de una sola tacada pues imagínense la hecatombe a nada que algunos más se vayan de la ‘muí’.

Toca retreta y todos a dormir. ‘Dejemos que Suárez descanse en paz’, nos dice la ‘autoridad competente’ que acaba de saludar al presidente Teodoro Obiang en el funeral de la Almudena donde Rouco invoca la Guerra Civil en su último exorcismo, antes de que el Papa Francisco lo mande al purgatorio y lo sustituya por un discípulo de Tarancón, que en el cielo estará con Suárez hablando de la transición.

O sea silencio. Codazos en el funeral de Estado de Suárez, cara larga y afilada de Aznar -está muy delgado-, seriedad suprema de Felipe -otro tocado del ala por el libro prohibido-, y contento y parlachín, como niño con zapatos nuevos, el inefable Zapatero con aires de Mister Bean, El Rey muy serio, pero a su entrada en la catedral le hace una confidencia a Rouco y en ese momento el cardenal sonríe. ¿Qué le ha dicho? No se sabe, a lo mejor le ha preguntado: «¿Has leído la novelita de la opusina?» Y el Cardenal esboza una leve sonrisa e imaginamos que contesta: «Perdónela Majestad, es solo un pecadillo de la tercera edad».

Hay codazos en la catedral, el Príncipe y Letizia se santiguan ante el altar. Ella viste de luto elegante, esbelta y serena, sabe mejor que nadie lo que duele un libro clavado en la espalda como un puñal, como aquel de ‘Adiós Princesa’ de su primo traidor que a buen seguro que no ha leído el ministro Gallardón. El Príncipe no mueve un músculo y su madre la Reina Sofía -la amiga de P.U.- no le quita ojo, mientras el rostro de la soberana se ilumina con un resplandor de impaciencia, pensando quizás que el Príncipe está perfectamente preparado para la sucesión (lo que es verdad), pero cuando le toque.

Lo que resulta difícil de imaginar a día de hoy porque el monarca de negro y tan alto está imponente, parece estar recuperado de sus dolencias y luce buen color. El Rey adorna su solapa con la insignia del Toisón de Oro, como aquel que le concedió a Javier Solana -a quien Cerón llamó ‘fabiolillo de Bruselas’- al parecer a cambio de algún extraño favor, o silencio según se desprende del libro maldito de la innombrable P.U.

Las consignas corrieron como gacelas en la noche del domingo y al amanecer los grandes diarios y las grandes radios nacionales se quedaron mudos de estupor. Codazos en las redacciones y chistes de los agentes secretos del poder: «A ver si investiga el crimen de Kennedy, ja, ja, ja!. Cayo Lara no se ríe y pide: «o un desmentido oficial o una querella y desclasificación de los papeles del Golpe». Rosa Díez está desaparecida y doña Elena Valenciano se declara ‘salvada’ por el Rey, como si ella fuera Lois Lane, reportera del Daily Planet y novia de Supermán volando en los brazos del Rey.

Las grandes telediarios como las radios y diarios de la mañana se quedaron en blanco como el elefante aquel. Ni el aleteo de una mosca se vio o se escuchó. Y hasta el mismísimo Wyoming de El Intermedio enmudeció de rodillas ante su audiencia, una vez que su lengua larga y graciosa esta vez se la comió un ratón. Es la ley del silencio, de los estibadores de la información. Corren como las gacelas mensajeras del poder malos tiempos para la lírica y hasta en la música se tergiversa el tango desolador: ‘silencio en la noche,/ ya todo está en calma,/ el musculo duerme/ la ambición no descansa’.

Fuente: http://www.republica.com/2014/03/31/la-ley-del-silencio_785421/