Pepetela es una persona sencilla, amable y dispuesta a hablar sin reticencias. Hay en su mirada como una chispa de picardía, quizá para disimular su timidez. Da la impresión de que le encanta pasar desapercibido, mientras observa todo lo que sucede a su alrededor. Así actúa el narrador de El tiempo de los flamencos, un […]
Pepetela es una persona sencilla, amable y dispuesta a hablar sin reticencias. Hay en su mirada como una chispa de picardía, quizá para disimular su timidez. Da la impresión de que le encanta pasar desapercibido, mientras observa todo lo que sucede a su alrededor. Así actúa el narrador de El tiempo de los flamencos, un esclavo del patriarca Baltazar Van Dum. No es un narrador omnisciente, pero sí curioso, fisgón y bastante pícaro. «Es una forma -asegura Pepetela- de hacer más próximo al autor. Recurrí a la imaginación del esclavo para cubrir los vacíos, un problema de toda novela histórica. En este libro hay una ligazón muy fuerte entre el narrador y el autor».
M.N. En esta novela se achaca la brevedad del dominio holandés sobre Luanda, siete años, a que una compañía no puede vencer a un Estado, en este caso el portugués. Hoy, sin embargo, parece que muchas compañías trasnacionales tienen incluso más poder que muchos Estados.
PEPETELA. La cuestión de las compañías y los Estados la encontré en alguna documentación. Existía esa discusión en la propia Holanda: cómo una compañía multinacional tenía más éxito que las compañías navieras orientales que dominaron sobre todo Indonesia. Era realmente una multinacional, una de las primeras multinacionales que aparecieron en el mundo. Vi esa idea del Estado por un lado y de la compañía por otro. Hoy varias multinacionales dominan en muchas partes del mundo… Es lo que llamamos el imperialismo. Puede gustarnos o no, pero la idea es ésa.
M.N. De hecho, hoy se advierte en algunos países africanos cierta fragilidad como Estados soberanos. Hace veinte años estaban más cohesionados y eran mucho más fuertes.
PEPETELA. Y algunos, como Somalia, ni siquiera tienen Estado. Somalia es el paradigma de cómo se fragiliza un Estado, hasta el punto de desaparecer. Será muy difícil en estos momentos crear un Estado somalí. Ahora hay varios Estados, y además existe el problema de esa especie de talibanes o tribunales islámicos. Pero muchos países africanos tienen una tendencia a reforzar el Estado central. Cuando se produjeron las independencias, se apostó por crear Estados fuertes. Algunos países, como Angola, evolucionaron positivamente, en el sentido de que el Estado consiguió consolidar la nación. Otros Estados no lo consiguieron y por eso hoy son muy frágiles. Muchos países africanos son artificiales, debido primero a la forma en que se hizo el reparto en la Conferencia de Berlín del siglo XIX y después con las independencias, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.
M.N. Dice usted en una cita del capítulo VI de El tiempo de los flamencos que la gente va a Angola a hacer negocios. En el Siglo XVII esos negocios eran sobre todo la venta de esclavos. Hoy es el petróleo. Parece que Angola sigue siendo un buen negocio, al menos para algunos.
PEPETELA. Cuando escribí la novela, estaba pensando un poco en eso, aunque no especialmente en el petróleo. Hoy no sólo es el petróleo lo que atrae gente hacia Angola; son los diamantes y el comercio. Angola sigue siendo un país que tiene recursos y que atrae. Pero atrae a las personas buenas, que interesan, y también a las personas malas, que no interesan.
M.N. «Quien paga siempre es el más débil, y el más débil eres tú», le dice la esclava Chicomba al esclavo Thor, dos personajes que quizá dieran para una nueva novela. Y añade: «Aquí son peores que las fieras, son blancos». ¿Son peor que las fieras por blancos o por explotadores? ¿O por ambas cosas a la vez?
PEPETELA. En ese momento coincidió. En los primeros años de la colonización de Angola, los blancos que llegaban eran principalmente deportados. Unos por delitos o crímenes comunes; pero otros porque tenían ascendencia judía o protestante. Estos últimos eran buena gente, pero aparecían, en relación a la población africana, iguales que los otros: todos eran blancos. Incluso hubo muchas personas de piel blanca que lucharon por la independencia de Angola, pero generaban desconfianza por ser blancas. En la novela se trata de los exploradores: todos eran blancos.
M.N. Muchos escritores africanos, y usted es un ejemplo de ello, han participado activamente en los procesos o en las luchas de liberación. ¿Qué papel deben jugar hoy en países ya independientes?
PEPETELA. Creo que todos los que participaron activamente en la liberación tienen ahora un deber moral de mantener una cierta actividad, si no política, sí de opinar sobre ciertos problemas. Los escritores e intelectuales en general no tenemos la solución a los problemas. Si fuera así, estaríamos en el Gobierno para resolverlos; pero tenemos la obligación moral de llamar la atención sobre esos problemas para darlos a conocer, mostrarlos, evidenciarlos. En ese sentido, sí tenemos una cierta visión crítica.
M.N. A veces se le exige al escritor o al intelectual que sea propagandista del régimen de turno, lo que suele degenerar en creaciones panfletarias. En la novela no es así; tiene valores literarios, y eso es un valor en sí mismo.
PEPETELA. Sí, porque creo que la novela es literatura. Si quisiera escribir sobre política, haría un artículo o un análisis político para un periódico. La literatura tiene sus reglas; no puede ser algo panfletario. Habría una contradicción. El llamado realismo socialista intentó hacer una reconciliación, pero no ha funcionado. Creo que la misión del escritor es hacer pensar a las personas sobre el país, no dar recetas. Eso corresponde a otros. La literatura debe ayudar a las personas a reflexionar, a pensar, a sentir, a transformarse en personas libres.
M.N. Angola tiene mucho petróleo, mucho oro, muchos diamantes, pero también pocos ricos y muchos pobres. No es un caso único en África. ¿Cómo se debe salir de estas contradicciones?
PEPETELA. En el caso de Angola, hay pocos ricos pero muchos pobres. Es una gran contradicción. La única solución es que haya un verdadero desarrollo, y eso no es lo que está sucediendo ahora; hay un crecimiento económico, pero sin desarrollo. Un desarrollo supone una gran inversión en dos áreas claves: salud y educación. Para mí esto es lo más importante, por donde hay que empezar; el resto vendrá después. En este momento lo que falta es una élite formada y una mano de obra capacitada para trabajar, lo que se suele llamar recursos humanos. De ahí la importancia de la salud y la educación.
M.N. Respecto a la salud, nos comentaba hace poco la abadesa de un convento de clausura de Luanda que es una vergüenza que en un país tan rico como Angola la gente se esté muriendo de cólera.
PEPETELA. Es la mayor vergüenza porque el cólera es una enfermedad de países pobres. Hace cincuenta años la gente moría de cólera en la Isla, que hoy es uno de los lugares emblemáticos de Luanda. El cólera es un problema de falta de formación y de pobreza.
M.N. En su novela se habla de algunas zonas de Luanda, como el Barrio dos Coqueiros, que van desapareciendo, engullidos por edificios gigantescos como las nuevas oficinas de Sonangol. ¿Es posible vivir con gozo en esta nueva Luanda de tráfico atosigante, de inseguridad y de cólera?
PEPETELA. Es muy difícil. Es una vida muy dura. Tal vez haya un aspecto positivo: hay mucha menos tensión en la gente. Hoy, incluso con el tráfico infernal, entre los conductores hay menos discusiones que antes. Hace años presencié una escena terrible: vi a un conductor sacar una pistola y disparar contra otro porque se puso delante y le rozó el coche. Con todo, Luanda es una ciudad muy difícil para vivir. La gente prefiere quedarse en casa. Muchas veces hay buenas ofertas culturales: presentación de algún libro, lanzamiento de un disco… Pero los luandeses no van porque hay que emplear una hora de coche para recorrer un trayecto de apenas tres kilómetros, y además es imposible aparcar. Hay otras ciudades angolanas en las que se vive mejor: Benguela o Lobito, incluso Huambo, con todos sus problemas. Luanda es un infierno.
M.N. Usted se ha inventado el neologismo «luandar». Tiene, de hecho, un libro titulado Luandando. En este caminar por la ciudad uno puede extasiarse ante la hermosa bahía, la Isla, coqueta y limpia, la plaza Kinaxixi… Pero también, al dar la vuelta a una esquina, se puede desembocar en algún musseque, donde la dignidad ha perdido su nombre. Hay dos mundos emergentes, hay dos o muchas Luandas, cuya convivencia pacífica parece casi un milagro. ¿No puede estallar en algún momento un conflicto social?
PEPETELA. Todos los años, cuando llega Navidad, pienso que en Luanda va a suceder cualquier cosa. Hay en las tiendas muchos artículos y hay demasiada gente que no tiene dinero para comprar nada. Algún día alguien va a coger una piedra para romper los cristales de los escaparates y la gente se lanzará a apropiarse de lo que no puede comprar. Algún día estallará esa violencia urbana que está sucediendo ya ahora, por ejemplo, en Francia, como sucedió en Estados Unidos o en Inglaterra, o como ocurre con frecuencia en Brasil.
Fundamentalmente, hay dos Luandas: la llamada Luanda del asfalto, con calles asfaltadas, y el musseque, con las calles de tierra. Éstas son las dos grandes Luandas. Pero hay más. En el interior de cada una existen fracturas. Últimamente, se está creando una tercera: la nueva Luanda de los condominios, en el sur de la ciudad. Es una realidad nueva, que, en el fondo, viene de Brasil o de Sudáfrica. Esto tiene características de un apartheid. Me refiero a la zona de Morrovento. No se puede ni entrar. Allí vive gente ligada al poder o a las compañías petroleras. Tienen barrios enteros cerrados para ellos, muy cerca de población pobre.
También en el norte, en el barrio de Palanca, se ha concentrado gente procedente del norte de Angola, donde se habla fundamentalmente lingala, una lengua congoleña. Es una zona en la que están surgiendo muchas religiones nuevas, llamadas proféticas. Se consideran como algo aparte, como un gueto.
Hay, efectivamente, muchas Luandas, pero también existe una gran capacidad por parte de los angolanos para la convivencia, para acoger al otro. Hubo una vez, en 1993, una escena violenta en el mercado de Roque Santeiro en la que estuvieron implicadas dos o tres personas del norte. Me llamaron para formar parte de una especie de Consejo Municipal, para aconsejar al gobernador sobre algunos temas sociales de la ciudad. El gobernador tiene muy claro que hay que transformar y urbanizar los musseques, crear condiciones de vida dignas, trazando calles, poniendo alcantarillado, agua potable, luz eléctrica…
M.N. ¿Ve con optimismo el futuro de Angola?
PEPETELA. A corto plazo, no. Va a tardar en mejorar de manera ostensible. Es cierto que con las nuevas construcciones está aumentando el empleo. Por primera vez en este año subieron los sueldos de la Administración por encima de la inflación. Eso es positivo. Hay otros aspectos que no están evolucionando tanto. Después de cuatro años de paz, tendrían que haberse hecho muchas más cosas.
M.N. Corrupción es una palabra que se oye con mucha frecuencia en Luanda.
PEPETELA. Es un gran mal, es cierto. Tengo una teoría sobre esto: la clase burguesa y rica ya está consolidada; ahora va a defender la ley para que no le roben lo que tiene. Como la antigua burguesía en Europa, durante siglos. En este momento, se nota ya que empieza a haber una cierta preocupación para atajar la corrupción. Se presentan recursos ante el Tribunal Supremo, está en curso una modificación del código penal, se ha creado el Tribunal de Cuentas… Poco a poco, ese grupo social acomodado tendrá que detener la corrupción para atraer capitales de fuera.
M.N. Angola tiene como punto de referencia a Sudáfrica para generar inversiones y desarrollo. Incluso se dice que debe imitar a Sudáfrica.
PEPETELA. Es absolutamente necesario que Angola y la República Democrática de Congo, los dos países juntos, crezcan y se desarrollen para lograr un equilibrio con respecto a Sudáfrica. Si no es así, Sudáfrica va a dominar toda el África negra. Dos Santos vio eso hace ya mucho tiempo. Uno puede pensar lo que quiera, pero dos Santos es muy inteligente. Intervino en Congo, para establecer una alianza con este país y equilibrar el excesivo peso de Sudáfrica en la zona. Sudáfrica tiene todo: recursos humanos, tecnología… Incluso disponía y dispone de tecnología nuclear. Quizá por eso está avanzando casi de forma imperialista. Angola y Congo constituyen la región más rica de África en recursos naturales y cuentan con casi ochenta millones de habitantes. Esto les hace muy importantes para el futuro de África.