La Monarquía marroquí está desplegando una campaña de presión a la Unión Europea y a sus mecanismos menos democráticos (o más antidemocráticos, mejor dicho) para que estos mecanismos anulen o «pasen» de algún modo de la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que invalida el acuerdo agrícola que aceptaba la venta por […]
La Monarquía marroquí está desplegando una campaña de presión a la Unión Europea y a sus mecanismos menos democráticos (o más antidemocráticos, mejor dicho) para que estos mecanismos anulen o «pasen» de algún modo de la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que invalida el acuerdo agrícola que aceptaba la venta por Marruecos de los recursos del Sahara Occidental, territorio no autónomo que mantiene en ocupación ilegítima desde hace décadas.
Así se activan los poderes antidemocráticos contra la actuación de un Tribunal independiente que tan solo ha aplicado la normativa internacional de Derechos Humanos.
Las declaraciones y actos del régimen marroquí muestran cómo funciona la lucha de poder en la comunidad internacional y sus resquicios antidemocráticos, para evitar que contra ese poder pueda oponerse la verdad de los oprimidos por su injusticia. Y resulta increíble que, con todas las resoluciones que existen de la ONU, ahora del TJUE, de los informes y denuncias que demuestran torturas, desapariciones, una invasión ilegítima, la responsabilidad de España, el incumplimiento de Tratados Internacionales de todo tipo y sobretodo de Derechos Humanos, la falta de garantías judiciales para los saharauis en el sistema judicial no independiente de Marruecos, la mitad del pueblo saharaui viviendo décadas en campos de refugiados, el vergonzoso muro lleno de minas antipersonas… Es increíble que a pesar de todas estas verdades probadas, la «comunidad internacional» siga siendo un espacio donde el poder despótico (no solo del régimen de Marruecos, sino de las élites cómplices que gobiernan países que le cubren como España, Francia o USA) pueda seguir impidiendo que esa verdad se le imponga y se logre la justicia.
La batalla del pueblo saharaui no es ninguna cuestión que tan solo les afecte a ellas y ellos. Es otro paso más, hacia adelante o hacia atrás en el camino para construir e institucionalizar definitivamente en el orden internacional esos mecanismos que permiten oponer la verdad contra el poder despótico.
La sentencia del Tribunal de Justicia de la UE no es una cuestión menor, es un paso muy importante que no puede ser desandado, ni podemos permitir que sea desandado, por las instituciones antidemocráticas nacionales e internacionales cómplices de la monarquía marroquí.
Y esta sentencia ha dado lugar a todo un despliegue de fuera despótica de la monarquía marroquí. Un aumento de la represión al pueblo saharaui, un aumento del número de expulsiones de observadores internacionales en el Sahara Occidental, un despliegue de presión internacional para que se anule o desoiga antidemocráticamente la decisión judicial…
Me avergüenza descubrir que los representantes (tutelares) de la Unión Europea, con un descomunal desprecio a los derechos humanos, han recurrido la sentencia y han comunicado a Marruecos que garantizan que se restablecerá la situación. ¡Cómo se atreven!. Por supuesto, han sido los poderes más antidemocráticos de la UE.
En las últimas semanas estoy participando en el curso para Observación de Derechos Humanos: Sahara Occidental como Modelo de Análisis, organizado por la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de Sevilla y las Universidades Pablo de Olavide y Universidad de Sevilla.
Y en cada seminario, taller o actividad que hemos realizado, hemos podido ver y ahondar en la realidad de la lucha del pueblo saharaui y la solidaridad de los observadores internacionales contra las violaciones de Derechos Humanos del régimen marroquí y la complicidad de varios grandes actores y culpables de la comunidad internacional. Con cada una de estas lecciones no podía dejar de acordarme de algo que escribió Foucault.
En «La Verdad y las Formas Jurídicas», Michel Foucault defiende que, en momentos históricos concretos de gran relevancia, se consiguió establecer un gran límite contra los poderes despóticos: el derecho de dar testimonio, de oponer la verdadi al poder. Según Foucault este proceso tiene su raíz en Atenas durante el siglo V a.C. Y lo considera la base de gran parte de la cultura que solemos llamar occidental, de sus formas de política y conocimiento (como la filosofía, los sistemas racionales (sic) y científicos). Inició el desarrollo de las formas racionales de la prueba y demostración y de los procesos y técnicas en los que la victoria se conseguía por convencer a los demás sobre la verdad de lo que se dice, «de obtener la victoria para la verdad o, aún más, por la verdad».
Creo que, en gran medida, los avances en Estado Democrático (no lo llamaría yo democracia tan alegremente) y Estado de Derecho del último siglo y pico (desde el inicio del levantamiento exitoso de aquellos y aquellas que los sistemas burgueses redujeron a «nadies») son un desarrollo de la línea iniciada con ese derecho de dar testimonio, de oponer la verdad contra el poder. Los derechos de sufragio, de expresión y otros derechos políticos «universalizados» en algunos países, son mecanismos basados en la institucionalización de que la victoria política, jurídica, debe ser para la verdad o por la verdad.
Sin embargo, la comunidad internacional y las instituciones internacionales aún funcionan bajo la lógica que solo permite la victoria del poder sin verdad, la victoria para el poder y por el poder. Solo en pequeños espacios de las instituciones internacionales se puede lograr la victoria por la verdad.
Estos espacios aún minoritarios han sido construidos por luchas basadas en dar testimonio, en la indagación de la verdad, en oponer con dignidad y un valor inmensos, la verdad frente a un poder asesino.
Desde que leí aquellos párrafos de Foucault, siempre me pregunté cómo se construye un sistema así, que permita la victoria por la verdad. Cómo se legitima esta forma de política y se rechazan los mecanismos que privilegian los actos injustos de poder.
Creo que estudiar estas luchas en las últimas semanas me ha enseñado mucho sobre mi vieja pregunta de cómo se logra construir esos mecanismos de los que hablaba Foucault tanto los de poder sin verdad, como los de verdad sin poder. Es a través de la lucha por la verdad de muchos pueblos y colectivos, contra los grandes poderes despóticos, como se logra asentar la legitimidad y construir los mecanismos que dan prioridad a la verdad antes que al poder en la resolución de conflictos políticos.
Quisiera hablar un poco de algunas cuestiones que hemos visto.
Los mecanismos de ese poder sin verdad que despliega Marruecos, son muy amplios.
En primer lugar, desde luego, está la compra de cómplices, los chantajes y amenazas. Pero no serviría de mucho sin llevar las decisiones a los mecanismos más antidemocráticos del orden internacional. El régimen de Marruecos explota en su beneficio los mecanismos antidemocráticos de los que aún se compone la «comunidad» internacional. A través de esto consigue prerrogativas vergonzosas, como ese Tratado de explotación de los recursos del Sahara que aceptaron firmar las instituciones de la Unión.
Por otro lado, actúa con fuerza para bloquear los mecanismos que permiten que a ese poder sin verdad pueda oponersele la verdad de aquellos a los que oprime. Quizá el ejemplo clave sea cómo impide la monitorización sobre derechos humanos de la MINURSO en los territorios ocupados.
Además, como todo poder sin verdad necesita imponer el silencio: con auténticas campañas de detenciones de periodistas y activistas saharauis, y desapariciones y torturas, campañas de expulsión de observadores internacionales de derechos humanos y periodistas, amenazas, castigos a cualquier disidencia… La monarquía marroquí ha llegado incluso a impedir el acceso a los territorios ocupados de Misiones Especiales de organismos internacionales, y ha logrado bloquear la publicación de un informe de una Misión de la ONU del año 2006. Silencio. El objetivo del régimen de Marruecos es puro silencio: impedir el pronunciamiento del pueblo saharaui en un referéndum ordenado por la ONU que Marruecos bloquea desde hace décadas.
También logra el silencio en otros países y su opinión pública. En muchos, en realidad, pero sobretodo en España, donde las élites políticas no hablan de las obligaciones de España y mantienen en secreto el texto íntegro de los Acuerdos de Madrid. Y silencio en la prensa de las grandes corporaciones en España. Lo primero que te dice cualquier ciudadano español de a pie si le explicas la situación del Sahara Occidental, las resoluciones que existen de la ONU, las pruebas de las violaciones de derechos humanos al pueblo saharaui, y las responsabilidades jurídicas de España según el derecho internacional, es que no sabía nada ni podía haberse imaginado algo así en este país.
La lucha del pueblo saharaui y los observadores de derechos humanos, es la lucha por la verdad, para oponer la verdad contra este poder. Y requiere todo lo contrario: testimonio en lugar de silencio, tanto cuando el pueblo saharaui se alza para decirse como en la solidaridad de quienes acuden para dar más voz a su testimonio y recoger la verdad de lo que está sucediendo.
Esta lucha requiere lugares de democracia y justicia. Acude a los lugares de democracia (como el propio referéndum que pide) y a los tribunales en lugar de esconderse en los mecanismos más antidemocráticos. Son estos espacios, aún minoría en la comunidad internacional, los únicos que nos colocan en pie de igualdad para poder obtener una victoria por la verdad seamos quienes seamos y aunque no tengamos detrás poder significativo ni cómplices para encubrirnos.
Y por último, esta lucha vive de la solidaridad (unión), del reconocimiento digno y honesto de otros, conseguido con la muestra rigurosa de la verdad, y no de la complicidad explotadora de las élites de las grandes potencias.
Es increíble la solidaridad y valor de los observadores internacionales, que se ponen de frente a gobiernos despóticos y al lado de sus víctimas, para ayudarles a oponer la verdad a través de los pocos mecanismos internacionales que existen.
La observación internacional para denunciar la violaciones de derechos cometidas por parte de gobiernos o ejércitos, requiere en primer lugar lo que señalaba Foucault, un trabajo de indagación y testimonio hecho desde la solidaridad, que significa unión, no compasión o limosna. Se trata de defender la indagación de la verdad, el testimonio en igualdad de ambas partes, como forma principal de búsqueda de la justicia.
Pero lo más importante para esta batalla es la impresionante lucha del pueblo saharaui, llena de valor y dignidad, para oponerse a la opresión, alzarse ante ella, para reclamar sus derechos como pueblo y un trato digno como personas. Incluso en el informe de observación de derechos humanos más importante que se ha realizado recientementeii, los autores reconocen que ese trabajo sería inviable sin el valor de las víctimas para declarar y oponer esta verdad.
No es en la teoría donde se puede crear un sistema como ese que refería Foucault que permite oponerse sin poder, con la verdad, contra un poder despótico. Es en luchas como estas donde se construyen esos mecanismos, la legitimidad de estas instituciones, y se destruyen los silencios y los rincones más antidemocráticos. Y nos toca a todos.
iQuiero dejar constancia de que considero que esta idea de verdad no se refiere a ese concepto de «verdad» absoluta más allá de las personas que han defendido ideas religiosas y racionalistas abstractas. Creo que al hablar de verdad contra el poder se habla de verdades relativas, concretas, realidades de dignidad y sufrimiento de injusticia, que pretenden ser negadas. Creo que así lo entendía Foucault, y desde luego así lo entiendo yo.
iiMartín Beristain, Carlos y González Hidalgo, Elosía. El Oasis de la Memoria. Memoria Histórica y Violaciones de Derechos Humanos en el Sahara Occidental. http://publicaciones.hegoa.