Traducido por Rosa Moro, de Fundación Sur. África
Unos jóvenes pescadores jugando al futbolín en la arena mira hacia arriba con nostalgia mientras otro avión con destino a París ruge sobre su playa llena de basura esparcida.
Madres vestidas con chales de colores vivos están por ahí al lado de unas cajas frescas de poliestireno, sacudiendo las moscas en el fétido aire mientras esperan a que sus hijos regresen con la pesca del día.
Senegal tiene la intención de ser una historia de éxito africano: una de las democracias más estables del continente, religiosamente tolerante y un gran receptor de ayuda extranjera como resultado de lo anterior.
Pero las avenidas con árboles alineados y los bloques de torres del centro de Dakar ocultan el descontento de sus rebosantes suburbios, donde los jóvenes pasan los lánguidos días contemplando un futuro sin trabajo.
«Cada día oímos hablar de los millones que tiene nuestro país, pero aquí no llega nada. Cada día nos mienten», dice Saliou Seck, de 26 años, uno de los miles de jóvenes africanos que han arriesgado sus vidas intentando llegar a Europa para encontrar trabajo.
«Fui a un ciber café y vi que en España necesitan trabajadores. El Gobierno lo sabe pero no nos quieren dar visados… Eso es por lo que la gente joven se está yendo en piraguas», declaraba refiriéndose a los arriesgados barcos de madera de pescar que han llevado a casi 10.000 africanos a las Islas Canarias de España este año.
Seck, un musculoso pescador con una camiseta de baloncesto y unas bermudas anchas, ha intentado varias veces llegar a las Canarias, arriesgándose a un viaje que ha matado a cientos de sus compatriotas cuando se les acaba la comida o sus embarcaciones se rompen en mitad del mar. En su último intento, fue obligado a tomar el control del barco cuando el capitán perdió los nervios y se puso enfermo.
«Vimos la muerte. Había unas olas enormes, como edificios, a izquierda y derecha, delante y detrás de nosotros. Estaban todos llorando, hombres adultos diciendo Señor, Señor queremos volver o moriremos», afirmaba.
SUEÑO DESESPERANTE
Los locales llaman a esta playa de las afueras de Dakar ‘Beberly Hills’. Justo al lado se extiende la ‘Costa Azul’, más humor insensible de los pescadores de Lebou, que trabajan entre esqueletos podridos, excrementos de cabra y estiércol de caballo en la arena.
«Es una angustia cruel, ver el avión cada día y saber que nunca conseguirás un visado», confesaba Cheik M’Boup, de 40 años, que compra y vende pescado, pero se queja de la caída de los precios. «Lo que más duele es que tenemos infinita fuerza para trabajar, pero no puedes encontrar un trabajo. Es un desastre».
No debería ser así. El Presidente Abdulaye Wade, un economista liberal, llegó al poder en el 2000 con un apoyo masivo de los jóvenes desempleados, hambrientos de cambio tras cuatro décadas de gobierno socialista, diciendo a sus seguidores que era necesario «trabajar, trabajar muy duro». Han pasado 6 años, se estima que el desempleo supera el 40 %, una cifra preocupante en un país donde la mitad de la población tiene menos de 18 años, llevando a algunos de ellos a la ‘fortaleza europea’.
Sin reservas de petróleo ni grandes depósitos de oro y minerales, Senegal ha visto un fuerte crecimiento económico, atrayendo a los inversotes extranjeros por el turismo y el sector de servicios. Pero aún hay muchos obstáculos para la inversión, como la sofocante burocracia y la corrupción, y la mayoría de la gente se beneficia muy poco de los fondos extranjeros.
En las comunidades de pescadores y los barrios de clase trabajadora de Dakar, hay rumores sobre el deber que tienen las antiguas potencias coloniales de ayudar a dar trabajo después de haberse llevado los beneficios de la mano de obra africana y los recursos naturales. Pero la mayoría afirma que es su propio Gobierno el que tiene la principal responsabilidad para crear puestos de trabajo.
«Mira a los hijos de los ministros, ellos tienen coches nuevos, casas nuevas, ropas nuevas. Los enemigos de África son los africanos», se quejaba un hombre, citando la letra de una canción de reggae del cantante marfileño, Alpha Blondy.
PROYECTOS DE PRESTIGIO
Desde los estudiantes de derecho de la Universidad de Cheikh Anta Diop hasta los duros hombres que están aprendiendo el mercado de la pesca de sus padres, mucha gente joven se lamenta de la falta de prioridades del Gobierno.
Los miembros del Gobierno no saben o son reacios a dar cifras sobre el desempleo. Los datos más recientes que se han dado desde el Instituto Nacional de Estadística son de 1988.
Con las elecciones presidenciales el próximo año y una reunión de la Organización de la Conferencia Islámica, OIC, que albergar, el Gobierno de Wade se está centrando en proyectos de buena apariencia de las infraestructuras diseñados para hacer que Dakar parezca más glamoroso.
La obra principal es una carretera de cuatro carriles por la costa, cuya inversión es de 30 millones de dólares, y que permitirá a los políticos y delegados circunvalar las cloacas abiertas y las montañas de basura apiladas en las calles donde vive la mayor parte de los habitantes de la ciudad.
El líder libio, Muammar Gaddafi, y Wade pusieron la primera piedra en abril de la torre Gaddafi, de 250 millones de dólares, donde se abrirá un hotel de cinco estrellas, un centro de conferencias, oficinas y tiendas.
«Hay dinero en este país, pero el Gobierno no sabe cómo administrarlo», comentaba el vendedor de pescado Abdurhamane Badiane, de 20 años. «no necesitamos estas carreteras, necesitamos trabajo».
Senegal albergó un encuentro de expertos de Europa y África sobre inmigración ilegal hace un mes en un lujoso hotel que se alza en el horizonte a pocas millas de ‘Beverly Hills’, pero casi ningún delegado visitó las playas desde donde salen las piraguas. «Nosotros tenemos nuestras tradiciones. Nosotros tenemos respeto. Estamos preparados para trabajar hasta quedarnos sin aliento, tenemos nuestra dignidad», afirmaba Seck. «El Gobierno no ve esto. Somos gente que quiere trabajar».