En una tarde de primavera de 1955 una adolescente desafió a la sociedad y cambió la historia de Estados Unidos. ¿Por qué han tenido que pasar décadas para que se reconozca su papel?
Era el 2 de marzo de 1955, un día de primavera inusualmente húmedo, y los estudiantes del instituto Booker T Washington, una escuela segregada en el corazón del sur de la discriminación racial, salieron antes para volver a casa. Un grupo subió a un autobús público en el que blancos y negros estaban separados y que recorría barrios en los que blancos y negros también estaban separados. Poco a poco el autobús fue llenándose de pasajeros.
Una estudiante negra de 15 años, que soñaba con convertirse en una abogada defensora de los derechos civiles, ocupó un asiento de ventanilla, cerca de la salida. Se quedó absorta mirando el horizonte hasta que el conductor blanco le indicó que cediera su asiento a un pasajero blanco que estaba cerca. Claudette Colvin se negó.
Han pasado 65 años. Sin embargo, Colvin recuerda ese instante con detalle, y prácticamente puede recrear la escena con sus palabras y sus gestos. «La historia fue lo que me dejó pegada al asiento», afirma con un movimiento de hombros. «Sentía como si la mano de Harriet Tubman (que luchó por la libertad de los afroamericanos esclavizados en Estados Unidos) me empujara hacia abajo en un hombro, y la mano de Sojourner Truth (abolicionista y activista por los derechos de la mujer) me empujara hacia abajo en el otro. Conocer la labor de activismo de estas dos mujeres me dio el valor necesario para permanecer sentada».
Mientras dos policías blancos la sacaban del autobús a rastras, le flaqueaban las fuerzas. Gritó una y otra vez: «Es mi derecho constitucional». La esposaron, la llevaron a comisaría y la acusaron de infringir las leyes de segregación, alterar el orden público y agredir a un agente de policía. Se declaró inocente, pero fue condenada (dos de los cargos fueron retirados tras la apelación).
El inesperado acto de valentía de Colvin estuvo a punto de desaparecer de la historia de la lucha en defensa de los derechos civiles. Según la historia, el boicot a los autobuses de Montgomery comenzó nueve meses después de su arresto, alentado por la detención de Rosa Parks en un incidente casi idéntico. Eso fue hasta que hace unos veinte años historiadores revisionistas, unos cuantos periodistas (especialmente Gary Younge) y la biografía de Colvin, ganadora del National Book Award, corrigieron el relato de qué pasó. En realidad, lo que hizo Colvin aquel caluroso día de marzo sembraron la semilla del boicot y, sobre todo, los fundamentos legales para desafiar en los tribunales federales las leyes de segregación en el transporte. Fue una heroína olvidada del movimiento, torpemente etiquetada como «la Rosa Parks original».
El peso de la opresión racial
Quedamos una soleada tarde de febrero en una residencia de ancianos situada en Birmingham, Alabama, su ciudad natal, con mascarilla y respetando las distancias. Colvin se presenta impecable a la cita, con una americana gris y un jersey rojo, y el pelo recogido en rizos cortos y prietos. Es una mujer franca y de trato amable, y cuenta con gran detalle las historias que marcaron su infancia.
Creció en un entorno rural, en la localidad de Pine Level, en Alabama, a unos 50 kilómetros de Montgomery, en una granja regentada por su tía abuela y su tío. Sin embargo, ya de pequeña, rodeada de animales de granja, dos perros y un paisaje idílico, empezó a sentir el peso de la opresión racial.
«No lo entendía, pero veía las diferencias», recuerda. «Solo me relacionaba con los blancos cuando salía de la granja e iba a la tienda a comprar provisiones. Ahí fue donde tuve contacto con el racismo”. Tendría unos seis años y esperaba su turno en la cola, cuando un grupo de niños blancos empezó a señalarla y a reírse. «Un niño blanco se acercó a mí y me dijo: ‘Déjame ver tus manos’. Así que levanté las manos, y entonces él se acercó a mí y me tocó las manos». Casi de inmediato, la madre de Claudette le dio una bofetada a ella en la boca; sus manos vuelven a representar el golpe y aún puede recordar lo mucho que le dolió. «Me puse a llorar y me di cuenta de que no debíamos tocarnos».
A los ocho años, se mudó a Montgomery, al barrio negro de bajos ingresos de King Hill. Allí, ya adolescente, vivió las experiencias que la prepararon para la reacción que tuvo en 1955.
Su hermana Delphine murió de poliomielitis pocos días antes de que ella empezara el instituto. En su biografía Twice Toward Justice, recuerda cómo la experiencia la sacudió: «Una cosa me molestaba especialmente: los estudiantes negros nos menospreciábamos constantemente… Y ‘la palabra N’ («nigger«, negro utilizado en tono despectivo)… nos la decíamos unos a otros, para insultarnos. Oía esa palabra y me ponía a llorar. No dejaba que la gente la usara en mi presencia».
El vecino condenado a muerte
La brutalidad de los supremacistas blancos subió de tono ese mismo año. Su vecino Jeremiah Reeves, alumno de Booker T Washington, que solo tenía 16 años, fue condenado a muerte por un jurado totalmente blanco por la violación de una mujer blanca. Reeves se había retractado de una confesión, hecha bajo coacción, lo que provocó la intervención de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP).
Colvin sigue pensando en su antiguo compañero de clase hasta el día de hoy. Fue ejecutado en la silla eléctrica poco después de cumplir 22 años. Recuerda su buen aspecto, sus impolutas camisas blancas y zapatillas de deporte y su especial talento como batería de jazz. A menudo le veía tocar en el centro comunitario de King Hill. «Todo el mundo veía la injusticia, el doble rasero», recuerda.
«En la época en que Jeremiah estaba en el corredor de la muerte, los hombres negros decían: ‘No mires a una mujer blanca que veas caminando por la calle… cruza la calle y finge que tienes que atarte los cordones. No mantengas contacto visual con las mujeres blancas'».
El caso de Reeves fue la primera vez que Colvin vio a la NAACP en acción. En la escuela, la animaron a cultivar el pensamiento crítico y comprometido con la difícil situación de los ciudadanos negros. Aprendió sobre el levantamiento Mau Mau en Kenia; le enseñaron literatura, desde Edgar Allan Poe (su autor favorito) hasta poetas negros como Paul Laurence Dunbar.
En los días previos a que se negara a dejar su asiento, su profesor pidió a los alumnos que escribieran una redacción durante lo que se llamaba entonces «semana de la historia de los negros». El tema de la redacción era «¿Cómo te sientes como estadounidense?»
El título de la tarea le causó una profunda impresión. «No nos consideraban estadounidenses», dice, con una voz que todavía se corta de rabia. «Nos consideraban negros. Y la clase dirigente nos trataba como ciudadanos de segunda clase». Escribió sobre la injusticia del caso de Jeremiah Reeves.
El asalto al Capitolio «es una muestra del miedo de los blancos»
Todavía hoy Colvin recuerda el sonido de la puerta de la celda cerrándose tras ella después de su reacción en el autobús. El miedo que sintió sola dentro de la cárcel. Las oraciones que recitó antes de ser puesta en libertad.
Los acontecimientos del 2 de marzo de 1955 siguen siendo motivo de gran orgullo, pero también de un trauma para ella. Ya no sueña directamente con sus experiencias de aquel día, pero después de todos estos años sigue teniendo sueños recurrentes de ansiedad: de quedarse fuera, tratando de encontrar una dirección o un código de entrada a un edificio que ha olvidado. «Creo que está relacionado con el cierre de las puertas, pero también con el hecho de no poder entrar en los sitios».
Aunque ahora está acostumbrada a que los periodistas le pidan que recuerde los detalles, rara vez habla de ello con sus amigos de la época. Pero habla habitualmente con su prima Aileen, que visitó a Reeves en el corredor de la muerte. «No hablamos de todas las penurias», dice. «Intentamos hablar de las cosas de la adolescencia: su primer novio; quién se convirtió en la reina del campus; quién tenía dinero. No pensamos en todos esos blancos». Pero la última vez que Aileen la llamó fue para hablar del asalto al Capitolio del 6 de enero, tras la victoria electoral de Biden. «Estaba muy dolida», recuerda Colvin. «Dijo: ‘Sabía que los blancos estaban enfadados, que estaban enfadados en los años 60. Pero nunca pensé que fueran tan salvajes'».
¿La turba de simpatizantes de Donald Trump le recordó a la discriminación que vivió durante la época de los derechos civiles? «Para mí, es una muestra del miedo de los blancos. Ira y miedo», dice, argumentando que la proliferación de tecnología e información accesibles ha cambiado fundamentalmente la dinámica del poder en Estados Unidos y en todo el mundo. «Los blancos se han salido con la suya por el color de su piel, y ya no van a poder salirse con la suya. Por eso dijo: ‘Make America Great Again’; ese día ha terminado. Ese día se lo llevó el viento. Ese día nunca volverá. Porque la gente, incluso en la parte más pobre de África… ahora ha tomado consciencia».
La amistad con Rosa Parks
Aunque la detención de Colvin causó un gran revuelo en los medios de comunicación locales en 1955, la campaña local por los derechos civiles, dirigida por un pastor de Montgomery entonces poco conocido llamado Martin Luther King Jr, la marginó. Esto lo atribuye a una combinación de factores: su edad, su género, su tono de piel más oscuro y el hecho de que unos meses después se quedara embarazada sin estar casada.
Pero inmediatamente después de su detención, Colvin fue abordada por Parks, secretaria de la NAACP de Montgomery y costurera. Fueron amigas brevemente. Colvin se quedaba de vez en cuando en casa de Parks y servía de maniquí para los vestidos de novia que esta cosía. «Rosa era igual que su nombre, de voz suave, de tono suave», describe, imitando a Parks y alargando cada palabra: «‘Claudette… conocí a tu madre, Mary Jane. Y cuando recibí la noticia de que te habían detenido, me dolió mucho. Te metieron en una cárcel en vez de en un centro de menores'».
En aquel momento, a Colvin no le importó que Parks se convirtiera en el rostro del boicot a los autobuses nueve meses después. Se alegró de que los adultos de su comunidad siguieran sus pasos y se plantaran. Pero el recuerdo también la lleva en una dirección diferente.
«Ellos [los líderes locales de los derechos civiles] querían a alguien, creo, que impresionara a los blancos, y que fuera un icono. ¿Sabe a qué me refiero? Como la gran estrella. Y no pensaron que una adolescente de piel oscura, de bajos ingresos y sin el graduado pudiera contribuir», dice. «Es como leer una vieja novela inglesa cuando eres el campesino, y no te reconocen».
La demanda civil que llegó al Supremo
Cuando llevaban dos meses de boicot, su abogado, Fred Gray, le planteó una demanda civil que se convertiría en el caso Browder contra Gayle. La sentencia, que llegó hasta el Tribunal Supremo, determinó que la segregación en los autobuses era inconstitucional según la 14ª enmienda a la Constitución.
Colvin fue una de las cuatro demandantes y testificó ante el tribunal pocos meses después de dar a luz a su hijo, Raymond. Como otros episodios de esa época, lo recuerda todo con claridad. El olor del café, la oración que rezó con su familia antes de ir al tribunal. Se enfrentó a un interrogatorio hostil por parte del fiscal blanco de la ciudad, Walter Knabe, pero se convirtió en la testigo estrella entre los cuatro principales demandantes.
La estrategia legal de la ciudad había consistido esencialmente en presentar el boicot a los autobuses como un acto orquestado de subversión dirigido por influencias externas, en concreto por Martin Luther King, y argumentaron que los residentes negros de Montgomery estaban satisfechos con las leyes de transporte público. Colvin tenía sólo 16 años cuando subió al estrado, y en su biografía recuerda cómo rebatió el interrogatorio de Knabe. «¿Por qué dejaste de viajar en los autobuses el 5 de diciembre?», le preguntó. «Porque nos trataron mal, de forma grosera y desagradable», respondió ella.
Lo recuerda ahora con una sonrisa. «Era un poco como si estuviera en el escenario y tuviera que hacer mi mejor actuación, como si estuviera representando una obra de Shakespeare», recuerda. No obstante, cuando se emitió el veredicto, en junio de 1956, ninguno de los abogados con los que había trabajado se lo comunicó. Se enteró por las noticias.
Su historia, silenciada durante décadas
Colvin siguió buscando una oportunidad en Montgomery, todavía condenada al ostracismo por los líderes locales de la comunidad negra, mientras soportaba el racismo del sur. Abandonó sus sueños de convertirse en abogada de derechos civiles y a los 20 años se mudó a Nueva York y se convirtió en auxiliar de enfermería.
Durante décadas, su historia no se contó. No quiso hablar de ella con la comunidad en la que trabajaba, por miedo a que no la entendieran. Hasta que se jubiló no empezó a abrirse en público.
Hoy en día, se alegra de los sacrificios que hizo en su adolescencia. «Es como decía mi madre. Todo está escrito. Tu destino ya está escrito, planeado por Dios». Señala los éxitos de sus cinco nietos repartidos por todo el país. «Estoy viviendo los frutos de mi trabajo a través de ellos», dice.
Finalmente, Colvin ha reclamado con razón su lugar como protagonista de la lucha por la igualdad racial durante la era de los derechos civiles. Hay calles con su nombre en Nueva York y Montgomery. Antes de la pandemia, recorrió las escuelas para contar su historia.
«La historia de Claudette Colvin es un ejemplo universal de coraje», dice el alcalde de Montgomery, Steven Reed, que fue elegido en 2019, convirtiéndose en el primer alcalde negro de la ciudad. «Sigue siendo actual. A través de Claudette Colvin, tenemos la rara oportunidad de celebrar la tenacidad y la valentía poco comunes en alguien que era muy joven.»
Traducido por Emma Reverter