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La nueva Libia devora a los perdedores de la guerra

Fuentes: IPS

Perseguidos y estigmatizados, los antiguos leales a Gadafi se ven obligados a reinventarse a sí mismos para sobrevivir en la Libia de post-guerra. Algunos con más éxito que otros. «Antes conducías un 4X4 y te acusaban de gadafista. Ahora casi todos los comandantes rebeldes conducen uno y se saltan las leyes de circulación con total […]

Perseguidos y estigmatizados, los antiguos leales a Gadafi se ven obligados a reinventarse a sí mismos para sobrevivir en la Libia de post-guerra. Algunos con más éxito que otros.

«Antes conducías un 4X4 y te acusaban de gadafista. Ahora casi todos los comandantes rebeldes conducen uno y se saltan las leyes de circulación con total impunidad», se queja Bashar, en mitad de uno de los habituales atascos en Trípoli.

Desde que la ciudad cayera en manos de la oposición a Gadafi el pasado agosto, este joven de 30 años ha visto transformarse su ciudad a través del parabrisas de su destartalado taxi. Como la mayoría de los libios, Bashar sólo ha conocido una forma de gobierno, pero el joven no está ni mucho menos contento con el nuevo ejecutivo anunciado el pasado 22 de noviembre.

«¿Es esta la libertad y la paz que prometían los rebeldes? ¿Son éstos los nuevos líderes de Libia?», se queja nada más atravesar uno de los numerosos puestos de control en la capital gestionado por la milicianos. Una sonrisa fingida y una bandera tricolor colgando del retrovisor son su improvisado salvoconducto para poder seguir viviendo de su taxi.

«Muamar, Muamar…», exclama Bashar con nostalgia ante la visión de la destrucción en Bab al Aziziya- el antiguo búnker de Gadafi. Las feas cicatrices de la guerra son también visibles una vez en el barrio de Abu Salim- a tres kilómetros al sur de la plaza de los mártires. Cráteres de todos los calibres rodean ventanas ennegrecidas desde las que, sorprendentemente, es posible ver ondear alguna que otra colada.

La normalidad también intenta abrirse paso en el bazar de Abu Salim. Por el momento, todavía son muy pocos los que han subido las persianas de sus tiendas en un lugar que las bombas de la OTAN redujeron a escombros.

Abdul Rahman vende hoy grifería de segunda mano junto al menaje de cocina que ya ofrecía desde mucho antes de que estallara la guerra en Libia. Este solitario tendero nos da un rápido diagnóstico de la situación en su barrio:

 

«La gente se está yendo. Todos tienen miedo de las patrullas. Entran en las casas con la excusa de buscar gadafistas y se llevan a los jóvenes sin que nadie sepa a dónde», explica Abdul Rahman.

Si bien el final de la guerra fue anunciado de manera oficial el pasado 24 de octubre- tres días después de la muerte de Gadafi- en Abu Salim todavía se han registrado incidentes posteriormente entre milicianos y presuntos leales a Gadafi en noviembre. Asimismo, la localidad de Beni Walid -el penúltimo bastión gadafista- también fue escenario de enfrentamientos similares el pasado mes.

No obstante, es difícil saber si dichos episodios de violencia son causados por grupos bien organizados, o se trata de la respuesta espontánea y airada de unos vecinos castigados por las razzias y los arrestos arbitrarios.

Fieles a los viejos métodos

Según un informe de Naciones Unidas presentado en noviembre por su secretario general, Ban Ki Moon, alrededor de 7000 individuos permanecen en situación de arresto irregular por la Brigada Revolucionaria sin garantía legal de ningún tipo. Asimismo, dicho informe recoge las denuncias de torturas de muchos de ellos y apunta a la existencia extranjeros, mujeres y niños entre los detenidos.

Como todos en esta crónica, Bilal prefiere no dar a IPS su nombre completo. Este joven de Abu Salim fue otro de los detenidos en la prisión de Jdeida, la principal de Trípoli. Nunca olvidará aquella pesadilla de una semana tras la que fue puesto en libertad sin ningún tipo de explicación.

«Me acusaban de haber pertenecido a las milicias de Gadafi y de haber asesinado a una mujer y a sus dos hijos en Souk al Juma – barrio al este de Trípoli», explica Bilal mientras se desabrocha la camisa.

«Me torturaron con electrodos y cigarrillos encendidos y me decían que tenían un testigo que confirmaría sus sospechas. Un día me ordenaron que me pusiera al fondo de la celda y noté que alguien me observaba por la mirilla. A las pocas horas me dijeron que recogiera mis cosas y me fuera», recuerda este antiguo vendedor de electrónica, desde el apartamento que un familiar le ha dejado en el distrito de Dara. Dice que no piensa volver a Abu Salim.

Testimonios como el de Bilal son recurrentes también fuera de la capital. La localidad de Majer -a 150 kilómetros al este de Trípoli- fue puesta en el mapa tras ser duramente golpeada por la OTAN el pasado 8 de Agosto. El entonces portavoz del Gobierno de Gadafi, Musa Ibrahim, hablaba de 85 víctimas mortales civiles mientras la OTAN aseguraba haber apuntaba a «personal militar y mercenarios».

Los familiares de las víctimas aseguraron a IPS sobre el terreno que enterraron 35 cadáveres en total. Hoy se debaten entre el dolor por la pérdida de sus seres queridos y la angustia provocada las milicias que atraviesan continuamente este antiguo bastión gadafista de 18.000 habitantes.

«No sólo no se nos ha reconocido ni compensado sino que, además, nos hemos convertido en simples cabezas de turco. Saquean nuestras propiedades, roban nuestros coches y luego nos acusan de esos o cualquier otro delito», explica Merwan, residente, tras cerciorarse de que nadie nos ha visto entrar en su casa.

Lealtad a prueba de bombas

De vuelta en Trípoli, Suleyman sigue conduciendo despreocupado el mismo 4×4 que ha tenido en los últimos años. Este hombre de 40 años amasó una fortuna a la sombra del régimen y a través de varios sectores como el de la construcción, o el universalmente conocido como «import&export».

«Claro que había corrupción en tiempos de Gadafi pero no creo que fuera mucho mayor que en otros países de Oriente Medio, o incluso en el Mediterráneo europeo», explica Suleyman desde una cafetería de moda en el barrio de Gargaresh, uno de los más elitistas de la capital. Algunas de las tiendas más exclusivas de Libia se reparten a ambos lados de su avenida principal y los coches aparcados con distintivos rebeldes son aquí minoría.

Suleyman se confiesa leal al depuesto coronel y tampoco se ha molestado en incorporar la bandera tricolor en su parabrisas. Asegura que tiene varios apartamentos en propiedad en la zona, sin duda un valor seguro frente la incertidumbre inherente a toda economía de post-guerra. Sea como fuere, este empresario de éxito no parece preocupado por el reciente cambio de gobierno en su país.

«Los hombres de negocios siempre nos las arreglamos para abrirnos paso a través de la jungla», explica confiado Suleyman. «Además, mis contactos en el nuevo gobierno son prácticamente los mismos que tenía antes».

Fuente: http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=99732