Las conclusiones tras la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que acaba de concluir el pasado día treinta de junio en Madrid (entiéndase como las nuevas órdenes impartidas por Washington a sus socios europeos englobadas en “el Nuevo Concepto Estratégico”) se centran principalmente en mayores aportes para continuar la guerra contra Rusia en Ucrania, para lo que Biden anunció un nuevo aporte de ochocientos millones de dólares, además de reafirmar que “vamos a apoyar a Ucrania durante el tiempo que sea necesario”, aunque no especificó en qué consistían esos apoyos.
Además, se conoció el levantamiento de veto turco para que finalmente ingresen a la organización Finlandia y Suecia, a lo que ya el presidente Putin respondió que mientras no se emplacen en esos territorios fuerzas atlantistas permitirá esa incorporación. Aunque lo realmente novedoso ha sido el reconocimiento de parte de la OTAN de lo que era un secreto a voces: China pasó a ser una amenaza para los valores democráticos de Occidente. En buen romance: Beijing, está en la mira de los atlantistas.
¿Cómo se entiende esto? Que muy posiblemente Occidente fuerce situaciones sensibles para China, como Taiwán, que a la brevedad profundizarán las constantes provocaciones que ya viene llevando contra Beijing hasta conseguir colmar la paciencia de Xi Jinping, hasta obligarlo, como obligaron al presidente Vladimir Putin, a tomar una decisión que sin duda hubiera preferido no tomar.
Pronto la “prensa libre” lanzará otra vez campañas donde se describirá, más allá de la realidad, las nuevas agresiones comunistas contra el “mundo libre”, ya que como se dijo en Madrid, “la nueva amenaza (China), desafía nuestros intereses, seguridad y valores occidentales”. Se reactivará la información acerca de la represión, torturas y campos de concentración que Beijing articula para ahogar los reclamos de los uigures, musulmanes túrquicos de la provincia autónoma de Xinjiang, los cuales hasta hace algunas semanas inundaban todos los medios occidentales y por alguna razón misteriosa repentinamente desaparecieron de los medios. O la reactivación de las protestas de los “heroicos” estudiantes hongkoneses, que solo con paraguas se enfrentan la brutal represión del régimen chino, a lo que se podría agregar la puesta en marcha de los sempiternos reclamos independentistas de los budistas del Tíbet.
También sería lógico que las tensiones se vuelvan a incrementar en algunas de las naciones centroasiáticas, donde operaciones como el golpe en Pakistán, el intento de desestabilizar a principio de año a Kazajistán (véase Kazajistán: Afganistán, por otros medios), las recientes protestas en la región autónoma de Gorno-Badakhshan en Tayikistán (véase Tayikistán, tormentas en las montañas), a lo que hay que sumarle las protestas que se acaban de producirse el pasado viernes, en la provincia autónoma noroccidental de Karakalpakstán (Uzbekistán) donde dieciocho personas murieron y otras 243 resultaron heridas en los disturbios producidos a raíz de decisiones del gobierno central para limitar su autonomía. Todas ellas naciones donde tanto Rusia como China tienen importantes intereses económicos y geoestratégicos.
Biden no se refirió a cuánto invertirá la CIA para poner en movimiento todos estos vectores, pero que progresivamente se irán poniendo en movimiento es un hecho, por lo que el consorcio genocida en defensa de los valores democráticos y las libertades de pueblos como los de Libia, Irak, Siria, Afganistán o Yemen, se verá obligado a intervenir de alguna manera, más temprano que tarde, para frenar las atrocidades de China, a quien acaba de lanzar a los brazos de su socio ruso.
En conclusión, el mundo sigue pendiente de un estornudo para que todos saltemos por los aires, situación a la que nos aproximamos a la velocidad del rayo.
Las diatribas y acciones guerreristas de los Estados Unidos y sus socios, acordadas en Madrid, no se han detenido respecto a Rusia y China, sino que han encontrado el lugar donde se podría producir, esta vez sí, el primer enfrentamiento armado directo entre fuerzas rusas y fuerzas de la OTAN, que son las cada vez más calientes arenas del Sahel. Esa franja que corre desde el Mar Rojo al Atlántico, entre el sur del Sahara y el norte del África subsahariana, donde operan poderosas khatibas tributarias de al-Qaeda y el Daesh desde hace más de una década, a consecuencia de la caída del Coronel Mohammad Gaddafi, asesinado por esbirros de la organización atlantista y quien había actuado como un muro natural para expansión del terrorismo wahabita, ahora ha generado miles de muertos y el desplazamiento de millones de personas y la ruina económica de docenas de ciudades y cientos de pequeñas aldeas, particularmente en el norte y centro Mali, norte de Burkina Faso y oeste de Níger.
El Sahel como área de interés estratégico
Con la reciente decisión de la OTAN de considerar al Sahel como “área de interés estratégico” y con la excusa de combatir al terrorismo “islámico” encarnado en grupos como el Jama’at Nusrat ul-Islam wa al-Muslimīn (Grupo de apoyo al islam y los musulmanes), tributario de al-Qaeda, o la franquicia del Daesh conocida como Estado Islámico del Gran Sáhara, organizaciones nacidas en el seno del Pentágono, aupadas y financias por Arabia Saudita, socio fundamental para las operaciones de la OTAN en Medio Oriente y todo el mundo islámico, los atlantistas pretende afianzar su presencia en África para recobrar el control del continente y cerrar el paso a la expansión comercial, política y militar de Rusia y China.
Tras años de silencioso trabajo Beijing, ha conseguido establecer lazos de cooperación con muchos de los países africanos construyendo caminos, vías férreas, centrales hidroeléctricas, infraestructuras edilicias, puertos y explotaciones hidrocarburíferas, a los que ha incorporado al ambicioso plan estratégico de la Nueva Ruta de la Seda, con la que prácticamente desplazó a los Estados Unidos como principal potencia comercial del mundo.
Desde el punto de vista militar Rusia ha conseguido establecer fuertes enclaves en el continente vía la presencia del Grupo Wagner, la empresa de seguridad (mercenarios) de origen ruso que, frente a la inoperancia y los abusos de los ejércitos occidentales, particularmente los de Francia y los Estados Unidos, se ha incrementado el sentimiento antioccidental generalizado en muchas regiones del Sahel, por lo que se ha llamado a los rusos para colaborar con diferentes países africanos, desbordados por la violencia terrorista, como en Mali o Burkina Faso, y para la contención de guerras civiles, como es el caso de la República Centroafricana o Libia.
Los resultados de las acciones del Grupo Wagner han permitido que otras naciones del continente comiencen a considerar su contratación en vista del fracaso de las potencias occidentales.
La nueva ecuación que se baraja en África, a lo que habría que agregar la molestia de Argelia tras los espurios acuerdos de España con Marruecos, suma un factor más para que África comienza a observar a Rusia como un verdadero aliado e intente alejarse de la influencia atlantista, lo que ha apurado la decisión de la OTAN acerca del Sahel desde se comenzará a irradiar a al resto del continente.
En el cierre de la cumbre de Madrid Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, advirtió sobre el regreso de Daesh, como si alguna vez se hubiera retirado, utilizando la consabida excusa de las amenazas que significan para todos los países, lo que parece descubrir la OTAN después de doce años y, como ya dijimos, miles de muertos y millones de desplazados.
Lo que demuestra claramente que este nuevo “interés estratégico” de la OTAN no es más que el interés de frenar a Rusia para mantener al continente en su perpetuo estado de servidumbre.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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