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Hace más de 32 años que se fueron los portugueses de Mozambique. Llegaron en 1440 y se fueron en 1975. En Lisboa, unos claveles en manos militares marcaban otros tiempos.
Cinco siglos de presencia colonial y Mozambique (donde caben decenas de portugales) es uno de los países más empobrecidos del mundo. La metrópoli se fue sin haber hecho casi nada, además de robar. Sin haber levantado infraestructuras que facilitaran, aunque fuera un mínimo la existencia de los que aquí nacían. Sin buscar pozos de agua para la población. Se fueron y dejaron todo tal cual. El desayuno aún caliente y a medio tomar y las estanterías sin libros de instrucciones.
Pero hubo algo que sí construyeron. Y como no se lo podían llevar, se quedaron con sus acciones. La represa de Cahora Bassa, la segunda hidroeléctrica más grande del continente africano.
Casi treinta y tres años después, hace unos días, Mozambique entera era una fiesta. Cahora Bassa pasaba definitivamente a manos del Estado mozambicano. «¡Cahora Bassa e nossa!» No fue una devolución, ni un ataque de sentido de justicia de la metrópoli. ¿Disculpas por los siglos de colonización? Treinta años de negociaciones. Unas negociaciones económicas, no éticas ni políticas. El gobierno del país africano tuvo que pagar setecientos millones de dólares para comprar el 85 por ciento de las acciones que estaban aún en manos del Estado portugués. Antes ya había pagado más de doscientos millones.
Hubo un político que destacó la importancia de esta recuperación para la autoestima del pueblo de Mozambique. Y habló de la segunda independencia. De la económica.
Ese mismo día hubo una avería (una más) de energía eléctrica y entonces, alguien cuestionó la capacidad de los mozambicanos para gestionar la empresa.
En la Cumbre Unión Europea-África se hablará de las cosas que preocupan en el norte, que no es sino algo de desarrollo económico en el sur para que no suban «tantos» africanos a Europa, los Derechos Humanos como interés de trueque, la seguridad (¿de quién?), el comercio (¿de qué?)…
Yo, por mi lado pienso en la paciencia infinita de esta gente que camina descalza.