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Wolfowitz en el Banco Mundial

La peor elección posible

Fuentes: Al-Ahram Weekly

Difícilmente, ningún movimiento que el presidente estadounidense George W. Bush pudiera realizar enviaría un mensaje más rotundo a los críticos de EEUU que el nombramiento del Sr. Paul Wolfowitz para dirigir el Banco Mundial. Es el mensaje más claro desde que la guerra emprendida por EEUU se está dirigiendo contra todos y especialmente contra los […]

Difícilmente, ningún movimiento que el presidente estadounidense George W. Bush pudiera realizar enviaría un mensaje más rotundo a los críticos de EEUU que el nombramiento del Sr. Paul Wolfowitz para dirigir el Banco Mundial. Es el mensaje más claro desde que la guerra emprendida por EEUU se está dirigiendo contra todos y especialmente contra los más pobres y los más desposeídos del mundo.

La conexión entre economía y violencia no es nueva y llevarla a cabo a través del Banco Mundial es menos sorprendente aún. La destrucción actualmente en curso en Iraq no es más que un ejemplo, tan sólo un ejemplo.

Según se afirma, Wolfowitz, como jefe de los halcones de la administración Bush, se puso furioso cuando el actual presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, sacó a su personal de Iraq por razones de seguridad. Como estaba recibiendo presiones para que empezara a reconstruir Iraq mientras los soldados estadounidenses y sus aliados seguían destruyendo el país, Wolfensohn tuvo valor, por lo menos, para proteger al personal de su equipo.

Lo que puso rabioso a Wolfowitz no fue sólo que el Banco Mundial saliera de Iraq. Fue también, sin duda alguna, el hecho de que iba a retrasarse la posibilidad de obtener miles de millones en préstamos. Y esto, a su vez, iba a privar al gobierno de EEUU de otra arma que podría utilizar para controlar al pueblo iraquí. Uno puede imaginar que a Wolfowitz no le supondría problema de conciencia alguno hacer correr riesgos a su equipo con tal de poder capturar unas cuantas mentes y almas iraquíes más.

Para apaciguar a sus críticos, Wolfowitz se refirió a las tareas que había desempeñado como decano en una escuela de post-grado estadounidense y como Embajador de EEUU en Indonesia. En efecto, ambos ejemplos indican precisamente la forma en que juega sus peligrosas partidas.

En la Escuela de Estudios Internaciones Avanzados John Hopkins (SAIS en sus siglas en inglés), este antiguo decano aparecía referenciado como experto en jurisdicción internacional sobre derechos humanos. Una valoración honesta de sus capacidades nos la podría ofrecer la definición que hace de Adolf Hitler como experto en tolerancia. Cuando en una ocasión pregunté en la escuela cómo uno se convierte en un experto, se me dijo que los expertos mismos son los que deciden tal condición. La representante de EEUU en el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas no se cataloga a sí misma como experta en derechos humanos, aunque ella también da clases en la SAIS, pero es el propio Sr. Wolfowitz quien piensa que sí se merece ese honor.

Quizá considera que se lo ha ganado por su contribución al plan ejemplar que ha provocado que alrededor de 100.000 niños estén muriendo en Iraq.

¿O quizá se debe a la segunda contribución importante de la que informó a los críticos lo que le convierte en material de primera clase para el puesto en el Banco Mundial?

Se refería a su ocupación como embajador de EEUU en Indonesia, ¿cuál fue su aportación más memorable en esa ocasión? Sin duda, para la mayoría de los habitantes de Timor Este fue la forma en que aseguró un flujo constante de armas al gobierno indonesio. Entre otros objetivos, las armas fueron utilizadas para segar la vida de centenares de timoreses orientales. Wolfowitz todavía habla orgulloso de esa contribución y, obviamente, piensa que eso le convirtió en un experto en derechos humanos.

Si su contribución en las muertes de miles de iraquíes y timoreses orientales es horrenda, merece la pena advertir que en el Banco Mundial podría desencadenar un daño mucho mayor. Aunque esta institución sufre ya, desde hace mucho tiempo, de estreñimiento orientado hacia determinados beneficiarios, podría ser aún peor. Su actuación no sólo supondría un cheque en blanco para los excesos de los ricos y un tributo meramente retórico en el combate contra la pobreza, además contribuiría a perpetuar todos y cada uno de esos males actuales.

El mandato para terminar con la pobreza no aparece recogido en ninguna parte en los documentos constitucionales del banco. En efecto, el antiguo vicepresidente del Banco Mundial y consejero legal general Ibrahim Shihata negó expresamente que existiera esa obligación legal. A pesar de esa laguna, el Sr. Wolfensohn trató de hacer lo que pudo para incluir la mitigación de la pobreza en la agenda. Con más de la mitad de la población del planeta viviendo bajo el umbral de la pobreza -menos de dos euros al día- hubiera sido muy fuerte no simpatizar con esos esfuerzos.

El Sr. Wolfowitz no sólo ignora esos esfuerzos, además sus simpatías han ido siempre en dirección contraria. Por ejemplo, el Sr. Wolfowitz ha aplaudido de forma incondicional los ataques de la administración Bush contra los pobres de EEUU.

En EEUU, los pobres han sido aplastados en una forma que evidencia una reacción esencial contra ellos. Con medidas que recortan beneficios en el campo sanitario y de bienestar social, eliminando desde vales para comida hasta subsidios para educación, Bush ha obligado a los pobres a base de mamporros a pagar cada vez más altos dividendos a los ricos. Sí, mientras que los pobres estadounidenses cada vez son más pobres, sus ricos cada vez son más poderosos. Muchos demócratas en EEUU parecen incluso haberse resignado tan sólo a contabilizar las pérdidas de sus electores pobres en lugar de tratar de cambiar esa situación; Wolfowitz alienta de forma absoluta a las despiadadas cohortes actualmente en el gobierno.

Guiado por una visión demente de un mundo en el que un país, y sólo un país, controla todas las cosas, Wolfowitz tiene una visión del poder como el dios griego Zeus sentado en la cima de su montaña arrojando rayos a los simples mortales que habitan abajo.

En los confines del Pentágono, eso ya es suficiente, pero allí hay por lo menos bastante compañía para diluir tal irracionalidad. De todos modos, las preferencias del Sr. Wolfowitz a favor de la guerra sobre la diplomacia tanto en Afganistán como en Iraq se han traducido en la aniquilación de cientos de miles de vidas inocentes. Si va a disponer a diario de instancias donde su poder puede ser más desenfrenado, ya se pueden ir poniendo en fila vidas sin límite.

Así es el Banco Mundial. Aunque sea el consejo de administración ejecutivo quien ejerza la más alta autoridad en el Banco, su presidente tiene la ventaja de la influencia diaria. Esta influencia puede ejercerse para actuar como freno ante los excesos de los países e individuos ricos del planeta o como acelerador que puede situarles a velocidades mortales incontenibles.

El actual presidente del Banco Mundial James Wolfensohn intentó utilizar su autoridad para limitar los excesos de los países más ricos. En verdad había aprendido a hablar tan bien sobre la mitigación de la pobreza que algunos observadores creían que estaba teniendo éxito en animar a los ricos para ayudar a los pobres. Finalmente, sin embargo, la retórica no devino en acción y se hizo muy poco para detener la explotación de los pobres del mundo. Wolfensohn por lo menos ha podido sentir cierto alivio al pensar que no permitió que el banco intensificara las injusticias.

El Sr. Wolfowitz podría cambiar eso. Llegará al Banco armado con el plan de guerra estadounidense contra los pobres. Será un plan del que podrá «fardar» con orgullo, aunque sea tan sólo a través de intenciones indirectas. No convocará para atacar directamente al mundo pobre. En verdad, el Sr. Wolfowitz continuará «charlando» como su predecesor, pero dejará claro quién tiene el poder. Se moverá de forma estratégica para inclinar los matices de la percepción del Banco a favor de la orientación de mercado estadounidense del laissez faire que deja indefensos a los pobres frente a un huracán inmisericorde de demandas imposibles. Utilizará la intimidación y las coacciones cada vez que necesite amenazar con utilizar el uso de la fuerza como sólo EEUU puede hacerlo.

Finalmente, los planes del Sr. Wolfowitz mostrarán claramente que EEUU está inmerso en una guerra contra todos los desposeídos de este mundo. Y cada vez estará más claro que esa guerra ha sido declarada para probar precisamente que no les preocupa nadie; que pueden prescindir de todos. El azote que nuestros nobles estadistas una vez pensaron que había sido eliminado del repertorio humano está siendo restaurado. Es probable que la frase «La inhumanidad del genero humano contra la humanidad» reemplace el mantra grabado en piedra en la entrada a la sede del Banco Mundial, que hasta ahora afirma: «Tenemos un sueño: un mundo libre de pobreza».

(*) El escritor es catedrático de derecho en la Universidad Nacional An-Najah en Nablus, donde enseña jurisdicción internacional en el campo de los derechos humanos.

Texto original en inglés: www.weekly.ahram.org/eg/2005/735/op65.htm