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La perversión de los símbolos

Fuentes: La República

Cualquier extranjero que se hubiera asomado a la manifestación del sábado habría quedado atónito ante las miles de banderas que él reconocería como la española y que parecían enarbolarse como armas contra otra gran parte de este país. La otra, en realidad, sin más partes que se puedan advertir visto que la polarización rabiosa que […]

Cualquier extranjero que se hubiera asomado a la manifestación del sábado habría quedado atónito ante las miles de banderas que él reconocería como la española y que parecían enarbolarse como armas contra otra gran parte de este país. La otra, en realidad, sin más partes que se puedan advertir visto que la polarización rabiosa que enseñó Bush a sus huestes tiene aquí a entusiastas maniqueos que ven dos extremos cuyos integrantes son los adalides de la razón, y por ende, los únicos «orgullosos de ser españoles».

Que además Rajoy acabara su discurso con un ‘Viva España’ rodeado de una marea roja y gualda retrotrae con una agresividad mal disimulada a los tiempos en absolutos enterrados de la guerra fraticida y la sangría dictatorial que succionó con brutalidad cualquier opción a pensar, a sentir o a actuar por uno mismo. Entre tanto, los medios de comunicación han tratado de asentarse como han podido en esta balanza, haciendo uso de eufemismos en los que los baluartes fascistas han pasado a ser banderas preconstitucionales. El PP, por su parte, hizo gala de una gran estrategia organizativa que tuvo a bien hacerlas desaparecer ante la presencia delatora de focos y cámaras, dado que en alguna manifestación anterior no había caído muy bien la aparición ostentosa de estos vestigios predemocráticos o postrepublicanos -elíjase a placer-.

Pero no todos los materiales de grabación eran enemigos, ya que el testimonio de algunas fotografías y filmaciones pudo descubrir millones de personas en calles que en otras ocasiones apenas dejan respirar a unos apretujados centenares de miles. Una multitud cuantiosa de un modo u otro, estremecida por el magnífico gesto orquestado de la prodigiosa gestión del PP que cerró la marcha con ‘Libertad sin ira’, de Jarcha. Lástima que no tardara en poner el grito en el cielo Pablo Herrero, uno de los compositores, por haber sido utilizada sin mayor pudor una obra que nunca quiso responder a tácticas partidistas.

En honor a la verdad, fue un gran broche final éste de extasiar a la concurrencia con una canción en la que es difícil no despegar los labios. Fue muy hábil pero nada original. Nino Bravo murió en un accidente antes de poder indignarse por la apropiación que de ‘Libre’ hacían primero los soldados chilenos recién instaurada la dictadura pinochetista y a continuación los seguidores de un despotismo militar que la convertirían en himno durante el horror que habría de prolongarse por 17 años.

Los símbolos no son más que una representación que por lo general exige el reconocimiento y la aprobación social. Su significado no cambia cuando los acapara en exclusividad un grupo determinado, pero ahí es donde surge el peligro: agrupación y símbolo se hermanan y se encarnan el uno y el otro de tal manera que son indisolubles. Que un partido se adueñe de emblemas y los haga suyos es reprobable, pero adquiere un cariz pérfido en el momento en el que son arrojadas a la cara de los que no son ellos, de los que han sido colocados en un extremo, en una actitud que nada tiene de casual y sí de malicioso. Hoy han dado un paso más en este juego de perversidades, en el que parte de la sociedad ha sido involucrada para ser utilizada como proyectil contra el resto del país. Este camino ya fue recorrido una vez, y todavía hoy sufrimos las consecuencias.