El país está perdido, náufrago, rozando el caos en el abismo total. El Chad está atrapado en el engranaje de una violencia interminable. La escalada de violencia prosigue con consecuencias desastrosas para las vidas humanas y ruinosas para la economía del país. Nacido y crecido en la guerra, como muchos jóvenes de mi generación que […]
Como muchos otros chadianos, a menudo me planteo la siguiente pregunta: ¿está maldito nuestro país? La observación es severa, dirán algunos. Cuando tenía 5 años vivía en mi aldea natal y recuerdo que mi madre me despertaba todas las noches para decirme: debemos irnos, los codos han llegado al pueblo. Estos son los hombres del General Kamougué y kotiga.
Todo el pueblo se veía así forzado a abandonar sus casas y a buscar refugio en los bosques hasta la madrugada. Estas escenas maquiavélicas se repiten prácticamente todas las noches, de temporada en temporada. Entonces estábamos atrapados entre el yunque de las fuerzas gubernamentales que nos tachaban de cómplices de los codos y el martillo de los rebeldes, que no dudaban en matar, saquear, violar y llevarse a los niños para transformarlos en soldados en sus zonas de acción.
A cada incursión, estos depredadores desposeían sin vergüenza alguna a los pobres aldeanos de su ganado, vaciaban los escasos graneros de cereales y volvían alegremente a la selva con su indigno botín, adquirido a veces a precio de vidas inocentes.
Treinta años después, el país sigue siendo escenario de atrocidades inimaginables. El país está perdido, náufrago, rozando el caos en el abismo total. El Chad está atrapado en el engranaje de una violencia interminable. La escalada de violencia prosigue con consecuencias desastrosas para las vidas humanas y ruinosas para la economía del país. Nacido y crecido en la guerra, como muchos jóvenes de mi generación que han sido sacrificados en el altar de intereses codiciosos y egoístas.
Los regímenes se suceden, del Partido Progresista Chadiano al Movimiento Patriótico de Salud, de promesas en promesas, pero esto no es más que la continuidad en el cambio. Cuando una mínima esperanza se perfila en el horizonte, se apaga rápidamente, el país se tropieza de nuevo y recae en la violencia. El pueblo chadiano se encuentra siempre buscando una salvación, que le es rehusada por esos hombres políticos sin honestidad elegidos para defenderlos.
Hace algunos años, bajo Ngarta Tombalbaye e Hissene Habré, los pretextos para tal desgarro eran éticos y religiosos, Ibrahim contra Abraham. Hoy, hermanos, miembros de un mismo clan, de un mismo pueblo, se dejan atrapar en guerras atroces. Quién se equivoca o quién tiene razón no es la cuestión. El caso es que el pueblo se encuentra secuestrado en una pesadilla interminable, esperando siempre al Mesías, al Liberador, que esta vez sea diferente de los otros. Pero NADA. El pueblo chadiano que no pide otra cosa que la paz, ve cotidianamente como sus hijos se extinguen bajo las balas de los empresarios de la violencia o bajo el fardo de la miseria. Ninguna capa de la población se salva. Los ganaderos, los agricultores, los comerciantes, los funcionarios, los estudiantes, los jóvenes graduados asisten, impotentes, al deterioro de sus condiciones de vida. Para los jóvenes, el avenir se anuncia sin esperanza y los sueños, apagados para siempre.
Las organizaciones rebeldes que reciben enormes sustentos financieros y materiales de todo tipo, no tienen nada que perder, incluso si la victoria se anuncia larga. La rebelión es un negocio tan lucrativo que no es sorprendente ver a algunos de ellos aferrarse al título ridículo de opositores, de por vida. Se oponen a todos los regímenes. Otros entre ellos, con convicciones malsanas traban y retraban indefinidamente alianzas con fines puramente intestinales.
En cuanto a los inquilinos actuales, su actividad favorita es el pillaje de los recursos nacionales, a gran escala. A esta hemorragia de nuestras riquezas, se añaden las violaciones, las masacres, la exclusión de otras entidades de la sociedad chadiana, el clientelismo y todos los males que minan la gestión racional de un país. No dejan nada al azar. Desde puestos jugosos de la economía chadiana (finanzas, petróleo, aduanas, transporte o seguridad) a la venta de carbón, pasando por el transporte urbano (autobuses y taxis). Controlan absolutamente todo en todas partes. Sus hijitos se pasean en gordas y rutilantes cilindradas, el último grito,… sin matrícula, intimidando a su paso a los leales agentes de la paz. Estos hijos de nuevos ricos, generalmente menores, se rocían las gargantas con decenas de botellas de champaña en el curso de una sola noche mientras que los profesores del instituto apenas pueden comprarse un par de zapatos.
Estos retoños protegidos, descendientes del clan elegido, los arios de Chad, perpetúan el terror en las poblaciones donde ostentan el derecho sobre la vida y la muerte de sus semejantes. Las escenas de intimidación se multiplican cotidianamente en lugares donde hay personas indefensas: raptos de menores, violaciones, expropiaciones y abusos de todo tipo.
Los antiguos regímenes, a pesar de haber tenido recursos limitados (ayuda internacional o escasos recursos provenientes de la agricultura y la ganadería), habían realizado proyectos nacionales de envergadura. Bajo el régimen actual, los petrodólares llueven por todos lados, pero la pobreza carcome más que nunca al pueblo.
La inseguridad, factor subyacente en múltiples conflictos, gana terreno. Yamena es comparable a Soweto en África del Sur, guarida de crímenes sórdidos.
Además de los temores ligados a las posibles tentativas de golpes de estado, la población civil de esta ciudad debe vivir con otra obsesión: el recrudecimiento de la criminalidad perpetrada por la banda criminal comúnmente llamada los Colombianos. Estos bandidos, bien armados con armas blancas e incluso con armas de fuego, se esconden generalmente en las zonas oscuras de los barrios yameníes para atrapar a sus presas. La víctima con suerte podrá escaparse con graves heridas después de haber perdido todos sus bienes (moto, dinero, collares, ropas, etc.). Otros, sin embargo, se dejan desgraciadamente la vida. Todo depende del humor del criminal. Este es el destino de la pobre población civil, que a pesar de la miseria que corroe su existencia, no pide otra cosa que vivir en paz. ¿Es mucho pedir?
Frente a la incapacidad de las autoridades competentes de frenar este fenómeno, los jóvenes de algunos barrios se han visto obligados a montar grupos de autodefensa con el fin de proteger sus barrios de esta escoria. Y sin embargo, éstas (las autoridades) se lanzan a la carrera de armamentos para perseguir a los «enemigos» más allá de las fronteras. El nuevo alcalde de la ciudad de Yamena, asimilado a Sarkozy por la prensa local, por sus declaraciones resonantes al día siguiente de su nominación brilla todavía por su ausencia.
Los policías, confortablemente estacionados en las rotondas, no están ahí más que para buscar vicios y excusas de todo tipo para sonsacar los cuartos a los honestos ciudadanos que circulan por su país. En los países civilizados, el militar únicamente se viste de uniforme cuando está de servicio o en las circunstancias propias de su noble oficio. En Chad, el hombre de uniforme deshonra a su patria. El uniforme militar se convierte en símbolo de intimidación. En los bares populares, como 5 Kilos, Galaxie, Rasta o la Forêt en Yamena, desde ahora es casi imposible beberse una Gala caliente con el espíritu tranquilo. Los hombres de uniforme están por todos lados. Uno cree estar en un momento dado, en un campo de entrenamiento militar, donde en lugar de pesas se sostienen botellas de cerveza. Son ellos, estos jóvenes militares, estos fuera de la ley, los que generalmente originan atropellos y peleas en los bares. Eliminan así los raros momentos de placer que le quedan a la población, TODAVÍA. ¡Qué deshonor para la República! Esto es lo que ocurre cuando se enrolan menores en el ejército en contra de su voluntad. No obtienen placer más que con la propagación de la violencia. Todas las ocasiones son buenas para derramar su frustración y la mejor presa no es otra que la población sin defensa. TODAVÍA. Nadie puede pararlos. Sus superiores jerárquicos se encuentran con sus múltiples amantes, en algún lugar. ¿Está nuestro país maldito?
Traducido para Pueblos por Belén Cuadrado
Publicado originalmente en librafrique.com el 24/01/2008.