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La política inconsistente de Trump hacia América Latina

Fuentes: NACLA - Rebelión

Durante su primer mandato, el presidente Donald Trump llevó a cabo una campaña de «máxima presión» contra los supuestos adversarios de Estados Unidos en América Latina y otras regiones. Entre sus medidas de línea dura, impuso severas sanciones a Venezuela—lo que irónicamente, provocó un éxodo masivo de venezolanos hacia Estados Unidos—y revirtió el acercamiento del expresidente Barack Obama con Cuba.

Pero ¿qué tan comprometido está Trump en combatir el comunismo en América Latina en este momento—es decir, en Venezuela, Cuba y Nicaragua? La respuesta sigue siendo incierta.

Sus recientes amenazas contra Panamá, Canadá y Groenlandia, así como su enfrentamiento con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, han desviado la atención de los «verdaderos enemigos «, según la retórica habitual de Washington. En este contexto, las acciones de política exterior de Trump en los primeros dos meses de su segundo mandato contrastan con su primera administración, cuando el “cambio de régimen” era el objetivo inequívoco.

En su discurso del 4 de marzo ante la Sesión Conjunta del Congreso, Trump no mencionó a Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel ni Daniel Ortega, marcando una diferencia con su retórica anterior.

Incluso no está claro si contará nuevamente con las sanciones internacionales, como lo hizo con Venezuela y Cuba en su primer mandato. Ha indicado que el uso de «aranceles como castigo» podría ser una alternativa preferible, ya que, según una fuente cercana, el presidente «teme que las sanciones internacionales alejen a los países del dólar estadounidense».

A diferencia de sus firmes posturas en temas como inmigración, derechos de las personas trans y la política fiscal, su enfoque hacia América Latina está marcada por vacilaciones e incertidumbre, reflejo de su creciente uso de tácticas transaccionales en política exterior. Los anticomunistas de línea dura tanto dentro como fuera del Partido Republicano no ven esto con buenos ojos.

El péndulo venezolano

Un claro ejemplo de esta inconsistencia es Venezuela. La oposición liderada por María Corina Machado tenía razones para ser optimista tras la victoria de Trump en noviembre y su designación de Marco Rubio, un halcón en temas latinoamericanos, como Secretario de Estado.

«Tristemente, Venezuela está gobernada por una organización narcotraficante», declaró Rubio en su audiencia de confirmación, donde fue ratificado por unanimidad. Luego criticó la administración Biden por haber sido “engañada» al negociar con Maduro a finales de 2022 y otorga una licencia a Chevron, la cual está «proporcionando miles de millones de dólares a las arcas del régimen». También emitió una advertencia ominosa sobre Cuba: «La hora de la verdad está llegando, Cuba literalmente se está derrumbando».

Los acontecimientos en Siria alentaron aún más a la derecha venezolana. Apenas unos días antes de la toma de posesión de Trump, Machado declaró al Financial Times: “¿No creen que [los generales que apoyan a Maduro] se miran al espejo y ven a los generales que Assad dejó atrás?”

Sin embargo, todo cambió con el encuentro amistoso entre el enviado de Trump para misiones especiales, Richard Grenell, y Maduro en Caracas a finales de enero. En esa reunión, Maduro acordó liberar a seis prisioneros estadounidenses y facilitar el retorno de inmigrantes venezolanos desde Estados Unidos. Días después, se permitió la renovación de la licencia otorgada por Biden a Chevron para la explotación de petróleo venezolano, lo que representa una cuarta parte de la producción total de crudo del país. Al mismo tiempo Grenell afirmó que Trump “no busca cambios en el régimen [de Maduro]”.

Para empeorar aún más la situación, el Departamento de Seguridad Nacional (Homeland Security) anunció la cancelación de la extensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) otorgada por Biden a más de 300,000 inmigrantes venezolanos, argumentando que había “mejoras significativas en áreas como la economía, la salud pública y el crimen que permiten el regreso seguro de estos ciudadanos a su país de origen”.

Estos giros no fueron bien recibidos por los sectores más radicales de Miami y la oposición venezolana. El notorio periodista del Miami Herald, Andrés Oppenheimer, lo expresó con contundencia: “El apretón de manos entre Grenell y Maduro cayó como un balde de agua fría para muchos sectores de la oposición venezolana… y representó una legitimación del gobierno de Maduro”. Añadió que, aunque el gobierno de Trump negó haber alcanzado un acuerdo con Maduro, “se han levantado muchas sospechas, y estas no se disiparán hasta que Trump aclare la situación”.

Tras el viaje de Grenell a Venezuela, el tema de la renovación de la licencia de Chevron tomó un giro inesperado. En una videoconferencia el 26 de febrero, Donald Trump Jr. le comentó a María Corina Machado que, apenas una hora antes, su padre había tuiteado que la licencia de Chevron sería descontinuada. Tras una carcajada, Machado, visiblemente complacida, le dirigió unas palabras a Trump Sr.: “Mire, Señor Presidente, Venezuela es la mayor oportunidad en este continente para usted, para el pueblo estadounidense y para todo nuestro continente”. Machado parecía intentar replicar el acuerdo entre Zelensky y Trump sobre los recursos minerales de Ucrania.

Mientras tanto, Mauricio Claver-Carone, enviado especial del Departamento de Estado para América Latina, le dijo a Oppenheimer que la licencia de Chevron era «permanente» y se renovaba automáticamente cada seis meses. Sin embargo, apenas una semana después, Trump cambió nuevamente su postura. Axios informó que la última decisión se debió a la presión de tres congresistas republicanos de Florida, quienes amenazaron con retener sus votos en el presupuesto presentado al congreso por Trump. Según fuentes cercanas, Trump admitió en privado: «Están enloquecidos y necesito sus votos».

Las tensiones internas del trumpismo

Las amenazas de Trump a líderes mundiales siguen la estrategia descrita en su libro El arte de la negociación (1987). Para algunos de sus leales, la estrategia está funcionando a la perfección. Su enfoque puede resumirse como “atacar y negociar”. Escribió “mi estilo de negociación es bastante simple”. “Apunto muy alto, y luego sigo presionando y presionando… hasta conseguir lo que busco.”

Esto es precisamente lo que ocurrió cuando Trump anunció sus planes de “recuperar” el Canal de Panamá, lo que llevó a una empresa de Hong Kong a revelar sus intenciones de vender la operación de dos puertos panameños a un consorcio que incluye a BlackRock. No sorprende que Trump se atribuyera el acuerdo.

Un escenario similar tuvo lugar en el caso de Colombia, donde el presidente Gustavo Petro cedió en los vuelos de deportación de EE. UU. para evitar represalias comerciales. Por razones similares, la mexicana Claudia Sheinbaum desplegó 10,000 soldados en la frontera norte para frenar cruces irregulares y luego, el 6 de marzo, preguntó a Trump por teléfono: “¿Cómo podemos seguir colaborando si EE. UU. está tomando medidas que perjudican al pueblo mexicano?” En respuesta, Trump suspendió temporalmente la aplicación de aranceles del 25 por ciento a los productos mexicanos.

En El arte de la negociación, Trump se jacta de su estrategia de engaño, como cuando declaró ante la Comisión de Licencias de Nueva Jersey que estaba “más que dispuesto a retirarse de Atlantic City si el proceso regulatorio resultaba demasiado difícil o lento.” De manera similar, ha afirmado en reiteradas ocasiones que Estados Unidos no necesita el petróleo venezolano. Sin embargo, la volatilidad del mercado mundial del petróleo y la posibilidad de que otras naciones accedan a las vastas reservas de Venezuela son cuestiones de gran preocupación para Washington.

La aplicación del enfoque de El arte de la negociación a la política exterior ejemplifica la tendencia pragmática de Trump. El gobierno de Maduro y algunos sectores de la izquierda ven con buenos ojos este pragmatismo, ya que deja abierta la posibilidad de concesiones por parte de Venezuela a cambio del levantamiento de sanciones. Portavoces del gobierno venezolano, al menos públicamente, otorgan a Trump el beneficio de la duda al atribuir la anulación de la licencia de Chevron y otras decisiones adversas a la presión de la extrema derecha de Miami.

Según el Wall Street Journal varios empresarios estadounidenses que viajaron a Caracas y “se reunieron con Maduro y su círculo cercano señalaron que los venezolanos estaban convencidos de que Trump… se relacionaría con Maduro de manera similar a como lo hizo con los líderes de Corea del Norte y Rusia.”

Sin embargo, este optimismo pasa por alto las corrientes contrastantes dentro del trumpismo. Si bien las convergencias son mayores que las diferencias, las prioridades dentro del movimiento MAGA a veces chocan. Por un lado, el populismo de derecha enfatiza el tema de la inmigración, el anti-«wokismo» y la oposición a la ayuda exterior, todo diseñado para atraer apoyo más allá de la base tradicional de las clases alta y media-alta del Partido Republicano. Por otro lado, la extrema derecha convencional exige nada menos que un cambio de régimen y acciones de desestabilización contra Venezuela y Cuba (acciones que los “populistas” no se oponen). Los halcones de la extrema derecha definen a estos tres gobiernos como “izquierdistas” y, en palabras recientes de Rubio, “enemigos de la humanidad.”

La decisión de Maduro para colaborar en la repatriación de los inmigrantes venezolanos a cambio de la renovación de la licencia de Chevron ilustra las prioridades contradictorias dentro del trumpismo. Para la extrema derecha anti-izquierdista, el supuesto acuerdo fue una «traición» a los principios por parte de Washington, mientras que para los populistas de derecha fue una victoria para Trump, especialmente considerando la magnitud de la población inmigrante de Venezuela.

Del mismo modo, la reducción drástica de la ayuda exterior ha producido tensiones dentro de trumpismo. En su reciente discurso ante el Congreso, Trump denunció la asignación de 8 millones de dólares a un programa LGBTQ+ en una nación africana «de la que nadie ha oído hablar», así como otros supuestos programas progresistas. Incluso el senador de línea dura de Florida, Rick Scott, ha cuestionado la eficacia de la ayuda exterior, afirmando: «Veamos: el régimen de Castro aún controla Cuba, Venezuela acaba de robar otras elecciones, Ortega se está fortaleciendo en Nicaragua». La declaración de Scott refleja el pensamiento transaccional de Trump respecto a la oposición venezolana: demasiados dólares destinados a intentos fallidos de cambio de régimen.

En contraste, el defensor de los halcones, Oppenheimer, publicó un artículo de opinión en el Miami Herald titulado «Los recortes de Trump a ayuda exterior son una bendición para los dictadores en China, Venezuela y Cuba».

El tema de la ayuda estadounidense también ha generado enfrentamientos internos desde una fuente inesperada: la propia oposición derechista venezolana. La periodista de investigación Patricia Poleo, radicada en Miami y opositora de larga data de Hugo Chávez y Maduro, ha acusado a Juan Guaidó y a su gobierno interino de apropiarse millones, si no miles de millones, otorgados por el gobierno de EE.UU. a la oposición venezolana. Poleo, ahora ciudadana estadounidense, afirma que el FBI está investigando a Guaidó por malversación de fondos.

No se puede subestimar la influencia del componente anti-izquierdista del trumpismo. Trump se ha convertido en la principal inspiración de lo que se ha denominado la nueva «Internacional Reaccionaria», comprometida con combatir a la izquierda en todo el mundo. Además, los halcones que han manifestado interés abrumador en derrocar al gobierno de Maduro (una aspiración de los populistas de la derecha también) —incluidos Rubio, Elon Musk, Claver-Carone, y el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz—forman parte del círculo de asesores de Trump.

No es de extrañar que, durante la fase de luna de miel de la presidencia de Trump, una lista de deseos populista recibiera considerable atención. Sin embargo, la anexión del Canal de Panamá, Canadá y Groenlandia resulta irrealizable, al igual que la conversión de Gaza en una “Riviera de Medio Oriente”. Su esquema arancelario no se queda atrás. Además, si bien el uso de la intimidación le ha permitido obtener concesiones, la eficacia de esta táctica de negociación es limitada: las amenazas pierden fuerza cuando se repiten sin cesar. Finalmente, las promesas incumplidas de Trump de reducir los precios de los alimentos y lograr otras hazañas económicas inevitablemente aumentarán la desilusión entre sus partidarios.

Trump detesta perder y, ante la caída de su popularidad, es probable que opte por objetivos más realistas que cuenten con el respaldo bipartidista y el apoyo de los medios comerciales. En este contexto, los tres gobiernos del hemisferio percibidos como adversarios de EE.UU. se perfilan como los blancos más probables. A falta de tropas estadounidenses sobre el terreno—una medida que no contaría con respaldo popular—no se puede descartar una acción militar o no militar contra Venezuela, Cuba o Nicaragua, o tal vez contra Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Steve Ellner es profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela, donde residió por más de 40 años. Actualmente es editor asociado de Latin American Perspectives. Su último libro es el coeditado Latin American Social Movements and Progressive Governments: Creative Tensions Between Resistance and Convergence.

Publicado en inglés por NACLA: Report on the Americas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.