¡La gran paradoja! Mientras Washington y sus aliados se dieron históricamente a la tarea de satanizar el defensivo muro de Berlín, como la barrera creada por el comunismo internacional para cercar a los pueblos del Este europeo y evitar su contacto con el «mundo libre», son ellos los que ahora, derribado aquel valladar, viven encantados […]
¡La gran paradoja! Mientras Washington y sus aliados se dieron históricamente a la tarea de satanizar el defensivo muro de Berlín, como la barrera creada por el comunismo internacional para cercar a los pueblos del Este europeo y evitar su contacto con el «mundo libre», son ellos los que ahora, derribado aquel valladar, viven encantados con la edificación de barreras por todas partes.
Con los desperdicios bélicos de la titulada primera guerra del Golfo, estableció la Casa Blanca una cerca metálica a lo largo de su frontera con México, en la cual instaló artilugios de detección, luces infrarrojas y otros medios capaces de captar los movimientos del más insignificante de los insectos.
Su objetivo era evitar el paso al «mundo libre» de los ciudadanos del otro trozo del «mundo libre», el subdesarrollado y dependiente, con la salvedad, desde luego, de los cubanos, al fin y al cabo privilegiados como carne de cañón de la mal intencionada propaganda política contra el primer estado socialista en el hemisferio.
Pero lo cierto es que los muros vuelven a erigirse, esta vez con otro sello, el del imperio. Washington y sus acólitos sienten verdadera afición por tales estructuras. José María Aznar los levantó en Ceuta y Melilla para evitar que los ciudadanos africanos llegaran a esos anacrónicos enclaves de ultramar de paso hacia la España continental.
Los sionistas de Tel Aviv los extienden a lo largo de los asentamientos palestinos para encerrar aún más en la miseria y la humillación a los desterrados árabes. Y la propia Casa Blanca vuelve a la carga de su lado de la frontera con el resto de América Latina.
El muro existente frente a México será reforzado y extendido todavía más a tenor con la ley anti inmigrante denominada de Protección Fronteriza, Antiterrorismo y Control de Inmigración, recién aprobada por la primera potencia del orbe.
El mencionado paredón es apenas una parte de ese enjambre de disposiciones, que además apunta contra los extranjeros ya presentes en territorio norteamericano y contra quienes le ofrecen albergue o empleo.
Se trata del intento de frenar lo que resulta inevitable, cuando en el Sur la miseria y el abandono, verdaderos generadores de las corrientes migratorias hacia el Norte opulento, parecerían entronizarse como un mal eterno.
Por lo pronto los gobiernos de los polos subdesarrollados han puesto el grito en el cielo, y recuerdan que mientras le convino Washington permitió la llegada de foráneos como mano de obra barata y discriminada. Ahora, sin embargo, por mera jugarreta política, la rechazan y persiguen.
No son otra cosa que las trampas impuestas por la relación de dependencia que el capitalismo ha establecido en un planeta requerido ya de cambiar de una vez.