Recomiendo:
0

La primavera árabe de la democracia

Fuentes: Ahram on Line

Traducido para Rebelión por Loles Oliván

El levantamiento de Túnez no es sino el resultado natural del fracaso del modelo de la globalización y el estancamiento que afecta al mundo entero. En efecto, tan pronto como la economía se abre al capital extranjero y la economía local y los servicios se otorgan a las fuerzas del mercado, el papel del Estado queda automáticamente minado y permanece únicamente para proteger al propio modelo. En consecuencia, ya sea en Túnez o en otras partes del mundo en desarrollo, ello ha dado lugar a una contradicción entre los intereses del pueblo y la clase creada para proteger el capital extranjero.

En los países árabes, el modelo de la globalización ha consistido en el abandono del carácter árabe-musulmán del Estado, responsable de proporcionar bienestar a su sociedad. Ello ha implicado anular la noción de Estado nacional surgida tras la Segunda Guerra Mundial y el movimiento de independencia, y cuya legitimidad se basa en la noción de progreso y bienestar de sus ciudadanos. También ha supuesto la supresión de las aspiraciones socialistas de la gente basadas en su deseo de un Estado de bienestar y de la prestación de servicios públicos.

El modelo de globalización puesto en práctica en el Tercer Mundo, a veces por la fuerza como en Iraq, por la presión económica como en Egipto o Indonesia, o por su adopción en los países ricos, como en los Estados productores de petróleo, condujo en todas partes a la aparición de una clase compradora, sometida a o deliberadamente partícipe de la integración de las economías nacionales en la economía mundial, creando un Estado cuya única función es vigilar y proteger a los regímenes compradores y el statu quo en beneficio exclusivo del capitalismo extranjero y local. Al mismo tiempo, en todas partes, incluso en las economías desarrolladas, este modelo sirve para enriquecer a los ricos, depauperar a la clase media y marginar y alienar a los pobres.

En el propio Túnez la ilusión de que este modelo parecía estar funcionando muy bien se basó en el carácter autoritario del régimen que gobernaba el país desde su independencia. Sin embargo, el resultado, como en todas partes, fue una población empobrecida y marginada, tanto económica como políticamente, y una clase gobernante de un Estado policial cada vez más enriquecida, negligente con respecto al bienestar de la población local y severamente represora de cualquier disidencia en nombre de las fuerzas del mercado. Pero en nuestra era moderna la sociedad no es una organización que se pueda reprimir indefinidamente ni una ideología que se pueda prohibir, sino más bien un ser viviente. Nadie puede controlarla excepto ella misma.

Si en el pasado las clases educadas tenían la opción de migrar a otros países y participar en su desarrollo, la crisis económica mundial y el estancamiento de las economías occidentales y de sus aliados han limitado tal posibilidad. El resultado de esta situación es un ejército de jóvenes desempleados instruidos y capacitados técnicamente en los países en desarrollo. Normalmente son los constructores de la economía nacional, los guardianes del bienestar de sus comunidades, y aspiran a su plena realización. La actual situación política y económica en todos los países árabes empuja a esta juventud que cree profundamente que tiene derecho a vivir como cualquier persona en una situación similar en el mundo, a la revuelta y, a veces, a la desesperación.

Después de 1973, sobre la base de su victoria, los gobiernos árabes pensaron que podrían abrirse a Occidente y que ese proceso traería paz y prosperidad. La liberalización económica de Sadat y la acogida de Estados Unidos y de las corporaciones occidentales a la inversión marcó el fin del Estado del bienestar en el mundo árabe. Desde entonces se abandonó el sueño de autodesarrollo substituyéndose por la apertura de los mercados de todos los países árabes a los intereses extranjeros, aunque en diferentes grados. Esa política de liberalización se convirtió en una condición para recibir las bendiciones de Estados Unidos, primero con el reaganismo y el thatcherismo, a los que siguieron negociaciones internacionales sobre comercio y políticas de ajuste estructural del Banco Mundial.

Como Iraq se negó en cierta medida a integrarse en esa economía neoliberal global, se le obligó por la conquista y por la fuerza, y a través de las Leyes de Bremer, a privatizar su industria petrolera y entregar el futuro de Iraq a empresas extranjeras. Con el fin de abrir la economía de Iraq y liberar a las fuerzas externas de cualquier obstáculo ya fuera económico, político, cultural o militar, la ocupación recurrió a la destrucción física de la capacidad de autodesarrollo de Iraq, tanto de su infraestructura como de sus recursos humanos. Como ha demostrado la experiencia iraquí, el capital extranjero no tiene por objeto el desarrollo real de la economía sino destruir todas las capacidades que existan para procesos de desarrollo autodeterminados. En la fase del capitalismo financiero del imperialismo dirigido por Estados Unidos, el Tercer Mundo es el último que se beneficia del progreso del mundo y el primero en pagar las crisis capitalistas. Incluso las instituciones financieras de Dubai, que se presentaban como un ejemplo de lo que tales políticas podrían alcanzar, habrían quedado amenazadas ante la crisis financiera con la bancarrota si no fuera porque otros emiratos acudieron a rescatarlas.

Todas las ilusiones de progreso que animaron a las generaciones mayores desde 1973 -como el socialismo, la unidad árabe y el renacimiento, la Pax Americana en Palestina y la integración de los modelos occidentales, o el Islam como solución- ya han demostrado ser infructuosas e inalcanzables, a pesar de la decidida lucha de corrientes políticas árabes por esos ideales. El modelo socialista se derrumbó y se puso en el estante; la unidad árabe ya no forma parte de la agenda de los gobiernos; el Islam como solución sólo ha proporcionado división y sectarismo, como en Iraq; la Pax Americana en Palestina no ha frenado a Israel, mientras que la integración y apertura de los mercados locales a la economía capitalista no ha traído inversión ni soluciones a desempleados y pobres. No han hecho que los pueblos, en su legítimo derecho, participen libremente en los asuntos públicos de su país, ni que sean beneficiarios de las riquezas de su tierra y de la economía nacional.

A pesar de que la juventud árabe pueda no estar en contra de los grandes sueños de las generaciones mayores, todavía defendidos por diversas corrientes políticas locales, y aunque esas corrientes sigan teniendo su influencia, la juventud árabe quiere un cambio inmediato. La nueva generación está desilusionada. En Túnez ha tomado su destino en sus manos y quiere el cambio ya, y un cambio real. Como país árabe y viviendo en un Estado en permanente intercambio con su entorno mediterráneo, el pueblo de Túnez se ha dado cuenta de que el modelo de la globalización es la simple usurpación. Ninguna promesa de bienestar y desarrollo, de libertad o democracia se ha cumplido y el sistema se puede resumir en una opresión generalizada, corrupción y robo: una clase compradora gobernante, un Estado policial, y la sumisión del país a las políticas e intereses imperialistas.

El colapso de Ben Alí y su gobierno no es sólo el colapso de un régimen autoritario, sino más bien del modelo de globalización del capitalismo financiero y del imperialismo para los países del Tercer Mundo. La situación en otros países árabes, incluidos los Estados productores de petróleo, no difiere en última instancia. Tal vez la situación esté influenciada por la composición de la economía local, geográfica y demográfica de tal o cual país, pero todos sabemos que la integración en la globalización neoliberal ni ha redundado ni redundará en progreso y desarrollo, sino en el enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de la mayoría, y en el abandono de los intereses nacionales a los intereses del capitalismo global.

Estamos convencidos de que todos los regímenes árabes, que comparten la misma situación aunque con ingredientes diferentes, están temblando ahora porque la misma situación produzca los mismos resultados. También estamos seguros de que todos los regímenes árabes, todos los imperialistas y todos los revolucionarios, están estudiando en estos momentos las causas del éxito de la experiencia de Túnez. Todos ellos se preguntan, ¿por qué los tunecinos han conseguido expulsar a su gobierno, mientras que otros levantamientos similares fracasaron? En nuestra opinión, en todas partes del mundo árabe existe la mima situación y el mismo deseo de cambio y de desembarazarse de este modelo, la única diferencia es que la revuelta de Túnez ha sido espontánea y no ideológica. No se ha debido a un conflicto entre una y otra organización política, sino más bien ha sido inspirada por la conciencia y la espontaneidad de su juventud al darse cuenta de que el conflicto es entre una clase dominante contra el pueblo y el pueblo contra esa clase dominante. Es una revuelta por la dignidad, la libertad, la democracia y el bienestar contra un modelo de desarrollo fracasado. Por experiencia otros países llegarán a la misma situación.

De hecho, el éxito del fenómeno de Túnez radica en su unidad. Revueltas similares, como el levantamiento por la electricidad en Iraq durante el verano de 2010, no tuvieron éxito debido a las divisiones ideológicas en el plano político, alentadas sobre todo por las potencias extranjeras para desviar a los árabes de sus intereses comunes reales. En todas partes, la juventud árabe aspira a una vida digna, a la libertad, a la democracia y al desarrollo. Los conflictos ideológicos, como en Iraq, enmascaran los verdaderos intereses del pueblo. Esos conflictos ideológicos y confesionales los utilizan las clases gobernantes para justificar sus políticas y para ocultar sus prácticas reales. Pero tarde o temprano se impondrá la realidad de los conflictos entre las masas depauperadas y las enriquecidas clases gobernantes.

Mientras todos los gobiernos árabes tiemblan, y los think tanks asesoran a sus gobiernos sobre la manera de sofocar movimientos similares en sus propias sociedades, los pueblos árabes ya han declarado que la revuelta de Túnez representa la esperanza, y la saludan como un ejemplo para ellos. Teniendo en cuenta el modelo compartido y la influencia que los países europeos se ejercían entre sí no es de extrañar que se produjeran sucesivas revueltas en toda Europa en 1848 o en 1968. Del mismo modo, ¿qué se puede esperar en el mundo árabe cuando todos creen que pertenecen a la misma nación y viven en las mismas condiciones? ¿Cómo puede Túnez no influir en otros países árabes, cuando todos esos países pertenecieron a una misma nación árabe dividida en sus orígenes por las fuerzas coloniales en Estados separados?

Sabemos que Occidente dice a los árabes que están separados y que son países independientes cuando ello conviene más a sus políticas, pero que trata a los árabes como un bloque cuando ello se acomoda a sus propios intereses. Tal vez las fuerzas adversas del pueblo tunecino, con el fin de salvar sus intereses, traten de contener el movimiento cambiando rostros pero la situación seguirá siendo explosiva hasta que haya una reconciliación entre los intereses del pueblo y el Estado en el que viven. A eso se le llama democracia e independencia, donde el pueblo y el Estado son dueños de su presente y de su futuro.

¿Es esta una nueva era de renovación para el mundo árabe? ¿Conseguirá este levantamiento promover un cambio real? ¿Ejercerán, por fin, los árabes la verdadera democracia y la soberanía? ¿Preverán otros regímenes que comparten la misma realidad su destino y optarán por cambiar sus estructuras pacíficamente, o se unirán para estrangular el fenómeno de Túnez y desviarlo de sus objetivos? El futuro nos dirá, pero cambiar a los individuos no cambiará las raíces de la revuelta. Puede que la renovación árabe haya comenzado en Túnez.

Fuente: http://english.ahram.org.eg/NewsContent/4/0/4218/Opinion/The-Arab-Spring-of-democracy.aspx

rCR